
Para Luis Bermúdez
Me repugnan las profecías autocumplidas, así que no festejaré el esperable resultado de las elecciones parlamentarias en el Canadá: tres días después de mi artículo anterior, el pueblo canadiense decide ratificar a los liberales, desgastados por diez años de gobierno, como reacción ante las amenazas de liquidación de la soberanía nacional por parte de su vecino del Sur. La suposición de que el ofrecimiento de nuevos esplendores materiales, o el peligro de la pérdida del bienestar duramente alcanzado, pudieran exterminar de golpe una idea nacional contemporánea, acaban de ser pateados precisamente en el lugar donde aparentemente podían triunfar sin dificultades. Los dos partidos principales del país han rechazado esa mezcla de soborno con ultimato, pero los conservadores replican las mismas consignas que el vecino irritante, de manera que el electorado ha preferido a los liberales como garantía de que no habrá concesiones en materia de independencia económica y política. Aunque los enemigos de Canadá y los malos canadienses ven al país como una provincia atrasada de los Estados Unidos, ese país tiene un perfil social y político más cercano a Europa, y no sólo por el vínculo con el Reino Unido. Obsérvese que no hay un bipartidismo funcional: se gobierna en coalición, lo que significa democracia más plena, moderación y consenso para gobernar, como es usual actualmente entre los europeos. Tampoco se padece del personalismo político: el primer ministro renuncia cuando se siente inútil y su partido sigue gobernando sin fraude. Eso sí, no se sabe si gobernará con éxito: la mayor potencia del mundo ha decidido sabotearlo. Y desde luego, una parte del electorado simpatiza con el soborno. Me pregunto si la anexión de Canadá a Estados Unidos no provocaría un trauma liberador para el gastado bipartidismo de Washington. Pero la Comunión Canadiense continúa empeñada en la paz del Trébol y no en las facilidades del Águila.
Hubo una época en la que la insurgencia de una nación era presentada con un entusiasmo violento, a costa de otras naciones. Ya no se cantan ciertas estrofas de La Marsellesa, que insultan a los alemanes, y que eran inevitables en el conflicto de la república contra los imperios enemigos. Pocos cubanos saben que al Himno de Bayamo le fueron suprimidos en la República los textos que insultaban a los españoles. El caso extremo es el himno nacional alemán. La música había sido compuesta nada menos que por Haydn, pero no para los alemanes sino para el emperador de Austria. La noble melodía adquirió luego un texto patriótico, en los momentos en que los germanos, fragmentados en estados pequeños, luchaban por la unidad nacional. El himno conservador austríaco se convertía en un himno liberal alemán. Muchos hemos escuchado en los filmes a los soldados nazis cantando la famosa primera línea: Alemania por encima de todo, por encima de todo en el mundo. El autor del texto decimonónico y los políticos republicanos de hace cien años que le dieron categoría legal al himno, cantaban un orgullo pero no eran nazis: la frase era una invitación a poner la patria por encima de otras realidades, nada más. La melodía está lejos del ímpetu guerrero de La Marsellesa y del Himno de Bayamo. Y sin embargo, la frase ya no se canta. Y eso está bien. Después de la Segunda Guerra, en realidad la primera cabalmente mundial, no hay sitio para la ensoñación de naciones imperiales, sino para el surgimiento y el progreso de nuevas naciones independientes. Cada nación tiene que aprender a convivir con otras naciones, no como un mal inevitable sino como un bien maravilloso. La mayoría de los alemanes han comprendido esta verdad y ahí están, en la Unión Europea, junto a sus antiguos contrarios. Eso sí, la ultraderecha se ha puesto a cantar la primera línea. Parecen haber olvidado que el chovinismo nazi desgració a Alemania con diez millones de muertos, una destrucción espantosa y la división del país. Si el himno alemán clama por la Unidad, el Derecho y la Libertad, el supuesto nacionalismo hitleriano les impuso exactamente lo contrario. Al eliminar la frase dudosa, la idea nacional alemana se purificaba de sus errores pasados y se abría a un concepto más amplio de patria. La Alemania europea, ahora en dificultades menores, es una gloria del mundo. Este es un ejemplo de sabiduría y de responsabilidad colectivas que vale la pena conocer y defender. Cada idea nacional, incluyendo su historia, tiene algo que decirle a la humanidad en su conjunto.
A veces el mensaje es complejo y negativo, como es ahora el caso de la idea nacional palestina deformada por los terroristas de Hamas. Palestina es una nación emergente. No son jordanos empeñados en atacar a Israel. Los países que constituyeron su estado nación hace más de un siglo, como es el caso de Estados Unidos y América Latina, olvidan que ellos también fueron pequeños y enfrentaron a un enemigo devastador. El gobierno de Ramón Grau votó en contra de la creación del Estado de Israel en la ONU, entendiéndola como un caso de colonialismo: las potencias despreciaron a la población de Palestina para un acto tan arriesgado en materia de Derecho Internacional, no controlaron el proceso, que preveía la constitución de un estado palestino además del hebreo, no previeron que los judíos ignorarían los límites que les habían impuesto también sin consultarlos debidamente, y sembraron el odio que desde entonces perturba la paz mundial. ¿Se podía haber procurado un entendimiento para la creación de los estados de Israel y Palestina? Probablemente no en ese momento, porque los palestinos aún no habían creado sus autoridades nacionales. Pero la República de Cuba, que había sido colonia, entendía que había allí un pueblo con derecho a la autodeterminación, como los cubanos en 1867. El resto de los países latinoamericanos votó a favor o se abstuvo. Siendo yo católico, con tres apellidos sefardíes, y lector de los Salmos desde los trece años, inevitablemente padezco una simpatía por el pueblo judío. Pero ocurre que la torpeza de las dos grandes potencias puestas de acuerdo en forma sospechosa para darles un sitio en el mundo ha costado cara, a los palestinos y a los judíos también. La URSS era un imperio colonial. Pero EU, por su credo democrático, debía haber entendido lo que sabía la República de Cuba: que los pueblos tienen derecho a la autodeterminación, todos, no sólo los que nos simpatizan, y que en Palestina los judíos eran minoría, y que a la mayoría había que respetarla precisamente porque carecían de instituciones nacionales. Decía Juárez que el respeto al derecho ajeno es la paz. El corolario de este teorema es que el irrespeto conduce necesariamente a la violencia. Nótese, por otro lado, que Israel se define como un Estado, no como una república. Aunque es el único gobierno democrático en el área, posee un fondo de teocracia. Esa contradicción merecería un estudio aparte, me limito a señalar aquí lo que se sabe, que esa idea nacional teocrática, tan respetable, es de hecho un obstáculo para el respeto de las singularidades vecinas, teocráticas también.
Sólo por esta colisión de ideas nacionales el conflicto parece ya insoluble, pero el lado palestino añade otras todavía peores. La Autoridad Palestina, que en verdad carece de autoridad incluso en materia de política propia, reconoce ahora que jamás debieron rechazar, por el odio contra los judíos alentado por el mundo árabe, la posibilidad de establecer desde 1947, con la ayuda de la ONU, un estado pacífico. Con una población pequeña e inculta, sin lograr definir un territorio viable, dividida entre Cisjordania y Gaza, Palestina se da el lujo de dividirse políticamente. Los terroristas de Hamas han sido finalmente condenados con dureza por la Autoridad Palestina: no se construye una nación con terrorismo. Cuando el general Máximo Gómez solicitó al gobierno de la República en Armas una Ley de Represalia contra las masacres perpetradas por Weyler, el gobierno respondió que debíamos morir todos antes de igualarnos a la barbarie del enemigo. Los desmanes de los españoles fueron borrados de la conciencia y la práctica de la República de 1902. Desde luego, españoles y cubanos somos muy parecidos, pero no olvidemos que judíos y árabes son pueblos semitas, hijos de Abraham. El terrorismo de Hamas ha causado una masacre de su propio pueblo y ha creado una duda razonable sobre la racionalidad de sus seguidores. Palestina no será jamás una nación viable, ni siquiera una patria real, emprendiendo una campaña deshumana por su supuesta liberación. Más temprano que tarde los palestinos de Gaza elegirán una representación digna y el proceso de la creación de un estado nacional palestino será algo más que un pretexto para el odio. Palestina pasará de estado observador no miembro de la ONU, a la de miembro en plenitud de derechos. Lamentablemente, ahora mismo reinan la confusión y el caos sobre este problema terrible.
Apenas debo mencionar la guerra de independencia de Ucrania. Se trata de un caso diferente al de los palestinos: Ucrania es una nación perfectamente viable desde siempre. Fue conquistada a la fuerza por los rusos, de la misma manera que la Tartaria de Crimea fue invadida en una fecha en la que ya la ciudad de Puerto Príncipe tenía monumentos: en el plano histórico, ayer. Tartaria fue deportada masivamente a Rusia, y en Crimea se instalaron los políticos comunistas a vacacionar. Dice el neozar que Ucrania no existe, pero resulta que fue fundadora de las Naciones Unidas junto a Bielorrusia, un truco para que la Unión Soviética tuviera un par de votos más, tan solitaria estaba. A los cubanos que creen en la propaganda imperialista del neozar, que pregunten a sus compatriotas que estudiaron en Kiev, en qué lengua les contestaba el pueblo en la calle cuando ellos le hacían una pregunta en ruso. La Ucrania que no existe lleva tres años enfrentando a la mayor potencia nuclear del planeta. La nación estadounidense, que ganó su guerra de independencia con ayuda militar y financiera de Francia y España, tenía el deber de ayudar a los ucranianos a expulsar al agresor. Le conviene. Gloria a Ucrania, gritamos en ucraniano los patriotas del mundo.
Toda patria necesita estar abierta a la fraternidad universal. Cada patria, cada comunión fraternal, por pequeña o incompleta o contradictoria que sea, judía o palestina, estadounidense o canadiense, ucraniana o kurda, es sagrada y es mi patria. Patria es humanidad.
Y llegado a este punto estoy confesando mi idea nacional. Un cubano de Mérida me escribe en Facebook con cierta pena, a propósito de un artículo mío en La Hora de Cuba: que no me ocupe más de Martí y de su contraste con Marx, pensadores del pasado, que nada tienen que decirles a los seguidores de las grandes corrientes ideológicas del mundo contemporáneo. Eso de la justicia social defendida por Martí… bah. El compatriota olvida que Marx era parte de esa corriente hasta hace muy poco, y no sé si influye en Mérida sobre los votantes de MORENA… ¿Cuántas de las personas que defienden el populismo de derecha en las redes, podrán comprarse quince días de descanso en un resort? ¿Cuántas otras ni siquiera piensan en el resort, porque poseen playa privada y muchas más comodidades en casa de las que ofrece el hotelito de los hartos? Sin embargo, los pobretones de la opulencia están en contra de la idea de la justicia social. Cuando envejezcan volverán a pensarlo. Pero lo que probablemente orienta esa crítica fraternal, que agradezco y me ayuda para argumentar aquí, es la convicción de tantos cubanos de que Cuba es un país nulo. Lo dijo nada menos que un brillante intelectual: En Cuba no hay nada, nunca hubo nada, y nunca habrá nada. Lorenzo García Vega fue un paciente siquiátrico, que se condenó a sí mismo, con esa frase, a ser considerado nada. No contribuyo a ese ninguneo. Cuba es una nación fuerte, que recibió judíos cuando una potencia europea los metía en la cámara de gas. Es también un país joven, pero, como la nación judía, ha sido fundada por profetas. Que tantos cubanos ignoren a Varela y a Martí es vergonzoso, pero es imposible deshacerse de ideas nacionales de tanto calibre con una ignorancia voluntaria y sobre todo cómoda. Si usted, cubano, cree que eso de con todos y para el bien de todos es una bobería, no habrá forma de convencerlo de que es mejor que aquello de Unidad, Derecho y Libertad, lema hímnico de la gloriosa nación alemana. Nosotros teníamos esas tres claridades cuando los judíos eran asesinados en la cámara de gas. Al parecer los alemanes habían olvidado, o nunca conocieron, el culto a la dignidad plena del hombre. Yo no, y por eso escribo este artículo, y por eso seguiré siendo alemán y ruso, cuyos idiomas hablé en mi juventud, y por eso soy yanqui como mis muchachos Jack de San Francisco y Sam de Nueva York.
Lo siento: Patria es humanidad.