Ilustración de José Luis de Cárdenas.

Mi abuela, el ser más entrañable de mi infancia, guardaba entre otros muchos objetos que uno no espera encontrar en un armario, una caja de fósforos de madera. El hecho puede parecer banal, pero para el niño incendiario que fui, descubrir una caja con cerillas del tamaño de la palma de mi mano, que encendían al primer contacto con la tira sin perder la integridad de la cabeza, fue poco menos que una experiencia mágica. Era una caja de antes, y como las de ahora casi no servían, mi abuela la guardaba por si en el futuro —pensaba yo— nos haría falta para alumbrar la caverna. En Cuba el tiempo funciona así, el pasado nos encandila como un anuncio de neón, y mirar hacia adelante, desde un presente que se gasta como un fósforo inservible, es desolador.

En Cuba, además, la acumulación de objetos del pasado no tiene que ver necesariamente con lo anticuario, el coleccionismo o la memoria. Al menos en las últimas seis décadas, los cubanos de la isla nos hemos adaptado a guardar lo que luego puede ser útil, porque ya hemos aprendido que siempre se puede estar peor aquí, donde lo peor no encuentra fondo. Desde el aceite que se queda en el sartén para freír los plátanos de la semana, hasta la ropa que es mejor dejar para una “ocasión”, o los jabones que persisten en el armario esperando a servirnos en algún hospital sin condiciones sanitarias, la latencia de las cosas adquiere una dimensión de porvenir para nosotros, tan poco esperanzados en el porvenir.

Lo curioso es ver cómo esos objetos del pasado destruyen cualquier idea falsaria de progreso en Cuba. ¿Cómo es posible que un ejemplar del periódico Granma, órgano oficial del Partido Comunista, sea al cabo de una semana sobre la mesa de mi abuelo un órgano oxidado y amarillento, mientras las páginas de la revista El Fígaro, de comienzos del XX, parezcan recién sacadas de la imprenta? ¿Por qué un fósforo de los 70 enciende mejor que uno de ahora? ¿Por qué las sábanas eran más fuertes, los ladrillos más gruesos, las casas más firmes, los muebles de maderas preciosas…? La respuesta es tan obvia que ya ni siquiera espanta, a pesar de seguir siendo una realidad terrible. Los objetos sobreviven por un tiempo a nuestra ruina material y espiritual, hasta quedar convertidos también en ruinas. Nada se salva.

No obstante, en esta nadería que contagia a las múltiples orillas de la nación, uno se encuentra, así como si fuera una de esas cosas valiosas del pasado, el encomiable archivo que una investigadora ha estado conformando por más de una década. Se trata de Cuba Material, acopio de objetos de la producción socialista en Cuba que empezó María Antonia Cabrera Arús y que hoy es un testimonio colectivo de las carencias materiales y el absurdo de una época fallida. Si bien la intención aquí es otra, esta historia del cubano contada por sus objetos es hija de aquel afán recopilador. Ganchitos de pelo, vasos de ámbar, entradas para un concierto de la Aragón, botellas de refresco, contenedores plásticos, carteras de canutillos, ventiladores órbita, fotos, documentales, nos hablan al oído, al ojo, al tacto, a la respiración de un tiempo inmaterial que está integrado a nuestros cuerpos como un órgano. Y sin embargo, estas que fueron nuestras pertenencias, ya no nos pertenecen, o al cabo no nos pertenecieron nunca. Son la portada de una decadencia que lo cifra todo, del diseño industrial rudimentario a la propaganda alienante.

Quizás para los compatriotas del exilio, esta misión compiladora sea una suerte de arqueología del pasado inmediato, capaz de convertirse en poema de Legna Rodríguez o en dibujo de Dashel Hernández. En cambio, el cubano de la isla sigue refrescándose en los apagones con su viejo y mil veces reparado órbita, bebe el agua cotidiana en vasos de plástico y se informa de la perestroika, cincuenta años después, en un número de la revista Novedades. Yo, que afronto la pesadilla recurrente de estar un día lejos, me asusto de recordar el sabor del café con leche, el olor del mentol chino o la visión de la pobreza en la pared descascarada. Mientras más honda es la decadencia, más inmaterial se vuelve Cuba, anclada en el tiempo y exiliada de su gloria, como la caja de fósforos de mi abuela, que algún día heredaré y con la que, si la magia de la combustión aún lo permite, elevaré una hoguera, para arrojar en ella mi memoria.

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