Lino Novás Calvo con su máquina de escribir.

 

✍🏻 Lino Novás Calvo

Puede que hayamos dado por supuesto el privilegio de la libertad de prensa. Como tantas otras conquistas, se nos ha hecho excesivamente fácil entre las manos; nos puede ser arrebatada súbita o subrepticiamente. Recientes hechos y palabras —¡palabras en nuestra prensa!— indican que hay corrientes y amagos que pueden ir por ese rumbo. Y de ocurrir, siquiera en grado mínimo, no sería sino el comienzo de peores sucesos.

Por eso es urgente que nos dispongamos a reeditar y a reafirmar y a sostener con tesón, solidaridad y valentía los sagrados principios que norman nuestra conducta y cimientan nuestra existencia. Una buena dosis de pasión disciplinada y responsable no estaría de más en la coyuntura. La libertad hay que ejercitarla. Si no lo hacemos, se atrofia, se avería, se afloja y cae, al fin, presa del que, provisto de la fuerza, se arroga el derecho a suprimirla.

La prensa, como toda institución, o persona, tiene deberes y derechos. Su libertad no puede ser jamás incondicionada. Pero deberes y derechos van, en este caso, englobados en una misma misión, y mientras sea fiel a ella ninguna obligación le puede ser dictada desde fuera. Si lo es, ya no sólo deja de ser libre; deja esencialmente de ser prensa.

El primer deber —y derecho— de la prensa es informar. Informar, informar e informar nuevamente, de cuánto, grande o pequeño, menudo o trascendente, pueda afectar e interesar a la comunidad en que vivimos. Es muy difícil, para el informador, verificar siempre hasta el último detalle la exactitud absoluta de cada dato. El periódico sale todos los días, o todas las semanas, y su confección se hace sobre una marcha necesariamente acelerada. La prensa no trabaja con documentos depurados ni sobre hechos que el tiempo ha serenado, sino sobre el pulsante devenir de las cosas en el momento mismo de su acaecimiento. Antes que nada, la prensa tiene que informar, dejando a la discusión y a la rectificación la tarea de depurar la noticia.

La prensa tiene igualmente el deber y el derecho de debatir y dejar debatir cuantos asuntos considere, en cualquier medida, directa o indirectamente relacionados con el interés público, venga de donde vinieren. Sabemos bien que en nuestro tiempo pocos hechos y pocas ideas son del dominio exclusivo del individuo. Vivimos en comunidades entreveradas, ligados por múltiples hilos, visibles e invisibles, de convivencia; y la libertad misma del individuo, como parte de ellas, viene a depender en algún sentido de que lo que otros hagan y propongan y propaguen sea expuesto con claridad a la vista de todos.

El debate, la controversia, la opinión expresada con decoro, pero sin temores ni claudicaciones, son los medios de que disponemos para aclarar y valorar hechos que, de otro modo, carecerían de sentido. Los hechos tienen, no solo cuerpo, sino significación, y a esta se llega siempre a través del diálogo: diálogo que debe ser correcto, pero firme y persistente. Escuchando, reflexionando, enjuiciando y, si es preciso, rectificando, llegaremos al fin al mejor juicio de que seamos capaces. La prensa es, no solo documento, sino también foro y tribuna de ideas y razonamientos.

Cada periódico tiene, como cada persona y cada institución, su derecho a opinar y orientar por sí mismo, siempre que no cierre, por eso, la puerta a los que opinen de otro modo. Este es el concepto de todos los grandes periódicos liberales en todas partes. Su editor, o director, tiene sus columnas abiertas para los otros, justo es, pues, que las tenga para sí mismo. Sólo en momentos de crisis o peligro inminente para todo un pueblo —guerras, revoluciones, cataclismos— se acuerda tácita o explícitamente, restringir el derecho a opinar y a informar libremente, con la inteligencia de restaurarle tan pronto pase la situación de emergencia.

Pero la más ardua y la más fecunda función de la prensa es fiscalizar. Fiscalizar, en el sentido jurídico del término, y con las mismas prerrogativas. Así como el fiscal, en un juicio, tiene por misión sondear los hechos e implicaciones del proceso, y elevarlos ante el tribunal o el juez, así también la prensa puede y debe sondear, sin cortapisas, los hechos y sentidos de los procesos sociales y hasta individuales cuando se relacionen con el interés público, y elevarlos ante la opinión, que es, en definitiva, la que habrá de emitir sentencia.

El fiscal es, desde luego, sólo una parte del proceso. Frente a él debe estar —dialogando— el abogado defensor, que puede debatir, rebatir, interpretar o desvirtuar las acusaciones del fiscal. Ambos gozan de la misma inmunidad y privilegios; ambos actúan por otras personas en el caso de la prensa, la persona por excelencia, que es la sociedad y nación en que vivimos.

Esas son, a mi ver, las cuatro columnas sobre las que debe sostenerse toda prensa verdaderamente libre e indeclinablemente responsable: información, debate, orientación y fiscalización. Ninguna de ellas podía sacrificarse sin que todo el edifico se desplomara de golpe. Cuarto poder, o ningún poder, tiene la prensa sus funciones bien definidas en la comunidad de que es parte, y ante la cual es responsable. Tratar de mermárselas, en el más leve grado, es una grave lesión a esa comunidad, y nuncio de peores contrariedades. La prensa ha sido, en todos los tiempos y lugares, la primera víctima de tiranías y opresiones.

El pretexto es siempre el mismo: la prensa se excede. La prensa abusa de sus derechos. La realidad es que no se ve jamás contra los excesos sino con el propósito, consciente o inconsciente, de cometer otros más graves. Es muy difícil saber, exactamente, hasta donde llegan los límites de esas prerrogativas. Muchas veces es pura cuestión de criterio. Pero la prensa tiene siempre, en la discusión y la rectificación, sus propias válvulas de seguridad. Son ellas las que invariablemente serán el fiel de la más alta verdad de que seamos capaces.

(Texto publicado en Información, el 19 de febrero de 1946, p. 2 y recogido por Waldo Fernández Cuenca para la compilación Misión del periodismo, Ediciones Memoria, 2024)

Lino Novás Calvo (A Coruña, España, 1903-Nueva York, Estados Unidos, 1983). Uno de los mayores narradores cubanos de todos los tiempos. Fue además periodista, ensayista, poeta, crítico literario, dramaturgo, traductor y profesor de idiomas. Autor de importantes obras como El negrero. Vida novelada de Pedro Blanco Fernández de Trava (Espasa-Calpe, 1933), Pedro Blanco, el negrero (Ed. Letras Cubanas, 1990), Cayo Canas (Espasa-Calpe, 1946), Maneras de contar (Las Américas Publishing Co., 1970), 8 narraciones policiales (Ed. Oriente, 1995), Angusola y los cuchillos (Ed. Oriente, 2003), Lino Novás Calvo: periodista encontrado (Ed. Aldabón, 2004) y Otras maneras de contar (Ed. Tusquets, 2005). En el periódico Hoy mantuvo durante años su famosa columna “Una hora en el mundo”. Colaboró también en Gaceta del Caribe, Información, Trimestre, Mensuario de Artes, Literatura, Historia y Crítica y sobre todo en Bohemia, donde se dio a conocer su traducción de la novela de Hemingway, El viejo y el mar.

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