Caricatura de Ernesto Ardura por un autor no identificado, para el texto La Gran Habana, publicado en El Mundo en 1947 (tomada del repositorio digital de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana).

✍ Ernesto Ardura

Segunda parte de la conferencia impartida por Ernesto Ardura, periodista de El Mundo, en el Aula Magna de la Universidad de la Habana, el 10 de mayo de 1955.

Misión de cultura

Con frecuencia se ha dudado que el periodismo sea un instrumento de cultura. A esa mala reputación ha contribuido mucho un ensayista tan agudo como José Ortega y Gasset, quien en una conferencia famosa afirmó que “el periodista es una de las clases menos cultas de la sociedad presente” y que “el periodismo ocupa el rango inferior en la jerarquía de las realidades espirituales”[1].

Extraña que estas palabras hayan salido de un escritor que no ha dejado de ser periodista a todo lo largo de su brillante carrera y que debe precisamente a los diarios la gran difusión de su pensamiento. Es más, su propio ejemplo de filósofo asomado a las páginas de los periódicos es una desmentida de su enfática andanada contra la prensa.

Ahora bien, es posible que Ortega y Gasset tuviese algo de razón en su alegato, muy interesante en este caso, porque precisamente exhortaba a la Universidad para que supliese las deficiencias del periodismo y enfocara los grandes temas del día desde su punto de vista propio —cultural, profesional o científico.

La Universidad de la Habana, al menos, está preocupada por llevar a cabo esa función de cultura, como lo prueban este curso, las exposiciones, el cine, el teatro y otras actividades. Pero la alta misión espiritual que Ortega asigna a la Universidad no obsta para que el periodismo pueda realizar a su vez una labor de divulgación de las ideas y de los hechos culturales.

Hay que reconocer que tal empresa ha estado casi abandonada. Apenas las noticias culturales ocupan un lugar en los periódicos. No hay secciones de comentarios de libros. Todo esto es cierto y acaso a ello aludía Ortega y Gasset cuando disparó sus proyectiles dialécticos contra el periodismo. Pero el hecho de que tal misión no se cumpla o se realice muy imperfectamente, no es motivo para deducir que debemos prescindir de la misma.

La verdad es todo lo contrario. Se requiere que la prensa ponga todo su poder divulgador al servicio de la cultura, entendida esta en el sentido que la definía el historiador Jacob Burckhardt, “como la suma total de los procesos espirituales que se desarrollan en una forma espontánea”. El pueblo acaso no se haga más culto con lo que publiquen los periódicos, pero sí será educado con una mayor sensibilidad para apreciar las manifestaciones del pensamiento y del arte. La función cultural de la prensa no es, a mi juicio, la de enseñar con metodología didáctica, sino la de despertar inquietudes que luego vayan a satisfacerse en el libro, en el concierto, la exposición o la conferencia. Como agente incitador de curiosidades, creo que no hay ninguno que supere a la prensa.

Y que la prensa está en ese camino de emparentarse más con la cultura lo prueban algunos síntomas, como ese reciente de la difusión brindada a la invención de la vacuna contra la poliomielitis. Los periódicos han recogido alegatos, han divulgado la vida del doctor Salk, han convertido en una actualidad muy viva el hallazgo científico. Con esto se ha hecho un gran servicio a la humanidad y sólo los periódicos eran capaces de realizar la tarea. De otro modo, el gran acontecimiento hubiese permanecido ignorado por la opinión pública.

Vasta es la misión cultural que puede realizar la prensa, desde la reseña de conferencias, exposiciones, conciertos y otros actos, hasta la difusión de las ideas que, en el orden literario, científico o artístico, se debaten en el mundo de hoy. Hay que llevar las antenas del saber hasta los últimos rincones y despertar la sensibilidad del pueblo, para lo cual se requiere una preparación muy amplia en los que desempeñan esta profesión.

Yo no soy de los que opinan que basta con dar al lector cualquier cosa, aunque sea grosera y chabacana, si en esa forma se venden ejemplares de periódicos. La prensa tiene una gran responsabilidad y debe procurar que su labor sea beneficiosa y educadora. La gente tiende a guiarse por lo que ve en la letra de molde. Si el mensaje que encuentra en la prensa es constructivo, acabará por sensibilizarse ante esas incitaciones y evolucionar hacia un nivel de cultura más alto.

Un ejemplo ilustrará mejor lo que puede la persistencia en estos empeños. Ustedes recordarán la época, aún no muy lejana, en que ningún empresario de cine quería exhibir películas europeas, porque no era negocio, ya que el público no asistía. Sin embargo, la tenacidad de algunos en calorizar ese género de cintas cinematográficas ha obrado el milagro contrario: que las películas europeas llenen las salas y que ofrezcan las mejores ganancias.

Yo entiendo, quizás con un poco de optimismo, que también las noticias culturales y los artículos literarios y científicos llegarán a vender muchos ejemplares de periódicos, y que el lector se acostumbrará tanto a ellos, que los reclamará como un servicio periodístico indispensable. La prensa será así un índice y reflejo de la cultura viva de su tiempo.

Libertad de prensa

Esa intensa y extensa opinión que corresponde a la prensa realizar depende en gran medida de las condiciones que rijan su desenvolvimiento. Si está sometida, como ocurre con los países totalitarios y en las dictaduras latinoamericanas, a las preceptivas del poder, su acción es delegada e incolora. El periodismo deja de tener influencia efectiva en la opinión pública y se convierte en un negociado más de las oficinas del estado.

La libertad de prensa es una de las más grandes conquistas de la civilización. Su importancia radica no sólo en el hecho de que permite contar con periódicos independientes, para ejercer la libre crítica y formar una opinión pública responsable, sino en que es una garantía del sistema de derechos individuales. Cuando no hay libertad de prensa, todo el régimen de libertades está amenazado de morir. Con razón ha dicho Harold Laski que “un pueblo sin noticias que merezcan crédito es, más tarde o más temprano, un pueblo sin una base de libertad”.

En las naciones democráticas, el concepto de libertad de prensa ha llegado a alcanzar una gran latitud. No hay restricciones a priori de la misma, porque ello sería una forma de censura. Cualquier responsabilidad legal en que pueda incurrir un periódico es determinada siempre a posteriori y mediante decisiones judiciales. Así lo establece, entre otras constituciones modernas, la nuestra de 1940, que en su artículo 33 determina que “toda persona podrá, sin sujeción a censura previa, emitir libremente su pensamiento, de palabra, por escrito o por cualquier otro medio gráfico u oral de expresión”.

El derecho de libertad de prensa es de tal amplitud en los regímenes democráticos, que se acepta que la crítica de los actos gubernamentales, aun cuando no sea veraz, no constituye delito. Porque un periodista puede equivocarse, con buena fe, en la exposición de un hecho.

Ahora bien, la libertad de prensa no autoriza para incitar a la rebelión contra el gobierno o para calorizar actos de violencia que perturben la paz. Tampoco permite la ley que se utilice para cometer el delito de libelo, es decir, la difamación de una persona, mediante calumnia o injuria. El periodista que incurra en esas figuras delictuosas está sometido a la acción penal.

Hay otras restricciones de la libertad de prensa que caen dentro del terreno de la moral. Ningún periódico que se precie de serlo publica en sus páginas material obsceno, porque esta es una forma de corromper las costumbres y llevar a la anarquía social. Pero las normas al respecto provienen más bien del propio sentido de responsabilidad de la prensa, que de leyes escritas, aunque en algunos países la legislación prohíbe expresamente toda publicación inmoral.

Fijaos que aún en los casos de delitos flagrantes, la libertad de prensa no admite restricciones previas. Sólo después de cometida la infracción, puede ejercerse la acción legal para sancionar el daño causado a la sociedad, o a un individuo en particular. Sin duda, esta institución de la libertad de prensa es una de las más grandes creaciones de la sociedad moderna. Para los países que no la han disfrutado nunca, acaso deje de tener importancia. Mas en aquellos pueblos afortunados que han podido saborear las delicias de esta libertad y asomarse cada día a las noticias, sin que se oculten o mixtifiquen, la libertad de prensa es un bien del cual no pueden prescindir.

El cuarto poder

Se dice con reiteración que la prensa es un cuarto poder. Para que lo sea efectivamente, la prensa tiene que cumplir sus funciones a plenitud. Debe saber administrar la libertad, que la ley le reconoce, en beneficio colectivo. Los periódicos no son sólo empresas privadas, sino entidades de servicio público, con responsabilidades muy complejas que asumir.

No basta con que, todos los días, salga a la calle una determinada cantidad de papel impreso. Lo importante es el espíritu que anime esas páginas, la veracidad en la presentación de las noticias, los comentarios sinceros y enérgicos. Muchas veces la alta misión del periodismo se ve lastrada por el miedo o la timidez en el enfoque de los temas. Se establece dentro del propio diario una especie de autocensura, para impedir el más pequeño desbordamiento. Este estilo de periodismo, que quizá se justifique en determinados de gran peligro o crisis del país, no es el que corresponde a la prensa que aspire a cumplir con entereza sus deberes.

Otras veces el periodismo debilita su acción por exceso, al dedicarse casi exclusivamente al escándalo. Es nocivo y repudiable que se falte a la verdad, que se lastime sin pruebas la reputación de las personas, que se violen las reglas éticas. La responsabilidad moral de la prensa es tan necesaria como su decisión para criticar los abusos y cumplir con valentía su misión de orientar a la opinión pública.

Del equilibrio, inteligencia y grandeza con que ejerza sus cotidianas tareas, depende que la prensa sea ciertamente un cuarto poder. Porque como dijimos al principio, su autoridad no depende de la coacción, sino de factores espirituales. El estado puede, en cualquier momento, hacer cumplir una disposición, aunque sea injusta y contraria a la opinión general, pero la prensa no puede hacer triunfar un criterio si este no se inspira en la verdad, el bien y las conveniencias del pueblo.

Por otra parte, las relaciones entre el periódico y la opinión pública son muy sutiles y delicadas. Es una especie de interacción, de influencia mutuamente ejercida. La prensa debe recibir los latidos de la sociedad, pero al mismo tiene que orientarlos en la mejor dirección. Nunca se sabe a ciencia cierta si es la prensa la que crea la opinión pública o si es esta la que se refleja en la prensa. La verdad, debe ser una combinación de ambas actividades. Prensa y opinión pública son una ecuación que funciona en beneficio de la colectividad y que sirve de garantía al gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.

Todo lo anterior indica hasta qué punto el poder de la prensa es, más que una conquista definitiva, una posibilidad que depende de la eficacia con que lleve a cabo la compleja misión que le está encomendada, como agente espiritual de miles de lectores anónimos.

Prensa y universidad

No quiero terminar estas palabras sin antes señalar la importancia y la utilidad práctica que se derivan de este trabajo en colaboración entre universitarios y periodistas, que creo servirá de base para relaciones más permanentes y de fecundo alcance.

La Universidad de la Habana tiene una larga tradición de esfuerzos culturales y de servicios a la comunidad. Ha sido, en las épocas de dificultades y sombras, un refugio de la dignidad cubana, un insobornable bastión de los ideales del pueblo. Por eso ha llegado a convertirse, como decía al principio, en un poder espiritual, que ha señalado los rumbos de nuestro destino histórico. No me refiero aquí solo a la gallarda actitud de los estudiantes, sino al cuerpo universitario como institución, que bajo la rectoría, en los últimos años, de un cubano tan eminente como el doctor Clemente Inclán, ha logrado mantener una invariable línea de decoro y lealtad a los principios fundamentales de la República.

También la prensa responsable de Cuba ha sabido defender esos mismos principios y servir de intérprete de la opinión pública cuando parecían cerrarse los caminos de la libertad. El ejemplo de firmeza ideológica que se desprende de esas actitudes ha contribuido en gran medida a fortalecer la fe en valores espirituales que son consustanciales a nuestro pueblo.

Yo estoy seguro que esta Universidad y la prensa cubana seguirán cumpliendo con su deber y haciendo su tarea fecunda: la de sembrar curiosidades intelectuales, la de informar, formar y orientar, la de madurar ideas que sirvan para el progreso y el bienestar de la colectividad. Aunque es esta una empresa larga, difícil y poco espectacular, sin embargo sus resultados serán los más beneficiosos en definitiva, porque han de traducirse en la superación de la conciencia nacional.

Ernesto ArduraPardal (La Habana, 1917-Virginia, Estados Unidos, 1993). Periodista, ensayista y abogado. Ingresó en la redacción del diario El Mundo en 1942 y llegó a ser su director. Con el artículo “Fervor de América” recibió en agosto de 1947 el Premio Periodístico “Enrique José Varona”, y en 1953 su texto “Oración en silencio” recibió el Justo de Lara. Colaboró en publicaciones como Bohemia y Revista Cubana e impartió conferencias en el Lyceum y Lawn Tennis Club, en la Universidad de La Habana y en otras instituciones. Autor de Prédica ingenua; ensayos y comentarios de interpretación nacional (1954) y de Misión de la prensa (1955), así como de la selección y el prólogo de Bregas de libertad (1950), de Manuel Sanguily. En 1956 integró el Consejo de Gobierno de la Asociación Cubana del Congreso por la Libertad de la Cultura. Se opuso a la dictadura de Batista. Tras el triunfo revolucionario de 1959 marchó a establecerse en los Estados Unidos, donde publicó América en el horizonte: una perspectiva cultural (1980) y Cuba y su destino histórico: reflexiones sobre su historia y destino (1989).


[1] José Ortega y Gasset: Misión de la Universidad, Revista de Occidente, Madrid, 1930.

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