Antonio Bravo y Correoso (imagen de archivo).

Sobrevivió a todos sus compañeros de la Convención de 1901. Era el único aún con vida cuando se convocó a la Constituyente de 1940. Consiguió ser elegido a esta nueva asamblea para convertirse en el único delegado que participó en ambas. A la del ‘40, además, fue acompañado por su sobrino, Antonio Bravo Acosta. Bravo y Correoso fue una anomalía simbólica, una metáfora fallida de tránsito generacional. A explicar esto último dedicaremos nuestra conmemoración de su muerte, que tuvo lugar el 2 de enero de 1944.

Nació el 8 de octubre de 1863 en Santiago de Cuba. En consecuencia, hace menos de tres meses publicamos una síntesis de su biografía anterior a la Constituyente. Recordemos que había quedado huérfano siendo muy pequeño porque integristas españoles habían asesinado a su padre en una masacre tristemente célebre. También vale la pena apuntar que habíamos dejado a Antonio electo a la Constituyente por Concentración Patriótica. Era este un grupo político oriental que pretendía no ser un partido, pero que concurrió a las elecciones en alianza con el Partido Nacional Cubano.

Bravo Correoso era abogado y desde hacía muchos años tenía un importante bufete en su ciudad natal. En sus aventuras por la política nacional era común verle ausente de su puesto en La Habana para regresar a Santiago. Su paso por la Convención no fue diferente en este sentido. Al inaugurarse esta el 5 de noviembre de 1900 no estaba presente, por lo que no tomó su juramento el Presidente del Tribunal Supremo. Pudo prestarlo el día 7 en una sesión extraordinaria celebrada con ese efecto. Prestaron juramento junto a él los delegados Manuel Ramón Silva, venido de Camagüey, y Eliseo Giberga, que no llegó a tiempo en la primera ocasión.

Fue un miembro muy activo en la redacción de la ley fundamental de 1901. Promovió numerosas enmiendas, intervino con asiduidad en los debates cuando no se encontraba de viaje. Es célebre, sin embargo, por una de sus ausencias. Cuando se debatía la aprobación de un dictamen que abriría las puertas a la aceptación de la Enmienda Platt, Bravo pertenecía al grupo oponente. Todos los delegados de Oriente y Camagüey compartían esa misma posición. Ambos campos se encontraban en igualdad numérica, lo cual bloqueaba la aprobación. Algunos contemplaban aterrados la posibilidad de que los Estados Unidos adoptara medidas aún más drásticas para desbloquear la situación. En una de las ausencias de Bravo se produjo una nueva votación y esta vez sí pasó la Enmienda. Por eso la historia recoge que no fue aprobada por un voto de más, sino por uno de menos. El voto de Bravo y Correoso.

Mucho se especularía sobre si su ausencia estuvo motivada por el deseo de rendirse ante lo inevitable sin reconocerlo explícitamente. Se sabe que el día de la votación envió una nota en la que manifestaba que no había variado en sus posiciones. Su voto se mantendría igual de haber estado ahí, sin embargo, no estaba. Más de veinticinco años después impartiría un ciclo de seis conferencias en la institución de altos estudios de la Asociación de maestros normales de oriente. Invitado por Max Henríquez Ureña, explicaría a lo largo del ciclo el proceso constituyente del que había participado. Al referirse a la aprobación de la Enmienda Platt por la Asamblea, no hizo mención de su papel. Simplemente, calificó el hecho de inevitable. En otras palabras, su ausencia había sido, en efecto, una claudicación inconfesa.

Terminados los trabajos de la Constituyente, Correoso seguiría vinculado a la política nacional. Al celebrarse las primeras elecciones generales ganaría un escaño como senador por su provincia en el Congreso. Esta vez sería electo en la lista del Partido Nacional. Muy pronto, sin embargo, ocurriría la reorganización de los partidos políticos y pasaría a militar en las filas del Partido Moderado. Había sido cercano a Tomás Estrada Palma cuando estuvo en la emigración durante la guerra. Ahora seguiría al lado del presidente hasta el final.

La Constitución establecía la elección de cuatro senadores por provincias para un período de ocho años. La cámara alta debía, sin embargo, renovarse por mitad cada cuatro años. Era necesario que en esta primera elección la mitad de los senadores fuera electa para servir sólo por cuatro años. La disposición transitoria quinta establecía que la suerte debía decidir la identidad de estos senadores. A Bravo y Correoso le correspondió ser uno de los dos senadores de su provincia cuyo escaño sería sometido a votación en diciembre de 1905.

En varias ocasiones hemos comentado las circunstancias de estas elecciones en las que el oficialismo utilizó métodos ilegítimos para garantizar su victoria. La oposición, retraída, permitió que los moderados coparan la práctica totalidad de los cargos electivos. Luego, se alzó en armas. La Guerrita de Agosto de 1906 llevó al presidente Estrada Palma a pedir ayuda a los Estados Unidos. Cuando el Secretario de Guerra William H. Taft llegó para mediar en el conflicto, no se mostró favorable al gobierno. Tras consultar a la oposición sublevada, ofreció a Estrada Palma la anulación de las elecciones y la conservación de la presidencia. El requisito con el que el presidente no transigió fue la renuncia de su gabinete.

El ejecutivo en pleno renunció tras el presidente creando un vacío de poder. Correspondía al Congreso designar un sustituto provisional. El moderantismo, sin embargo, se opuso y dejó vacante el cargo, obligando a Taft a decretar la intervención. Según Miguel Coyula, entre los moderados solamente él, Bravo y otros dos congresistas insistieron en que se designara un presidente para evitar la intervención. Había fracasado la República. Había fracasado el propio Bravo en convencer a los correligionarios de su partido para que evitaran la intervención. Estos hechos lo llevaron de nuevo a la vida privada en su provincia, al frente de su bufete.

Siguieron 14 años apartados de la política nacional que no fueron para nada intrascendentes. Era un gran promotor de la cultura y la literatura en su localidad. Desde finales del siglo anterior se había convertido en uno de los propietarios del Teatro Oriente, antiguo Teatro de la Reina. A lo largo de los años consiguió traer a su escenario grandes figuras de renombre internacional. También fue uno de los impulsores de los Juegos Florales de Santiago de Cuba, organizados por la Asociación de Prensa de la ciudad desde 1913. En varias ocasiones la Asociación lo eligió Mantenedor de los juegos. Tenía, además, una de las bibliotecas privadas más completas del país. Estaba suscrito a cuanta publicación de renombre existía sobre temas jurídicos. Su colección tenía fama internacional.

Finalmente, en 1920 lo convencieron para que saliera de su retiro político. En noviembre fue electo senador por la Liga Nacional, coalición de los Partidos Conservador y Popular. En el senado de la República sirvió hasta abril de 1931. Como legislador se le vio apoyar la poca normativa social que de manera nada sistemática aparecía en el Congreso. Tenía sensibilidad para entender el cambio de los tiempos y comprendía las transformación acaecidas tras la guerra mundial. Sus posiciones se distanciaban cada vez más del gobierno a medida que se transformaba en dictadura. Correoso se había convertido en un hombre de Menocal y este intentaría derrocar a la dictadura por la fuerza.

Las convulsiones de los años siguientes le llevarían a un nuevo retraimiento. A finales de la década del ‘30 estaría al borde de la muerte por cuestiones de salud. El presidente Laredo Brú llegaría a firmar un decreto para rendirle honores de mayor general de producirse su muerte. Haría, sin embargo, Correoso un último regreso triunfal a la política cubana. En 1940 sería elegido como delegado a la Constituyente que se celebraría ese año en la Habana. Asisitiría por el Partido Demócrata Repúblicano, formación que dirigía Mario García Menocal. Lo acompañaría su sobrino, el también delegado Antonio Bravo Acosta, futuro senador como su tío. Se convertían así en la segunda dupla de tío-sobrino en una constituyente, siendo los primeros Eudaldo Tamayo y Rafael Portuondo Tamayo en 1900.

Para la firma de la Constitución del 40, Antonio Bravo y Correoso pidió que se le permitiera firmar con una pluma especial. Distinta a la empleada por los demás delegados. Había hecho traer la misma pluma con la que había firmado la Constitución de 1901. Sellaba así el símbolo que pretendía encarnar en su propia persona: continuidad jurídica y relevo generacional entre la norma del 40 y la de 1901.

Cuba se caracteriza, por lo menos desde 1968, por la dificultad para llevar a cabo este tránsito generacional. Cada 20 o 30 años se ha producido un estallido violento, una revolución, una crisis, una catástrofe de algún tipo. Bravo y Correoso fue visto por muchos como el vigilante que en representación de sus compañeros de 1901 orientaba los trabajos del ‘40. Era en realidad una excepción de la regla que ha impedido al país trazar un curso estable. Desde entonces nuestra historia ha seguido siendo de rupturas violentas o de continuos desastres.

Bravo y Correoso moriría el 2 de enero de 1944 tras sufrir una embolia que le tuvo postrado durante meses. Sus funerales fueron multitudinarios. La prensa de la época llegó a calcular en 25000 a los espectadores del cortejo fúnebre. Su sobrino continuaría en la política durante los años siguientes, pero esa promesa de tránsito generacional pacífico quedaría pendiente.

Fuentes consultadas:

Bravo y Correoso, Antonio. “Cómo se hizo la constitución de Cuba: conferencias dadas en la Institución de altos estudios de la Asociación de maestros normales de oriente”. Impr. de Rambla, Bouza y ca. [La Habana], 1928.

James Figarola, Joel. Cuba 1900-1928: La República dividida contra sí misma. Universidad de Oriente, [Santiago de Cuba], 1974.

Márquez Sterlig, Manuel. Proceso histórico de la Enmienda Platt. Imprenta El Siglo XX, La Habana, 1941.

Nohlen, Dieter. Elections in the Americas. A data handbook. Vol. I. Oxford University Press, Oxford, 2005.

Rodríguez, Rolando. Cuba, las máscaras y las sombras. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2007.

________________. República de corcho. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2010.

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