✍ Mario Ramírez
A la mayoría de mis conciudadanos le resulta muy difícil lidiar con el miedo. Cuidado, no digo vencer el miedo, sino lidiar, bregar, luchar con eso que nos paraliza. Hubo una época en la que el cubano le gritaba sus verdades en la cara a cualquiera, y no me refiero a la guapería que antecedió al machismo revolucionario. El cubano era una afirmación de realidad, incluso cuando esa realidad era grosera o desgarbada. La alegría, estridente; la tristeza, mortífera: íbamos de las lágrimas negras al carnaval de la vida, como en un bolero republicano. Parece inexplicable que nos convirtiéramos en estas criaturas taciturnas, con el susto de ser como una indigestión existencial. Por fortuna, para los que creemos en la resurrección de aquella especie autóctona, existen conjuros como este:
Yo voy a donde vaya
Esta garganta en sombras
Que el campanario sordo
Cría entre tanta espera.
Se trata de la estrofa inicial de un poeta auténtico: Abel Lescay, quien amablemente me ha enviado su poemario, Cuatro encuentros con el dios del Susto (Rialta Ediciones, 2024), para que lo critique “al duro”. Sí, porque Abel es un duro que no teme a la crítica y exorciza sus demonios con música y poesía. Con 25 años, ya se le conoce como compositor, pianista, guitarrista, arreglista, cantante y, ahora, poeta. Aunque era de sospechar, desde las letras de su álbum grllxs, que a este lírico poderoso se le enramaban en la garganta melodías y versos. Abel es un chamán taíno y escribe haikus en el río de su infancia:
Tenemos cerrado el ojo;
la luna es el camino.
(“Mi Sociedad III”)
…piedra que llora
la belleza que crece.
(“Mi Sociedad IV”)
Amar es fluir
hacia donde es mar la muerte.
(“Rostro del susto IV”)
Oh, noche, boca de guitarra,
susurras mis canciones.
(“Noche y Árbol”)
…si yo soy yo soy mil gotas
aquella montaña el destino
(“Canto del viento en la ventanilla”)
Como en la cancioncilla italiana, il grillo è buon cantore, pero nótese que este grillo escribe Susto con mayúscula. A Abel, el cubano, no lo paraliza el miedo: Y la bestia que me habita acudió; antes encara los sobresaltos de la existencia con la sabiduría de la visión: Miré romperse en el asfalto/ una gota de la tristeza que me inoculaba el susto. Hay tristeza, pero la comunión puede salvarnos: Acompáñate, amor, de este susto mío./ Yo también soy eso:/ el pastor de muchos miedos/ el remolino de porvenires. Cuando el 11 de julio de 2021 Abel se encontraba entre la multitud de personas que pedían libertad frente a la represión, debió recordar algunos de estos versos:
Decir estrellas dibujando con viento
germina los ojos.
Algo mayor nos habla
cuando se escucha con los talones
el alma de la tierra viva.
(“Rostro del susto III”)
Entregar el intrínseco dolor
al viaje del destino
limpia miserias.
Un camino místico
abre su surco en el cuerpo
para el sonido de los astros.
(“Rostro del susto IV”)
No nos engañemos, el miedo existe y es más real en una sociedad donde hemos encumbrado al susto hasta la condición de dios. Sin embargo, es en estas sociedades imperfectas donde el poeta, criatura extraordinaria, se convierte en apóstol de una verdad abisal. La poesía, entonces, puede pasar por hermética, pero su significado es un agujero de fantásticas certezas ensayando la sanación. Hoy exhalo una muerte/ que pudo ser tuya, dice el poeta Abel, mientras confiesa que aprendía a morir. En la noche de la patria, la poesía puede ser una evocación luminosa —cocuyo, pentagrama de Bach, altar de Martí— y al mismo tiempo un aprendizaje del destino, de la oscuridad que hemos de develar para que nos hablen los ojos encendidos del señor. Después de todo, acudir al encuentro del susto tiene sus ventajas:
el viento regresa a la garganta de un gallo
la carretera se duerme con diablos bajo los focos
los hombres desaparecen como si no fueran
la madrugada estática da tres giros a la montaña
se cierra el tiempo una ola tras otra
a partir de ahora todo será un sueño
(“Canto del viento en la ventanilla”)
Gracias mi hermanón, en Camagüey no pasé ningún susto, solo encontré mucha Valentía.