Foto de Juan Pablo Estrada

El año 1969, uno de los más intensos en la historia contemporánea, fue quizás un codazo para la posterior caída del sovietismo. Los países de Occidente mirábamos asombrados cómo una sociedad sometida podía disputarle, y hasta sacar ventaja en la carrera por la conquista del espacio, nada menos que a Estados Unidos. Sin embargo, el ardid duró poco, pues el 16 de julio del ’69 el alunizaje de tres astronautas yankees dejaba en ridículo al régimen de la URSS, que sólo tres días antes había fallado una importante prueba cosmonáutica. Y lo peor, el socialismo quedaba expuesto en su fracaso: no se puede ganar con sumisión, lo que otros persiguen con voluntad. Los estadounidenses querían ir a la Luna y lo lograron; los soviéticos se mataban trabajando por cumplir una política de estado que muchos ni siquiera entendían. ¿Con tantas carencias aquí, cómo es que aspiramos a conquistar el espacio?

El socialismo es así de alucinante. Más alucinante aún si está expuesto al calor del Caribe, como la Cuba de Fidel Castro, que para la fecha veía hundirse en el mar del estatismo sus ámpulas de imperio azucarero. En diez años de revolución, el tesoro nacional se consumía y la zafra, monoproducto de la isla, era un rotundo descalabro. Castro incumplía con sus socios soviéticos en el envío de la azúcar prometida, y ya pagada por estos. La Guerra Fría había tenido su calentura con los misiles rojos en La Habana, pero para el invierno del ’69 la pateadura yankee se resentía con fuerza en los traseros del socialismo universal.

Castro hizo galas entonces de su esquizofrenia política y de golpe eliminó la Navidad y otras fiestas de origen cristiano. Su revolución cumplía la década con la pureza comunista de ideales impuros para el cubano, como el ateísmo de estado y el trabajo forzoso. Las UMAP[1] habían hecho lo suyo, era hora de conquistar, como en una celebración, los diez millones de toneladas de azúcar en una zafra cósmica… y utópica. Siendo el cristianismo, como nos recuerda Medardo Vitier, “doctrina de la voluntad” y “libertad de la conciencia”[2], esa doctrina y esa libertad sobraban al dictador que logró extirpar la voluntad de los cubanos y durante demasiado tiempo, también, la conciencia.

Cristo siguió naciendo cada 25 de diciembre, pero en Cuba debió hacerlo —¡vaya símbolo!— en el interior miserable de las casas, como un secreto. Los tradicionales arbolitos de Navidad, los letreros de merry christmas, los villancicos y toda la parafernalia de luces asociada a la festividad, comenzaron a irritar el ojo iracundo de aquel Polifemo. Un pueblo que gastaba las horas cortando caña fuera de temporada, por cumplir el capricho de un tirano, no podía venerar la entrada en el mundo de quien fue tan libre que decidió nacer por deseo propio. La zafra del ’70 fracasó, sumándose al largo inventario de chascos castristas, pero el odio a la Navidad se sostuvo como política de la dictadura, hasta convertirse en orden oficial del Partido único en 1995. Los arbolitos alegóricos sólo podrían exhibirse públicamente en lugares frecuentados por turistas, los nuevos dueños de Cuba.

En 1998, un turista de Dios, el papa Juan Pablo II, fue el encargado de negociar para los cubanos la recuperación de la Navidad en su visita a la isla. Juan Pablo llegó en enero, pero desde las pasadas navidades el régimen había permitido el deshielo de las celebraciones, en un intento por reinsertarse en Occidente, tras el aislamiento en el que nos dejó la caída del telón socialista. “Que Cuba se abra al mundo”, pidió el pontífice en un célebre discurso ante miles de personas en La Habana. Castro, cínico desde su tribuna, tuvo que tolerar el apoyo entusiasta de un pueblo cansado al venerable religioso. Más que la Navidad, Juan Pablo vino a devolvernos al camino de la fe, del que estas décadas de socialismo han sido infame extravío. Hoy, cuando la zafra vuelve a ser un naufragio y la crisis nos arenga al exilio o la derrota, los cubanos seguimos buscando una esperanza que nos haga renacer, como Cristo, para la vida gloriosa.

Mientras tanto, Santo, bendícenos con tus palabras: Aquí cargáis la cruz desde hace 500 años…

 

 

  1. Unidades Militares de Apoyo al Trabajo, eufemismo utilizado por la dictadura cubana para llamar a los campos de concentración donde encerraba a religiosos, homosexuales, artistas y disidentes, obligados a un régimen de trabajo forzoso.

  2. “El sentido de la Navidad”, artículo publicado en El Tiempo, el 27 de diciembre de 1940 y con el que Vitier ganó el prestigioso premio periodístico Justo de Lara en la edición correspondiente.

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