Fotografía de Juan Pablo Estrada.

A casi nadie le gusta la palabra totalitarismo. Incluso los marxistas totalitarios, y los mayimbes, se sienten ferozmente ofendidos si usted los cataloga entre los que predican o ejercen el poder total. La revista Credo, de Iván González Cruz, alcanzó apenas a dos números en los noventa, porque un artículo sobre el totalitarismo soviético resultó demasiado para los censores del aparato. Esa violencia no impidió que el totalitarismo siguiera existiendo muy intranquilamente aquí, ni tampoco que las personas honestas siguieran pensando lo que Iván y yo pensábamos y todavía pensamos sobre esa perversión política. Uno de los problemas del poder total es que nunca logra serlo cabalmente. Por aquí y por allá aparece un hueco, una disfunción, un credo ni siquiera dicho sino vivido con naturalidad, una brisita que echa abajo la pesada arquitectura de una totalidad artificial y ruinosa. ¿Hitler era gay?, me preguntó hace años una amiga viendo cómo, en El triunfo de la voluntad, el documental de Leni Riefenstahl, Adolfito quebraba la muñeca hacia el cielo, mientras las muchedumbres anticipaban el saludo preferido de Elon Musk. El poder total es una inconsecuencia en sí mismo. Ahora asoma por allá y por aquí y por donde quiera que la libertad, la igualdad y la fraternidad empiecen a ser ignoradas o desechadas por los ciudadanos. Es enorme el riesgo de un mundo controlado por unos multimillonarios que manejen el mundo totalmente con ayuda de unas máquinas, hasta que las máquinas decidan eliminarlos totalmente a ellos, y a nosotros. Esa totalidad se vende como paraíso completo, y véase Olympia, el documental de Leni, mujer genial, sobre los Juegos de 1936 en Berlín. Qué majestad humana, qué sencillez divina al encender el pebetero. A decir verdad, al menos la propaganda nazi le prometía a los arios un mundo perfecto, cine documental incluido; y si en tales Juegos un negro pobre y yanqui les desbarató esas ilusiones, siempre se podría mirar hacia otro lado. Eso es lo que ahora debemos evitar hacer.

Descalificar el poder total es imprescindible, pero no suficiente. No habría poder total si no hubiera una Idea Total que lo sustente. Y no me refiero a la ideologías nazi, neonazi, marxista o populista de cualquier extremo. Esas ideologías se sustentan en la Idea Total. Y esa idea no es un invento ridículo de unos tipos con poca mente y una voluntad triunfante. Es una actitud permanente del humano desde que empezó a despegarse de la naturaleza, y que va imponiéndose desde el momento en que llega a descifrar sus misterios más elementales y a sentirse por encima de ella: en Occidente, desde el Renacimiento. Ya entonces surgen los proyectos colectivistas para el manejo de la realidad humana: la Utopía de Moro y Ciudad del Sol de Campanella; y un proyecto científico y tecnológico y liberal, La Nueva Atlántida de Bacon. Cualquiera sabe que esos sueños estaban ya en La República de Platón: construir la sociedad desde una genial idea única. Imaginaciones que acaban de tornarse reales después de las revoluciones burguesas, en el XIX: Bacon triunfa con el vapor, los socialistas se empeñan en utopías. En el XX Platón y sus discípulos crean el socialismo llamado real, que en efecto era monárquico, y también el fascismo, más honrado, con su Guía sobrenatural aunque de muñeca quebrada. El fracaso criminal de estas ideas políticas es ahora evidente, pero la Idea Total es mucho más que esas ideologías, esos desastres, esos crímenes. Hay que detectarla y enfrentarla en cualquier variante, para impedir que retorne con esas o peores abominaciones.

Lo que determina la Idea Total es la realidad, bendecida y gloriosa, del Poder Humano.

Este poder se inició cuando, no se sabe cómo, surgieron los homínidos, un desprendimiento de los primates.

A la vida social propia de esa especie, los homínidos añaden dos poderes sin comparación: el lenguaje y el pensamiento.

Se ha probado que algunos animales trabajan con herramientas y se comunican con sonidos, pero de ninguna manera hablan ni piensan. El pensamiento incluye la autoconciencia, un verdadero escándalo. Son fenómenos inexplicados, tal vez inexplicables, y que ponen al humano por encima de todo lo que existe en el planeta. Y hace ya milenios que, con esos recursos, el Sapiens lo ha conquistado de polo a polo, y ahora se expande por los astros. Hay razones para que el Sapiens se sienta muy superior en el universo. Y este éxito sale, al parecer, de la Idea que su sapiencia, cada vez mayor al menos para estos menesteres, le asegura. Esta Idea está pues subordinada al éxito terrenal. Como de ninguna manera puede ser absoluta, finge serlo eliminando hasta donde puede la religión, la metafísica y cualquier otra dirección vital o intelectual que haga dudar de ese éxito. Y se dispara la ilusión de los recursos paradisíacos que tenemos con esa Idea, que no alcanza a total pero que se atreve a intentarlo, no sólo en la política sino en las ideas mismas.

Ya en el siglo XIX, en la cumbre del optimismo humanista, surge la idea de una lengua única para toda la humanidad. Si después de 1492 la humanidad es una para Occidente, debiera haber un idioma que nos comunique en unidad. Sí, el esperanto, creado a partir de 1870 por el polaco Lejzer Zamenhof, y que es usado hoy por tanta gente inspirada. Su creador la concebía como una lengua auxiliar, no para sustituir a las existentes. Pero este principio había sido desarrollado con mucha competencia un poco antes en el mismo país que había comenzado la internacionalización del mundo: España. En 1851, Bonifacio Sotos Ochando publica su Proyecto de Lengua Universal. Lope Gisbert y otros españoles siguen y apoyan este esfuerzo, que suponía la existencia de una élite de lingüistas que extendieran esa lengua por los cinco continentes. Estos y otros intentos similares carecían de realidad por ignorar que los idiomas son creaciones populares milenarias, no de élites por cultas y bienintencionadas que sean, y están vinculadas a las conveniencias del poder. El inglés ha resultado el idioma de intercambio mundial, gracias a la hegemonía de los Estados Unidos. Los actuales sistemas de traducción de cualquier lengua anulan la necesidad de semejante recurso. Pero curiosamente, la idea de una totalidad subyacente en los idiomas se ha manifestado con fuerza en las teorías de Noam Chomsky desde los años cincuenta del siglo XX. Este capacitado lingüista soñó con una gramática universal, que ha resultado un fracaso. Lo que es común a todos los idiomas humanos es la existencia de la sintaxis, pero no hay una sintaxis única. Este no es un resultado cualquiera. Significa que incluso a nivel del lenguaje, no hay totalidad posible. Lo que sí hay es una riqueza apabullante, incluso más allá de la sintaxis. Este texto está en español, lengua de rango en donde distinguimos entre ser y estar. El filofascista Heidegger llegó a decir que sólo se podía filosofar en griego antiguo y en alemán. Se equivocaba. La diferencia entre yo soy y yo estoy es un privilegio del idioma de Cervantes, y para mí, un manantial de significado y de poesía.

No hace falta, y además es indeseable, una sintaxis total y una lengua total. Lengua es pensamiento, y pensamiento es conocimiento. Riqueza de lenguas es riqueza de sabidurías. La ciencia ha cerrado pues esta primera e invencible puerta a la idea total.

Pero no es el único caso. Porque, dirán algunos, hay una lengua que no se habla, y sin embargo es la lengua no de los humanos, sino del ser. De todo lo que existe.

Las matemáticas.

Es interesante constatar que al mismo tiempo que se exploraba la idea de un idioma o incluso una gramática única, otros sabios intentaban crear una sintaxis universal de la lengua matemática. Es así que Gottlob Frege, fundador de la filosofía del lenguaje, que estudia el fondo común del lenguaje hablado y del lógico y el matemático, ya a fines del XIX propone que toda la aritmética puede ser reducida a lógica. Surge pues la idea de una lógica total, de la que serían derivaciones cualquier rama conocida o por desarrollar de las matemáticas. De ahí que en 1900 David Hilbert lo convierta en uno de los diez grandes problemas de la investigación matemática en el siglo. Una maravillosa y más bien cómoda perspectiva de trabajo. A partir de una lógica total se podía avanzar velozmente en cualquier dirección de esa ciencia, y tal vez en todas las ciencias del lenguaje. Habría que empezar por demostrar que al menos la aritmética constituye un sistema formal sin contradicciones. Pero no es lo que ocurre, sino todo lo contrario. En 1931 Kurt Gödel plantea sus Teoremas de la Incompletitud, según la cual la aritmética, ni por extensión ningún otro sistema, puede probarse a sí mismo. El universo, como sistema, tiene que tener algo afuera que lo fundamente… Las consecuencias de este descubrimiento trascienden las ciencias para plantear un desafío en materia de filosofía y religión. Hasta ahora los planeamientos de Gödel han sido interpretados de distinta manera, y como comprenderá el lector está fuera de mis capacidades, y también de mis intenciones, dar la mía. Pero lo que quiero señalar es que Gödel destruyó la idea de una Lógica Total en el plano de las matemáticas. Hay lógicas, en plural, pero no Una. El estalinismo estaba matando a los físicos que promovían la idea del Big Bang, el Fascismo avanzaba en Europa, pero ya el pensamiento humano había rechazado con un incontestable rigor científico la Totalidad. Por cierto, Frage era antisemita y admirador de Hitler. Gödel huye a los Estados Unidos, donde descubre que la Constitución no excluye la dictadura, y en donde no cesará de hablar con Einstein acerca de la existencia de Dios.

Y ahí vamos: un filósofo lituano de origen judío que ha pasado por un campo de concentración nazi recibe la tarea de eliminar de raíz la tentación de la Idea Total. La publicación en 1961 de Totalidad e infinito, de Emmanuel Lévinas, es la reflexión de un hombre que ha enfrentado en carne propia los totalitarismos bolchevique y fascista y que los ha superado en carne propia. El libro enfrenta la tentación totalitaria máxima, la Idea Total en su completa y ridícula traición: Dios no es totalidad, porque toda totalidad es finita. Y Dios no puede ser finito. El filósofo, y ni mencionar el teólogo, que juega con la idea de una totalidad divina, está cayendo en una contradicción risible y espantosa. Dios es infinito y el infinito es inasible para el hombre, pero asimismo imprescindible. La mejor totalidad sería insoportable, por ser finita. Sabemos poco del Infinito pero no podemos prescindir de su realidad. Sin el Infinito estamos limitados, insatisfechos, asfixiados. Y así estamos. Es significativo que las matemáticas, que operan con la noción de infinito tranquilamente desde hace siglos, no haya desarrollado una rama dedicada a su estudio hasta la segunda mitad del siglo XIX, con Tadeusz Cantor. Pero el estudio del infinito desde el punto de vista matemático le costó al autor el rechazo de sus colegas, que lo acusaron de abandonar la ciencia para dedicarse a la teología. Ojalá hubiera ocurrido eso. Muchas de las angustias de los teólogos cristianos para explicarnos la idea de la Trinidad y la Unidad de Dios parten del desconocimiento de lo que Cantor descubrió: que hay muchos infinitos sin dejar de ser cada uno de ellos un infinito. Es tan sencillo como esto: los números pares, subconjunto de los naturales, son tan infinitos como los naturales. Pero Lévinas va mucho más allá, o mejor, más acá: el infinito está entre nosotros en el Rostro. Sí, el rostro del Otro, la posibilidad del Amor en la otra persona deseante y sufriente. Para Lévinas, la subjetividad no es una categoría enemistada con la razón. Tanto la razón como la subjetividad pertenecen a la Realidad del Ser. Para Lévinas, fiel a su doctrina judía, la Piedad es el Infinito que es Dios al alcance de todos. No hay totalidad ni hace falta ninguna, ni mala ni buena. Cualquier ambición de totalidad nos aparta del infinito. Que, en el rostro ajeno, es real y recio, casi insoportable. Leí el libro en los noventa y por lo tanto quedé estremecido cuando en 2010 la artista Marina Abramovich realizó en el MOMA el performance The Artist is present, en el que ella se sentó a mirar a los ojos en silencio a cada una de las mil personas que acudieron a la experiencia. Una enorme cola esperaba fuera, día tras día, durante las 736 horas y treinta minutos, ocho horas diarias, que duró el performance. No sé si la Abramovich ha leído a Lévinas. Probablemente no, pero su tío abuelo fue un patriarca de la Iglesia Ortodoxa Serbia, y ella fue criada por su abuela, devotísima también. El Rostro es un tema del Antiguo Testamento: El Señor haga resplandecer su Rostro sobre ti, dice su bendición más celebre. Y la Abramovich sufrió además el totalitarismo comunista en Yugoslavia. Cuando la tradición religiosa judía y cristiana, la tragedia de la historia, la filosofía más actual y la dignidad del arte coinciden, estamos seguramente en presencia de la Verdad.

No hay ni va a haber una lengua total, ni una gramática única, ni una sintaxis general, ni una matemática reducible a una sola lógica, ni ningún sistema autorreferencial y narcisista, ni ninguna sociedad perfecta que ponga fin a la historia, ni ningún acercamiento a la Divinidad que juegue con la blasfemia de la totalidad.

Cualquier persona o grupo de personas o sectores sociales que defiendan una hegemonía a través de una idea total, vieja o nueva, de izquierda o de derecha, descarada o sutil, deben ser denunciados como ignorantes peligrosos y enemigos de la humanidad.

El Poder del Humano no reside ni ha brotado nunca ni tendrá ningún futuro sino a partir de la Posibilidad Infinita.

Los sucesivos y terribles fracasos de la Idea Total son bendiciones.

Porque Tuyo es el Reino, y el Poder, y la Gloria.

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