
Como vivimos en la llamada era de las imágenes, con millones de fotos, videos, filmes, ideogramas, señales y letreros que nos reclaman poderosamente y nos golpean la vista y el entendimiento como un abuso letal, el título de este trabajo suena quizás interesante, dulce, al día. Lo he puesto en itálicas para dejar claro que esas tres palabras son ajenas. Ni mías ni contemporáneas. Fueron escritas a principios del siglo XIX y pertenecen a Félix Varela y Morales.
La gente al día es al día de hoy mucha, miles de millones en el planeta conectados a las ideas y las imágenes. La gente al día es gente que no se toma el trabajo de saber quién hizo el día ni para qué; y como se limitan a consumir el día a día del día, sin averiguar de dónde sale y con cuáles intenciones, resulta que la gente al día está conectada al día pero no a la realidad que lo determina, y que necesariamente está antes del día, en la historia. El interminable elenco de los novedosos está convencido de que el día de ellos es absoluto y salió de sus cabezas iluminadas ahora mismísimo. Es lo que llamo el Complejo de Palas Atenea. Toda esa gente al día ha nacido de las pantallas y para nada de la frente de Zeus, que esculpiera un Fidias. Un autor del siglo XIX, o de cualquier etapa que no sea la del día, está muerto, como la iluminación de gas en relación con la eléctrica. Como los corceles después del motor de combustión interna. Como el motor de combustión interna con relación al carro eléctrico, o el de hidrógeno. La tecnología marca el ritmo de la desaparición de una maravilla por otra.
Frente a este escamoteo de la realidad histórica se yerguen la literatura y el arte. No hay novela que compita con los poemas homéricos, narraciones en verso —y qué rico y difícil verso, el hexámetro—, concebidas para ser cantadas. Qué narrador actual se atreve con semejante meta, y con los dos mil ochocientos años de admiradores. Nadie puede con Miguel Ángel o Leonardo. Nadie podrá, diría Hermann Hesse, para quien no habría novedad alguna que pudiera competir con un pasado suficiente. La literatura y el arte nos curan del culto del día, peligrosa idolatría si las hay. Estar abierto a la gloria del pasado del que venimos, es una forma de valorar el presente y construir el futuro. Si es que logramos merecerlos.
Hay poca novedad real en el siglo XXI. La vida del humano está controlada por presupuestos y ficciones que desde luego han sido heredadas de cualquier momento de la historia, y especialmente del siglo XX, que a su vez tributa a las audacias de los siglos XVIII y XIX. Más que practicar un orgullo de la novedad, debiéramos examinar si no se trata de un refrito, o para decirlo con términos del año cincuenta, un remake burdo de películas que ya vimos y que eran mejores. O por lo menos, sinceras. El dictador ruso propone abolir las Naciones Unidas y volver a aquellas reuniones de las potencias europeas del XIX, en las que se repartían el mundo.
Ya que actualmente hay que ser divertido para impresionar, resulta recreativo el uso que Félix Varela hace del término ideología. En esta serie de artículos estoy tratando de eludir la palabrita para poder, creo —o imagino—, combatirla con eficacia. Ya nos hemos acostumbrado a la idea de que ideología significa mentira interesada, y por eso tan interesante. Un grupo crea una idea, o más bien lo que ellos creen que es una idea, y nos la divulgan. Unos hablan del género y otros de la ideología de género, y unos y otros hacen ideología ferozmente. Ninguna idea puede ser desinteresada. Ninguna verdad puede ser geométrica. Ideología equivale a desprecio, odio, guerra, soberbia.
Pero qué casualidad, para Varela ideología significaba la creación de ideas filosóficas. Y la filosofía, ya se sabe, pretende ser una ciencia, un planteamiento riguroso de la verdad.
Para Varela, idea es imagen de la realidad. Dicho de otra manera: si bien usted puede delirar con lo que piensa, y escribirlo y divulgarlo, y establecer un partido o una secta con una tropa de otros delirantes, usted en verdad no tiene libertad ni autoridad para intentar suprimir o falsear la realidad. Si la idea no es imagen de la realidad, si no la refleja cabalmente, usted está fantaseando. Y para nada se trata de eliminar la fantasía, y mucho menos la artística, que también refleja la realidad y es funcional en ella, pero de manera diferente. Para Varela, un sacerdote, está claro que lo que se piensa y se dice tiene una función rectora en la realidad humana. Por eso, cuando ya no es profesor de filosofía en el Seminario San Carlos de La Habana, Varela publica en los Estados Unidos sus trabajos filosóficos. Sabe que la batalla de Cristo se da también, y especialmente, y en cualquier circunstancia, a través de esa función rectora que le corresponde al pensamiento, incluyendo la ideología, esto es, la producción y divulgación de ideas sobre el mundo y el hombre. Y su cultura le informa de que, en ese esfuerzo, incluso el más distinguido y noble, suele haber error. Incluso la tentación del error. Y la tontería de los que aspiran a pensadores sin tener con qué. Y la maldad y el demonio.
De ahí que uno de los caballos de batalla de Varela fue ese de la idea como imagen, como reflejo fiel de la realidad. Discípulo de Tomás de Aquino, para él la realidad es obra del Creador; y por lo tanto, nuestra única posibilidad de acierto en este mundo, y también nuestro principal deber intelectual, es interpretarla. Buena parte de la mística medieval casi que se desentendía de lo real, con un énfasis en la interioridad del creyente y la búsqueda personal de Dios. Con Tomás el mundo exterior se vuelve importante, materia de fe como objeto del espíritu, como investigación y como acción. Varela es un tomista del siglo XIX que prolonga y enriquece la visión del profeta incluyendo la vida social, y la política, como materia de fe, y sobre todo de acción, cristianas. Por supuesto que Varela defiende la mística católica, y por eso fue un admirador y divulgador de Santa Teresa de Ávila. Todavía estamos por investigar su mística personal. Pero su misión entre nosotros como sacerdote, el peso de su personalidad intelectual y la clave de su significación política, radica en el respeto por la Realidad del Mundo como destino del creyente, que siempre necesariamente culmina, y es su caso, en la santidad y el heroísmo.
Ahora bien, el intelecto humano es libre de entender la realidad o de apartarse de ella. Queriendo interpretarla, puede equivocarse. O ese intelecto se encuentra en una relación de negación de la realidad, esto es, en estado neurótico. O el intelecto decide enamorarse de sus propios recursos y pretender que la realidad es un fantasma, o una proyección de la propia mente, o una esclava que debe obedecer al intelecto soberano. Varela es un pensador posterior a la Ilustración, a la que debe mucho, en la que todas esas debilidades se convirtieron en glorias y en modas. De ahí que critique a Kant y a sus discípulos por su confianza en las ideas innatas, y desde luego inverificables, y se asocie a las doctrinas que afirman la prioridad del conocimiento en los sentidos, nunca un sensualismo sino la evidencia de que lo que está afuera de la mente, es, realmente es, jamás una proyección o un proyecto o una ilusión de mente alguna ni virgen ni educada; y la tarea del filósofo es descifrar ese es. Su epistemología es una ontología claramente cristiana. La Creación puede y debe ser investigada. Los recursos del intelecto son herramientas, no sustitutos de la realidad creada. Por eso rechaza el lenguaje filosófico que se encierra en su propia lógica de conceptos: rechaza al teoremático Spinoza (y hubiera rechazado igualmente al primer Wittgenstein, el del Tratactus). Y también a Hegel, que establece una lógica que se supone que es la misma del Creador. Ni hablar de Marx, que intenta usar esa lógica para mejorar la Creación.
La idea como imagen fiel de la realidad remite entonces a una ideación nunca narcisista, que está consciente de sus límites y de su destino; y desde luego, a ese recurso de investigación de la realidad ya por entonces poderoso: la ciencia. Varela divulga el conocimiento científico de su época como profesor de Física en sus años del Seminario. Su periódico El Habanero tiene ese subtítulo que lo dice, y lo abarca, todo: papel político, científico y literario. En los pocos números del periódico hace su labor de divulgador de la ciencia… y la tecnología. Su interés por la ciencia, y por los que se dedican a ella será constante. Desde Nueva York publica en la primera revista de medicina cubana. Uno de los dos inventos que este sacerdote patentó en los Estados Unidos fue una especie de refrescador de aire para los hospitales. Perfecta conjunción: el sacerdote que es filósofo es un divulgador de la ciencia que crea un invento para hacer… caridad. Y aquí, en esta integridad, es donde comprendemos el alcance de su ideación personal, de su ideología católica.
Varela entiende la idea como imagen de la Realidad Creada. Pero esa Realidad tiene su propia lógica y también su propio destino, que han sido establecidos y son manejados por el Creador. Estamos en ese destino y esa lógica sin remedio. Pero no para limitar nuestra libertad y nuestro intelecto, sino para salvarnos. La ideología vareliana no surge de ningún presupuesto puramente racional. Ni investigativo, ni científico. Parte de constatar de que en esa Realidad que reflejamos con el pensamiento ha ocurrido una Revelación. El Creador se ha revelado en Cristo. La reflexión filosófica de Varela está subordinada a ese hecho. Puede ser considerado falso, pero para él, y para mí, Jesús de Nazareth ha resucitado. Verdaderamente ha resucitado, y por lo tanto la realidad ha sido descifrada esencialmente como Lógica de la Salvación. Eso, siendo atrevido y enorme, resulta que no pasa de ser una idea si usted no va al hospital a atender a los enfermos y emplea su capacidad científica para ayudarlos. Porque la Lógica de la Salvación es Amor, y uno debiera participar de Él. En el pensamiento de Varela la fe, la reflexión y la acción son una sola realidad personal de caridad.
En medio del desorden intelectual y moral del mundo, de las amenazas de desaparición de la humanidad y de la anarquía de los guerreros, me aferro al destino de la patria que tiene como piedra fundacional a este monstruo.
Aleluya.