
El periodista y escritor habanero Arturo R. de Carricarte constituye uno de los estudiosos de la obra de José Martí, el héroe nacional cubano, más olvidado por los incontables investigadores del pensamiento de este latinoamericano universal. Pero, ¿han sido los escritos de Carricarte sobre el llamado Apóstol de la independencia nacional cubana de escaso valor como para que tantísimos investigadores de la obra martiana apenas lo mencionen?
La única alusión en los últimos años a su obra ha provenido de intelectuales cubanos del exilio[1], al acercarse —en un estilo iconoclasta— al vastísimo legado martiano para señalar el olvido del polémico libro La cubanidad negativa del Apóstol Martí, escrito por De Carricarte en 1934.
Mas no ha sido sólo ese opúsculo la única obra de valía de este reconocido periodista, pues el Prefacio a lo que tituló Nuevos papeles: Centón de Documentos hasta ahora inéditos y de otros no reproducidos los más desde su primera publicación de José Martí, complementan su pensamiento sobre el Héroe Nacional de Cuba.
Antes de entrar en el análisis de este Prefacio, comentaré uno de los aspectos del libro La cubanidad negativa del Apóstol Martí, poco seguido por sus escasos lectores. La tesis de Carricarte no sólo es incómoda para todos los proyectos políticos que se han establecido en la isla, al calificar a Martí de fracasado, sino que demuestra de manera irrebatible lo poco que los cubanos leían a Martí.
¿Cómo entonces, si no se lee al Héroe Nacional, puede comprenderse su vasto legado? Como fundador y director de la Biblioteca Municipal de La Habana desde 1920 hasta 1931, De Carricarte afirma que después de nueve años de existencia de esta institución, no llegaban a 300 las personas que se habían interesado en leer a Martí, de las más de 200 mil visitas recibidas en casi una década, ¡a razón menos de tres lectores por mes! Los datos que revela el fundador de esta institución capitalina resultan alarmantes, pues consigna que en todo el año 1927 en la Biblioteca Municipal de Santa Clara, de los 17 509 lectores que pasaron por sus salas ¡sólo cuatro pidieron obras de José Martí![2]. Por si no bastara, da otro ejemplo: para difundir la obra martiana, este escritor organizó lecturas dominicales en 1925 que tuvo que suspender por falta de oyentes. De Carricarte se pregunta: “¿Porque soy pésimo lector? Quizás lo soy yo; pero también leyeron Néstor Carbonell y José Antonio Ramos, que son maestros en este arte difícil y el fracaso fue total”[3]. Iguales experiencias sucedieron en otras ciudades del país como Santiago de Cuba y Santa Clara con idénticos resultados, la falta de oyentes conllevó a clausurar esas lecturas.
A mi juicio —entre las disímiles variables que pueden confluir— una de las causas de este poco interés en la obra martiana entre los connacionales de esos años, era que todavía José Martí no había alcanzado ese nivel de canonización que paulatinamente se iría instaurando en las siguientes décadas, transformando su pensamiento y acción en una especie de religiosidad civil, hasta convertirlo —en palabras del ensayista Rafael Rojas— en el “Uno-Monarca” intocable de la nación cubana.
De Carricarte y muchos admiradores del pensamiento de José Martí pasan por alto que en la obra martiana, si bien se ha difundido con amplitud y la bibliografía sobre este excepcional cubano es amplísima, su prosa es muchas veces compleja, nada fácil de decodificar para el lector común, llena de metáforas y vuelos literarios de peculiarísimo estilo y difícil comprensión, incluso para pensadores y estudiosos de reconocida trayectoria. Para la historiadora cubana Marial Iglesias, Martí “hacía política también con poesía, sus discursos y artículos políticos están plagados de metáforas tan vívidas y complejas que es casi una quimera dar con la clave última de su verbo”[4].
Pero contrario a lo que muchos pudieran pensar, la admiración de Carricarte por Martí era muy intensa, lo cual puede comprobarse a través de toda su trayectoria pública. Debido a su gestión personal y con el apoyo de varias autoridades de la capital, este intelectual recuperó la casa donde había nacido Martí en la calle Paula, convirtiéndola en un museo en 1925. Para su pleno funcionamiento, el escritor donó más de 500 libros, reliquias históricas y fotografías, lo cual le valió la dirección del Museo Casa Natal hasta su muerte en 1948.
Además, fundó la Revista Martiana en 1921, para divulgar el pensamiento del Apóstol nacional. Mas su anhelo principal era el conocimiento de los distintos matices de un hombre excepcional, pero al fin y al cabo humano como todos los mortales, con sus defectos, dudas y ambiciones. Esas y otras muchas ideas las dejará plasmadas en el Prefacio de su compilación de escritos de José Martí.
Nuevos papeles, viejas ideas
Como un extenso prólogo a una selección de escritos sobre Martí en su mayoría inéditos hasta la fecha (1934), De Carricarte reflexiona en más de 100 páginas sobre el ideario y la personalidad de uno de los grandes próceres latinoamericanos del siglo XIX. Curiosamente, las notas de ese Prefacio no aparecen, mucho menos el objetivo central del libro: los escritos inéditos de Martí. En las dos ediciones de este Prefacio consultadas en la Biblioteca Nacional de Cuba, se consigna que el centón de documentos nunca llegó a publicarse, sin explicarse las razones. De cualquier manera, estas páginas complementan su corto pero contundente ensayo La cubanidad negativa del Apóstol Martí y ofrece mucha luz sobre su raigal pensamiento.
¿Que para conocer a Martí no es necesario exponer cuanto en estas páginas se consigna? ¿Conoce el cubano a Martí? Acabo de probar que no lo conoce nuestro país; que sus comentaristas no lo han estudiado, que tal parece que los más de sus biógrafos han tenido empeño en desfigurar su verdadera personalidad, en borrar sus perfiles, en ocultar su verdadera significación humana y la trascendencia y aplicabilidad de sus doctrinas a través de sus gases no pocas veces de grosero tejido.[5]
Uno de los argumentos que más defendió De Carricarte a lo largo de toda su vida fue el escaso conocimiento del pueblo cubano sobre su Héroe Nacional, su mártir más venerado. Si De Carricarte era un profundo martiano, esa intensa admiración por Martí no le era óbice para tratar de combatir a todos los escritos que lo divinizaban, haciéndolo inalcanzable e insuperable:
Así Martí, con todas las debilidades inherentes a nuestra triste condición, ofrece ejemplo que incita el anhelo de emularlo en quienes sienten el ansia notable de ser útiles y que, quizás por conocer las propias flaquezas, a las que no tiene el valor de renunciar, desistirían de todo intento de imitarlo si creyeran que no basta la limpieza de la conducta pública y aún de mismo servicio fecundo porque se les dice que el modelo propuesto jamás pecó. No, que se vea bien que son compatibles con yerros debilidades los grandes sacrificios y las acciones sublimes y, seguramente, podrán lograrse imitadores para los buenos. En cambio, ese Martí semidivino, incapaz de defectos, suma y compendio de todas las virtudes y de todas las renunciaciones espanta al tímido y aún desorienta al mejor intencionado.[6]
El periodista de El Sol, del barrio habanero de Marianao, y colaborador de diversos diarios y revistas de la época, intentaba frenar el uso y abuso sin escrúpulos de Martí por políticos y panegiristas nacionales que desde fecha tan temprana como 1921, hacían de Martí el Cristo civil de la nación cubana. Ese fue su mérito mayor, avistar en fecha tan temprana el proceso de sacralización del mártir de Dos Ríos.
Prestar virtudes a quien las poseyó innumerables, ocultarle defectos a quien los tuvo insuficientes para oscurecer la excelsitud de sus méritos, es cosa pueril y que solo puede explicarse que se haga por la incomprensión del héroe; pero del mismo modo, es arbitrario y dañino mostrar unilateral a personalidad tan compleja.[7]
El escritor y ensayista cubano exiliado Antonio José Ponte retoma una de las ideas expuestas por De Carricarte, la cual destaca por su plena vigencia. Este pasaje se revela como el antecedente desconocido del ensayo de Ponte titulado “El abrigo de aire”[8], convocando a la crítica objetiva de la narrativa martiana:
Del mismo modo, sus defectos de escritor (los reales, no los supuestos) hacen avalorar en cotejo con sus infinitos aciertos, su valer extraordinario: repeticiones de palabras e ideas, algún amaneramiento en los giros, no quitan al esplendor magnífico del número y a la riqueza extraordinaria del léxico, su valor positivo.[9]
Carricarte intentaba visualizar los defectos de la prosa del Apóstol nacional cubano en fecha tan temprana y no encontró oídos receptivos. Ni siquiera hoy, en la Cuba del siglo XXI, muchos intentarían el “pecado” de criticar la literatura martiana.
Hay muchos pasajes interesantes en este Prefacio, donde se describe a un Martí irónico, a veces con visos de crueldad, quien a pesar de su bondad podía ser muy hiriente cuando despertaban su cólera. El escritor cubano se basa, para estas afirmaciones, en muchos testimonios y escritos de Martí donde utiliza frases y palabras denostando a sus enemigos[10].
De Carricarte ponía en duda las más aceptada de las interpretaciones que se le ha dado a la manida frase martiana de: “con todos y para el bien de todos”. Por su polisemia esta frase ha sido usada por todas las tendencias ideológicas para invocar el traicionado o cumplido ideario martiano:
Sentado así el concepto parecía su interpretación bien fácil: hubiera podido pensarse que Martí quería organizar la república con la cooperación unánime de los cubanos; que una vez terminada la guerra no habría distingos y aceptaría con idénticos derechos lo mismo a quien había auxiliado la revolución que a quienes la habían combatido; y no es así: no se trata de interpretación, ni de buscar oculto sentido a sus palabras, sino de transcribirlas. Antes de decir que debía organizarse la futura república “con todos y para el bien de todos” en ese mismo discurso y antes, hizo relación de todos los que debían ser excluidos, precisando los cargos con claridad meridiana y, como resumen, dice con su habitual energía: “a esos enemigos de la República, a esos aliados convictos del gobierno opresor NI HONRA NI RESPETO…![11]
Por su extensión en este Prefacio de los Nuevos papeles…, el escritor cubano aborda muchas temáticas, fustiga a los gobernantes cubanos por su ineptitud y corrupción y escribe un testimonio desgarrador sobre su experiencia juvenil en la atención a enfermos y desvalidos durante la Reconcentración de Weyler, condenando esta cruel política. Así mismo, hace acusaciones muy graves, vinculando a muchos gobernantes de la República, con el apoyo a la política weyleriana; eso sí, sin mencionar nombres, por lo que se desconoce el fundamento de esta aseveración. Pero lo más interesante es que De Carricarte intenta adentrarse en la compleja psicología del cubano dentro de una nación en ciernes:
El espíritu del cubano no es analítico: toma en bulto los hechos y muy rara vez se detiene a medir su trascendencia y por ella determinar su gravedad. De temperamento impulsivo, cualquiera exageración de un sentimiento tiene poder para arrastrarlo y cuando se le pide estudio y meditación sobre su actitud, rechaza el razonamiento para mantenerse en la impresión irreflexiva.[12]
Estas características del “carácter cubano” retardan a su juicio la cristalización de la nacionalidad o el amalgamiento de los distintos factores nacionales, Carricarte como tantos intelectuales de su tiempo se suma al discurso de la frustración republicana insular. Es muy revelador este fragmento caracterizando la idiosincrasia cubana:
Triste es decirlo, pero, en la misma proporción en que el cubano desprecia la vida y da muestras de arrojo extraordinario, no pocas veces al servicio de causas nobles, es moralmente cobarde y acata y admite, y consiente todas las vilezas de los audaces y tolera que figuren como dignos los desvergonzados sometiéndose, a veces con protesta totalmente inocua, a la supremacía del pícaro. La pereza típica de nuestra mixtura racial que señaló Bunge como nuestro defecto capital, unida a aquella cobardía del espíritu, impiden toda acción donde la acción es necesaria y rechazar sin titubeos la injerencia en los asuntos públicos de los que sólo publican en ellos el medro fácil y por su propia condición los envilecen. Contra esta cobardía moral, que es colectiva y, además, individual, giran los audaces y los pícaros, seguros de su impunidad y su triunfo.[13]
Un intelectual olvidado
La devoción de Arturo R. de Carricarte por José Martí tuvo muchos émulos en la República, sólo que, a diferencia de la mayoría de los intelectuales de aquella etapa, su admiración no le impidió discernir y mostrar a un Martí lo más mundano posible, en su infructuoso intento de lograr el perfil más acabado del idolatrado héroe:
Entendía entonces (…) que para justipreciar en todo su valor subidísimo el mérito de Martí, es necesario mostrarlo humano, solamente humano, único modo de que resalten, realmente, en todo su esplendor las galas de las magníficas virtudes que atesoró…[14]
Entendió que para los cubanos Martí era usado cuando así convenía, y desechado cuando su pensamiento no se ajustaba a las políticas de turno:
En esto estriba todo el fracaso del credo martiano y la impopularidad práctica de su popularidad teórica; mientras sus ideas se puedan utilizar como un traje que viste bien, las repetimos de plaza en plaza; pero, cuando ellas nos imponen rectificación de conducta, las damos de lado sin la menor vacilación[15]
El reconocimiento público le fue muy esquivo a este valioso intelectual cubano. Ganó el Gran Premio de Literatura de la Academia Nacional de Artes y Letras en 1913, por su novela El vencido, que según sus propias palabras treinta años después, “ningún editor solicitó los originales para imprimirla… y aún está inédita”[16]—hasta hoy—. Sus estudios crítico-biográficos de escritores y poetas cubanos como Juana Borrero, Julián del Casal y René López quedaron sin publicar; también un Diccionario Enciclopédico Cubano y un proyecto de Bibliografía Crítica de la Novela Cubana quedaron inconclusos.
Al morir, el reconocido periodista Ramón Vasconcelos le dedicó un panegírico en la revista Bohemia, en donde apunta: “Con un libro entre las manos —como quien dice— acaba de morir Arturo R. de Carricarte. La generación literaria y periodística actual apenas si lo conoce, ni siquiera ha oído hablar de él en los últimos quince años. Sumergido en Marianao siempre entre papeles históricos, se concretaba a observar la caída del agua en la clepsidra de los días iguales”[17].
Tan olvidado ayer como hoy, Arturo R. de Carricarte trató de legarnos el mejor de los Martí posibles, pero como tantos sucesos en Cuba, el Apóstol de Carricarte pasó inadvertido y la historia, caprichosa, torció otro destino.
-
Véase Emilio Ichikawa, en “Cuba es la noche”, Encuentro de la Cultura Cubana, no. 30-31; Rafael Rojas, en José Martí: La invención de Cuba, Editorial Colibrí, Madrid, 2000; y y Carlos Ripoll en “Los detractores de José Martí”, http://eddosrios.org. ↑
-
De Carricarte, Arturo R.: La cubanidad negativa del Apóstol Martí. La Habana, 1934, p. 18. ↑
-
Ibídem, p. 19. ↑
-
Iglesias, Marial, “José Martí: Mito, Legitimación y Símbolo. La génesis del mito martiano y la emergencia del nacionalismo republicano en Cuba (1895-1920)”, en Diez nuevas miradas de Historia de Cuba, comp. José A. Piqueras, Universidad de Jaume I, 1998, p. 202. ↑
-
De Carricarte, Arturo R.: “Prefacio”, en Martí, José, Nuevos papeles: Centón de Documentos hasta ahora inéditos y de otros dispersos no reproducidos, Imprenta El Sol, 1935, p. VI. ↑
-
Ibídem, p. VIII. ↑
-
Ibídem, p. XIII. ↑
-
En Encuentro de la Cultura Cubana, no. 16-17, 2000, pp. 45-52. ↑
-
Ob. cit. “Prefacio”, en Martí, José, Nuevos papeles…, p. IX. ↑
-
Ibídem, pp. LXV-LXXII. ↑
-
Ibídem, pp. XXIV-XXV. ↑
-
Ibídem, p. LII. ↑
-
Ibídem, pp. LXII-XLII. ↑
-
Ibídem, p. VII. ↑
-
Ibídem, p. LVII. ↑
-
De Carricarte, Arturo R. “Una silueta y una carta”, Tribuna Libre, 1943, p. 7. ↑
-
Vasconcelos, Ramón: “La afanosa vida de Arturo R. de Carricarte”, Bohemia, no. 46, noviembre de 1948, p. 57. ↑