✍ Mario Ramírez
¿A qué temperatura social se inflama y arde una nación?
¿Se acuerdan del 349?
Yo sí.
Está todavía allí, como el dinosaurio de Monterroso.
Pero lo peor no es la numeración de ese decreto ley, uno de tantos salidos de la “genialidad” leguleya del régimen.
Desde la muerte del mayor en la dinastía Castro, la continuidad ha acudido al papel para intentar amordazar a la sociedad. Claro que a aquel no le hacía falta pues, dictador de la vieja escuela, dictaba órdenes, no leyes. Mejor dicho, las leyes estaban, pero lo que regía el estado de cosas en Cuba era el capricho del mandamás jurásico.
Con el 349 las cosas no salieron como esperaban.
Llegado al poder, Raúl Castro ensayó unos lineamientos para la agonizante economía del país, que hace unos meses fueron derogados en silencio, resultando igual de inútiles que la posterior Tarea Ordenamiento, el reordenamiento económico y otras curvas imbateables. Para 2018 dejaba el cargo en manos del último discípulo de la desobediente academia del castrismo —por donde desfilaron Robaina, Lage, Pérez Roque, etc.—. El cambio era un descenso desde la sucesión dinástica, pero la continuidad estaba garantizada en Díaz-Canel, leal y sumiso, conocido entre las filas de sus iguales como el ideólogo. Eso sí, había —hay—, que apuntalarlo en el poder por esa propiedad adhesiva que los burócratas veneran en la celulosa de las gacetas oficiales. Un sinfín de decretos y una nueva Constitución para dejar bien amarrado al potro, por si hay tormenta.
El 349 no inauguró esta línea editorial de la distopía castrista. Sin embargo, los artistas, a quienes está orientado el decreto, hicieron uso, por primera vez mayúsculo en la historia cubana contemporánea, de sus capacidades para la protesta. Y la protesta fue un escándalo que puso a correr al “renovado” régimen. Lo que siguió es hoy historia. Memorable. La libertad guiando al pueblo fue la libertad del arte y el grito de la creación genuina, que no acepta mordazas ni cabestros.
¿A qué temperatura social se inflama y arde una nación?
Pues parece que no hace falta demasiado. En pocos años de fustigar al papel con las quemaduras del sol del socialismo, la nación se rebeló el 11 de julio de 2021. Una debilidad, una falla en el sistema. Serían necesarios más decretos.
Días después del 11J, el régimen atropelló su propio cronograma legislativo para apurar un decreto ley 35 contra el libre uso de las telecomunicaciones —principal campo de batalla en el que el descontento social prendió la hoguera—, al que siguieron leyes como la de cine (373), la de comunicación (370) y otras, como si en lugar de garantizar las principales libertades del ser humano, en este lugar del planeta nos dedicáramos a establecer una dictadura jurídica con el fin de aniquilar cada una de esas libertades.
En Cuba hay calor, para colmo apagón. También hay bomberos como los de la novela de Bradbury, ocupados en quemar el pensamiento y la cultura. Todavía se emiten decretos, aunque ya no son noticia en un país que se debate entre la supervivencia y el éxodo. Pero ojo, si unos pocos que malgobiernan esta isla quieren estatuir por escrito la falta de libertad, recordemos que la libertad no está en esa ni en ninguna letra que gobierno alguno haya inventado. La libertad es un derecho natural y usted decide si se comporta a la altura de la humanidad con la que vino al mundo.
Con esa humanidad hemos creado la idea de la justicia, y allende el mar que separa a nuestra aldea, otros pueblos hablan de democracia.
¿A qué temperatura social se inflama y arde una nación?
En Cuba, donde no hay combustible, la energía popular gravita hacia el estallido.