
Sucede muchas veces que venimos a descubrir una gran personalidad de las letras o las ciencias justamente cuando ha fallecido. Le ocurre particularmente a las personas más jóvenes cuando comienzan su carrera profesional. Fue así como en mis años universitarios supe por vez primera de ese maestro de periodistas polaco llamado Ryszard Kapuscinski, quien abandonó este mundo en el 2007 y desde ese momento no he dejado de leer sus obras.
Kapuscinski está considerado como uno de los mejores periodistas del siglo XX. El polaco fue protagonista en directo de varias revoluciones y cataclismos políticos en diferentes regiones del mundo y de todos dejó un vívido e inigualable testimonio. Nacido en Pinsk (actual Bielorrusia) en 1932, su familia estuvo huyendo durante largos cuatro años cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial y tal vez esa especie de nomadismo que padeció entrenó al pequeño para sus posteriores viajes alrededor del mundo. Sus recuerdos de aquellos años son de un hambre constante y el desconocimiento de la paz; la guerra se convirtió en el estado natural de su vida y —recuerda— que cuando finalizó el conflicto le sorprendía que de repente no hubiera muertos, disparos y bombardeos.
Al término de la gran conflagración se mudó a Varsovia donde terminó el bachillerato con el deseo de ser poeta y comenzó a colaborar con el diario Ztandar Mlodych (El Estandarte de la Juventud) mientras estudiaba la carrera de Historia. En ese diario se vincularía con el maestro del reportaje polaco Marian Brandys. Fue Brandys quien lo guiaría hacia su primer éxito periodístico: un reportaje sobre la ciudad minera de Nowa Huta donde el joven reflejó las duras condiciones de vida de los obreros de aquel lugar. El trabajo, contrario a lo que creyeron muchos, catapultó a Kapuscinki dentro del periodismo nacional, pues fue condecorado por las autoridades comunistas con la Cruz de Oro al Mérito. Ese galardón le permitió conseguir uno de sus mayores anhelos: viajar al extranjero. Lo enviaron a la India, Pakistán y Afganistán y luego visitó China, Japón y Filipinas. De esos viajes escribió su Viajes con Heródoto, un libro que recoge sus primeras experiencias fuera de su tierra natal.
De regreso a Polonia sería contratado por la Agencia Polaca de Noticia (PAP) y enviado a la única plaza vacante de la agencia: África. Un continente en plena ebullición y uno de los epicentros del proceso descolonizador que vivía el Tercer Mundo en aquel momento. Como era el único corresponsal de la empresa en ese vasto continente, el periodista recorrió casi todos sus países y de su experiencia con lenguas y culturas tan diversas dejó dos libros fundamentales: El emperador, una radiografía de la dictadura de Haile Selassie en Etiopía, donde el periodista logra captar el mesiánico culto a un Jefe de Estado y Ébano, una serie de reportajes sobre varios países de ese continente y considerada por muchos su obra cumbre.
La Introducción del periodista a una de las últimas ediciones de ese libro es digna de citarse:
He vivido unos cuantos años en África. Fue allí por primera vez en 1957. Luego a lo largo de cuarenta años he vuelto cada vez que se presentaba la ocasión. Viajé mucho. Siempre he evitado las rutas oficiales, los palacios, las figuras importantes, la gran política. Todo lo contrario: prefería subirme a camiones encontrados por casualidad, recorrer el desierto con los nómadas y ser huésped de los campesinos de la sabana tropical. Su vida es un martirio, un tormento que, sin embargo, soportan con una tenacidad y un ánimo asombrosos.
De manera que este no es un libro sobre África, sino sobre algunas personas de allí, sobre mis encuentros con ellas y el tiempo que pasamos juntos. Este continente es demasiado grande para describirlo. Es todo un océano, un planeta aparte, todo un cosmos heterogéneo y de una riqueza extraordinaria. Solo por una convención reduccionista, por comodidad, decimos “África”. En la realidad, salvo por el nombre geográfico, África no existe.[1]
Kapuscinski sería testigo de 27 revoluciones en total, de ellas dejaría obras como El Sha o la desmesura por el poder, donde narra la caída del último emperador de Irán, Mohamed Rheza Palevi o El imperio, una serie de reportajes sobre la extinta Unión Soviética escritos a principios de la década del 90, justamente cuando ese inmenso país está sumido en un proceso de cambios irreversibles. El polaco también recorrería varios países de América Latina como México, Honduras, El Salvador y Colombia, entre muchos otros y de su paso por nuestro continente escribiría sendas obras: La guerra del fútbol y Cristo con un fusil al hombro, donde los numerosos conflictos fronterizos y políticos de esta zona del planeta en la década del 80 no escapan a la peculiar mirada de este gran reportero.
Para comprender el éxito y el reconocimiento que ha alcanzado Kapuscinski a nivel mundial (es uno de los pocos periodistas que sus obras se han traducido a más de veinte idiomas) basta con acercarse a lo que confesó en más de una ocasión: “el periodismo es una profesión gregaria donde se depende totalmente del otro para tu trabajo, es necesario relacionarte con todo tipo de personas y tener muchas amistades. Sin la ayuda, la participación, la opinión y el pensamiento de los otros, no existimos. La condición fundamental de este oficio es el entendimiento con el otro: hacemos, y somos, lo que otros nos permiten”[2].
Por ello en sus trabajos el polaco alcanzaba a mostrar una visión polifónica, ampliamente diversa y rica en matices de los sucesos acaecidos, su obra —muy creativa e innovadora— se ha convertido en un verdadero dolor de cabeza para los críticos, a quienes le es muy difícil encasillarla en los géneros tradicionales del periodismo o la literatura. En una visita realizada por Kapuscinski a una librería neoyorkina hubo de sorprenderle hallar sus obras en siete secciones diferentes. Cuando le pedían clasificar sus libros el escritor sólo atinaba a decir que escribía “textos” y a fuerza de darle un nombre hubo de inventar el género: “creativa-no ficcional”.
Otra de las características de este “cazador de historias” fue su rechazo a usar grabadoras, a su juicio las personas no hablan con la misma sinceridad cuando usas ese equipo y en muchísimas ocasiones se pierde una declaración más espontánea. Fue además en sus últimos años de vida y producto de la revolución tecnológica que ha vivido la humanidad, sumamente crítico con los medios y el periodismo actual, pues consideraba que se estaba perdiendo la principal característica de la profesión: la veracidad.
Para Kapuscinki el periodista debe conseguir información por su cuenta y riesgo y no esperar por reportes o dictámenes oficiales para hacer su trabajo, basado en ese precepto exponía su experiencia durante la Guerra del Golfo en 1991: “No quise ir allí; me negué porque me daba perfecta cuenta de que aquello no tenía nada que ver con el oficio. Era propaganda pura y dura, con todo su mecanismo clásico de control. La única fuente de información eran los comunicados del ejército estadounidense. Durante aquella guerra, el periodismo se había transformado en departamento de propaganda al servicio del Estado Mayor norteamericano”[3].
De las múltiples charlas, conferencias y talleres a los que asistió alrededor del mundo, varias de sus intervenciones se han recopilado en dos libros imprescindibles: Los cínicos no sirven para este oficio y Los cinco sentidos del periodista, obras de cabecera para cualquiera que se inicia en esta difícil y apasionante profesión.
En Cuba solamente se ha publicado una obra de Kapuscinski: El emperador, en una reducida tirada por la Editorial Pablo de la Torriente, por lo que sigue pendiente una mayor divulgación de la vasta obra de este “hacedor de textos” y periodista trotamundos.
A modo de colofón, no encuentro idea mejor para conocer a este inigualable reportero que sus propias palabras y que hablan de por qué su obra ha pasado a la posteridad:
No me encuentro a gusto en condiciones de estabilidad y bienestar. La escuela de mi vida no es otra que la de los conflictos, guerras, tensiones y acontecimientos que suceden a un ritmo vertiginoso. Por eso Europa no me interesa. No sabría escribir una sola palabra sobre París a pesar de haberlo visitado en varias ocasiones. Necesito experiencias e impresiones fuertes para escribir un reportaje.[4]
(Publicado originalmente en Palabra Nueva)
