La “disciplina hecha hombre”, como le llamaron algunos compañeros, tenía una energía inagotable y una tenacidad probada. Pero eso ya lo dijimos hace un par de semanas cuando conmemoramos su muerte, ocurrida un 14 de diciembre de 1914, hace 110 años. Ahora corresponde mostrar la trayectoria dentro de la política republicana del jefe mambí. También hablaremos sobre ese episodio, casi al final de su vida, siendo jefe del Ejército Nacional, que lo hace detestable para muchos.
Porque no sólo de disciplina se hace el hombre. Existen las pasiones, algunas incluso catalogadas de bajas, y a Monteagudo, en su momento, lo acusaron de las peores. Entrar en la vida política y conseguir como enemigos a muchos que antes eran compañeros de armas es un drama de un solo acto. La prensa era relativamente libre en esta etapa de la República. Esto quiere decir que no es difícil encontrar información extremadamente perjudicial al prestigio de cualquier político. Algunas serán ciertas, otras serán exageraciones, no pocas serían manifestaciones calumniosas. La prensa era un arma de lucha. Al lector no quedaba otro remedio que separar el trigo de la paja según sus capacidades y deseos de hacerlo.
A Monteagudo lo dejamos el 14 de diciembre, cuando recordamos su muerte, convertido en una importante figura política. Era el segundo de José Miguel Gómez al mando del Partido Republicano Federal de Las Villas. Fungía como jefe de la Guardia Rural de la provincia de Santa Clara, de la que José Miguel era gobernador. Ambos habían sido electos a la Convención Constituyente y los otros cinco delegados correspondientes a Santa Clara eran también miembros de su partido.
De las labores de Monteagudo como delegado a la Constituyente hablaremos durante el podcast. Como José Miguel, era un hombre más dado a la acción que a las palabras. Los discursos y debates quedaban, por lo general, a cargo de otros miembros de su grupo. Por eso en el diario de sesiones no encontraremos muchas intervenciones de los jefes villareños. Eso sí, en la negociación y el diálogo de pasillo, muy común y mucho más importante en este tipo de cónclaves, tenían la iniciativa. El debate y el discurso ante la tribuna servía para presentar o justificar una decisión, para convencer al indeciso, para informar al público. La decisión en sí, se tomaba muchas veces en privado.
Al realizarse las elecciones con vistas a ocupar los cargos públicos que había establecido la Constitución, Monteagudo fue elegido para el Senado por Santa Clara. Cada provincia aportaba cuatro senadores para un total de 24. Los años siguientes estuvieron signados por una perenne lucha entre las facciones que habían tomado forma en la política nacional. Aunque a decir verdad, era tortuosa la manera en que se perfilaban. El grupo de los villareños, primero aliado de Estrada Palma, acabaría distanciándose mayoritariamente de este.
El corrimiento a la reelección de Estrada Palma provocó que se fragmentaran y reagruparan todas las facciones existentes hasta ese momento. El gobierno fue respaldado por elementos conservadores, algunos incluso provenientes de los sectores republicanos. La oposición liberal se conformaría con antiguos miembros del Partido Nacional, la mayoría de los republicanos villareños y aquellos que habían apoyado a Masó. Quedaron agrupados en el mismo partido hombres como Manuel Sanguily, Alfredo Zayas, Juan Gualberto Gómez, José Miguel y Monteagudo.
José Miguel presentó su candidatura en rivalidad con Estrada Palma. Los antiguos aliados habían llegado a detestarse. La violencia y el fraude del gobierno llevaron a los liberales a retraerse. Una vez más Estrada Palma sería electo en carrera solitaria, pero a diferencia de la ocasión anterior, sus opositores no se quedarían de brazos cruzados. Se fraguaba un alzamiento. Monteagudo formó parte del comité revolucionario creado en mayo de 1906 con vistas a levantarse contra el gobierno. La conspiración se hacía con descaro y aunque muchos de sus líderes fueron finalmente detenidos en agosto, la revuelta de todas formas estalló. En Pinar del Río, el general Faustino (Pino) Guerra se alzó antes de que pudieran detenerle. En La Habana y Las Villas el movimiento liberal también cobró fuerza.
En otras ocasiones hemos hablado con más detenimiento de este episodio de la historia cubana. Seguramente nos volveremos a referir a él en otro momento. Ahora baste decir que el gobierno de Estrada Palma no pudo resistir y llamó en su auxilio al gobierno estadounidense. Se estableció así el segundo gobierno interventor en Cuba que fue considerado “administración provisional”. No se implantó un gobierno militar sino uno civil con un antiguo administrador de la zona del canal de Panamá al frente: Charles Magoon. Cuba conservó el uso de sus símbolos nacionales y su cancillería continuó funcionando con normalidad, manteniendo sus legaciones en el extranjero.
En este contexto, los liberales podían sentirse dueños del futuro político de la isla. El gobierno interventor les había dado la razón tácitamente en sus disputas con los moderados de Estrada Palma. Pero se había acudido a la práctica peligrosa de solicitar al árbitro extranjero la resolución de las disputas internas. Para colmo, los liberales estaban divididos en dos facciones casi antagónicas. Por un lado los que seguían a José Miguel Gómez. Por el otro los que seguían a Alfredo Zayas. Opuesto a ellos se organizaba el Partido Conservador, con antiguos moderados pero también con desprendimientos de todas las facciones.
El gobierno interventor convocó en 1908 a elecciones para elegir los cargos municipales y provinciales. Preparaba unas nuevas elecciones presidenciales que devolverían la normalidad en 1909. Como había hecho en 1899, realizó un censo de población previo a las elecciones. José de Jesús Monteagudo fue nombrado Jefe de Inspección de este Censo de 1907. Después de prestar este servicio pasaría a dirigir la reorganizada Guardia Rural que hasta ese momento tuviera al frente a Alejandro Ramírez.
En las elecciones locales los liberales se presentaron divididos y perdieron muchos cargos frente a los conservadores que de otro modo habrían ganado. Para las elecciones presidenciales no cometieron el mismo error. José Miguel Gómez sería el candidato a la presidencia con Alfredo Zayas como vicepresidente. Los conservadores presentarían para presidente a Mario García Menocal con Rafael Montoro como vicepresidente. Los liberales arrasaron. Es posible que se trate de la elección cubana en la que con más ventaja ha ganado un presidente, con más del 60% del voto y una participación por encima del 70%.
José Miguel y Zayas, sin embargo, habían llegado a detestarse. Monteagudo se mantenía leal a su amigo, garantizando la lealtad de la Guardia Rural. En la prensa aparecían regularmente rumores acerca de extrañas conspiraciones para deponer a José Miguel y sustituirlo con Zayas. Se denigraba a la figura de Monteagudo, acusándolo de corrupción, de gastar grandes sumas de dinero en las vallas de gallos, y más. El presidente se dispuso a aprobar un decreto que uniría a la Guardia Rural y al Ejército Nacional bajo un mando unificado. La Guardia Rural era comandada por Monteagudo, pero el Ejército estaba bajo el mando de Pino Guerra, leal a Zayas.
A Guerra le disgustaba enormemente quedar subordinado al jefe miguelista. La situación llegó a extremos inverosímiles. Una noche en que el jefe del ejército salía de despachar con el presidente en palacio, fue objeto de un atentado. Le hicieron varios disparos, aunque sólo consiguieron herirlo en una pierna. Enseguida parte de la prensa se echó al cuello del Monteagudo acusándolo del atentado. No pudo probarse la participación del jefe de la Guardia Rural, pero la sospecha permaneció. Finalmente, obtendría el nombramiento de jefe del Estado Mayor por encima del zayista en enero de 1911.
Ya en ese cargo, participaría en uno de los eventos más tristes de la historia republicana: la sublevación de los Independientes de Color. Era este un partido político surgido con el propósito declarado de hacer avanzar los intereses preteridos del negro. Su legalización por el gobierno interventor de Magoon había causado mucho desagrado entre algunos sectores políticos y de la sociedad. Una iniciativa del senador Martín Morúa permitió ilegalizar el partido. De estos detalles estaremos hablando cuando volvamos a tocar la figura de Morúa. Por ahora nos concentraremos en los hechos en los que se vio involucrado Monteagudo.
La ilegalización del partido llevó a su dirigencia a imitar a los liberales de 1906. Comenzó a orquestarse una conspiración para sublevar a la mayor cantidad de seguidores a lo largo del país. La posibilidad de una nueva intervención que diera la razón a los sublevados estaba entre sus objetivos. El 20 de mayo estalló la sublevación y, ciertamente, el gobierno de los Estados Unidos, azuzado por su representante diplomático en Cuba, amenazó con intervenir. Monteagudo recibió la orden de reprimir el movimiento. La sublevación fue contenida de inmediato en todo el país excepto en Oriente, la región más complicada por su topografía.
El objetivo estratégico de los sublevados era relativamente alcanzable. No se trataba de derrocar al gobierno, ocupar ciudades y destruir a las tropas del Ejército. Bastaba con causar suficiente desorden como para motivar la intervención estadounidense. Muchos de los sublevados eran antiguos mambises y sabían combatir una guerra irregular. El problema es que la oficialidad del Ejército también lo sabía. Monteagudo tomó la decisión sorprendente de utilizar las unidades bajo su mando como si fueran fuerzas irregulares. Comenzó a hacerle una guerra de guerrillas a la guerrilla. Plantear emboscadas y golpes de mano en lugares estratégicos. Cortar las líneas de movimiento natural de los grupos armados. No avanzar en grandes columnas sino en pequeños destacamentos móviles. Sus esfuerzos tuvieron éxito, pero la represión fue atroz.
La sublevación desató en el país uno de los episodios de histeria racista más intensos que ha vivido Cuba. La esclavitud y abyección del negro habían sido pilares de la sociedad de la isla hasta hacía sólo tres décadas. El racismo estaba incorporado de una manera tan profunda en la conciencia pública que se hacía imperceptible para quien lo practicaba. Los sublevados fueron reprimidos con dureza extrema. Muchas cifras se han vertido acerca del número de asesinados por las fuerzas gubernamentales. Los más conservadores han hablado de 300 a 500 muertos, pero se ha llegado a afirmar que pudieron ser entre 3000 y 12000. Teniendo en cuenta que los muertos del Ejército no llegan a 20, la más baja de las cifras anteriores sigue revelando una masacre en regla. Monteagudo jugó un papel fundamental en estos hechos, llegando a indicar directamente el asesinato de algunos jefes.
Entre los blancos hubo muy pocas simpatías, con escasas excepciones. Por ejemplo, algunos veteranos evitaron atropellos mayores en ciertas zonas, pero la animosidad era latente. De los abierta y reconocidamente racistas, que eran muchos, no cabía esperar nada. De los supuestamente antirracistas, se escuchaban despropósitos. Es cierto que los sublevados habían puesto en juego la soberanía de la República. Hiere a la sensibilidad contemporánea escuchar algunos de los argumentos. Manuel Márquez Sterling, por ejemplo, dedicaría algunas páginas a la sublevación en su libro Los últimos días del presidente Madero. En ella repetiría algunos de los tropos comunes del racismo aguado de los inconscientes. Que los negros debían su libertad a los blancos. Que en la República habían alcanzado la igualdad plena. Que los alzados eran, sin lugar a dudas, los menos cultos e inteligentes de su raza.
Para los que no se sublevaron siguieron días muy difíciles de sospecha y desconfianza por parte de los blancos. Sin duda se dieron incidentes espontáneos donde padecieron víctimas inocentes. La rebelión quedó aplastada contundentemente antes de cumplir dos meses. Durante mucho tiempo se le llamó “guerra racista” porque supuestamente los racistas eran los negros.
El gobierno pudo evitar la intervención, pero, más allá de las vidas sacrificadas, tuvo que pagar un alto precio de popularidad. Los negros solían votar mayoritariamente por los liberales. Para la próxima elección cambiarían su voto. José Miguel, después de coquetear con la idea, no se reelegiría. El candidato liberal sería Zayas, mal que le pesara a Monteagudo y a Gómez.
Para las elecciones siguientes, el presidente iniciaría acciones para ayudar a la victoria de Menocal, su antiguo opositor, en detrimento de Zayas, su antiguo aliado. Monteagudo, al frente del Ejército y la Guardia Rural, sería instrumental en esto. La candidatura de Menocal y Enrique José Varona triunfó sobre la de Zayas por 15000 votos del total de 375000 que se dividieron entre ambos.
La convención del Partido Liberal estaba furiosa. Llamó a realizar una investigación especialmente contra Monteagudo como jefe del Ejército y pidió su dimisión. Durante un tiempo José Miguel lo mantuvo separado del mando, pero luego de una breve investigación se le restituyó. De todas formas, José de Jesús estaba dispuesto a retirarse de una vez. Venía padeciendo del hígado y necesitaba recuperarse. Al año siguiente, el 14 de diciembre de 1914, moriría de esta afección en su provincia natal, antes de cumplir 53 años.
Fuentes consultadas:
Ferrara y Marino, Orestes. Una mirada sobre tres siglos. Memorias. Plaza Mayor S.A., Madrid, [1975].
James Figarola, Joel. Cuba 1900-1928: La República dividida contra sí misma. Universidad de Oriente, [Santiago de Cuba], 1974.
Plasencia Padrón, Alexis. “Grupo Villareño, procederes en su conformación política (1895-1902).” Tesis de opción al título de máster. La Habana, 2016. https://fototeca.uh.cu/files/original/2132257/Alexis_Placencia_Padron_[2016].pdf
Rodríguez, Rolando. Cuba, las máscaras y las sombras. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2007.
________________. República de corcho. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2010.