
Si la Idea Total es una blasfemia y una chapucería criminal, puesto que Dios es infinito, ¿significa que debemos dedicarnos a crear la Idea Infinita? Risible, en verdad. Porque una idea infinita, a fuerza de no poder ser definida —siempre sería otra cosa—, tampoco puede ser usada. Pues hablamos aquí de ideas para usar, para establecer, sostener, comprobar y ampliar el dominio del humano en el planeta y el universo. Las ideas que el humano usa para esos fines, necesariamente han de ser finitas. Usted quiere hacer esto o aquello, resolver un problema o el otro, saber de un asunto o de ninguno, incluso divertirse, pero nunca sin límite ni fin, ni con el sinfín como fin. El humano es finito. Algunos sueñan ahora con la no mortalidad natural, que establecería el terror de no salir a la calle por la posibilidad de que le caiga en la cabeza una tortuga dejada caer por un águila a fin de romperle el carapacho y descender a comérsela —ya le ocurrió a Esquilo en su gloriosa vejez—, y le ponga fin a esa no mortalidad delicadísima; o incluso la inmortalidad perfecta en un físico perfecto, que necesitaría un exterminio de todos los no nacidos, una especie de aborto previo, un aniquilamiento de todos los otros para la vida sin límites y devoradora de recursos de un individuo sin la menor noción del aburrimiento. Estas ambiciones que deslumbran ahora mismo a tanta gente, están en la lista de las posibilidades de la ciencia y la tecnología, y aunque haya una multitud de personas sensatas, o peor, religiosas, que las combatan con buenos argumentos, se les dirá que el riesgo de desintegración moral, de desorden social y de la extinción de la especie, son daños colaterales y tal vez evitables tecnológicamente; y que la unión con Dios, la salvación y la vida eterna son ideas del dominio del mundo de la época medieval, que carecía de esas perspectivas gloriosas. La rebelión contra el carácter temporalmente finito de la vida humana es uno de los síntomas de que la Idea Total, incluso si es rechazada en el plano político, social o económico, puede apropiarse del humano y desfigurarlo. No interesa la Vida Ilímite, que es la vida en y con El Ilímite, sino la vida estirada para la repetición del mismo finito ya conocido de sobra, y por lo tanto sobrante. Otros creen que la eternidad prometida en los templos es un tiempo que no se acaba. Un tiempo interminable es igual a eso de seguir aquí por siempre. Lo divertido es que los físicos actuales afirman que la categoría tiempo es irrelevante para el estudio del mundo cuántico. La eternidad es un no tiempo en el que el ser es posible, completo e indestructible.
Y sin embargo, constatamos que queremos algún sinfín. Y cuánto.
¡Estrella radiante, yo quise ser eterno como tú!, gritaba el gran poeta británico John Keats, enfermo terminal. Ya sabemos: la estrella no es eterna, podemos precisar cuándo morirá. Keats en cambio se sentía inalterable (unchangeable), como su estrella. Y por eso soñaba en permanecer sobre los senos de su amada, y así vivir por siempre, o desvanecerme hasta morir. Obsérvese cómo Keats junta la ambición terrena de eternidad, en su versión más cercana que es la del amor de pareja, con la realidad de la muerte. Sabe que no es posible esa eternidad, pero el poema clama por ella.
El poder cognoscitivo de la poesía es inmenso. Encontramos en ese famoso Último Soneto la realidad del Sinfín en el deseo humano, y la del mundo finito de la pareja, incluso de una parte del cuerpo de la mujer. Lo que parece incompatible en el plano de la experiencia o de la reflexión común es ley en la palabra poética, que es una forma de la gnosis. El Infinito y Lo finito no son opuestos. Lo Finito es una Creación del Infinito. Siendo Infinito, es lógico, o más bien es esperable e inevitable que haga cualquier asombro, incluso cosas finitas. Pero si Lo Finito es creado por el Infinito, es obligado que lleve sus huellas. En el caso del humano, se trata de un ser finito en la materia y en el tiempo, que contiene la huella del Infinito como Llamado. Necesariamente algún ser finito, de los incontables que hay, tiene que presentar en forma más excelente la huella del Infinito. Ese es el caso del humano. Sabe que existe, sabe que va a morir (salvaje privilegio de la muerte, dijo Fina García Marruz, lectora de Keats: heredad sólo nuestra), y no puede resignarse a ese destino: desea ser inmortal. ¿Puede?
Debe desear ser inmortal. Está aquí para desear ser inmortal. Para conectar a lo Finito con el Infinito. No sólo al humano: todo Lo Finito queda conectado con el Infinito a través del deseo de inmortalidad del humano, si ese deseo está sano, es decir, si realmente está dirigido al Infinito. Esto es metafísica elemental, y para el cristiano, fe constituida. El Hijo de Dios es la prueba de que el Infinito se hace finito, y nos llama al Infinito. Cuando Él mismo regresa al Infinito, se queda para nosotros en el Pan y el Vino, finitos dobles, únicos, alimento real y metáfora de cuerpo y sangre humanos, de nuestra finitud corporal que está siendo llamada ahora al Infinito.
Dicho con la necesaria brevedad: la idea del Infinito no nos distancia ni nos enemista con Lo finito. Nuestras ideas y acciones serán siempre finitas, pero pueden y deben estar relacionadas con el Infinito. Lo Finito, además, suele ser adorable. Pensemos en la excelencia de una orquídea, que dura menos de lo que quisiéramos.
Para colmo, existe el arte. En la obra de arte, desde luego finita, hay un infinito dentro, que se desborda. Si una pretendida obra de arte no genera ese infinito, si está seca, se trata de un fraude, que puede estar construido con ciertas normas del arte pero que, como suele decirse, no dice nada, o dice lo que ya sabíamos. Es más: la negación del límite en una obra de arte, digamos una telenovela de diez mil capítulos, es rechazada como intolerable y antiartística. El límite da forma a lo finito, pero no cualquier forma, sino la forma que nos conecta con el Infinito. La forma es así un límite que evoca al Ilímite. De ahí que las interpretaciones más calificadas de una obra de arte resulten siempre limitadas, insuficientes. Esa lección que nos da la obra de arte merece ser considerada como revelación para toda la restante actividad humana.
El dominio del humano sobre el mundo será siempre limitado. No puede deshacer el universo ni transformarlo a su antojo: y si pudiera, sólo estaría deshaciendo lo que él no hizo. El humano es criatura, y es creador, pero no el Creador. Su poder creativo es enorme, como acto, como proceso y como resultado, pero solo dentro de las leyes y objetos de la Creación. El despegue de la capacidad creativa del humano a partir del Renacimiento, las victorias del siglo XIX y los ya ambiguos prodigios del XX, cuando superó a la naturaleza y la ha puesto en peligro de exterminio, ha desviado el hambre normal y sagrada de Infinito hacia la fantasía de un poder humano sin límite alguno. Obsérvese que está lejos de ser una búsqueda frustrada del Infinito. Se trata del Poder Hacer por el poder mismo de hacer. Ni siquiera recreativamente, aunque Oppenheimer declaró que había aceptado crear la Bomba porque le resultaba tecnologically sweet. Ya Nietzsche había confesado que su gran descubrimiento consistía en pensar más allá del bien y del mal: acabó loco. Ahora nos dicen que la tecnología tiene vida propia, que es tan imposible detener su desenvolvimiento como lo es parar el amanecer. La tecnología no tiene otra vida sino la que le damos. Y se la hemos dado por siglos para este propósito: mejorar la vida del humano. Pero ahora nos dicen que no, que el humano pudiera desaparecer si la tecnología lo exige. Estos suicidas difícilmente se impondrán en lo inmediato, pero al abolir el propósito de mejorar la vida dejan al desnudo el problema fundamental: qué podemos entender hoy por una vida mejor.
Aparentemente se sabe y estamos todos de acuerdo: eliminar para siempre la pobreza material. ¿Quién puede estar en contra de esta consigna? Pero lo que observamos en la práctica es que esa pobreza no ha desaparecido del todo ni siquiera en los países opulentos. No puedo entrar aquí en el análisis de este asunto: baste señalar que en cualquier caso seguimos empeñados en metas concretas, limitadas, discutibles tanto en la realización como en el contenido, porque la abundancia de bienes materiales está lejos de garantizar una sociedad sana y feliz. La articulación de esas metas es sin embargo clamorosa. Algunos creen que hay que redistribuir la riqueza en favor de los menos favorecidos. Otros piensan que hay que promover la opulencia de una minoría para que la pobreza del resto disminuya. En ambos casos estas metas están defendidas por conceptos políticos, sociológicos y religiosos, que son de hecho excluyentes. Eres de un bando o del otro. Cada bando quiere eliminar al otro. La Idea Total aparece una y otra vez como tentación socialista o fascista. Son ideaciones carentes de infinito, aunque proclamen lo contrario. Están cerradas a los otros, a lo otro, al Otro.
No puede haber ideas infinitas pero sí ideas conectadas con la experiencia del Infinito. Véase que digo experiencia y no ideación. Para nada hay que dedicarse a la Teoría de los Grandes Números ni a prolongar, y cómo, al genial Cantor, aunque conviene que haya especialistas en esas fascinantes e interminables cuestiones. Las matemáticas, como el arte y la literatura, son evidencias del Infinito. Como lo son, y en mayor medida, la piedad por el que sufre, o el acto sacrificial. De hecho, el humano vive en la realidad del infinito sin darse cuenta. Habría que darse cuenta. Habría que entender que somos criaturas del Infinito, que estamos marcados por el Infinito, que el Infinito nos llama al Infinito desde el milagro de nuestra contradictoria finitud.
El Poder Humano es sacro y está bendito, porque proviene del Creador. Y por esa misma razón está dotado de libertad. En los últimos siglos ha crecido impetuosamente, pero demasiado a menudo traicionando la libertad divina. Puede destruir, por un simple error, la civilización e incluso la vida entera sobre el planeta. Ha salvado las prerrogativas de libertad y creación del individuo, pero al mismo tiempo ha generado el egotismo y el narcisismo colectivos, un individuo sin otredad que adora su pequeñez, su pedazo desconectado del otro, de lo otro, de Dios. No por eso dejan de chacharear sobre Dios, que casualmente es idéntico a ellos mismos. Frente a esta deriva negativa existe sin embargo la realidad del Infinito vivo aquí, que la mundialización del mundo convierte en una cercanía entrañable: millones y millones de personas sanas, comunicativas, responsables, que van conociéndose y constatando la existencia de una empatía humana global, posible, útil, jubilosa.
Por favor, no se cierre. Si usted no puede estar abierto a la Empatía Universal, al menos no le ponga obstáculos en su propia vida, y en la de sus familiares, y en la de sus conciudadanos del país y del mundo.
Deje ser al Infinito, pues de cualquier manera el Infinito estará aquí para siempre; déjelo libre como el viento que sopla donde quiere; permítale estar ostensible en sus finitas causas benditas.
Y cuando le ocurra recibirlo, agradezca esa bendición ilímite, y obedezca.