
César Rodríguez Expósito
(Exposición en el Primer Congreso Nacional de Periodistas, en La Habana, 28 de noviembre de 1941. Copia mecanografiada.)
He aquí un tema de grandes complejidades escabrosas sobre el que es necesario proyectar el análisis, determinando previamente los ángulos desde los cuales hemos de contemplar sus diversos aspectos.
El periodismo, en abstracto, en sus relaciones con el estado puede quedar satisfactoriamente establecido dentro de los límites que marcan la Constitución y las leyes de la República, en un clima de alto sentido democrático. Pero este no es el estudio principal de la cuestión. El punto que es necesario considerar con especial detenimiento es el de las obligaciones y deberes recíprocos, no de la prensa y el estado, sino de los periodistas y de los funcionarios que en grado mayor o menor son representativos de uno y de otro, y cuyas actividades van estableciendo normas para estas relaciones que en unos casos son útiles y convenientes al recíproco interés o son viciosas y es necesario conocerlas para confirmarlas y rectificarlas.
El estado en el concepto moderno de la hora actual toma los caracteres de una gigantesca empresa de producción, organizada para el sostenimiento y progreso de la sociedad que lo forma, propendiendo a su bienestar, a su cultura, y organizándose también para la defensa de sus instituciones.
En las actividades del estado moderno las de sentido económico prevalecen sobre las políticas, sociales y culturales. Estas funciones se acentúan con especial énfasis en momentos de crisis pavorosas como las que sufre la humanidad de hoy. El sentido de las defensas de las instituciones del estado, ha conducido a la centralización de las actividades de este en prácticas llamadas de economía dirigida, de control de la distribución de la producción, venta y consumo de los productos, de la defensa militar contra enemigos interiores y exteriores, que hacen inmensamente activa, difícil y compleja las funciones del jefe del estado y del gobierno que les asiste.
En tales funciones es necesario incorporar a la prensa, como el cuarto poder del estado, que tiene a su cargo la inmensa tarea de promover la opinión del pueblo unas veces, de recogerlas otras, y de canalizarlas en la medida que sea útil y necesaria a la salud de la patria. La prensa es la voz de esa opinión, su estímulo y su pensamiento vivo: es, en última instancia, la opinión misma.
Esta opinión se descompone en múltiples aspectos como el rayo de luz al través de un prisma en análisis espectral. Así vemos la prensa política con todos sus partidarismos; la prensa de ideas religiosas; la mantenedora, más que de ideas de ideales sociales; la prensa mercantil, etc., incorporadas a los grandes grupos que asisten al gobierno, que lo combaten o que se sitúan en ese estado intermedio de la tierra de nadie. Todo ello en conjunto, como en síntesis de espectro, forman el rayo de luz de la prensa nacional.
Voltaire dijo que los filósofos gobiernan al pueblo un siglo después de su generación. La prensa, en cambio, ejerce su influencia inmediata sobre el gobierno y el pueblo mediante la expresión de sus opiniones. “El periodismo, dice José Manuel Cortina, es un gran sugestionador, llega a todas las conciencias. Multiplica el bien o el mal, multiplica la injustica o la justicia, multiplica la verdad o la mentira, y por eso es dueño y señor de la sugestión colectiva y dueño y señor de lo subconsciente, en donde se elabora la conciencia presente y la del porvenir”.
Cuando contemplamos al periodismo como parte activa y orientadora del estado moderno, es cuando sentimos las dimensiones de su proyección, la importancia de sus funciones y la responsabilidad de su recta aplicación.
Las relaciones entre el estado y la prensa, observadas con visión histórica nos permite considerarlas en el pasado, en cuanto ha sido pugna entre las fuerzas que ambos representan, mejor que como una incorporación de funciones orientadas al bien general. Esta pugna, con cierto determinismo histórico, ha prevalecido al través del tiempo, al extremo que las naciones que han transformado sus instituciones y sistemas han empezado por organizar los departamentos o ministerios de propaganda al servicio de sus propósitos.
Esta influencia de procedimientos para el control de la publicidad por el Estado se estableció, por la fuerza de las circunstancias, en muchos pueblos contrarios a tales sistemas de la propaganda organizada como una necesidad del gobierno. Por eso vemos cómo se crearon los ministerios de propaganda en distintos países —totalitarios o democráticos—, incorporando a los mismos a periodistas profesionales, ya que poseían la capacidad, experiencia y don psicológico necesarios para estas labores captadoras.
Los ministerios de propaganda constituyen un arma de doble filo para el periodismo como clase, para el periodista como profesional. Por eso debemos estar siempre vigilantes de su organización y propender a que no sean funcionarios inexpertos, desvinculados de lo que es y significa la profesión periodística, que vendrían a desvirtuar lo que lógicamente es y debe ser la misión de esas dependencias del estado.
Tal pugna nació con el periodismo; así vemos que al aparecer la “Noticia Manuscrita”, el Papa Pio V se pronunció contra ese sistema de publicidad y ordenó que el noticiero Niccolo Franco muriera en la horca. Posiblemente fue este el primer repórter víctima de la lucha de intereses contra la idea escrita.
El sucesor de Pio V, Gregorio XIII, dictó una disposición prohibiendo y condenando a galera temporal o perpetua a los que recogieran noticias, fuesen falsas o verdaderas. Sixto V hizo que le cortaran las manos y le arrancaran la lengua a Annibale Capello, por el mismo delito de emitir su pensamiento manuscrito. Cuando Gutenberg hace posible la letra impresa y con ella el periódico, que multiplica las posibilidades para difundir el pensamiento llevado al periodismo, la pugna se acentúa y las fuerzas se organizan para luchar mejor, en vez de organizarse para una amplia y fecunda coordinación de esfuerzos útiles al interés de la nación y de la humanidad.
En nuestros días y en algunos estados esta pugna es una guerra a muerte. Así vemos en la Alemania nazi y en la Italia fascista, y en la Rusia comunista, que no puede circular otra idea impresa que aquella acomodada a un programa y a un propósito del estado, donde no puede florecer la libre emisión del pensamiento. Así vemos los autos de fe de la Alemania nazi, hechos con el pensamiento impreso en las obras inmortales de los Einstein, Ludwig, Stefan Zweig, Thomas Mann, Remarque, Barbusse, Maeterlinck y Freud.
Esta es la lucha entre la fuerza y la idea en la que la victoria ha sido siempre y seguirá siéndolo para los mantenedores del pensamiento como expresión de un ideal legítimamente humano. El estado y la prensa deben abandonar, en lo que a cada uno concierne, sus posiciones de contendiente para incorporarse armónicamente a las funciones de interés universal que deben inspirar a ambos. Esto no significa que la prensa debe ponerse al servicio del gobierno. Debe existir la prensa independiente; debe existir la prensa gubernamental, sin que esto quiera decir sometida, y debe existir la prensa representativa de la oposición mantenedora del equilibrio que en toda democracia corresponde a las minorías encargadas de fiscalizar los errores de los poderes del estado. Frente al gobierno cuando sea necesario, y a su lado cuando lo reclame el interés nacional.
En resumen, el estado necesita de la prensa para la consecución de sus fines. Y ahora surge una cuestión de trascendencia: ¿necesita la prensa del estado?
En esta pregunta y en la respuesta pueden quedar contenidos todos los puntos que a mi juicio son principales en el tema que se me ha confiado sobre las relaciones del periodismo con el estado. Para mejor enfoque de la cuestión he querido establecer las distinciones apuntadas anteriormente entre el estado y la prensa como entidades abstractas, para considerar después las relaciones entre el periodista, representativo de la clase y el gobernante representativo del estado.
Dado el carácter particular de la cuestión parece difícil determinar la norma a seguir para regular las relaciones de este tipo, que, conservando su carácter peculiar, debe estar comprendida en las disposiciones constitucionales y en las leyes que determinan las funciones del gobernante, y en cuanto al periodista las que le dicte el sentido de la honradez profesional, de dignidad de la clase y su postura intelectual, que pierde toda elegancia, toda garantía y toda autoridad cuando se hace mercenaria.
El gobernante venal que busca en el periodista complaciente un encubridor de sus prevaricaciones, y el periodista que las encubre, son ambos los mercaderes del templo de la patria que necesitan el castigo del látigo de un Redentor. Este contubernio del funcionario y del periodista venales es el que da lugar, principalmente, a que se desvirtúe y deforme el concepto del periodista y que alcance a la clase el menosprecio público que debe dirigirse solamente al individuo en particular que especula contra su profesión traicionándola.
Con vista de estos aspectos de las relaciones entre periodistas y Departamentos del Estado, y con otros propósitos determinados, surgen en Cuba los “Burós de Prensa”: unos para controlar la información y evitar que no se publicara más que aquello conveniente a los intereses del Jefe, Secretario o Ministro; otros para establecer sistemas de propaganda de las medidas, proyectos y reformas gubernamentales, etc. y, al mismo tiempo, para otorgar retribuciones económicas a los reporters encargados de las informaciones de cada Departamento, a fin de justificar las asignaciones que por esa labor de propaganda realicen.
En opinión del ponente, los Burós de Prensa han sido funestos para la clase periodística cubana. Han provocado ambiciones. Han castrado la labor del periodista dentro de las oficinas públicas, y han abierto las puertas del periodismo a los improvisados, a los arribistas, y han, en fin, desmoralizado en parte a la clase reporteril haciendo que en el concepto público haya perdido mucho del prestigio que tenía en otro tiempo.
Con el pretexto del Buró de Prensa se ha divulgado lo que siempre se ha tenido en la más profunda reserva de las relaciones entre el estado y el repórter. No solo se ha divulgado sino que ha servido de pretexto para que muchas empresas hayan suprimido y rebajado los sueldos respectivos alegando que el repórter percibía ya un sueldo trabajando en el Buró de Prensa de tal o cual Departamento de Estado. También ha servido para que muchos empleados y muchos amigos de las empresas, que no son periodistas profesionales, traten de incorporarse a estos Burós de Prensa equiparándose a los periodistas verdaderos.
Antes de que surgieran estos llamados Burós de Prensa, que no tenían más misión que reportar lo que publicaban los periódicos para conocimiento de los funcionarios, pero sin control de las noticias ni contacto con los periodistas. Para dejar bien sentado actitudes, y como en este Congreso de Periodistas debemos hablar muy claro, y como en mi vida profesional tengo un historial limpio, y no tengo que arrepentirme de ninguna actuación, porque siempre he mantenido la más estricta ética profesional, quiero declarar que yo fui jefe de un Negociado de Prensa, pero que antes de aceptar el cargo exigí que se creara con determinadas condiciones. Y a ese efecto se dictó un Decreto Presidencial que honra a sus firmantes, y que me cabe el honor de haber sido su inspirador.
En ese Decreto se consigna que: “El exponer la necesidad de las medidas que preceden no puede intentarse, en modo alguno, como propósito por parte de la Secretaría de Sanidad y Beneficencia, de establecer medios de control de las noticias que se produzcan en esa dependencia, porque la labor de los reporters, como representantes de la prensa acreditados ante dicho Departamento, continuará siendo de absoluta independencia”.
Estos Burós de prensa, caso de subsistir deberán elevarse al rango de dignidad y de superación necesarias al prestigio de la clase y de sus fueros profesionales. A este ideal debemos cooperar todos haciéndonos superiores a nosotros mismos para así superar la prensa que es la madre de nuestros amores. De este congreso esperamos un poderoso impulso hacia adelante en el camino de las grandezas que anhelamos. Es un camino incierto como todos aquellos ocultos entre las sombras que envuelven a la doliente humanidad de hoy.
A este respecto recuerdo un interesante editorial del periódico Think. Se titula el “El Árbol de Josué”, y cuenta como los israelitas que se adentraban como colonizadores en las tierras inexploradas de Norteamérica, se detenían a veces en el camino a seguir, hasta que se encontraban a su paso el Árbol de Josué, al que llamaron así por la extraña disposición de sus ramas, orientadas en determinada dirección, como un poste de señales o como un índice providencial que les marcaba el rumbo. Esta señal confortadora los animaba hacia delante, hacia la conquista, hacia el ideal, llenos de esa confianza que el hombre necesita y que recibe plenamente cuando percibe señales inequívocas de que se encuentra en la ruta cierta.
Esto espero que sea el Primer Congreso Nacional de Periodistas: el Árbol de Josué que marca con precisión y sabiduría la ruta que ha de seguir el periodismo cubano hacia la superación y engrandecimiento de la prensa nacional.
CONCLUSIONES
PRIMERO.— La prensa como una fuerza activa del estado mantendrá sus fueros y cumplirá sus obligaciones dentro de las normas de armónicas y cordiales relaciones.
SEGUNDO.— Considerará el interés de la patria por encima de todos los partidarismos y propósitos, y cooperará íntegramente con el estado para la preservación de las libertades y la consecución de sus fines de alto sentido nacionalista, pero sin dejar de ejercer las funciones fiscalizadoras y de crítica constructiva cuando el propio interés nacional lo aconsejó.
TERCERO.— Repudiar la injuria y la calumnia y sancionar al periodista culpable de tales delitos incapacitándolo para el ejercicio de una profesión que con su conducta se haya deshonrado.
CUARTO.— Abogar por la supresión de los Burós de Prensa, solicitando facilidades para que el periodista, en forma individual e independiente, pueda ejercer su función en relación con los organismos del estado.
QUINTO.— En caso de crearse un Ministerio de Propaganda o Departamento de Publicidad y Propaganda, dentro del estado, siempre que no tenga fines de control de las noticias o de censura, debe recabarse que esas posiciones sean desempeñadas por periodistas profesionales, y que la organización que se le dé a este Departamento propenda: a la mayor eficacia de los beneficios de una propaganda inspirada en el interés nacional; a la coordinación, orientación e inspiración interior o exterior de cuantas informaciones sean útiles y provechosas a esta clase de propaganda; incluyendo la publicidad para el turismo; fomentar la cultura, estimulando las artes, el teatro, el cinematógrafo, las actividades recreativas y deportivas, la radiodifusión y, en general cuanto eleve nuestro nivel cultural y artístico; estimular la producción de películas nacionales expositivas de nuestras bellezas naturales y de nuestra personalidad; colaborar con la prensa extranjera para suministrarle elementos de publicidad y de más íntimo conocimiento, evitando que no se divulguen noticias nocivas al crédito y a la cultura del país; promover un intercambio entre periodistas, escritores y artistas nacionales y extranjeros; estimular las actividades espirituales propiciando los medios de desarrollar las aptitudes intelectuales y artísticas, y una literatura propia, concediendo a tal fin premios convenientes; estimular la traducción de obras de autores nacionales; y recomendar la organización obligatoria de programas rotativos sin anuncios, en las principales radioemisoras nacionales con artistas seleccionados y con temas indicativos de nuestra cultura, de nuestro arte y de nuestra espiritualidad.
César Rodríguez Expósito (Rodas, Las Villas, 1904-La Habana, 1972). Periodista, dramaturgo e historiador. Trabajó en diarios nacionales como El Día, El Imparcial, La Noche, La Lucha, Libertad, Diario de la Marina, Heraldo de Cuba, Avance, El País, Información y Excelsior. Llegó a ser presidente de la Asociación de Reporteros de La Habana (1929-31 y 1935-37), perteneció al Colegio Nacional de Periodistas, fue presidente de la Federación de la Prensa Latina de América (1937), vicepresidente del Club Internacional de la Prensa (1931) y secretario del Patronato de la Escuela Profesional de Periodistas “Manuel Márquez Sterling” (1945). Ocupó el cargo de historiador del Ministerio de Salud Pública desde 1951 hasta su muerte.