En mis manos ha caído una auténtica rareza bibliográfica. Se trata del libro Entre excelencias. Los incidentes Braden-Santovenia. Artcículos, del prestigioso periodista y ensayista Francisco Ichaso. Esta obra es una recopilación de una serie de artículos periodísticos que Ichaso publicara en el Diario de la Marina en el verano de 1947, relatando un capítulo de la historia republicana muy poco conocido: las discrepancias del entonces ministro de Estado del primer gobierno constitucional de Fulgencio Batista, el insigne historiador Emeterio Santovenia, con el embajador norteamericano en Cuba, Spruille Braden, en 1943.

Como amigo y colega político, Ichaso ocupaba la máxima jefatura de la Dirección de Relaciones Culturales del Ministerio de Estado durante la gestión de Santovenia, por lo cual conoció de primera mano todos los incidentes que provocaron la decidida actitud del canciller ante la intromisión del embajador estadounidense en los asuntos internos de Cuba. Así recogió en forma de libro estos sucesos, que cuentan con el excelente prólogo de Joaquín Martínez Saénz.

Estos artículos —que Martínez Sáenz no duda en calificar de periodismo de alto rango— detallan los diferentes momentos en que el cónsul norteamericano en Cuba confundió sus prerrogativas como diplomático y cometió varios actos de injerencia violando la soberanía cubana. Ante cada uno de estos actos, contradiciendo incluso la política de “Buena Vecindad” del presidente Franklin D. Roosevelt, el entonces ministro de Estado le salió al paso para recordarle a Braden hasta donde llegaban los límites de cualquier diplomático en una nación soberana.

El primer roce ocurrió cuando, amparado en la “diplomacia de guerra” (recuérdese que Estados Unidos ya le había declarado la guerra a las potencias fascistas del Eje) y dado lo escaso del parque marítimo entre Cuba y los Estados Unidos, algunos diplomáticos norteamericanos esporádicamente hacían acto de presencia en el puerto para agilizar los trámites de los barcos con bandera norteamericana, práctica que no era mal vista en casos de especial importancia, pero comenzó a hacerse habitual bajo la batuta de Braden.

La oportuna intervención de Santovenia estuvo provocada por la queja del gremio de obreros del puerto de Nuevitas, quienes, en una reunión con el cónsul norteamericano de la localidad para negociar las condiciones de trabajo en el puerto, recibieron la amenaza estadounidense de cerrar el comercio marítimo del lugar si no se cambiaba la situación para los embarques de azúcar. Esta amenaza provocó que Santovenia le enviara una nota a Braden expresándole su total desacuerdo con las declaraciones emitidas por el estadounidense, recordándole su clara incompetencia para efectuar conferencias con gremios de trabajadores cubanos.

La nota generó una situación de tirantez felizmente superada en un encuentro entre Santovenia y Braden. Según Ichaso, el diplomático norteño entendió las razones de la parte cubana y en un tono conciliatorio expresó: “Puede tener Vuestra Excelencia la seguridad que merece tanto respeto la soberanía de Cuba como la de Inglaterra”. Sólo que Cuba no es Inglaterra y tanto Santovenia como su igual norteamericano lo sabían.

Casi a la par de estos acontecimientos los desencuentros entre Santovenia y Braden continuaron. El otro roce ocurrió cuando el embajador norteño le comunica verbalmente a Santovenia sus reservas con el diplomático peruano, asentado en La Habana, Luis Cúneo Harrison. Braden tenía sospechas de que dicho diplomático es un simpatizante activo de la Alemania de Hitler.

El alto dirigente cubano prometió llevar a cabo una investigación para conocer la “simpatía” de Cúneo Harrison por el régimen totalitario alemán, pero la misma no arrojó nada concreto. La acusación norteamericana se basaba en las relaciones que había mantenido el diplomático latinoamericano con el antiguo representante alemán en la isla, antes de que el gobierno cubano le declarase la guerra a las potencias del Eje fascista. Para echar más leña al fuego, el señor Pablo Abril de Vivero, antiguo consejero de la legación peruana —según Francisco Ichaso por razones de envidia profesional—, había lanzado críticas contra el gobierno cubano tildándolo de “pusilánime” y “benévolo” al permitir la estancia de Cúneo Harrison en La Habana.

La embajada norteamericana en La Habana organiza un banquete de desagravio a Abril de Vivero, respaldando tácitamente sus declaraciones, a la vez que invitaba a la recepción al presidente del Senado cubano, al jefe de la Policía y al subsecretario de Estado. El doctor Emeterio Santovenia no es invitado, y la legación estadounidense justifica ese proceder con no querer otorgarle al acto un carácter “demasiado oficial” y por “razones de delicadeza”.

La reacción del canciller cubano no se hizo esperar, solicitó de manera urgente una reunión con Braden. Las palabras del periodista para describir la atmósfera del encuentro son elocuentes: “La entrevista fue grave, tensa y hasta un poco viva de tono”. Santovenia mostró su total desagrado hacia el banquete y le recordó al embajador que las relaciones exteriores de su país, eran dirigidas por su persona y el presidente de la República, por lo cual ese agasajo era considerado una intromisión en los asuntos internos del país. De más está decir que ninguno de los funcionarios cubanos asistió al banquete, que al final se celebró sin el glamour esperado. Entretanto, Braden solicitó reunirse con el presidente cubano Fulgencio Batista, pero sólo cuando antes se reunió con Santovenia —para reiterarle las manifestaciones de amistad hacia el gobierno y el pueblo cubano—, fue que Batista recibió a Spruille Braden.

El presidente de la república ratificó la posición de su ministro y le expresó al señor Braden: “Dar la sensación de que cualquier representación diplomática acreditada cerca del Gobierno de Cuba debía estar sujeta al beneplácito de la Embajada de Estados Unidos, constituiría un hecho lesivo a la nación cubana”. Con estas palabras de Batista el incidente —finalmente— quedó zanjado.

En este pequeño libro se narran otros hechos de menor relevancia entre ambos funcionarios, enviando un claro mensaje de los múltiples matices que durante ese período de nuestra historia vivieron las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Ese es, a mi juicio, uno de los más perecederos legados de esta joya del periodismo republicano, vistos desde el privilegio que otorga la distancia y las décadas transcurridas. Por otro lado, llama la atención el tono respetuoso que en todo momento se utiliza por todos los encartados en los hechos para referirse al diplomático estadounidense, a pesar de que se le increpa duramente.

La historia de estos dos intelectuales, amigos en lo personal y colegas en lo profesional, tomaría destinos similares a la llegada de Fidel Castro al poder. Tanto el historiador Emeterio Santovenia como Francisco Ichaso, ambos de ideología liberal, serían detenidos por las autoridades, acusados de colaborar con la dictadura de Batista. Santovenia, por haber aceptado el puesto de Director del Banco de Fomento Agrícola e Industrial (BANFAIC), tendría que irse de Cuba el 29 de agosto de 1959, para morir en Miami nueve años después. A Ichaso se le acusaría de servir de intermediario y distribuidor de las prebendas otorgadas a varios periodistas por la dictadura batistiana, con fondos provenientes de la Cuban Telephone Company, y de delación a un miembro de las fuerzas opositoras al régimen batistiano.

No es ocioso recordar la trayectoria de “Paco” Ichaso como miembro de la vanguardia que contribuyó al despertar de la conciencia nacional. Integrante de la Protesta de los Trece y editor de la Revista de Avance, Ichaso es junto a Jorge Mañach, Félix Lizaso y Juan Marinello uno de los pilares de la segunda generación intelectual republicana, como la ha dado en llamar la destacada ensayista Rosario Rexach[1]. De sólida cultura y especial sensibilidad estética, el autor de Defensa del Hombre ocupaba la presidencia de la UNESCO en Cuba al triunfo revolucionario, y eran muy destacados sus artículos políticos en Bohemia y Diario de la Marina. En febrero de 1959, acusado de malversación y delación sufre prisión por unos meses. Al aclararse la acusación —se dice que la intervención del periodista radial José Pardo Llada fue fundamental para su liberación—, parte hacia México, donde moriría en 1962. Sirva este libro, para justipreciar la obra de este intelectual, que junto a la prolífica labor historiográfica de Santovenia, yacen olvidadas, por la bruma del tiempo.

 

(Publicado originalmente en Palabra Nueva)

 

 

  1. Véase Rexach, Rosario: “La segunda generación republicana en Cuba y sus figuras principales”, Revista Iberoamericana, no. 152-153, julio-diciembre, 1990.

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