El mundo contemporáneo padece una desmemoria, muchas veces voluntaria, que tiende a olvidar convenientemente aquello que no le sirve para su ideología de moda o a desvirtuar lo que antes fue motivo de orgullo y ejemplo, en un presente donde la persona aspira a ser tan original, propia y falsamente libre como un alienígena sobre la Tierra. Alienados, unos borran del pasado lo que les pueda perturbar el presente; otros, los pillos de siempre, comercian con la historia como una mercancía política. No es que haya alguien inmune a la reescritura de los tiempos pretéritos, pero a menudo no tenemos otra opción: una fuerza mayor nos impele a creer en esa versión de los hechos que, por leonina, debería resultarnos cuestionable.
En fechas como estas, unas décadas atrás, los cubanos recordábamos, por ejemplo, la caída en combate de Antonio Maceo. Era esta una rememoración patria que colmaba los periódicos y las escuelas a comienzos de diciembre. Pronto, tras el ’59, la creación de nuevos símbolos para servir a la lectura estática de la historia fue restando importancia a eso de acordarnos, cada año, del prócer que intentó hasta la muerte la extirpación de la metrópoli. Cuba, convertida entonces a una suerte de colonialismo de estado, volvía a tener un poder generador de súbditos, en lugar de ciudadanos. Nadie comprende mejor que el fabulista ideólogo que la memoria puede ser tan peligrosa como una carga al machete.
Mientras los intelectuales minculturados en la isla conversan con el poder sobre colonialismo cultural e influencia extranjera —como si no hubiera en Cuba problemas más graves y urgentes—, sigue en marcha la operación castrista que consiste en borrar de nuestra historia aquellos legados de democracia, rebeldía y civismo. Si en lo simbólico Maceo ha llegado a valer, como recuerda una obra de teatro por estos días, 1 lo mismo que un billete de cinco pesos en la actual crisis económica, ¿qué queda para esos que fueron separados desde el comienzo del panteón pseudomarxista?
El próximo 9 de diciembre unos pocos, aunque debieran ser muchos, y ya que estamos, todos, nos acordaremos de que hace 90 años murió Manuel Márquez Sterling, gloria de la República e inspiración como patriota, intelectual y diplomático para la nación que unos cuantos anhelamos. No voy a hacerles la semblanza porque Márquez Sterling se ha convertido en un habitual en nuestro medio y quien quiera leerlo o saber de él, puede encontrar aquí, en Memoria Cívica, su presencia omnímoda. El hombre que nos advirtió, con un siglo de antelación, que la histeria sería el estado natural de estos tiempos y que, mientras no nos sorprendiera, aunque nos irritara, seguiríamos siendo esclavos, más que hablarnos parece que nos grita desde su elocuente tumba.
Dense otros el lujo de olvidar o tergiversar el pasado. Yo me atengo, como una ley de vida que aconsejo, al estudio de los hechos y las biografías de ayer, anteayer y aun antes, para ser más responsable en el presente y mirar con más alcance hacia el mañana. A mis colonizados y alienados compatriotas en todas las orillas de este mundo, les recomiendo como un mantra esta fórmula de Don Manuel: “Contra la influencia extraña, la virtud doméstica”.
- La obra es Moira criolla, de la agrupación camagüeyana Teatro del Viento.