José Lacret Morlot (imagen de archivo)

“… Lacret era un héroe aparte, un patriota distinto, un noble a su modo, un espíritu de sencillez única… Porque tenía aquí de niño, allá de hombre, acullá de león… Y de esa mezcla resultaba un tipo digno de estudio”. Así lo describía Manuel Márquez Sterling en un artículo publicado después de la muerte del General santiaguero.

Porque Lacret fue electo a la Convención por La Habana, pero había nacido en Santiago de Cuba el 26 de octubre de 1847. O quizá había nacido en las cercanías de El Cobre. O posiblemente el año de su nacimiento fue en realidad 1850. Es muy fácil encontrar fuentes secundarias que se contradicen tanto en la exactitud de la fecha como en la del lugar. Él mismo decía ser de Hongolosongo, una localidad que se encuentra a siete u ocho kilómetros al oeste de El Cobre. Aunque puede haberse referido al lugar donde creció, no al exacto de su nacimiento. La familia poseía tres cafetales y disponía de recursos económicos abundantes, incluyendo propiedades en la ciudad de Santiago de Cuba.

Tenía Lacret ascendencia francesa por ambas ramas. Se supone que su apellido es una corrupción de La Critte devenido Lacraite y luego Lacret. Numerosos emigrantes con este origen se asentaron en el oriente de la isla desde finales del siglo XVIII. Muchos vinieron huyendo de la revolución en la vecina Saint Domingue, luego conocida como Haití. Otros decidieron abandonar la Louisiana tras la adquisición de este territorio por los Estados Unidos. El desarrollo de la actividad cafetalera en el oriente de Cuba fue uno de los sellos de esta emigración.

Al parecer, sus padres estaban inscritos como “pardos libres”, según la nomenclatura del segregado sistema colonial. No era raro el mestizaje entre los plantadores franceses provenientes de Saint Domingue. Esto tenía implicaciones evidentes en el ámbito social, la primera de ellas ser registrado en un libro de bautismos separado de los blancos. El de los llamados “pardos y morenos libres”. El dinero, sin embargo, podía aliviar muchos de los inconvenientes de vivir en una sociedad esencialmente racista. La familia disponía de él en abundancia.

José Francisco, que era su nombre completo, creció con los privilegios típicos de las familias adineradas. Sobre todo, pudo recibir una educación cumplida para la cual no se escatimó en viajes. Este era uno de los signos de distinción social definitivos, especialmente en una isla mayoritariamente analfabeta. También desarrolló una personalidad fuerte y voluntariosa que se veía matizada por un candor y una generosidad enternecedoras. Quienes lo conocieron a lo largo de su vida dieron incontables testimonios del hombre, el niño y el león de los que hablara Márquez Sterling. Su valentía y determinación eran dogmáticas. Su generosidad y su afabilidad eran legendarias. Todos estos rasgos de su personalidad tendrían un peso crítico en su destino, como veremos muy pronto.

La Guerra Grande estalló en octubre de 1868 en la región de Bayamo, Manzanillo y Jiguaní. Con un carácter como el suyo, no era de extrañar que se apresurara a unirse a los insurrectos. A mediados de noviembre se incorporaría a las fuerzas de Donato Mármol. Dicen que el padre intentó persuadirlo de regresar a casa y el joven mambí pidió que lo detuvieran y lo sacaran de la manigua. Esto no significó una ruptura en la familia. José Lacret sería herido y capturado en su primer combate. Sólo las gestiones familiares lo salvaron del fusilamiento, tal y como había ocurrido con Diego Tamayo, su colega de Constituyente.

El arreglo había sido para deportarlo a la vecina isla de Jamaica. Como había sido negociado a sus espaldas, el joven Lacret no se sintió obligado a respetarlo. Regresó a Cuba en cuanto estuvo más o menos recuperado de su herida. Al principio fue difícil porque la recuperación nunca fue completa. La herida había sido causada por una bala de fusil cerca del tobillo derecho. Tendría dificultades al caminar por el resto de su vida y no podría servir en la infantería. A su regreso a la manigua sería destinado a la Prefectura de Guanimao donde estaba enclavado San Lorenzo. Se trataba de un intrincado y humilde caserío en las montañas donde había un pequeño hospital de sangre.

El destino quiso, sin embargo, que ese fuera el último refugio nada menos que de Carlos Manuel de Céspedes. El iniciador de la gesta independentista había sido depuesto como Presidente de la República en Armas poco tiempo antes. Un movimiento coordinado entre la Cámara de Representantes y algunos jefes militares entregó la presidencia a Salvador Cisneros, futuro delegado a la Convención de 1900. Céspedes permaneció con la impedimenta del Gobierno, casi como un prisionero, hasta que se le permitió establecerse en San Lorenzo. Ahí debía esperar autorización para marchar al extranjero.

El joven Lacret acomodó de la mejor manera posible al depuesto Presidente, su hijo mayor y algunos ayudantes. No contaba, sin embargo, con escolta para protegerlo debidamente. El Padre de la Patria no estuvo mucho tiempo en el lugar, poco más de un mes. Aun así, tuvo tiempo de alfabetizar a niños del lugar, procrear su último hijo con una joven campesina y jugar al ajedrez con Lacret. A finales de febrero de 1874 aparecieron por sorpresa numerosas tropas españolas. No se sabe si avisadas por un espía o por una traición proveniente de los enemigos de Céspedes en el campo insurrecto. El Presidente intentó abrirse paso con su revolver para escapar, pero cayó abatido por un barranco.

Lacret y el hijo mayor de Céspedes se encontraban en las cercanías. Escucharon los disparos, pero no pudieron hacer nada. Las tropas españolas se llevaron el cadáver. Al llegar sólo encontraron en el barranco, según testimonio del propio Lacret, una poza de sangre tan abundante que no parecía de una sola persona. Justo esa mañana habían disputado su última partida de ajedrez.

Después de un tiempo en la Prefectura, solicitó que se le permitiera unirse a las tropas de Antonio Maceo. Bajo su mando estuvo hasta el final de la guerra y escaló del grado de capitán al de coronel. Se destacó en numerosas acciones militares y se desempeñó como ayudante de Maceo. Estuvo en Baraguá cuando el general Martínez Campos se reunió con el jefe mambí. Maceo y un grupo de jefes orientales habían decidido no aceptar la paz firmada en el Zanjón.

Intentando continuar la guerra proclamaron en marzo de 1878 un esbozo de constitución que no contenía carta de derechos ni estructura del Estado. Apenas declaraba que “cuatro individuos” conformarían un Gobierno Provisional encargado de promulgar las leyes necesarias. El esfuerzo fue en vano ante la carencia de recursos y hombres. Las fuerzas españolas intentaban apaciguar a los pocos insurrectos evadiendo el combate y tratando con magnanimidad a los prisioneros. Maceo partió junto a Lacret y otros ayudantes hacia Jamaica. Pretendían conseguir medios y voluntarios para continuar la guerra. Al poco tiempo Lacret fue enviado de regreso a Cuba para informar al Gobierno Provisional que la misión en Jamaica había fracasado. El 28 de mayo, a los 74 días de constituido, el Gobierno se disolvía y aceptaba las bases acordadas en el Zanjón.

El destino de Lacret después del fin de la guerra le llevó a salir y entrar de Cuba en numerosas ocasiones. La más notoria fue al año siguiente, en octubre de 1879, cuando fue detenido en el marco de la Guerra Chiquita. No llegó a alzarse en esta ocasión. Su detención fue prácticamente preventiva, pero conllevó la deportación a España y más de seis meses de prisión.

José Lacret Morlot murió el 24 de diciembre de 1904. En esa fecha de este año estaremos hablando nuevamente sobre él. Como su vida posterior a la Constituyente fue breve, no seguiremos nuestra narración hasta esa fecha, sino que nos detendremos aquí. Quedarán pendientes para entonces muchos de los hechos más notables de su biografía. Esos que nos revelarán más elocuentemente su carácter, aquello de niño, hombre y león que decía Márquez Sterling. Tendremos oportunidad de hablar otra vez sobre su arrojo, su generosidad, su desapego casi patológico respecto al dinero, su muerte en la absoluta pobreza. También, sobre su participación en la Constituyente de la Yaya, la Asamblea de Representantes del ’98/‘99 y, especialmente, sobre su desencuentro con Máximo Gómez. Para todo esto, debemos esperar a diciembre. Mientras, sigan con nosotros.   


Fuentes consultadas:

Amaro Cano, Leonor. “Franceses en la Historia de Cuba: análisis de la bibliografía”. Revista Brasileira do Caribe, vol. VII, núm. 13, julio-diciembre, 2006, pp. 121-142 Universidade Federal de Goiás Goiânia, Brasil.

Lezcano y Masón, Andrés. Las Constituciones de Cuba. Ediciones Cultura Hispánica, Madrid, 1952.

Márquez Sterling, Manuel. “Burla Burlando”. Imprenta Avisador Comercial. La Habana, 1907.

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