
Sus ambiciones intelectuales no le impidieron lanzarse a la manigua en plena juventud. El fin de la carrera militar lo llevó de vuelta a la universidad. Se tituló de abogado, pero fue el periodismo el complemento perfecto a su fama de joven guerrero. Era, sin embargo, y ante todo, un eficacísimo orador. A la Convención llegó con la etiqueta de peso pesado de la oratoria cubana, el rival a derrotar en las lides verbales del cónclave. Probablemente solo Eliseo Giberga tenía un prestigio comparable. Las colisiones entre ambos están entre las páginas más interesantes del Diario de Sesiones. Eso sí, la personalidad de Sanguily por sí sola llenaba el salón del Teatro Martí. Cuando intervenía se convertía de pronto en el protagonista de la escena. Su carisma era indudable, aunque no del tipo que atrae seguidores incondicionales y multitudinarios.
Manuel nació en La Habana el 26 de marzo de 1848 y era el menor de tres hermanos. El origen de sus padres es confuso en la bibliografía. Algunos simplemente aluden a su origen francés. Otros afirman que su padre era francés y la madre inglesa. También los hay que dicen que el padre había nacido en Cuba, pero contaba con ascendencia francesa. Al parecer el apellido Saint-Guilly había devenido Sanguily en el trasiego idiomático. La madre suele ser presentada como inglesa de Manchester, pero hay quien la hace irlandesa.
Algunas fuentes aseguran que el mayor de los hermanos, Guillermo, no era hijo del mismo padre que los otros. Al parecer la madre lo había tenido a los 16 años con un individuo de apellido Murdoch. Se ha llegado a decir que se trata del mismo que figura como padrino de bautismo del niño en 1844, Guillermo o William Murdoch. Otros mencionan la llegada del matrimonio Sanguily Garrite a Cuba, procedente de Haití, en esa década. En cualquier caso, Julio, el hermano del medio que curiosamente era el que llevaba el mismo nombre del padre, nació el 9 de noviembre de 1845. Dos años y unos meses después nació, como decíamos antes, Manuel.
Los niños quedaron huérfanos de padre en 1850. La madre murió unos cuatro años más tarde. Quedaron entonces a cargo de… William Murdoch. Se supone que Manuel estudió parte de su enseñanza elemental en el colegio “El Salvador”. El mismo que fundara José de la Luz y Caballero. También parece que Murdoch quiso que los niños completaran su educación en los Estados Unidos. Es posible que algún breve período de su infancia transcurriera en ese país. En el caso de Manuel, se dice que a los 16 años no quería marchar a España a estudiar, como deseaba su tutor. Parece que planeaba escapar de casa. Un encuentro fortuito con el entonces director de “El Salvador”, José María de Zayas, le garantizó un empleo como profesor del colegio. Transcurría el año 1864, Luz y Caballero había fallecido en 1862.
Un tiempo después, Manuel matricularía derecho en la Universidad. Su hermano Guillermo seguiría el camino trazado por Murdoch. En Boston estudiaría artes navales y acabaría estableciéndose en Sidney, Australia, después de sobrevivir a uno de los naufragios más sonados de la época. Se especula que llegó a ser alcalde de la ciudad, pero no hay pruebas al respecto. El segundo hermano, Julio, permanecería cerca de Manuel el resto de su vida. Ambos marcharían a los Estados Unidos al estallar la Guerra Grande y volverían en una expedición para unirse a las tropas independentistas.
La expedición, con 83 hombres y abundante material de guerra, desembarcó por el litoral norte de Camagüey en diciembre de 1868. Estaba encabezada por Manuel de Quesada, un camagüeyano, cuñado de Carlos Manuel de Céspedes, que había alcanzado el grado de general en el Ejército Mexicano. Había peleado como parte de las tropas liberales encabezadas por Benito Juárez en la Guerra de Reforma y la Segunda Guerra Franco-Mexicana. Manuel sería designado su secretario. La Asamblea de Representantes del Centro, órgano dirigente de la Revolución en Camagüey, lo designaría para presidir una comisión que se entrevistaría con los villareños. El objetivo era unificar la dirección de la revolución y discutir la futura forma de gobierno. Este proceso fue muy delicado en tanto garantizó el predominio de la facción que apoyaba un gobierno civil y democrático fuerte en la futura constituyente.
Al celebrarse la Asamblea Constituyente de Guáimaro, en el mes de abril de 1869, Céspedes sería designado presidente de la República en Armas. Quesada sería el primer general en jefe del Ejército Libertador. Manuel ya servía junto a su hermano en la caballería camagüeyana que alcanzaría un inmenso prestigio poco después. En noviembre de 1869 ya era teniente coronel.
En diciembre, Manuel de Quesada sería depuesto por la Cámara de Representantes tras numerosos desencuentros. El argumento empleado fue que albergaba planes dictatoriales. Lo cierto es que había numerosas partidas en juego. Además de la tirantez entre la cámara y el propio presidente Céspedes, a Quesada se le acusaba de manchar la imagen de la Revolución. Se dice que había intentado llegar a un acuerdo con los jefes españoles para que los prisioneros cubanos no fueran asesinados. Al no lograrlo, había decidido adoptar la misma política que ellos. En un episodio sangriento ordenó la ejecución de 67 prisioneros españoles que supuestamente se habían unido a las tropas cubanas tramando traicionarlas. Quizá de ahí provenga la leyenda de los 600 crucificados que circulaba en el senado estadounidense cuando se discutía la Resolución Conjunta de 1898.
Manuel Sanguily, por su parte, siguió sirviendo junto a su hermano, bajo el mando de Ignacio Agramonte, hasta la muerte de este en 1873. A mediados de 1874 fue electo a la Cámara de Representantes. Sirvió desde agosto de 1874 hasta enero de 1875 cuando renunció para unirse a las fuerzas de Máximo Gómez en su invasión de Las Villas. Fue ayudante de Gómez, jefe de despacho de la Primera División del Tercer Cuerpo y presidente de la Corte Marcial. Integró la comisión que se entrevistó con Vicente García en junio de 1875 tras la sedición en Lagunas de Varona. Como resultado de este acontecimiento, Salvador Cisneros Betancourt fue reemplazado por Juan Bautista Spotorno en la presidencia de la República en Armas. La había ocupado desde la destitución de Carlos Manuel de Céspedes en octubre de 1873.
Spotorno promulgó el famoso decreto mediante el cual se ordenaba someter a la pena máxima a quien viniera con propuestas de paz sin independencia. Al parecer, la aplicación de esta política marcó el distanciamiento definitivo de Manuel con Máximo Gómez. Era legendaria la facilidad con la que el dominicano acudía al castigo corporal e incluso a la pena de muerte. El Decreto Spotorno sería aplicado por él inexorablemente. En el futuro volverían a encontrarse en varias ocasiones, pero siempre con un rencor sordo, contenido, de dos que se detestan en lo profundo. Aunque el general se consideraría siempre víctima de la injusticia e incomprensión del menor de los Sanguily.
Manuel ascendería a coronel en marzo de 1876, pero ya para 1877 la guerra languidecía del lado cubano. El Decreto Spotorno cobraba sus víctimas. Los Sanguily marcharían a los Estados Unidos con la misión de preparar una expedición. Como asistente de su hermano Julio, saldría para Jamaica en enero de 1877. De ahí marcharían a Nueva York para tratar de recaudar fondos con los que financiar una expedición. En septiembre, una delación española provocó que las autoridades estadounidenses los detuvieran y frustraran la salida del vapor que habían conseguido. En medio de las reclamaciones legales del caso, los sorprendió el Pacto del Zanjón de 10 de febrero de 1878.
La paz puso en una disyuntiva a la mayoría de los altos oficiales independentistas. Marchar al exilio o permanecer en Cuba e integrarse a la nueva vida política que las reformas introducirían en el país. Sanguily estuvo entre los que no escogió ni lo uno ni lo otro. Regresó a Cuba, pero no se integró en el movimiento autonomista. Siempre gustó de tomar decisiones propias aunque significaran quedarse solo. A veces quedarse solo, distinguirse de ese modo radical, era su única motivación. En Cuba vino a ser abiertamente separatista y nunca lo ocultó. Primero terminó la carrera de derecho en España, aunque ejercerlo no era su objetivo primordial. La atracción de las letras, el arte, la literatura, el periodismo, determinaron su futuro inmediato.
De inmediato comenzó a labrarse un gran prestigio como escritor. Colaboró en la prensa habanera de la época. Participó en los debates. Se enfrentó a la omnipresente censura. Llegó a fundar una revista, Hojas Literarias, que publicó entre el 31 de marzo de 1893 y el 31 de diciembre de 1894. En un par de ocasiones fue incluso procesado por el contenido publicado que creaba él mismo casi en su totalidad. Así se cimentó la fama de escritor de Sanguily. Sería mejor conocido, no obstante, como orador.
Es difícil imaginar la importancia que tenía la oratoria en aquellos años. Es la época del ascenso del espíritu democrático en Europa, América y buena parte del mundo. Es necesario comunicarse a través de la palabra hablada con masas cada vez más numerosas. Llegar a donde la palabra escrita no llega. No existen, sin embargo, los medios de difusión masiva que tenemos hoy, ni siquiera dispositivos de megafonía adecuada. Existe la plaza pública, el teatro, el salón académico y los oradores, los buenos oradores, son las estrellas de ese dominio intelectual.
La oratoria llegaba a todos los estratos sociales. Los temas no sólo abarcaban la política y la religión. También las difusión del conocimiento científico, de la historia, la crítica artística y literaria, se valían de la oratoria para comunicar con grandes auditorios. Grandes para la época, en tanto, por razones obvias, se hacía difícil conectar desde la tribuna con algo más que unos pocos miles de asistentes.
La oratoria era, por supuesto, algo más que hilvanar un discurso, más o menos improvisado. La contingencia podía promover improvisaciones, pero no era el ideal de la época. Se buscaba la forma perfecta siguiendo la tradición clásica, y por lo tanto era común una larga y concienzuda preparación. En Hispanoamérica, la oratoria se había convertido en una de las piedras angulares de la vida pública. Ya fuera un discurso de tema político, religioso o académico, concienzudamente preparado. Ya fuera el impromptu más o menos espontáneo del banquete o el mitin. El público atendía a la palabra vertida en elocuciones, a veces complejísimas, con atención reverente. Se dejaba llevar por las emociones y los arranques del orador efectista. Cultivaba la escucha y la atención como el que va al teatro a ver un drama y a veces aprobaba, interpelaba o interrumpía, participaba siempre.
Sanguily dominaba a la perfección los cinco pilares de la oratoria clásica. Inventio (invento), Dispositio (disposición), Elocutio (elocución), Memoria (memoria) y Pronuntiatio (pronunciación). Era en la Pronuntiatio donde conseguía sus mayores éxitos. No bastaba con encontrar un tema para el discurso, estructurar su tratamiento, encontrar metáforas agradables con que adornarlo y memorizarlo a la perfección. Era necesario comunicarlo con la dicción adecuada, con la entonación que iluminara el texto a veces enrevesado. El orador precisaba de una voz clara que pudiera manejar para comunicar ideas y emociones más allá de la letra. La mirada, el semblante, el gesto, la pausa, eran todos recursos que de saberlos manejar garantizaban el éxito. La oratoria no era un arte puramente literario. También era esencialmente performático. La lectura de un discurso rara vez hace justicia a la fama del orador. Una idea, una emoción mal formulada, podía ser efectivamente comunicada con el gesto.
La fama de Sanguily creció aún más durante la guerra. El ambiente enrarecido en la isla provocó la clausura de Hojas Literarias en diciembre de 1894. En febrero de 1895 su hermano, que lideraría el alzamiento en La Habana, cayó prisionero. Manuel estaba en desacuerdo con la sublevación y decidió no unirse. La prisión del hermano lo llevó, sin embargo, a los Estados Unidos, a gestionar su liberación en tanto era ciudadano de ese país. Una vez en Nueva York, se fue involucrando paso a paso en las actividades de los grupos independentistas. Finalmente, daba discursos en los clubes revolucionarios y asistía en las labores de propaganda y recaudación de contribuciones.
Aunque al principio no simpatizara mucho con Martí, el 10 de octubre de 1895 celebró la fecha con un discurso sobre él y Céspedes. Su hermano, mientras tanto, tenía la sombra de la sospecha sobre sí. Algunos especulaban que había vendido el alzamiento del 24 de febrero a cambio de oro español. Era dado a la juerga con bebida, mujeres y sobre todo el juego de la baraja que lo tenía siempre empeñado. Se dice que mantuvo contacto con la embajada española en los Estados Unidos y luego ofreció sus servicios al gobierno estadounidense. Esta mala fama que iba creciendo tras bambalinas nunca se hizo del todo pública y no afectó la carrera política del hermano.
En cuanto a Manuel, por fin regresó a Cuba en 1898 y fue electo a la Asamblea de Representantes de la Revolución Cubana. Hemos hablado numerosas veces de esta Asamblea en tanto en ella participaron varios futuros delegados a la Convención de 1900. Vale señalar que Sanguily, junto a Juan Gualberto Gómez, fue uno de los mayores instigadores de la destitución de Máximo Gómez.
El Gobierno Militar lo nombró director del Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana. Recordemos que otro delegado, Manuel Ramón Silva, también era director de un Instituto de Segunda Enseñanza, el de Camagüey. Sanguily se insertaría en la vida política posterior a la disolución de la Asamblea de Representantes a través del Partido Republicano de La Habana. Recordemos que frente a la formaciones republicanas estaba el Partido Nacional Cubano, auspiciado por Máximo Gómez. Como miembro del Partido Republicano fue elegido a la Convención Constituyente el 15 de septiembre de 1900.
De las actividades de Sanguily durante la Convención hay mucho que decir en nuestro podcast. Fue uno de los miembros más activos. Es raro el debate en el que no interviniera. Mantuvo una vida política intensa el resto de su vida. Presidió el Senado de la República, fue secretario de despacho en gabinetes liberales y conservadores. Siguió escribiendo y pensando sobre Cuba. Pero sobre todo esto hablaremos al conmemorar su nacimiento el 26 de marzo. Hoy conmemoramos su muerte, acaecida en La Habana el 23 de enero de 1925, hace cien años.
Fuentes consultadas:
Márquez Sterling, Manuel. Hombres de Pro. Siluetas políticas. Imprenta El Mundo. La Habana, 1902.
_____________________. Proceso histórico de la Enmienda Platt. Imprenta El Siglo XX, La Habana, 1941.
Rodríguez, Rolando. Cuba, las máscaras y las sombras. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2007.