Eudaldo Tamayo (imagen de archivo).

Abogado, jurisconsulto, parlamentario, figura destacadísima en su provincia, procedente de un clan oriental de los más caracterizados. Eudaldo tenía uno de esos nombres que han caído en desuso. Algunas etimologías lo hacen significar “buena elección”. Si le hizo honor a ese nombre, lo veremos, entre otras cosas, a lo largo del estudio de su vida y de la Constituyente. Podemos comenzar diciendo que la primera vez que intervino en la Convención fue para impugnar un intento de reforma del reglamento. Se pretendía que las sesiones fueran secretas, sin la presencia del pueblo, y luego se publicaran sus acuerdos. Defendió Eudaldo, y consiguió, que se mantuvieran públicas, accesibles a todos, en consonancia con el espíritu democrático de la República que ahí se fraguaba.

Nació Eudaldo Tamayo y Pavón (o Pabón en algunas fuentes) el 7 de enero de 1851 en la ciudad de Holguín. Procedía de una familia integrada a las élites locales orientales. Los Tamayo estaban desparramados por todo el oriente del país, pero también encontramos en su genealogía a los Céspedes, los Figueredo, los Aguilera y otros. En la propia Constituyente había cuando menos tres Tamayo. A Diego Tamayo Figueredo ya lo conocemos de esta misma serie. El otro era Rafael Portuondo Tamayo. Diego había nacido en Bayamo. Rafael, en Santiago de Cuba. Los tres estaban emparentados sin lugar a dudas.

Las élites locales del interior del país tenían una tendencia marcada a la endogamia, como era habitual en comunidades relativamente aisladas, de escasa movilidad social. Los Tamayo daban muestra de ello en la propia Convención. Eudaldo era primo de la madre de Rafael y por lo tanto era tío segundo de este. Además, estaba casado con su propia prima, una hermana de la madre de Portuondo, lo cual lo hacía también tío político de este. Tío y sobrino, por partida doble, eran, por otra parte, buenos amigos y colaboradores, sin importar que el holguinero fuera dieciséis años mayor.

Viniendo de una familia bien posicionada, era perfectamente natural que el joven Eudaldo tuviera una educación de excelencia y completara estudios superiores en el extranjero. Durante la Guerra Grande, en la que parte de su amplísima familia lo arriesgaba todo, el joven holguinero se encontraba estudiando en España. Terminado el bachillerato matriculó en la Universidad de Barcelona donde se tituló en Derecho Civil y Canónico. Comenzaría así una larga y prestigiosa carrera como abogado.

Pacificada la isla tras el Pacto del Zanjón, Eudaldo se integró a la sociedad de su provincia desde su posición de privilegio. Por Real Decreto de 9 de junio de 1878 fueron creadas las seis provincias clásicas en las que durante mucho tiempo estuvo dividido el país. Pinar del Río, Habana, Matanzas, Santa Clara, Puerto Príncipe y Santiago de Cuba, teniendo cada una como capital la ciudad de su mismo nombre. Sus gobiernos estaban compuestos por un gobernador civil, una diputación provincial y una comisión provincial.

Para 1890, Eudaldo Tamayo se encontraba integrado al Partido Liberal Autonomista y formaba parte de la diputación y de la comisión provincial de su provincia. A las diputaciones provinciales correspondía el establecimiento de caminos, puertos, canales de navegación y de riego. Tenían a su cargo las instituciones de beneficencia e instrucción, los concursos y exposiciones y administraban los fondos provinciales. El gobernador civil era designado por el gobernador general de la isla. Los miembros de las diputaciones, sin embargo, eran elegidos por los ayuntamientos cada cuatro años. Su número debía estar cercano a los veinte miembros. En el caso de la de Santiago de Cuba, tenía 19.

La comisión provincial, de la que Eudaldo era también miembro, se conformaba con cinco diputados provinciales designados por el gobernador general. Funcionaba como órgano consultivo del gobernador provincial y tenía la representación de la diputación cuando esta no se encontraba reunida. Si bien el cargo de diputado provincial se ejercía de forma gratuita, el de comisionado tenía asignado un salario. Oscilaba entre 1200 y 2000 pesos oro español.

Además de esta labor en el gobierno, Eudaldo era uno de los 18 abogados registrados en la ciudad. Tenía como amigo y competidor a un viejo conocido nuestro, Antonio Bravo y Correoso. También Rafael Tamayo Fleytes, suegro y tío de Eudaldo, abuelo materno de Rafael Portuondo Tamayo, tenía su bufete ahí.

En la década del ‘90 comenzó a involucrarse en la conspiración contra España. La cosa venía de familia. Su sobrino, Rafael, había hecho un viaje a Nueva York en 1893 y José Martí lo había designado representante en Oriente del Partido Revolucionario Cubano. Eudaldo era del tipo de autonomistas que militaba en el partido porque no había nada mejor disponible. Les permitía mantenerse políticamente activos, buscar cambios y reformas coherentes con sus proyecciones, pero eso no significaba que no estuvieran dispuestos a algo más radical. No era el caso de Eliseo Giberga, leal a España hasta el último momento, pero sí el de otros delegados a la Constituyente. Recordemos que en esa situación estaban también Martín Morúa, Diego Tamayo, el pariente lejano de Eudaldo y el amigo Antonio Bravo y Correoso.

Precisamente a este último se vería unido su destino durante estos años. Frecuentaban los mismos círculos conspirativos y aportaban valores similares a la conspiración. En febrero de 1895 permanecieron en la ciudad y continuaron los trabajos que habían llevado a cabo hasta el momento con la mayor discreción posible. Las autoridades españolas, sin embargo, tenían una buena red de informantes y se hacían una idea bastante exacta de quienes tenían madera de “infidentes”. Pocos meses después de iniciado el alzamiento, tanto Eudaldo como Correoso, y muchos otros compañeros que no tenían madera de militares, fueron puestos en presidio. La pena a la que fueron sometidos fue la de deportación para cumplir su condena en una cárcel peninsular o en una colonia africana.

La consonancia con Bravo y Correoso continuó. Como él, Eudaldo logró quedar en libertad en España. Como él, pudo escapar fuera de la península y marchar a los Estados Unidos. Eudaldo también se puso al servicio de la delegación cubana y colaboró en los trabajos que realizaba para apoyar el esfuerzo bélico en la isla. Pudo regresar a la isla al terminar la guerra y volver a ejercer su profesión en las regiones de Guantánamo y Santiago de Cuba. También reiniciaría sus actividades políticas locales, pero muy pronto se vería obligado a marchar a La Habana para desempeñar un importante empleo.

El 1 de enero de 1899 a las 12 del mediodía tuvo lugar el traspaso de poderes del régimen español al gobierno militar estadounidense. El 14 de abril de ese año John R. Brooke, gobernador militar, emitiría la orden que organizaría un Tribunal Supremo para la isla. La Orden No. 41 de 1899 establecía un tribunal compuesto por siete magistrados, uno de los cuales sería el presidente. Contaría además con un secretario de gobierno, un fiscal y dos tenientes fiscales, además de otros funcionarios subordinados. El salario anual de los magistrados quedó fijado en 5500 dólares anuales, cifra sustancial para la época.

Durante las siguientes semanas fueron barajándose nombres para hacer los nombramientos necesarios. El 4 de mayo, la Orden Militar No. 49 designó al presidente y los otros seis magistrados del Tribunal Supremo. Entre ellos se encontraba Eudaldo Tamayo. La misma orden designó al fiscal y los tenientes fiscales, al secretario de gobierno y los dos secretarios asistentes.

Como presidente fue designado Antonio González de Mendoza. Este habanero nacido en 1828 había sido un conocido abolicionista. Fundó una asociación contra el tráfico de esclavos en 1865. Liberó a sus más de 300 esclavos y en 1879 llegó a ocupar la alcaldía de La Habana. Los demás magistrados eran José María García Montes, Ángel C. Betancourt, Rafael Cruz Pérez, Luis Estévez Romero y Pedro González Llorente.

José María García Montes provenía de una familia de origen isleño asentada al sur de La Habana. Fue su primer miembro en tener educación superior. Sirvió como primer Secretario de Hacienda de la República bajo Tomás Estrada Palma destacándose por la honestidad de su gestión. Ángel C. Betancourt fue uno de los grandes jurisconsultos cubanos. Llegó a presidir el Tribunal Supremo y dejó una monumental colección de obras de jurisprudencia. El espirituano Rafael Cruz Pérez sirvió en el Ejército Libertador y también llegó a ser presidente del Tribunal Supremo. De hecho, ejerciendo esa función tomó el juramento a Tomás Estrada Palma cuando tomó posesión como primer presidente de la República. Escribió numerosas obras de historia e historia del derecho y fue miembro fundador de la Academia de Historia.

Luis Estévez Romero era conocido, entre otras cosas, por ser esposo de la famosa filántropa villareña, Marta Abreu. No llegaría a ejercer su cargo como magistrado. Luego sería Secretario de Justicia durante el gobierno militar de Leonard Wood. En 1902 acompañaría a Estrada Palma convirtiéndose en el primer vicepresidente de la República. La Orden 65 del 31 de mayo designaría al sustituto de Luis Estévez como magistrado. Tocaría el honor a la misma persona que fuera nombrada fiscal en la Orden 49. Este era nada menos que Octavio Giberga, uno de los hermanos mambises de Eliseo. Octavio había terminado la guerra como teniente coronel del Ejército Libertador y había servido siempre muy cerca del Consejo de Gobierno.

Por último, nos quedaría hablar de Pedro González Llorente, pero este oriundo de Trinidad sería también delegado a la Convención. Nacido el 19 de mayo de 1827, era el miembro de más edad de la Constituyente. A él estaremos dedicando algunas páginas como estas en la fecha de su nacimiento y luego el 5 de julio, cuando se conmemore su muerte.

El trabajo de Eudaldo Tamayo en el Tribunal Supremo lo mantuvo durante mucho tiempo en La Habana. Eso no le impidió hacer política en Santiago. El Tribunal no estuvo debidamente organizado y funcional hasta el último tercio del año 1899. En ese lapso, Eudaldo fue miembro fundador de la organización política que funcionaría como representación del Partido Nacional Cubano en oriente. En su lista aparecería como candidato que el 15 de septiembre de 1900 sería electo para redactar la Constitución.

La Convención se reunió por primera vez el 5 de noviembre de 1900. Las primeras sesiones fueron dedicadas fundamentalmente a elaborar y discutir el reglamento por el que se regiría. En ese contexto, durante la sesión del 22 de noviembre, tuvo lugar la escena a la que nos referíamos al inicio. Martín Morúa había propuesto una enmienda al reglamento que permitiera realizar las sesiones en secreto y luego publicar los resultados. Se pretendía evitar que los oradores más hábiles incitaran al público presente contra sus contrincantes menos elocuentes con vistas a presionarlos en sus decisiones. Eudaldo se levantó y pronunció un largo discurso en contra. Comenzó diciendo algo muy poco creíble. Que su determinación original había sido no intervenir nunca en el debate público, pero las circunstancias lo habían obligado. Lo cierto es que fue un orador recurrente a lo largo de la Convención.

En ese primer discurso argumentó contundentemente a favor de los debates públicos. Del derecho que tenían los ciudadanos a que la Constituyente obrara con total transparencia. Del espíritu democrático y liberal que debía presidir todos los actos del cónclave. En la votación de la enmienda, fue rechazada, como pedía Eudaldo, por 19 votos contra 10. El discurso, sin embargo, generaría disgusto entre algunos de sus compañeros. No había sido elegida aún la mesa definitiva que presidiría la Convención. La mesa provisional era una mesa de edad donde presidía el delegado más viejo, González Llorente, y fungía de secretario el más joven, Enrique Villuendas. El discurso de Eudaldo le llevó a tener un altercado con presidente, secretario y varios miembros presentes.

González Llorente, que era su compañero en el Tribunal Supremo, lo acusaría de haberse dirigido varias veces al público, incitándolo. Su actitud, de algún modo, justificaba la enmienda que combatía. Miembros de la comisión redactora del reglamento, como José Braulio Alemán y Méndez Capote, se sintieron aludidos y también hicieron uso de la palabra. El incidente no tuvo mayor entidad, pero algunos dirían luego que el bendito discurso costó al holguinero la elección a presidente de la mesa definitiva. Domingo Méndez Capote sería elegido para ejercer esa función con Alfredo Zayas y, otra vez, Villuendas como secretario.

De los restantes trabajos de Eudaldo en la Constituyente sólo diremos unas pocas palabras, porque lo veremos con mucho mayor detenimiento en nuestro podcast. El célebre periodista Manuel Márquez Sterling, que reportaba los trabajos de la Convención, escribiría muchos años después un libro en el que tocaba el tema. Proceso histórico de la Enmienda Platt fue publicado póstumamente en 1941. En sus páginas el autor revelaría que Eudaldo y su sobrino eran valiosos confidentes con los que solía tener una cercana relación. Tío y sobrino estuvieron enfrascados arduamente en la lucha contra la aprobación de la Enmienda Platt.

De Eudaldo diría Márquez que era el conductor espiritual de los optimistas. Es decir, de los que creían que la Enmienda podía ser derrotada y no se daban por vencidos frente a lo inevitable.

En el período más tenso de la contienda, solía yo acudir a la residencia de aquel patriota, en un segundo piso de la calle Zulueta, para surtirme de alientos y procurar orientaciones. Lo encontraba, casi siempre, de sobremesa con su sobrino y colega el general Portuondo; y la conversación sostenida con ambos próceres, sosegado e intenso el jurisconsulto, irónico y fogoso el militar, me proporcionaban el conocimiento íntimo de las nuevas y contundentes argumentaciones con que los irreductibles batían en el seno de la Convención a los transigentes. El “Delegado Radical”, anónimo, a quien yo achacaba comentarios y noticias, en mis escritos periodísticos de aquel momento, era Eudaldo Tamayo, con afirmaciones relampagueantes de Portuondo, alguna fórmula política del general Alemán y de vez en cuando las frases griegas del coronel Manduley.

[MÁRQUEZ STERLING, Proceso… p. 265]

Pero sobre estos asuntos hablaremos en otro momento, cuando conmemoremos la muerte de Eudaldo, que tuvo lugar el 28 de febrero de 1922. Quedemos por el momento con la caracterización que, en la distancia, haría el amigo periodista de nuestro delegado.

Era un liberal de molde antiguo, inflexiblemente recto en sus propósitos y tendencias, y se inclinaba siempre a favor de la causa popular. Acrisoladamente virtuoso, benévolo, afable, modesto, sería poco llamarle incorruptible al merecer, por unánime consenso del país, el título de “inmaculado”.

[MÁRQUEZ STERLING, Proceso… p. 264]

Fuentes consultadas:

Brooke, John R. “Civil Report”. Government Printing Office. Washington, 1900.

Departamento de la Guerra, Oficina del Director del Censo de Cuba. Informe sobre el Censo de Cuba, 1899. Imprenta del Gobierno, Washington, 1900.

Márquez Sterling, Manuel. Hombres de Pro. Siluetas políticas. Imprenta El Mundo. La Habana, 1902.

_____________________. Proceso histórico de la Enmienda Platt. Imprenta El Siglo XX, La Habana, 1941.

Rodríguez, Rolando. Cuba, las máscaras y las sombras. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2007.

 

 

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