
Desde las famosas conferencias de Borges, que hoy escuchamos sus adeptos con la fascinación de la palabra erudita en el oído profano, no había vuelto a experimentar ese magnetismo de la voz sacudiendo la totalidad de los sentidos. Las Siete noches bonaerenses me parecían demasiado íntimas y universales para ser emuladas en el breve tiempo que representan poco más de cuatro décadas para la inmensidad del tiempo sapiencial. Todavía más asombroso es que nuestro español, no tan acostumbrado a los sobresaltos publicitarios de otras lenguas —piénsese en la novela radial de Wells—, se adaptara brillantemente a los requerimientos anglosajones del género podcast, y que un escritor cubano, Rafael Almanza, se resolviera a la aventura tan riesgosa como infrecuente entre nosotros de pensar hablando.
Ya otro genio latinoamericano, Octavio Paz, lo había dicho en estos términos: “el hombre no habla porque piensa, sino que piensa porque habla”, y ese hablar que es pensamiento en acción, ejecutándose con las reducidas armas del idioma, se nos ofrece en la serie de siete podcasts titulada Palabra del Tiempo, con la que el historiador y presentador Alenmichel Aguiló nos acerca a las ideas de Almanza. Para mayor ganancia, se trata de una conversación entre amigos que se conocen de hace mucho y que, como todos los amigos, no acaban de conocerse. En ese diálogo, por momentos borgeano pero nunca hermético, nos descubrirnos interlocutores, como si La palabra auditiva —título del primer episodio— nos devolviera a una época remota en la que el oído tenía otras funciones, además de la recolección de sonidos que devendrán significados.
Podcast, la palabra sobre la mesa de estas noches, indica en su etimología de vocablos tecnológicos una colecta sonora que se difunde a los aparatos de comunicación actuales, pero a mí se me antoja sugerente la división de pod, en inglés, vaina que guarda las semillas de la planta y cast, entre sus muchas acepciones esparcir, lanzar, arrojar, como una revelación de la naturaleza del medio. La labor del creador de podcasts —a diferencia del locutor, del político o del publicista— es diseminar, no algo que nació adulterado como el programa o la propaganda, sino guardado en una cápsula cuya misión final es desintegrarse y volverse a integrar en el cosmos de las ideas. Aguiló, un consumado más que consumidor escucha, sabe por experiencia cómo operan los privilegios del oído en la fecundación del pensamiento contemporáneo.
Orador de miles de páginas de poesía, ensayo y narrativa, Almanza es igualmente un periodista que no cesa de predicar entre el murmullo de las noticias que nos aturden; un conversador a cuya casa en Camagüey acuden los jóvenes que se resisten a la alienación y la tapiadura totalitarias; un maestro de la palabra que ha conducido por más de un cuarto de siglo la Peña del Júcaro Martiano, en un país y una época donde campean al unísono la rechifla, el carnaval y la ovación mediocre. Contra esas enfermedades, Almanza nos propone, ya que estamos lejos de la meditación cristiana o budista, plantearnos el mundo reflexivamente, hablando. La celeridad de las imágenes convertiría nuestra Nostalgia del futuro —segundo episodio— en una visión superficial sobradamente nostálgica. La vida futura y las Evidencias del progreso —episodios cuarto y quinto— demandan de nosotros, como individuos, una actitud y como sociedad, una aptitud que nos permitan otear críticamente en el fondo siempre incómodo de los problemas. Desde luego, tenemos la milenaria palabra escrita, pero nuestro ámbito es a un tiempo la habitación en ruinas de Babel y la caverna del mito platónico. El estallido nuclear nos volvió, más que sordos, ágrafos. Escribimos para recuperar la escritura perdida y no leemos nada. Vociferamos hasta la afonía y caemos, reiteradamente, de bruces ante la verdad.
Hacia la verdad y la paz, pues, nos sugiere ir Almanza en el último de los podcasts de esta serie, tras curarnos de El pesimismo cubano —tercero— y si salimos ilesos de las verdades gritadas con el escándalo de la poesía en Un episodio que no es fácil —sexto—. Cuba, la conquista del espacio, la carrera tecnológica, la guerra actual y la pretérita, la concepción del ser humano, la vida religiosa, la fe, la política de todos los colores, el optimismo ridículo y el doloroso, la igualdad, la libertad, la fraternidad del con todos y la lucha entre el Bien y el Mal son las abscisas y ordenadas de un sistema que tiende al infinito.
La palabra del tiempo de este profeta quiere ubicarnos en la galaxia real del pensar y el actuar cotidianos, en una tentativa de sanación que desciende, nada menos, de la prosapia nacional de Varela, Martí, Márquez Sterling, Mañach, Vitier… El ensayo verbal, en el dominio más puro del término, continúa al escrito —Almanza acaba de publicar Palabra pública, compilación de artículos— y es así mismo una búsqueda personal en la que el autor descubre, con el oyente, la manera expedita de vencer el laberinto del oído, auscultando la realidad sin prejuicios ni complejos. Hay tiempo porque hay palabra que lo dice y lo desdice, como el verbo del principio al que añoramos regresar. El católico Almanza demuestra que la palabra articulada puede ser contemplación y poema, pero urge que sea ante todo restauración, reparación, resurrección de aquello que nos humaniza. En esa empresa lo acompaña la erudición fresca de Aguiló, a quien rogamos una segunda temporada de estas noches, como las otras, eternas[1].
(Publicado originalmente en Árbol Invertido, mayo de 2022)
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Finalmente, con el apoyo de la Asociación Cultura Democrática, el podcast tuvo una segunda temporada en 2023. Así mismo, en 2024, pero sin Aguiló y con la conducción de Luis Carlos Hernández, Almanza pudo realizar una tercera temporada. ↑