
Nací en una rica posesión de mi padre y en una hermosa casa construida en una montaña pintoresca… Jamás olvido estas circunstancias de mi venida al mundo; vivo siempre, moralmente, en mi montaña; nunca bajo de ella para dar la mano a nadie; pero recibo con los brazos abiertos a quien la sube y llega a mi palacio por su esfuerzo…
Según Manuel Márquez Sterling, estas palabras fueron pronunciadas por Lacret en 1895 durante un almuerzo en Tampa, cuando los asistentes insistían en que hablara. El tono de la celebración no era grave ni solemne, así que no debemos entenderlas como fruto de la arrogancia o el orgullo. Dichas casi en tono de broma, revelaban el concepto con el que conducía sus acciones el general. De sus principios no descendía por ningún motivo, no hacía compromisos, actuaba siempre de acuerdo a la sinceridad de sus criterios. Estos valores lo meterían en problemas más de una vez durante la vida militar. Lacret nunca se arredraría, ni siquiera ante sus superiores, mucho menos ante el enemigo. Seguiría siendo él mismo, metiéndose en problemas a sabiendas, si era preciso.
El 26 de octubre pasado conmemoramos su natalicio haciendo algunos apuntes biográficos sobre su persona interesantísima. A diferencia del criterio que se ha seguido con otros delegados, no relatamos los acontecimientos hasta su elección a la Constituyente de 1900. Lacret murió apenas en 1904, así que no habría mucho que contar cuando conmemoráramos su muerte. Por eso aquella narración se detuvo en la tregua posterior a la Guerra Chiquita y prometimos continuarla en la Guerra del ‘95.
Camino a la guerra
Habíamos dejado al bueno de Lacret sufriendo prisión preventiva a causa del estallido de la Guerra Chiquita en 1879. De Cuba fue enviado a España y no sería liberado hasta mediados de 1880. Su vida posterior a la guerra lo llevó a viajar por muchos lugares. Nuevamente a la Francia en la que había estudiado durante su juventud. A México, que era lugar casi obligado para los exiliados cubanos. Pero sobre todo, a los Estado Unidos. Ahí contrajo matrimonio en 1883 con María Concepción Figueredo y Calas, que estaba emparentada con el célebre Perucho Figueredo. En los años siguientes tendría tres hijos.
Cuando estalló la Guerra del ‘95 el teniente coronel José Lacret Morlot no se encontraba en Cuba, ni tendría fácil unirse al alzamiento. Durante los meses previos a la guerra la preparación de expediciones se había visto perjudicada por el fracaso del plan Fernandina. No sólo era cuestión de dinero, las autoridades estadounidenses obstaculizaban los esfuerzos de enviar tropas y pertrechos a la isla. Sin un reconocimiento oficial de las fuerzas independentistas como beligerantes, para las leyes del país los organizadores de expediciones eran simples traficantes de armas. Los expedicionarios y quienes los enviaban podían ser acusados de conspirar contra un gobierno extranjero o de participar en un conflicto extranjero.
Los Estados Unidos no eran los únicos que asumían una posición de neutralidad que perjudicaba a los separatistas. También, por ejemplo, los británicos impedían el envío de expediciones desde sus territorios que rodeaban a Cuba. Tampoco veían con agrado que los utilizaran como trampolines para llegar a la manigua. Eso intentó hacer Lacret al embarcarse desde España con destino a Jamaica. Por muy poco evitó ser detenido por las autoridades británicas y al escapar se vio obligado a lanzarse al mar para abordar otro barco salvador. Por suerte, llegó a salvo a México de donde partió a los Estados Unidos.
En Nueva York sus esfuerzos para que lo colocaran en una expedición fueron infructuosos. No había manera. Aconsejado de que sus mejores oportunidades estarían en Tampa, marchó a la ciudad del sur de La Florida. Su suerte no mejoró de la manera que deseaba y durante algún tiempo permaneció entre la numerosa comunidad cubana, dominando su impaciencia. Por fin se las ingenió para diseñar una estratagema que le permitiera incorporarse a las filas insurrectas.
El buen Pastor
Las expediciones, como es lógico, por lo general desembarcaban en la costa, en lugares aislados a los que las tropas españolas tuvieran difícil acceso. Luego era preciso esperar auxilio de fuerzas insurrectas cercanas. Para un hombre solitario la opción de desembarcar de esta manera se hacía muy difícil. Las circunstancias del desembarco de Martí y Gómez fueron similares a lo descrito antes, pero el éxito de esa operación fue casi milagroso. Viajar directamente a alguna ciudad del país como lo haría un viajero regular, era también muy arriesgado. Suponiendo que la persona no fuera reconocida como simpatizante de la insurrección, salir de una ciudad para la manigua era empresa peligrosa sin auxilio. ¿Qué hacer sólo en el campo, sin tener contactos con los alzados? Sorprendido por las fuerzas españolas, podía significar la muerte en el acto.
Lacret enfrentó todas estas dificultades. Desembarcó en La Habana misma. Las tropas mambisas más cercanas operaban a cientos de kilómetros de ahí. ¿Cómo no lo reconocieron? ¿Cómo llegar a Las Villas para unirse a los insurrectos? Pues tomando un tren que lo llevó hasta Sagua la Grande. Un tren en el que viajaba el mismísimo Arsenio Martínez Campos, jefe de las fuerzas españolas. Capitán General a quien Lacret conocía muy bien de los tiempos de Baraguá y con el cual había conferenciado en persona. Lo que ocurre es que Lacret, puesto de acuerdo con muy pocos amigos en Tampa, había diseñado un disfraz al parecer infalible.
El propio Márquez Sterling, con quien había sido muy cercano en las semanas de Tampa, daría testimonio al respecto en un artículo. No había sido capaz de reconocerlo luego de intercambiar palabra con él en la casa de Enrique Collazo. Al menos no lo reconoció hasta que, cuando se marchaba, hizo un gesto muy característico con el sombrero. El disfraz era tan simple como efectivo, se hacía pasar por un ministro estadounidense del culto bautista, cabeza y barbas rasuradas. Hasta se había inventado un acento angloespañol. Y así llegó a la Habana y tomó un tren que, junto a los civiles corrientes, transportaba numerosas tropas españolas. Incluido ese viejo conocido, Capitán General y gobernador militar de la isla, con su Estado Mayor. Nadie lo reconoció. En Sagua se hospedó en el mejor hotel del pueblo y se le veía departir en el café con figuras prominentes cercanas a las autoridades.
En los alrededores de Sagua había insurrectos. Desde el 5 de junio se encontraba entre ellos otro futuro delegado a la Convención Constituyente, José Luis Robau. No se había logrado, sin embargo, organizar una fuerza cohesionada. Por fin el 15 de julio los contactos de Lacret con los separatistas de la zona dieron sus frutos. Gracias a su auxilio pudo evadir las defensas españolas alrededor del pueblo y marchar al campo. Ese mismo día se verificó su ascenso al grado de coronel.
General con mando
A lo largo de los meses siguientes organizó la tropa y se incorporó a la Segunda División del Cuarto Cuerpo del Ejército Libertado. Su zona de operaciones era en Las Villas, pero muy pronto incursionó en la provincia de Matanzas. Se unió a las fuerzas invasoras de Máximo Gómez en diciembre de 1895. A propuesta de su antiguo jefe, Antonio Maceo, le fue otorgado el grado de general de Brigada y el mando de la División de Matanzas. Con Lacret dirigiendo su vanguardia, Gómez penetró en la provincia de La Habana.
El año de 1896 estuvo lleno de acciones combativas, sobre todo en Matanzas, su zona de operaciones. Era un teatro difícil, llano, con las mejores comunicaciones del país en cuanto a caminos y líneas férreas. Las fuerzas cubanas debían mantenerse en movimiento debido a que su único refugio era la ciénaga al sur. El terreno cenagoso era, sin embargo, la muerte del caballo.
A lo largo del año Lacret realizó con relativo éxito decenas de acciones combativas. En marzo ya era general de División. Incendió más de cien centrales, golpeando duramente a la principal región azucarera del país. Algunos de sus combates, como el de Hato de Jicarita, se hicieron de inmediato leyenda. Dicen que en esa llanura rodeada de ciénagas por el sur y poblados fortificados por el norte, esperó a las tropas españolas. Había retado a su jefe por escrito unos días antes y durante tres días resistió sus asaltos. Quedó dueño del campo de batalla provocando a las fuerzas coloniales centenares de heridos y varias decenas de muertos. Cifras impresionantes para las escaramuzas habituales en la guerra de Cuba. Sus tropas recibieron apenas la cuarta parte de las bajas mortales y la décima parte de los heridos que su enemigo.
En el relato de los hechos que hace Enrique Loynaz del Castillo se revela también un rasgo del carácter de Lacret que le traería problemas. Su incontenible generosidad. Según Loynaz, se gastó, con protesta de algún subordinado, casi todo el dinero de que disponía en su mando. Todo con el objeto de comprar gallinas, lechones, vino, pan, azúcar, queso, galletas y otros “lujos” con los que agasajar a sus heridos. La anécdota no es trivial en tanto forma parte de una conducta recurrente. Constantemente obsequiaba a cualquier necesitado con cuanto tenía. A veces era con su propiedad, a veces con la propiedad del Estado. A la tropa que venía a pedirle zapatos, les daba dinero. Lo gastaban en juego y bebida y se quedaban sin zapatos. Disciplinar para él consistía en aconsejar paternalmente y dar al infractor todas las oportunidades para rehabilitarse, casi sin recibir castigo.
Según Eduardo Rosell Malpica:
El único defecto de Lacret es que desconoce el valor del dinero; dicen que hace diez días le ingresaron diez mil pesos y ya no tiene un centavo, lo reparte sin ton ni son. A un médico porque sí y sin exigirle recado, le entregó ochenta centenes para los heridos (…) Es una lástima lo de Lacret porque honrado lo es; en su persona no gasta nada; ni siquiera tiene ropa, pero en cambio le consiente a sus oficiales y soldados muchas cosas.
“Debilidad de carácter”
Lacret no concebía el mando sino como la orientación amistosa de hombres tan libres como él. A fanáticos de la disciplina como José de Jesús Monteagudo y, sobre todo, su jefe Máximo Gómez, aquello debía parecerles anatema. Antonio Maceo, el protector de Lacret, cayó en combate el 7 de diciembre de 1896. El primero de enero de 1897, Máximo Gómez destituiría al futuro delegado a la Constituyente. Es imposible no sospechar de una relación entre ambas fechas, aunque tampoco pueda probarse. El motivo de la destitución, según Gómez, era la “debilidad de carácter” del bueno de Lacret. Su incapacidad para imponer la disciplina con los métodos adecuados a un ejército en campaña. Incorporado al cuartel general de Gómez, Lacret sería testigo de estos métodos disciplinarios. Para él serían, simplemente, abusos de poder.
Su deseo era alejarse de Gómez y alejarse de veras. Diseñó un plan de invasión a Puerto Rico que en el mes de agosto puso a consideración del gobierno. El plan, sin embargo, nunca sería aprobado a pesar de que durante un tiempo estuvo comisionado con su organización. De improviso, el Sexto Cuerpo de Pinar del Río, donde estaba la gente de Maceo, lo eligió representante a la Constituyente de La Yaya. Así pudo marchar a Camagüey para participar en la Asamblea. Allí fue elegido vicepresidente del cónclave y, sirviendo finalmente como presidente, tomó juramento al nuevo gobierno encabezado por Bartolomé Masó.
En La Yaya volvió a encontrarse con Enrique Collazo, su compinche de Tampa en el viaje de incógnito que le permitió volver a Cuba. También coincidió con varios futuros delegados a la Constituyente de 1900. Estaban José Braulio Alemán, Salvador Cisneros, José Fernández de Castro, Domingo Méndez Capote y Manuel Ramón Silva. Eran en total 23 delegados.
La Constituyente le había hecho un “obsequio” muy peculiar el mismo día de su cumpleaños, 26 de octubre. La invasión a Puerto Rico no iba a suceder. El delegado del Partido Revolucionario Cubano, Tomás Estrada Palma, tampoco estaba dispuesto a liberar fondos para eso. El plan quizá era algo descabellado en tanto sería muy difícil valorar los apoyos con los que contaría la empresa en la isla vecina.
Terminados sus trabajos en La Yaya fue nombrado jefe interino de la Brigada de la Trocha, pero el 28 de diciembre renunció. Casi un par de meses después, el 23 de febrero de 1898, salió para Jamaica con el propósito de dirigirse luego a los Estados Unidos. Había explotado el acorazado Maine unos días atrás. Se esperaba de un momento a otro la entrada de los estadounidenses en la guerra. Lacret iba con la orden de preparar una expedición con la que desembarcar por la provincia de Matanzas. Era su oportunidad de volver al sitio y la gente que le había permitido cosechar tantas glorias. La fortaleza de carácter tiene esos arrestos.
La expedición y el fin de la guerra
La expedición a Matanzas era un objetivo largamente acariciado por Lacret. Lo había estudiado con Maceo desde el año ‘96. Sin duda, era muy necesario por las difíciles condiciones de la guerra en occidente y la falta acuciante de todo tipo de recursos. Mientras estaba en los Estados Unidos los acontecimientos se precipitaron y la expedición, sin embargo, se vio demorada. A los dos meses de su llegada, la expedición todavía era una nebulosa que no se concretaba, pero los norteamericanos habían entrado en la guerra.
Las negociaciones con la delegación cubana en Nueva York significaron la colaboración plena de las fuerzas cubanas con los estadounidenses. El gobierno del país vecino, que antes dificultara tanto el envío de expediciones a la isla, ahora se haría cargo de ellas. (Aunque debe reconocerse que muchas veces las autoridades habían hecho la vista gorda en ocasiones anteriores). Esta vez los cubanos viajarían en un transporte militar de la marina estadounidense custodiado por un buque de guerra. Los pertrechos serían abundantes e incluirían miles de raciones de comida, tan necesaria en los montes cubanos, tanto como en las ciudades y pueblos.
La primera gran expedición le correspondió en turno a Lacret, que llevaba esperando semanas de impaciencia. Sería el jefe de tierra y lo acompañarían casi 400 expedicionarios. El jefe de mar sería Julio Sanguily y lo acompañarían otras figuras importantes como Martín Morúa y Joaquín Castillo Duany. Estos últimos, como Lacret, futuros delegados a la Constituyente de 1900. El acuartelamiento en Tampa comenzó el 4 de mayo. Por fin el 17 zarparon rumbo a Cuba en el buque de transporte Florida.
El destino, y sus superiores, le jugarían otra vez una mala pasada al bueno de Lacret. A mitad de camino se enteraría de que el curso de la expedición no estaba orientado a Matanzas sino a Banes. Protestaría duramente, sobre todo contra Estrada Palma, por lo que consideraba un engaño. Estaba fuera de sí, pero no había nada que hacer. El esfuerzo de la guerra se concentraba en Oriente y a Oriente se dirigía la expedición.
Al llegar a Banes a finales de mayo, descargaron el material que traían y contactaron con las tropas cubanas del lugar. Al poco tiempo iniciaron la marcha para encontrarse con Calixto García que esperaba con ansias las vituallas que traían. Finalmente, el 6 de junio se encontraron el lugarteniente general y el jefe de tierra de la expedición. Para desesperación del primero, el general que en realidad hubiera preferido estar en Matanzas le entregó sólo parte del cargamento. De manera inconsulta había repartido entre las familias de la zona los mulos, los caballos y casi la totalidad de las raciones de comida.
De todas formas, al cabo de dos meses España firmaría el armisticio. Las operaciones militares se detendrían y se iniciarían los preparativos para la evacuación de las tropas españolas. El gobierno de la República en Armas decidiría convocar una Asamblea de Representantes para que se hiciera cargo de la dirección política del independentismo.
Delegado de carácter
A la conocida primero como Asamblea de Santa Cruz del Sur y luego como Asamblea del Cerro, sería elegido delegado Lacret. Sus trabajos en la Asamblea no le impidieron desplazarse por la isla, sobre todo a Las Villas, Matanzas y La Habana. Convivían en calma tensa fuerzas armadas de España, Cuba y los Estados Unidos. En diciembre él y Julio Sanguily casi fueron víctimas de una banda armada que quiso darles muerte en el Hotel Inglaterra de La Habana.
El primero de enero de 1899 fue uno de los nueve generales cubanos invitados por John R. Brook al traspaso de poderes. Asumía el norteamericano, de manos españolas, el gobierno militar de la isla. La posición de Lacret al respecto era bien conocida. En una carta pública, que diera a conocer en Santiago en octubre, había exigido a Estados Unidos el reconocimiento del gobierno cubano.
Como miembro de la Asamblea de Representantes estaría muy involucrado en las incesantes maniobras que perseguían el reconocimiento del gobierno estadounidense. El licenciamiento del Ejército Libertador era la baza negociadora con que contaban los líderes independentistas cubanos. Hemos tocado este tema en las notas sobre otros delegados como Monteagudo y Diego Tamayo. La negociación paralela de, nada menos que Máximo Gómez, frustró el esfuerzo de los miembros de la Asamblea.
En las acaloradas discusiones previas a la destitución del General en Jefe, Lacret había sido electo presidente de la Comisión Ejecutiva. Sólo unos pocos delegados de los más de cuarenta que componían la Asamblea defendían a Gómez. Se sucedían los discursos contrarios al Generalísimo. En un momento de acaloramiento extremo Lacret se puso de pie. Exclamó que si hacía falta un general para dirigir el fusilamiento de Gómez, él se ofrecía voluntario.
La Asamblea destituyó a Gómez y acabó por disolverse. Desde la montaña moral de Lacret, sus actos en relación con Gómez no eran fruto de la traición o el resentimiento. Su lema era “Todo por Cuba”. Fusilar al jefe de las tropas independentistas por el bien de Cuba habría sido un acto de entereza de carácter definitivo. Al menos a Gómez no le quedarían dudas al respecto.
La muerte del león
Sobre la labor de Lacret en la Constituyente para la que fue electo el 15 de septiembre de 1900 hablaremos en nuestro podcast. Merece ser recordada su apasionada defensa de la abolición de la pena de muerte en la Constitución. La Enmienda Platt fue una decepción terrible que lo llevó a decir que con su aprobación Cuba se perdía. Fue de los intransigentes que no quiso aceptar empleo de las fuerzas de ocupación. Dedicó sus últimos esfuerzos a promover la creación de una marina mercante en Cuba. Fundó incluso un periódico, La Marina Cubana, con ese objeto.
Durante sus últimos años la pobreza le hizo la vida demasiado difícil. El que había dado todo lo suyo, todo por Cuba y por sus congéneres, con tanta generosidad, a veces no tenía qué comer. Enfermó a finales de 1904 y el 24 de diciembre falleció, carente de medios para enfrentar la condición que lo afectaba.
Las condiciones de su muerte causaron consternación en la sociedad que casi lo había olvidado. Máximo Gómez diría en su despedida de duelo:
Yo no tengo facilidad de palabras, un orador acreditado os dirá, con más elocuencia de lo que yo pudiera hacerlo, quién fue el general Lacret; yo solo quiero decir que fue un cubano modelo de virtud y un soldado valiente como pocos.
De un difunto, mandan los buenos modales a decir cosas buenas. Los viejos guerreros que un día estaban dispuestos a matarse podían guardar las formas y hasta mostrarse respeto. Durante la Constituyente de 1900 se había discutido redactar el artículo sobre las condiciones para ser electo presidente con mucho acaloramiento. Una parte de la Convención pretendía hacerlo de modo que Máximo Gómez estuviera habilitado para ser electo. Otra parte rechazaba esa posibilidad y pretendía evitar a toda costa la elegibilidad de Gómez basados en su nacimiento extranjero. Finalmente se impuso la primera opción. Gómez podría ser presidente si lo deseaba. Se impuso por un voto. El voto de Lacret. Su carácter fuerte no estaba hecho para el resentimiento. Tampoco entonces bajaría de su montaña.
Después de la muerte de Lacret, Márquez Sterling publicaría un conmovedor artículo recordándolo. El 26 de octubre iniciamos las notas biográficas sobre su nacimiento con una cita de ese artículo. Con sus palabras finales quisiera terminar en esta ocasión. Márquez Sterling había sido testigo involuntario de la estratagema que permitió a Lacret viajar a la isla, disfrazado de pastor. El desasosiego y la incertidumbre al despedirse de él, no lo habían abandonado durante semanas.
Algunos días después, leyendo un periódico de New York, en casa de un amigo, di un grito de alegría… “¡Lacret está ya en Matanzas al frente de una división y poniendo en jaque al enemigo…”
¡Los periódicos me habían hecho temblar tanto aquella semana! Porque yo aguardaba, con la noticia de haberse descubierto lo del disfraz, la del fusilamiento de aquel hombre extraordinario, arrojado y valiente como Agramonte, con ternura de niño, nobleza de héroe y solemnidad de León…
Fuentes consultadas:
Lezcano y Masón, Andrés. Las Constituciones de Cuba. Ediciones Cultura Hispánica, Madrid, 1952.
Márquez Sterling, Manuel. Burla Burlando. Imprenta Avisador Comercial. La Habana, 1907.
[Pinilla, Alejo y José Camejo]. Lacret y Banderas. Dos Héroes. Imprenta El Crisol. La Habana, 1910.