✍ Mario Ramírez
—No es una idea descabellada, después de todo a la dupla Castro-Chávez se le había ocurrido aquellas olimpiadas tísicas del ALBA.
—Sí, pero entonces nadábamos en petróleo, el sol negro que habría de despertarnos al socialismo del nuevo siglo.
—¿Y qué pasó? ¿Nos quedamos dormidos en la plataforma de clavados?
—¡Qué va! Ni todo el combustible ruso, iranio o venezolano bastó para encender el pebetero olímpico del totalitarismo.
—Pero oye, el totalitarismo sigue ahí…
—¡Cómo no! Imagínate que Putin se considera heredero de los griegos de antes, los que inventaron las primeras Olimpiadas de la historia.
—Ortodoxo Vladimiro, está perdiendo el juego de la guerra con los aficionados de Ucrania. Se le metieron en Kursk, y él que sólo quería restablecer el espíritu olímpico con una operacioncita especial desnazificadora.
—Bueno… Hitler tuvo su Olimpiada wagneriana.
—Y Putin tuvo a Wagner, pero… Por cierto, ¿es verdad que en los juegos de antaño también se competía entre ejércitos… deportivamente?
—Eso dice Tucídides. ¿Te imaginas a Díaz Canel dando “la orden de combate” para que el equipo boina negra apalee al pueblo espartano?
—¿Con el mazo de Diosdado Cabello?
—Diosdado suena a griego, ¿será hijo de Putin?
—No sé, pero seguro que si el pueblo gana dirán que los mazos habían sido hackeados por los macedonios.
—Demasiado alejandrino… ¿Y dónde queda Maduro en todo esto?
—Fácil, es el chófer que trasladará a los dictadores hasta la Villa Panamericana.
—¿Y Ortega, Orbán, los etíopes, musulmanes, persas, todos los dictadores que en el mundo son?
—Los llevaremos al vóley de playa en Varadero, a ver si alguna mulata tropical les obliga a bajar la cabeza.
—¿Para que entren por el aro… de la realidad?
—¡Exacto! Como una canasta de Stephen Curry o un ace de Melissa Vargas.
—¡Diversionista! ¿No vas a invitar a los chinos?
—¡Qué va! Esos prefieren batirse de tú a tú con los yanquis, para sentirse grandes, por algún complejo freudiano. Mejor el coreano, experto en chantaje nuclear.
—El lanzamiento de la ojiva, o hacer como que amago y…
—¡Cuidado!
—¿Qué pasa?
—¡Agáchate! Parece que ya viene el avión.
—¿Ya? Pero si son diez horas de París hasta aquí…
—¡Mira!
—¡Oh! Pero, ese es…
—Mijaín, el mismísimo, en la cabina del avión. ¿Y qué es lo que trae colgado al cuello? No parece una medalla.
—Son cinco, deben hacer bulto.
—Bulto dicen que ahí no hay.
—No, chico, digo que debe ser algo grande.
—Ah, entonces no debe ser chino. Vamos a preguntarle…
—Mijaín, Mijaín, ¿qué vuelta? ¿Qué es eso que traes a la patria, compadre?
—Buenas noches, compañeros. Antes de pasar a dedicarle mis medallas a la piedra, déjenme cumplir una misión.
—Sí, sí, continúe, camarada. Súbase a ese pedestal.
—El avión hizo escala en Venezuela y pude hablar con Nicolás. Vengo a decirles que en la alocución del otro día él no se equivocó, y esto que ustedes están presenciando es nada menos que la honda de Goliat. Sí, compañeros, así mismo, para que no se equivoquen, en las dictaduras socialistas hace rato que aplastamos a David y ahora somos Goliat, un Goliat que resiste con esta honda tercermundista los embates del imperialismo. Y basta ya, vamos a quitarnos este olor a democracia parisina y que comience la Olimpiada de las dictaduras.
—¡Candela! Esto va en serio. ¿Y ahora qué hacemos?
—¿Tú te acuerdas de aquel día en San Antonio?
—¡Claro!
—Apúrate, ya se están inscribiendo los del equipo Libertad.