
¿Ya viste Guerra Civil, la película?
No la había visto, aunque es del año pasado, así que enseguida fui a buscarla, como deberías hacer tú. No es un gran filme, pero esta columna no va sobre crítica cinematográfica, así que ya podrás imaginarte de que voy a hablar.
Sí, de la guerra civil que se desata en Estados Unidos cuando las Fuerzas Occidentales —integradas por Texas y California— deciden que tres mandatos seguidos de un presidente autoritario ya son mucho abuso, por lo que toman el país.
A la fuerza, que es un tema en el arte desde Homero hasta Alex Garland, el cineasta británico que nos presenta un escenario, como él mismo denomina, distópico. Menos de una vuelta al sol desde el lanzamiento de la película, a muchos nos resulta alegórico y peligrosamente profético.
Pero la fuerza también es un tema de la realidad. —No la violencia, que es una deformación vulgar e ilusoria—.
Verbigracia: cuando el pueblo ucraniano se resiste a la invasión rusa y contra todo pronóstico sostiene una contienda en teoría imposible, está haciendo uso de algunas cosas que los norteamericanos de hoy parecen haber perdido: la confianza en sí mismos, el valor del brío y la firmeza de carácter que no elude el sacrificio.
Homero hubiera roto su cítara.
Zelensky casi pierde la calma.
Hay que estar muy adiestrado en el verdadero ímpetu de la vida, para no partirle las getas a mafiosos y guapitos de barrio. La lucha, sin embargo, continúa, porque es la guerra cívica de un pueblo contra el matón de al lado.
Y la del mundo libre contra los poderosos.
Siempre me sorprendió, desde niño, que a estos señores que se erigen en dueños del mundo les llamaran así. Yo me sentía poderoso al resolver un problema matemático o rimar unos versos, de modo que el poder lo concebía de otra manera.
Lo sigo entendiendo de otra manera, como le hice saber al seguroso que me entrevistó algunos días después del 11J. El sujeto parecía sincero en su sorpresa: no había evidencia de que yo hubiera salido en las manifestaciones, y eso estaba raro. No soy pacifista, le dije. El tipo, atónito. Si el pueblo hubiera decidido pasar a la fase de barricada, yo no estaría en esta oficina.
En esa época era, quizás, muy inmaduro para entender que las barricadas se construyen de varias formas y que la fuerza ya estaba aquí, entre nosotros.
Yo mismo, un periodista independiente de esos que los poderosos de todos los bandos quieren barrer, no comprendía hasta qué punto la guerra cívica es más efectiva. No la guerra del pueblo, que es una falacia comunista, sino la que los ciudadanos responsables de una nación llevan a cabo contra la injusticia, el atrasado, la desinformación y la mentira.
Yo estaba, entonces, en una barricada, y aquí estoy, envidiando a mis hermanos ucranianos.
Ah, sí, ¿qué como acaba Guerra Civil?
Los reporteros —¿les dije ya que los protagonistas son reporteros?— llegan hasta la Oficina Oval para documentar el suceso.
Las Fuerzas Occidentales han derrocado al dictador de los Estados Unidos.
Los soldados sonríen sobre el cadáver.