✍ Ernesto Ardura
Primera parte de la conferencia impartida por Ernesto Ardura, periodista de El Mundo, en el Aula Magna de la Universidad de la Habana, el 10 de mayo de 1955. (Publicado en Misión del periodismo, Ediciones Memoria, 2023)
Señor Rector Magnífico de la Universidad de la Habana,
Señor Decano de la Facultad de Ciencias Sociales y Derecho Público,
Señoras y señores:
El hecho de que la Universidad y la prensa de Cuba se concierten para una empresa de esta clase tiene, a mi modo de ver, una especial significación. Son precisamente la Universidad y la prensa los dos poderes espirituales más activos e influyentes con que cuenta nuestro país. He dicho poder y ya siento un poco de preocupación. Pero fijaos que se trata bien de un poder social que carece en lo absoluto de coacción. Ni la Universidad ni la prensa han impuesto sus ideas a la colectividad, por lo que podemos estar tranquilos. Pero en cambio, las ideas enarboladas en estas aulas y las que la prensa ha transmitido, con su terquedad cotidiana, son las que han guiado en gran medida nuestro destino histórico. Por eso puedo decir en seguida, sin temor de proclamar una herejía o algo subversivo, que si alguien ha mandado en Cuba en los últimos tiempos, o mejor dicho, si alguien ha sido obedecido con entusiasmo y adhesión casi unánime, ese privilegio corresponde a la prensa y la Universidad.
Porque, señoras y señores, no manda en una colectividad determinada sólo el que tiene en sus manos los instrumentos represivos. La fuerza supone, cuando más, un mando artificial y aleatorio. Mandar, en su profundo sentido, significa influir en las conciencias, ser respetado y obedecido de un modo espontáneo. Se trata de un proceso espiritual bien complejo. En Cuba, la vocación de mando en su genuino alcance, sólo demuestran haberla tenido, como instituciones, estos dos poderes espirituales que convergen aquí.
Ni aún el Parlamento, institución democrática por excelencia, ha tenido empeño alguno en mandar, sino casi siempre en todo lo contrario. Porque ha estado más cerca de los reclamos sectarios que de las corrientes de opinión pública.
Pero no creáis que el objeto de esta conferencia es abordar el tema escabroso de quién manda en Cuba. Solo quiero partir del hecho de que la Universidad y la prensa son poderes que ejercen gran influencia espiritual en el país y que, por ese motivo, resulta alentador verlos en conjunción de esfuerzos. Mi tarea aquí en la tarde de hoy es un poco la de poner, en esta alegría de colaboración, unas cuantas gotas de esencia meditabunda sobre la misión que a la prensa corresponde realizar.
Viejo es ya el periodismo como son viejas las universidades. Desde antes de Cristo se redactaban periódicos. El más antiguo diario conocido se le atribuye a Julio César, que fue sin duda una alta mentalidad política. Ordenó que diariamente se escribiesen las transacciones del Senado, en una tabla que se exponía al público. Este es el más lejano antecedente de esos grandes periódicos que hoy, en una noche, consumen más papel que todo el que estuvo a disposición de la humanidad durante la época Antigua y el Medioevo.
Pero aquel periodismo primitivo y raquítico era solo un paliativo para la curiosidad del hombre. Es de suponer que florecerían los chismes, los rumores, las “bolas”. Sabe Dios cuántas versiones habría de los amores de Cleopatra y Marco Antonio, o de los caprichos de Nerón, o de las bacanales de los emperadores. Muy mal informados debieron estar nuestros remotos antepasados y acaso ello explique la incertidumbre con que hoy contemplamos muchos acontecimientos históricos.
El periodismo moderno es un producto directo de la invención de la imprenta. Así como el Descubrimiento de América ensanchó los horizontes físicos del mundo, la tipografía vino a darle una amplitud insospechada a la difusión de las ideas y las noticias. Se reveló para el hombre un nuevo mundo espiritual, que ponía a disposición de los estudiosos todo el vasto caudal de la sabiduría antigua y que facilitaba el conocimiento más directo de las cosas. El periodismo fue desde entonces factor de aglutinación, de mejor conocimiento entre los individuos y pueblos.
Apenas se concibe que pueda funcionar la compleja sociedad moderna sin la existencia de la prensa. Esta es como el sistema circulatorio que lleva a los rincones del organismo social aquellas noticias e ideas que son indispensables para la convivencia. Si el régimen circulatorio deja de funcionar, las partes del cuerpo colectivo se aíslan y quedan sometidas a una anquilosis. No es exagerado, por tanto, concebir la prensa como un poder social, tan necesario como el del estado, cuyo mejor funcionamiento es indispensable para la salud y el progreso de la nación.
Añadid además que las modernas democracias necesitan contar con ciudadanos bien informados, por lo menos, de modo que la opinión pública pueda decidir en forma juiciosa los graves problemas del procomún. Si se quiere de verdad que el pueblo sea soberano, es indispensable que tenga una preparación mínima para que ejerza con responsabilidad sus derechos democráticos. La prensa actúa así como uno de los factores esenciales, pues forma la opinión pública en gran medida, y al mismo tiempo la refleja. Es una electricidad que hace vibrar e ilumina los corpúsculos profundos de la sensibilidad colectiva.
La prensa va aliada a la democracia como su inseparable compañera. Por eso los dictadores suelen comenzar casi siempre por suprimir la libertad de informar y de opinar. Creen que así, cortando las arterias espirituales de la sociedad, pueden medrar mejor. Y lo logran sólo transitoriamente, como lo revela la experiencia histórica.
Misión de informar
La primera y básica misión que corresponde a la prensa es la de informar. Puede redactarse un periódico sin editoriales —en Cuba los hay— pero no sin noticias. La avidez más general del lector es la de enterarse de lo que ocurre en su derredor y en el mundo, para así satisfacer su instinto de curiosidad.
Los diarios modernos dedican una gran atención a las noticias. De la capacidad que se despliegue para obtenerlas y presentarlas con objetividad y en forma atractiva, depende en gran medida el éxito de la empresa periodística.
El concepto de noticia es bien difícil de definir y está sujeto a muchas disquisiciones. Se ha afirmado que de la noticia hay casi tantas definiciones como del amor, lo cual es ya mucho decir. El Diccionario de la Academia Española explica que “es una novedad que comunica”. Aquí tenemos un elemento esencial, el carácter de nuevo, de actualidad. La noticia es un personaje que está naciendo y muriendo todos los días. No envejece, no dura apenas unas horas. Cuando cumple su misión de enterar a todos, deja el lugar para que vengan otras novedades a cautivar la atención del lector.
Pero desde luego no todo lo novedoso es noticia. Cada día ocurren miles de hechos que los periódicos no recogen. Para que un suceso cualquiera tenga carácter noticioso es indispensable que interese por alguna cualidad específica, que se separe de lo cotidiano y normal. Pongamos un ejemplo que la actualidad nos brinda. Todos los días hay gatas que traen al mundo su prole. Ningún periódico, sin embargo, ha tenido la idea de reportar sus alumbramientos. Pero hace unas semanas ocurrió que una de ellas, en un alarde genésico, dio a luz cuatro gatitos siameses. Y allá los periódicos se dieron gusto llevándola a primera página, dedicándoles informaciones especiales, confiriéndole la categoría de personaje de la noticia.
Esto es lo que pudiéramos denominar la calidad psicológica de la noticia para interesar al público. Se trata de algo un poco sutil y que queda a la valoración del periodista. En el mismo caso de la gata de cuentas, la noticia de su alumbramiento llegó a la redacción de un periódico —bien lo recuerdo— en una noche llena de trajines. Hubo dudas sobre si valía la pena ir hasta un lugar apartado para traer al papel el testimonio de la ocurrencia felina. Se hacían necesarios un repórter y un fotógrafo para esa labor, los cuales, a lo mejor, se requerirían también para otras urgentes tareas. Pero se decidió —y pienso que con buen juicio— que aquello valía la pena, y se hizo, y al otro día era una noticia en que muchos lectores estaban interesados y que otros periódicos se ocupaban de destacar.
He puesto este ejemplo para que ustedes vean cómo en la noticia siempre hay un factor psicológico que consiste en descubrir lo que interesa al lector. Acaso en una sociedad menos sentimental que la nuestra, el alumbramiento de una gata no hubiera merecido tal destaque ni suscitado la reacción que entre nosotros produjo.
Otro ejemplo sobre el valor relativo de las noticias lo tenemos en lo siguiente. Si ustedes comparan los periódicos editados en otros países con los nuestros, se darán cuenta en seguida de ciertas diferencias esenciales. Los diarios extranjeros no tienen páginas políticas ni de crónica social. En cambio, en Cuba tales páginas son de las más leídas. No podría existir un periódico que dejase de atender y destacar esos aspectos informativos. Sociales, política y deporte son tres canteras básicas que nutren el periodismo noticioso en nuestro país. Para otros pueblos, sin embargo, la política doméstica, es decir, el forcejeo interior de los partidos, y la vida social, tienen escaso valor como noticias.
Podríamos, pues, llegar a una conclusión provisional pero bastante segura, en el sentido de que la noticia es aquella novedad que se comunica, como dice el Diccionario, y que tiene interés para un gran número de personas. He aquí los ingredientes básicos de ese personaje tras el cual van día a día los periodistas para apresarlo y hacerlo vivir una existencia efímera, pero a veces ruidosa.
La misión de la prensa en este aspecto es la de ofrecer al lector el mayor número de noticias posibles, como reza el lema del New York Times, pero al mismo tiempo hacerlo con veracidad y objetividad. El lector debe tener la seguridad de que la noticia que lee en el periódico no es la opinión personal del repórter o del redactor, sino el hecho tal y como aconteció, con el margen de error que siempre puede caber en lo humano. Los más grandes diarios contemporáneos son aquellos que han llegado a adoptar esa norma ética y se han conquistado por tanto un crédito de amplia confianza en el lector. Un diario puede opinar en una u otra forma, pero tiene la obligación de dar las noticias ajustándose a la verdad, sin desfigurarla en forma sectaria.
El Código de Honor de la Prensa de América, aprobado en un congreso periodístico que se celebró en México, establece que “el cumplimiento honesto y eficaz de la función informativa exige que los periódicos presenten una información objetiva y veraz”.
Y en otro artículo señala que “debe distinguirse estrictamente la función informativa de la función ideológica y orientadora”. También la Sociedad Norteamericana de Editores de Periódicos ha adoptado un código de ética, en el cual se señalan, entre otras reglas, las relativas a la imparcialidad, veracidad, responsabilidad y decencia de las informaciones. Tales normas han sido aceptadas y seguidas por la mayor parte de los periódicos norteamericanos, lo cual representa una garantía de seriedad para el lector.
La existencia de los códigos de ética periodística demuestra hasta qué punto es delicada y responsable la labor de la prensa y cómo debe regirse por criterios de una elevada moral. En tal sentido, tiene razón el editor del Chicago Tribune, Robert B. Mc Cormick, cuando afirma que “nadie puede ser un buen periodista si no tiene algo bueno y grande en su corazón”. En esta profesión se requiere constantemente un acucioso sentido del deber, un amor a la verdad por encima de todo, una vocación de sacrificio que no repara en horas de trabajo, ni en esfuerzos ni en exposición, a veces, de la propia vida. Tales periodistas, cuando tienen empresas que los respalden, son los que hacen en verdad los buenos periódicos.
Misión de orientar
Si informar es la misión primaria de la prensa, no es menos importante la de brindar orientaciones a la opinión pública sobre los asuntos de actualidad. El lector tiene ante sí un cúmulo de acontecimientos, que a veces no puede comprender bien, por su carácter complicado, en algunos casos, o rigurosamente técnicos en otros. Los editoriales y artículos son como el jugo gástrico que contribuye a la digestión de las noticias. Sin este complemento indispensable, el lector carecería de la suficiente perspectiva para orientarse entre las múltiples informaciones a que diariamente tiene acceso. No quiere decir que ha de aceptar ciegamente la opinión del periódico, pero al menos debe contar con elementos de juicio que le ayuden a formarse su propio criterio.
La misión de orientar a la opinión supone una delicadísima tarea, que sólo puede realizarse adecuadamente si los periódicos tienen independencia y un alto sentido de la responsabilidad. A veces será hasta ir en contra de criterios predominantes. Pero al fin y al cabo, si un diario ejerce su misión editorial con honradez e inteligencia, va ganado prestigio en la opinión pública y llega a influir decisivamente en la colectividad. Sin embargo, el editorialista no debe hacerse ilusiones respecto a la inmediata eficacia de sus artículos. Será indispensable que escriba mucho sobre el mismo tema y que el tiempo forme estados de opinión pública, para que las ideas enarboladas lleguen a triunfar.
Creo que tengo alguna experiencia sobre el particular, pues he trabajado durante muchos años como redactor de editoriales. Y mi experiencia es alentadora en gran medida, pues recuerdo que casi todas las causas justas han sido ganadas en definitiva. A veces han pasado meses y hasta años, pero los principios se han impuesto a la larga sobre todas las realidades que los ignoraban.
Podría citar ejemplos específicos. Nunca se me olvidará el de las leyes complementarias de la Constitución ni el de la reciente amnistía[1]. En el primer caso fue necesario que pasaran varios años antes de que los gobernantes se hicieran eco de la demanda. Pero esas leyes complementarias fueron aprobadas en su mayor parte, porque la prensa había formado un estado de opinión pública al respecto. En la cuestión de la amnistía política se hizo necesario un gran esfuerzo para vencer recelos, dudas, vacilaciones. Al cabo la prensa, que interpretaba un criterio nacional, ganó la batalla de la amnistía. Siempre sucede así, al menos en nuestra república, donde la opinión del pueblo es vigorosa y se hace sentir en las esferas del gobierno.
La misión orientadora de la prensa es particularmente relevante e indispensable en las democracias. El pueblo tiene que elegir periódicamente mandatarios, decidir sobre importantes cuestiones políticas y económicas, compulsar las doctrinas y pronunciamientos de los partidos. Es una vasta gama de intereses e ideologías que requiere, para orientarse, un conocimiento maduro y sereno. De otro modo, la opinión pública sigue a los demagogos, que son los más hábiles para presentar sus puntos de vista y que apelan a los instintos y emociones primarios.
La misión de una prensa responsable puede contribuir mucho a que la democracia funcione de un modo equilibrado, sin caer en los peligros y graves inconvenientes de la demagogia. Si la prensa, frente a los hechos, presenta criterios racionales y concretos, si defiende con firmeza los principios, si enseña al pueblo a pensar y orientarse con sagacidad, entonces la opinión pública adoptará actitudes congruentes y la democracia funcionará como un sistema político que, si no es perfecto, al menos se acercará bastante al ideal del gobierno entre los hombres.
Claro que no es posible a todos los periódicos que se produzcan en forma tan juiciosa. Siempre hay una prensa amarilla que explota los sentimientos demagógicos y que deforma la verdad para servir intereses sectarios o mercantiles. Este tipo de prensa puede hacer un gran daño, pero no será tan perniciosa su labor, si los periódicos serios mantienen una línea de rectitud y orientación inteligente. En los Estados Unidos, por ejemplo, el New York Times no es el periódico que tenga más lectores, pero sí el más respetado por sus opiniones y el que más influencia ejerce.
Por lo demás, no es fácil llegar a un criterio de verdad. Pero podemos tratar de acercarnos bastante a lo justo, si procedemos con plena independencia y sin sujeción a ningún dogmatismo. En una política editorial que aspire a conquistar el respaldo y la simpatía de la opinión pública, no debe influir ningún interés sectario. El saber y la experiencia son los llamados a fijar la orientación del periódico y determinar sus puntos de vista sobre los complejos y diversos problemas que se presentan en cualquier colectividad moderna.
La opinión editorial ha de ser congruente y mantenida con reiteración, para que llegue a determinar estados de opinión pública. El periódico debe mostrar cuidado en no contradecirse, en ofrecer una firme y clara política de principios. De lo contrario, corre el peligro de que el lector considere que sus opiniones se forman de acuerdo con conveniencias circunstanciales, en vez de ajustarse a normas inalterables de servicio público.
Una mayor flexibilidad cabe en lo relativo a artículos firmados. Es más, el periódico puede publicar opiniones contrarias de algunos de sus colaboradores, y ello contribuye a que el lector tenga a la vista distintos ángulos de enfoque, para formarse una mejor orientación. Esta amplitud en cuanto al juicio de los colaboradores no conviene, sin embargo, que vaya más allá de los principios fundamentales que defiende el periódico. No es posible admitir, por ejemplo, que en diario de ideas liberales, se haga la apología del cesarismo o que se justifiquen las agresiones a los derechos democráticos. Pero salvo las cuestiones esenciales, el articulista que firma sus trabajos debe tener la mayor libertad para expresar sus criterios, siempre que lo haga de las normas fijadas por la ética periodística.
Si un periódico cuenta con editoriales inteligentes y sabios, y ofrece al lector, además, la oportunidad de acercarse a comentarios de la actualidad redactados por un cuerpo talentoso de colaboradores, puede sentir la satisfacción de que está contribuyendo a conducir rectamente la opinión pública para el mejor encauzamiento de la vida nacional. Dichosos los pueblos que cuentan con una prensa celosa de sus obligaciones y sinceramente empeñada en cumplir su alta misión orientadora. Esos pueblos son los que determinan el progreso y rumbo ascendente de la civilización.
Ernesto Ardura Pardal (La Habana, 1917-Virginia, Estados Unidos, 1993). Periodista, ensayista y abogado. Ingresó en la redacción del diario El Mundo en 1942 y llegó a ser su director. Con el artículo “Fervor de América” recibió en agosto de 1947 el Premio Periodístico “Enrique José Varona”, y en 1953 su texto “Oración en silencio” recibió el Justo de Lara. Colaboró en publicaciones como Bohemia y Revista Cubana e impartió conferencias en el Lyceum y Lawn Tennis Club, en la Universidad de La Habana y en otras instituciones. Autor de Prédica ingenua; ensayos y comentarios de interpretación nacional (1954) y de Misión de la prensa (1955), así como de la selección y el prólogo de Bregas de libertad (1950), de Manuel Sanguily. En 1956 integró el Consejo de Gobierno de la Asociación Cubana del Congreso por la Libertad de la Cultura. Se opuso a la dictadura de Batista. Tras el triunfo revolucionario de 1959 marchó a establecerse en los Estados Unidos, donde publicó América en el horizonte: una perspectiva cultural (1980) y Cuba y su destino histórico: reflexiones sobre su historia y destino (1989).
[1] Se refiere a la amnistía general otorgada en mayo de 1955, por la que el régimen de Fulgencio Batista dejó en libertad a Fidel Castro y varios asaltantes del cuartel Moncada.