✍ Mario Ramírez
María Corina Machado podría ser mi mamá. Tiene casi la misma edad que mi madre y un carácter de hierro como el que he conocido de cerca toda mi vida. Parece una heroína de telenovela —latina, no una de esas otomanas de biscuit—, pero es una heroína de la dura realidad que supera las dos décadas en Venezuela. Y sí, estaría bien que alguien que puede ser tu madre o la madre de cualquiera, sea la líder de tu movimiento social, tu partido o tu país.
Que lo recuerde Kamala Harris, cuando en noviembre su aspiración a gobernar el país más poderoso del mundo inflame los ánimos divididos de esa nación. Madre, por favor, o en todo caso abuela, a lo Ángela Merkel. Basta ya de guapos con invasiones militares o dictaduras fraudulentas.
Pero volvamos a María Corina, quien desde el 30 de junio de 2023 fue inhabilitada políticamente por el régimen de Nicolás Maduro. Una categoría que se ganó tras un expediente lleno de records en su oposición al chavismo: diputada elegida con más votos en la historia de la Asamblea Nacional, en 2011; primera política venezolana en ser representante alterna de otro país, Panamá, ante la Organización de Estados Americanos, en 2014; primera activista política venezolana en la lista de las cien mujeres más influyentes del mundo de la BBC, en 2018, etc.
Como si no bastara y a pesar de la inhabilitación, en 2024 ganó las elecciones primarias de la opositora Plataforma Unitaria con el 90 % de los votos. “El mejor resultado para una mujer en una elección en la historia de Venezuela”, subraya Wikipedia. Aun así, tuvo la humildad de hacerse a un lado para apoyar a Edmundo González —único candidato opositor que el gobierno no logró inhabilitar en las elecciones presidenciales—, a quien acompañó hasta la victoria en las urnas y el enfrentamiento al posterior fraude de Maduro.
En otro momento podemos hablar de lo que significa estar inhabilitado políticamente en la Venezuela post Hugo Chávez, algo que debe sonar raro para los cubanos en la isla, que llevamos más de sesenta años en una desconexión total de la vida política libre.
Si en Cuba tuviéramos más partidos, o al menos elecciones, dirán muchos. Sí, claro, eso es fundamental, sin embargo el ejemplo de Venezuela y María Corina prueba que ni eso es suficiente para derrumbar un poder totalitario.
Por estos días, en los que el régimen chavista intenta afianzar su triquimaña, en los labios de Maduro y su compinche Diosdado Cabello ha vuelto a sonar, temblorosa, una palabra prohibida: SÚMATE. Observen, en las alocuciones de este par, cómo se contrae el rostro de la rabia por tener que pronunciar el imperativo que los ha puesto en jaque en más de una ocasión. Súmate, la asociación civil fundada por María Corina en 2002, vuelve a ser sometida a una campaña de difamación por parte de la dictadura, que acude siempre a la teoría de la conspiración extranjera como causa de sus males.
Lo de difamación y conspiración lo conocemos aquí, pero ¿se imaginan a un Fidel Castro teniendo que admitir ante las cámaras el éxito de Oswaldo Payá y su Proyecto Varela? Pues en 2004, luego de más de tres millones de firmas recolectadas, al Consejo Nacional Electoral de Venezuela no le quedó más remedio que aceptar el referéndum promovido por Súmate para revocar a Chávez de su cargo como Jefe de Estado. La revocación no ocurrió, pero el dictador sintió por vez primera el enorme poder de una oposición organizada.
En los años siguientes, los miembros de Súmate serían perseguidos y reprimidos, y la propia María Corina fue condenada por el Tribunal Supremo de Justicia, en una causa que nunca se ha efectuado, pero que sigue abierta, como suelen hacer con los opositores más temidos las dictaduras de la escuela soviética.
No obstante, Súmate continuó en sus actividades y ha llegado a especializarse como veedora en los procesos electorales, lo que ha sido vital para el desenmascaramiento de fraudes como el de 2013, con la llegada de Maduro al poder, o ahora, en el acopio de las actas que demuestran la abrumadora victoria de Edmundo González.
Lo sorprendente es que en la actualidad María Corina ni siquiera preside la asociación. Esta líder indómita, para la cual la palabra es acción —sabedora del efecto en los labios de la dictadura— creó en 2012 el partido liberal Vente Venezuela, que posteriormente haría simbiosis con la Mesa para la Unidad Democrática. Son más de veinte años de una lucha cívica sin descanso, y que ha popularizado la consigna “Hasta el final”, con un impacto visible en la población y una capacidad de convocatoria impresionante.
Para mis conciudadanos que siguen creyendo que el cambio político en la isla es como una vuelta al óvalo de Noah Lyles, recomiendo escuchar a esta mujer, cuando explica que el final no es el derrocamiento de la dictadura, sino la restauración de la democracia y el bienestar socioeconómico en su país. Cierto que en Cuba el contexto no es exactamente el mismo, pero estoy seguro de que esta lucidez deberíamos sumarla ya a nuestras ansias, y de paso, cubanos, empezar a sumarnos todos.