Salvador Cisneros Betancourt (imagen de archivo)

Puede decirse, sin temor, que este delegado más que hombre, era leyenda. Procedía de la aristocracia criolla, pero era un demócrata radical que en su Camagüey natal lo podía todo. La confianza ciega que le profesaban sus coterráneos le permitía ganar cualquier elección a la que se presentara. Así fue elegido a cuanta cámara legislativa existió en la República en Armas. Fue presidente de esa misma República en dos guerras distintas. Participó como delegado en todas las Asambleas Constituyentes: Guáimaro, Jimaguayú, La Yaya y la de 1900-1901.

Esa confianza ciega se la había ganado en buena lid. Estaba dotado de un coraje casi suicida, un desprecio absoluto por su propio bienestar en beneficio del bien público y una sinceridad sin límites. Como legislador y parlamentario no era siempre el más efectivo, pero sí el más íntegro. Era el candidato de todos los partidos sin necesidad de militar en ninguno. Aunque nada iba nunca por el rumbo de sus aspiraciones, fue hasta su muerte un imprescindible en la política cubana.

Una familia aristocrática

Nació para convertirse, a la muerte de su padre, en el Segundo Marqués de Santa Lucía. El título había sido otorgado en diciembre de 1825 a un tío abuelo de Salvador por el Rey Fernando VII. El tío abuelo, un Presbítero sin descendencia, se lo había ganado por donar terrenos para la refundación de San Fernando de Nuevitas. San Fernando en honor al Rey, claro está. Como la creación del título llegó tras la muerte del tío abuelo, recayó en su heredero, José Agustín Cisneros y Quesada, padre de Salvador.

Estos apellidos, Cisneros, Quesada, Betancourt, nos conectan con un fenómeno del que hemos hablado otras veces: la endogamia de las élites locales cubanas. De hecho, Aurora de Quesada y Miranda, hija del también delegado Gonzalo de Quesada, llegó a establecer en 1971 una reclamación por el marquesado vacante. De alguna forma, aunque fuera más o menos lejana, todas las familias de la élite estaban conectadas.

El padre de Cisneros contrajo matrimonio con Catalina Betancourt y Betancourt, con la que tuvo tres hijas. A la muerte de su primera esposa, se casó con la hermana de esta, Ángela, con la que concibió a nuestro delegado y dos hijas más. Al enviudar por segunda ocasión, mantuvo una relación no formalizada con otra mujer que le dio dos hijos. Estos últimos fallecieron durante la infancia, destino de casi la mitad de los nacidos en la época.

Salvador Escolástico Cisneros y Betancourt nació el 10 de febrero de 1828 y fue el único varón legítimo que sobrevivió a su padre. Nació en una de las familias más ricas y prestigiosas de la región, y puede decirse que de la isla. Su segundo nombre tiene tela. A pesar de ser él mismo una figura de autoridad imponente y respetada, pasaría su vida desafiando el principio de autoridad. Es más, su propia autoridad natural e involuntaria sería constantemente desafiada también, aun desde el respeto, por sus contemporáneos. Aún por los que lo idolatraban.

Parte de su adolescencia la pasó Salvador estudiando en los Estados Unidos, donde se apropió de las ideas liberales y republicanas de la época. A su regreso, la familia pretendía casarlo, sin sorpresas, con una prima. Micaela Betancourt y Recio era hija de un hermano de su madre. El joven Salvador se resistió a la idea de que le impusieran con quien casarse, hasta que se reencontró con Micaela. Ella tenía 16 y él 20, ese mismo día le hizo su declaración en una hoja de naranja. Dos años después, en 1850, se casaron en la Catedral de su ciudad. A lo largo de los 16 años siguientes tendrían siete hijos.

La política local

En 1839 el padre, José Agustín, había sido alcalde ordinario de la ciudad. Para este cargo solían elegirse anualmente, por parte de los regidores, dos miembros de las familias más distinguidas. Los regidores eran electos por los mayores contribuyentes, es decir, los vecinos más adinerados que pagaban más impuestos. Salvador también sería electo al cargo en 1854, cuando estaba al cumplir los 26 años y repetiría en 1862 y 1863. Los alcaldes ordinarios eran los primeros en votar en el Cabildo y también podían desempeñar funciones judiciales. La influencia del joven marqués en la ciudad crecía con el tiempo. Era famoso por su oposición al régimen colonial y por no cuidarse de lo que decía ni de dónde lo decía. En torno a él se fue nucleando la juventud inquieta que añoraba mejoras políticas, sociales y económicas en el marco de unas libertades republicanas.

Su actividad protagónica en la masonería local reforzó los contactos personales con los futuros conspiradores separatistas. En 1866 fundó una Junta Revolucionaria que conspiraría directamente contra el régimen. Organizaciones similares surgieron en diferentes puntos de la isla. Cuando llegó el turno de coordinar, Salvador estaría siempre entre los negociadores camagüeyanos.

Conspirador anticolonial

Recordemos que Cuba era un conjunto de núcleos locales más o menos inconexos y débilmente comunicados. La Habana y Matanzas eran el espinazo económico de la isla. La enorme producción azucarera, fruto del trabajo de grandes dotaciones de esclavos, hacía rentable la posesión de la colonia. Las villas centrales se habían incorporado paso a paso a esta economía. Camagüey y Oriente seguían caminos distintos. Prácticamente incomunicados por tierra, orientales y camagüeyanos no habían sido parte todavía del frenesí azucarero.

El Camagüey, como le llamaban los lugareños a la región y futura provincia de Puerto Príncipe, tenía vínculos estrechos con el occidente oriental. Estos vínculos llegaban a ser incluso familiares a nivel de la élite, especialmente con la región de Jiguaní, Bayamo, Manzanillo. La parte más oriental de la futura provincia de Santiago de Cuba seguía otra dinámica. Más esclavos, más españoles nativos, más comercio exterior. No obstante, orientales y camagüeyanos, si bien estaban de acuerdo en los fines, no coincidían siempre en los métodos.

Las juntas revolucionarias del occidente oriental y del Camagüey se reunieron para coordinar sus acciones conspirativas. Los orientales querían apresurar el alzamiento, los camagüeyanos pretendían aplazarlo para mejorar las condiciones y atraer a los habaneros y matanceros con su aporte económico. Se llegó al acuerdo de llevarlo a cabo en 1869.

El comienzo de la guerra

El 10 de octubre de 1868 tomó a todos por sorpresa. Incluso a otros líderes orientales. Cisneros, de hecho, se encontraba en La Habana, de donde regresó a toda prisa para alzarse con sus camagüeyanos el 4 de noviembre. Quedaría, sin embargo, en él y sus colegas locales, el gusto amargo de la sospechosa jugada de Carlos Manuel de Céspedes. Se ha dicho que este decidió alzarse para no caer detenido tras una delación. Muchos sospechaban que el adelanto sorpresivo respondía al deseo de capitalizar la dirigencia del movimiento. Autoproclamarse Capitán General y condicionar la abolición de la esclavitud no ayudó a la causa de Céspedes.

Los camagüeyanos eran rabiosamente abolicionistas. Cuando organizaron su propio gobierno provisional en un Comité Revolucionario presidido por Cisneros, abolieron sin cortapisas la esclavitud. Algunos dirán que esto fue posible por la escasa importancia económica de esta en la región. Lo cierto es que Salvador liberó sin pestañear a los cientos de hombres, mujeres, niños y ancianos que poseía en condición de servidumbre.

Desatada la insurrección se imponía darle a esta un mando unificado. Los orientales estaban encabezados por Céspedes, que se había limitado a copiar la estructura de gobierno militarista española. Los camagüeyanos pretendían darse una forma republicana, civil y democrática de gobierno. Los villareños alzados habían tenido que refugiarse en Camagüey y habían sido captados por estos. Algunos occidentales llegados en expediciones, también convencidos por los camagüeyanos, completaban el cuadro representativo para una constituyente.

La Constitución de Guáimaro

A la Asamblea de Guáimaro, plenamente federalista, llegaron representantes de los cuatro estados que compondrían la República en Armas. Estos eran Occidente, Las Villas, Camagüey y Oriente. Uno de los delegados de Camagüey era Salvador. La Constitución que salió de ella se definiría como provisional y establecería un régimen de gobierno cercano a un parlamentarismo federal.

La Cámara de Representantes, con representación igual de cada estado, era casi todopoderosa. Elegía al presidente, que estaba a cargo del poder ejecutivo, y al general en jefe subordinado a este. Podía deponer libremente a los funcionarios que nombraba. Sus decisiones legislativas precisaban la sanción del presidente, pero esta potestad presidencial era fácilmente superada si la Cámara acordaba por segunda vez la misma decisión. La Cámara, además, debía constituirse en sesión permanente hasta el fin de la guerra. No habría recesos que aumentaran la relevancia de la figura presidencial. Completaban el cuadro del gobierno un poder judicial independiente.

La Constitución de Guáimaro y la de La Yaya, a diferencia de la de Jimaguayú, consignaban algunos derechos fundamentales. En Guáimaro se declaró libres a todos los habitantes de la República. Del mismo modo, el artículo 28 afirmó que la Cámara no podría atacar algunos derechos fundamentales. La libertad de cultos, imprenta, reunión pacífica, enseñanza y petición, “ni derecho alguno inalienable del pueblo”.

La Cámara y la presidencia

Al establecerse la Cámara de Representantes, Salvador Cisneros fue electo su presidente. Carlos Manuel de Céspedes fue electo, por su parte, presidente de la República en Armas. Las desconfianzas del pasado los acompañaron. La Cámara y el presidente tuvieron desavenencias desde el principio. Cisneros tenía una desconfianza patológica y, al mismo tiempo, muy sana en el poder de los jefes de tropa. Céspedes tenía constantes conflictos de atribuciones con los representantes. Los generales en jefe, el primero de ellos Manuel de Quesada, eran objeto del recelo de los civiles. Quesada llegó a ser acusado de fraguar un golpe de estado. El cargo terminó por quedar vacante.

El propio presidente no se sostuvo mucho tiempo. Con la colaboración de algunos militares que se sentían perjudicados por él, la Cámara lo depuso en noviembre de 1873. Cisneros ocuparía el cargo. La Cámara había determinado tiempo atrás que su propio presidente ocuparía la presidencia de la República de quedar esta vacante.

El daño a la institucionalidad revolucionaria se revelaría irreparable. Una sedición del líder tunero Vicente García, en el marco de la invasión a Las Villas, provocaría la caída de Cisneros. A partir del 29 de junio de 1875 dejaría de ser presidente a raíz de los hechos de Lagunas de Varona. Volvería a la Cámara, donde se convertiría en el único miembro que no aceptaría el Pacto del Zanjón, en febrero de 1878.

Nueva guerra, nueva Constitución

Tras la guerra pasó un tiempo en los Estados Unidos y no regresó a su ciudad hasta 1884. Ya para ese entonces tenía la categoría de símbolo. Todo el sentimiento separatista de la ciudad gravitaba en torno a él. Las nuevas generaciones, que cargarían con el peso de la futura guerra, lo tenían como referencia principal.

Al forjarse la nueva conspiración, su figura sobresalía como la depositaria de las llaves del levantamiento camagüeyano. Si el marqués no se alzaba, Camagüey no lo haría. Aun así, la provincia no se levantó el 24 de febrero de 1895. Cuando Máximo Gómez llegó a su frontera con Oriente, Salvador lo recibió con apenas un puñado de hombres. Se había alzado con sólo 12 acompañantes el 5 de junio en las cercanías de Santa Cruz del Sur.

En septiembre, en Jimaguayú, se celebró una nueva constituyente de la que renacería la República en Armas. Esta vez los orientales obtuvieron desquite respecto a Guáimaro. Inspirados por Maceo, obtuvieron lo que creían que había faltado desde el punto de vista institucional en la guerra anterior. Un Consejo de Gobierno concentrado se encargaría del poder civil. Sólo podría intervenir en las operaciones militares en casos de extrema necesidad política. El ejército tendría mayor independencia, con un general en jefe y un lugarteniente general al frente. Si bien estos cargos serían designados por elección, la Constitución no establece ningún mecanismo para deponerlos. Sólo para nombrar sustitutos en caso de que ambos cargos o el de lugarteniente general quedaran vacantes.

Esta nueva estructura no significó la ausencia de tensiones entre el mando civil y el militar. El primer Consejo de Gobierno estuvo presidido por Cisneros. Segunda vez que se desempeñaba como presidente de la República en Armas. Podría achacársele a él estos desencuentros si no se hubiera dado la misma situación con el siguiente Consejo de Gobierno, electo en La Yaya en 1897.

A La Yaya fue Cisneros como delegado y a rendir cuentas de su gestión. Fue convocada esta Constituyente porque la de Jimaguayú establecía un plazo de dos años, o la independencia, para convocar una nueva asamblea. En La Yaya no se adoptó un sistema de gobierno demasiado diferente al de Jimaguayú. Las atribuciones del Consejo aumentaron ligeramente, pero se mantuvo la independencia del mando militar. Muy importante fue que se dedicó un título completo, once artículos, a los derechos fundamentales de los ciudadanos. De todas formas, el nuevo Consejo de Gobierno, presidido por un militar como Bartolomé Masó, entraría en conflictos recurrentes con el mando del ejército.

Durante el resto de la guerra, Cisneros no ocuparía ningún cargo. Se mantendría en la manigua con sus escoltas y ayudantes. Al terminar el conflicto con España y convocarse una nueva Asamblea de Representantes, fue electo a ella por el Tercer Cuerpo. Desde Jimaguayú, la representación ya no se elegía por estados o provincias sino por los cuerpos de ejército. Estos se dividían el territorio en número de seis y a veces no coincidían con las provincias establecidas por España.

La historia de la Asamblea de Representantes de la Revolución Cubana (Asamblea de Santa Cruz, Marianao y El Cerro) la hemos contado en numerosas ocasiones. Conocemos también de los conflictos de la Asamblea con Máximo Gómez y su conducta respecto al licenciamiento del Ejército Libertador. Cisneros, a pesar de su desconfianza patológicamente sana respecto a los militares, no votó por la deposición del general en jefe. Eso sí, en la Constituyente dedicó todos sus esfuerzos a limitar la posibilidad de que los militares accedieran a la presidencia de la futura República.

Pero ese es tema para el 28 de febrero, cuando conmemoremos su muerte, acaecida en 1914. Por el momento, nos quedaremos con su elección indisputada a la Constituyente de 1901. Todos los partidos lo respaldaron como candidato de Puerto Príncipe. Su proyecto de Constitución y su labor en la Asamblea serán tema de nuestro podcast. Sus trabajos como senador de la República, su nacionalismo a ultranza y su oposición a la Enmienda Platt serán abordados en el aniversario de su muerte. Sigan con nosotros.

Fuentes consultadas:

Departamento de la Guerra, Oficina del Director del Censo de Cuba. Informe sobre el Censo de Cuba, 1899. Imprenta del Gobierno, Washington, 1900.

Ferrara y Marino, Orestes. Una mirada sobre tres siglos. Memorias. Plaza Mayor S.A., Madrid, [1975].

Lezcano y Masón, Andrés. Las Constituciones de Cuba. Ediciones Cultura Hispánica, Madrid, 1952.

Márquez Sterling, Manuel. Hombres de Pro. Siluetas políticas. Imprenta El Mundo. La Habana, 1902.

_____________________. Proceso histórico de la Enmienda Platt. Imprenta El Siglo XX, La Habana, 1941.

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