Estatua de Manuel Ramón Silva en el Parque Casino Campestre, de Camagüey (Alenmichel Aguiló)

✍ Alenmichel Aguiló

Manuel R. Silva nació un 5 de septiembre de 1866 en la ciudad de Puerto Príncipe, hoy Camagüey, Cuba. Como muchos otros delegados a la Constituyente, era un hombre que había recibido una educación esmerada y, por lo tanto, provenía de una familia con medios de vida suficientes como para proveérsela. La concepción de la educación como un derecho y no como un privilegio apenas comenzaba a ganar tracción en el mundo y el régimen colonial de Cuba estaba muy lejos de tener un desempeño satisfactorio en este sentido.

Manuel provenía, no obstante, de una familia acomodada que podía costear sus estudios incluso fuera de Cuba. Hasta ahora hemos conmemorado el natalicio de tres constituyentes y de los tres se puede decir que cursaron al menos alguna etapa de su formación académica fuera de la isla. Sin duda encontraremos muchos otros casos similares a lo largo de este año.

En el caso de Manuel R. Silva, cursó en España el bachillerato para luego regresar a La Habana, matricular la carrera de Medicina que terminó a inicios de la década del ‘90 del siglo XIX y ejerció con cierto éxito. Su padre, Manuel Ramón Silva Barberí, también había sido un médico de renombre en Puerto Príncipe y líder importante en la masonería de la ciudad. Se codeaba con lo más granado de la sociedad principeña, por eso no es de extrañar que se uniera a los sublevados del ‘68 y poco tiempo después fuera elegido gobernador civil del Estado de Camagüey de la República de Cuba en Armas. Su participación en la guerra lo llevó al exilio, de ahí que parte de la infancia de nuestro delegado a la Constituyente transcurriera en la República Dominicana, hasta su marcha a Madrid a cursar el bachillerato.

Manuel Ramón hijo, heredó de su padre otras vocaciones además de la de médico e independentista: la de periodista. En 1869 su padre había fundado en la manigua el Tínima, primer periódico mambí. Veinte años después, en abril de 1889, el hijo se vería involucrado en la fundación de La Verdad, de muy corta duración debido a la censura. La fallida incursión en el mundo de la prensa, sin embargo, tendría una revancha de lujo. Una vez terminada la Guerra del ‘95 Silva tendría la oportunidad de refundar y dirigir La Verdad, que luego cambiaría su nombre a El Liberal y que a partir del 2 de mayo de 1906 comenzaría a circular finalmente como El Camagüeyano, líder de la prensa local hasta 1959 y uno de los más prestigiosos del país.

Para completar la simetría con la figura paterna, Manuel se unió en la víspera de su trigésimo cumpleaños a la rebelión que había estallado en la isla en febrero de 1895. Se incorporó al Ejército Libertador con el grado de Teniente Coronel debido a su nivel universitario y su condición de médico, pero, como su padre, desempeñó principalmente funciones civiles.

En 1897 ya era jefe de sanidad de la 1ra División del 3er Cuerpo de Ejército y ocupando ese puesto fue elegido delegado a la Asamblea Constituyente de La Yaya, junto a más de una veintena de delegados —en principio debían ser electos cuatro por cada uno de los seis cuerpos de ejército, pero el quorum era un problema serio y acabaron por firmarla sólo 22— entre los cuales había cinco que serían futuros compañeros en la Constituyente de 1901: Salvador Cisneros, José Fernández de Castro, Domingo Méndez Capote, José Braulio Alemán y José Lacret Morlot, que ha sido mencionado en cada uno de los natalicios conmemorados hasta ahora.

Al terminar las labores y quedar elaborada la constitución de la República en Armas en La Yaya el 30 de octubre de 1897, se determinó la elección de un Consejo de Gobierno que encabezaría a la República y estaría formado por un presidente, un vicepresidente, cuatro secretarios de Estado y sus respectivos subsecretarios. Manuel Ramón Silva fue designado para la Secretaría de Gobernación y tenía a su cargo todos los asuntos de carácter civil. Lo acompañarían como secretario de Hacienda, el Coronel Ernesto Fonst Sterling; de Relaciones Extranjeras, el Coronel Andrés Moreno y de Guerra, el Brigadier José Braulio Alemán. El vicepresidente sería el Brigadier Domingo Méndez Capote y el presidente, el Mayor General Bartolomé Masó. Adelantemos que Méndez Capote sería electo años después para presidir los debates de la Constituyente de 1901.

Como es sabido, en 1898 los Estados Unidos entraron en guerra con España, el 12 de agosto de ese año se acordó un armisticio y se comenzó la negociación de un tratado de paz que acabaría por firmarse el 10 de diciembre. Una vez celebrado el armisticio de agosto, el Consejo de Gobierno entendió que la Constitución, en base a la cual había sido conformado, no le concedía atribuciones suficientes para seguir gobernando y, por lo tanto, debía convocar para que fuera elegida una Asamblea de Representantes que asumiera el gobierno de la República. Esto suscitó una pequeña crisis de gabinete de la que fue protagonista nuestro Manuel.

El Secretario de Gobernación entendía que dada la situación existente, ni el Consejo de Gobierno podía seguir existiendo, ni la Asamblea debía ser convocada. Su posición, al cabo de los años, parecería a muchos extraordinariamente polémica. En efecto, la Constitución de La Yaya preveía cierto número de situaciones en las cuales el Consejo de Gobierno debía convocar a una Asamblea de Representantes.

La primera de estas situaciones se daría si transcurrían dos años. Ese plazo se cumplía en octubre de 1899, así que no era el momento. La segunda situación tendría lugar si surgía la necesidad de cubrir vacantes en el gobierno. No era el caso tampoco. La tercera, si era preciso ratificar un hipotético tratado de paz con España. La cuarta, si España abandonaba el país sin negociar la paz.

La intervención de los Estados Unidos en la guerra había descolocado a la planificación constitucional porque no se daba claramente ninguna de las cuatro situaciones. Podría entenderse que la cuarta era la que más se asemejaba a la realidad, pero en ese mismo artículo, el 41, se añadía que “esto sucederá cuando los ejércitos cubanos ocupen permanentemente todo el territorio de la isla, aun cuando el enemigo retenga en su poder algunas fortalezas”. Nada más alejado de la realidad que esta última condición.

La postura de Silva puede parecer impopular o poco estratégica pero no carecía de cierto fundamento. El Consejo de Gobierno no pudo hacer otra cosa que aceptar su renuncia y convocar a la que sería conocida primero como Asamblea de Representantes de Santa Cruz del Sur y luego como Asamblea del Cerro, cuya interesante historia no corresponde hacer ahora, por más que apremie a muchos.

¿Pretendía Manuel Ramón Silva entregar el país a los americanos sin penas ni glorias? Su trayectoria posterior indica todo lo contrario, pero debatir acerca de sus intenciones requeriría un esfuerzo de investigación superior, además de espacio y tiempo de los que no disponemos ahora. Lo cierto es que en una carta a Méndez Capote explicó su renuncia indicando que ni el derecho interno ni el internacional amparaban la convocatoria de la Asamblea.

Asamblea a la que fue elegido, una vez más por el 3er Cuerpo de Ejército, pero a la que no asistió, renunciando así a su designación. Así llegó la paz para Silva y la vuelta a la vida civil que le traería nuevas experiencias, esta vez en la actividad educativa. A través de una orden militar, el gobierno de ocupación restableció los Institutos de Segunda Enseñanza en Santa Clara, Puerto Príncipe y Santiago de Cuba. Manuel fue designado en la propia orden para ocupar la cátedra de Anatomía, Fisiología e Higiene e Historia Natural y junto a la cátedra le correspondería dirigir el Instituto.

Por satisfacer una curiosidad natural del lector y para entender mejor los paradigmas educativos de la época, relaciono a continuación las demás cátedras del plantel: Gramática Castellana; Gramática Latina; Geografía Universal e Historia de América y Cuba; Historia Universal e Instrucción Cívica; Retórica y Poética, Psicología, Lógica y Ética; Aritmética Razonada y Física; Geometría, Álgebra y Trigonometría, etc. (sic); Química y Agricultura; Inglés y Francés (cuatro cursos cada una). Entre los profesores designados para ocupar una cátedra en el Instituto de Segunda Enseñanza de Santiago de Cuba estaría José N. Ferrer, quien también participaría en los debates de la Constituyente de 1901.

Su candidatura y elección a la Convención Constituyente en 1900 se deben en buena medida a su prestigio como médico y luego como oficial mambí, pero también tiene un gran peso su desempeño en el Instituto de Segunda Enseñanza. El hombre que había sido elegido para dos asambleas anteriores, incluso una con cuya existencia no estaba de acuerdo, acompañaría ahora a Salvador Cisneros como únicos delegados por Puerto Príncipe, muy pronto Camagüey, a la redacción de la nueva ley fundamental de la futura República. Queda, como es lógico, mucha historia de Manuel Ramón por contar. Su elección al Senado de la República, a la gobernación provincial y su destitución por los americanos ante una actitud suya muy parecida a la que tuvo frente a la Asamblea de Santa Cruz del Sur, pero ya será el momento de ver todo esto cuando lo recordemos en el aniversario 105 de su muerte, el próximo 12 de febrero. Sigan con nosotros.       

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *