Estamos aquí frente a uno de los intelectuales de la Convención Constituyente. Periodista, escritor, político influyente y hombre de una tenacidad a toda prueba. Llegó a la vida enfrentando las formidables desventajas que una sociedad racista le imponía. Murió repentinamente, el 28 de abril de 1910, a los 52 años, habiendo sido presidente del Senado de la República que ayudó a fundar.
Nació Martín Morúa el 11 de noviembre de 1857 en la ciudad de Matanzas. Su padre era el vizcaíno Francisco Morúa. Su madre, la esclava negra Inés Delgado. El joven Martín no tuvo los privilegios de cuna que pudieron disfrutar otros delegados de la Convención cuyos natalicios y decesos hemos conmemorado ya. Sus ventajas radicaban casi todas en su carácter. Más allá de una educación elemental, que a decir verdad era un privilegio en la época.
El axioma de la instrucción
Hasta 1842 no hubo escuelas públicas en Cuba. Gracias al esfuerzo de la Sociedad Económica de La Habana y vecinos de la isla, el Gobierno comenzó a hacer modestas asignaciones para esta enseñanza. Según el censo de 1861, el 70% de las personas clasificadas como “blancas” no sabían leer. El analfabetismo de las personas clasificadas como “de color” alcanzaba el 95%. En términos generales, sólo el 19,2% de la población sabía leer y escribir. En el censo de 1887 la situación había mejorado muy poco. No sabían leer el 64% de las personas clasificadas como “blancas” y el 87% de las clasificadas como “de color”. En términos generales sabía leer y escribir el 27,7% de la población. En 1899 esta proporción habría aumentado al 36% y al 40,9% en 1907, tres años antes de la muerte de Morúa.
A lo largo de su vida, Martín vio cómo se duplicaba la proporción de alfabetizados en Cuba. Al momento de su muerte, sin embargo, tres de cada cinco cubanos seguían siendo analfabetos. La población negra y mestiza padecía con mayor intensidad esta desventaja que se sumaba a la pobreza heredada y la discriminación en general. Para Morúa, la educación sería un factor clave en el esfuerzo por sobreponerse a estas desventajas. Su pensamiento político y social estaría marcado e informado por sus experiencias vitales.
Durante sus primeros años de vida, Martín había aprendido a leer y escribir. Muy pronto tuvo que abandonar la humilde escuela para trabajar por el sustento familiar. Desempeñó algunos oficios manuales, entre ellos el de tonelero en un alambique. No dejó, sin embargo, de estudiar de manera autodidacta. Tenía una facilidad natural para aprender idiomas. A los 21 años ya colaboraba en la prensa local y se codeaba con la intelectualidad matancera.
El Pueblo
Cinco días después de cumplir los 22 años, fundó un pequeño periódico, el semanario El Pueblo, cuya sede estaba en su vivienda particular. Varios intelectuales jóvenes y ambiciosos ensayaron la fundación de sus propios medios periodísticos durante el último tercio del siglo XIX. Juan Gualberto Gómez, también matancero, “de color” y sólo tres años mayor que él, fundaría La Fraternidad por esa misma época en La Habana. Los temas predilectos del joven Martín eran la esclavitud, las desigualdades sociales y la opresión del negro. La literatura y la crítica literaria ocupaban un espacio importante en su trabajo.
Acababa de terminar en Cuba la Guerra Grande. La mitad oriental de la isla estaba arruinada, pero occidente, donde vivía Martín, no había sido tocado. Al menos no materialmente. El esfuerzo separatista había marcado hondamente a la nueva generación. Para Morúa, la guerra había sido útil para conquistar algunos derechos prometidos en la Paz del Zanjón. Insuficientes a largo plazo, quizás, pero suficientes para iniciar el camino que llevaría a otros más importantes. Cierta libertad de asociación y de prensa le habían permitido a él fundar su periódico. A los reformistas y a algunos antiguos separatistas les había permitido fundar un partido político, el Liberal Autonomista. La abolición de la esclavitud estaba muy cerca y se hablaba intensamente de ello, incluso en las páginas de El Pueblo. ¿Por qué no tener esperanza en la conquista, esta vez pacífica, de otros derechos?
Exilio
El impulso separatista, sin embargo, no había sido agotado del todo, si siquiera en los que creían en la reforma. La Guerra Chiquita vino a alterar el mundo de Martín. Al estallar en agosto del ´79, creó un clima de desconfianza entre las autoridades españolas respecto a toda opinión que cuestionara al régimen. En abril de 1880, Morúa fue detenido por sospechas de infidencia. Tras ser liberado por falta de pruebas poco tiempo después, el joven periodista decidió exiliarse en los Estados Unidos. En Tampa consiguió un empleo de tipógrafo y se dedicó a ampliar su cultura y crear vínculos con el exilio separatista.
Perfeccionó su estudio de idiomas llegando a dominar el inglés, francés, italiano, portugués y hasta el volapük, una lengua artificial al estilo del esperanto. Trabajó como lector de tabaquería, lo cual lo obligaba a estudiar incansablemente. Las preguntas y cuestionamientos de los tabaqueros sobre cualquier tema debían encontrar en él una respuesta adecuada. También encontró la manera de reanudar su carrera periodística colaborando con publicaciones de Tampa y Nueva York.
Por aquellos años trabó una intensa amistad con el General Flor Crombet, veterano de las dos guerras independentistas, que daría su vida en la tercera. Francisco Adolfo, nombre de Flor, era mestizo como él, pero oriundo de oriente. Su padre era de origen francés, como los de Lacret Morlot, pero su madre era una esclava de su dotación. A Flor lo había adoptado su tío, que le había garantizado los privilegios de una familia de bien. Junto a Flor marchó Morúa a Nueva York en 1882 para publicar su Ensayo político o Cuba y la raza de color. En este trabajo explicó su tesis sobre la construcción de la nación cubana teniendo como base la armonía de razas y la independencia.
“En Cuba necesitamos independencia de España, así como de toda otra nación. Ábranse para la raza negra las puertas de la enseñanza y del ejercicio de sus adelantos; crea el blanco en el amor del negro; crea el negro en la sinceridad del blanco, y la unión que resulte de esta franca exposición y práctica de ambos sentimientos, nos traerá la independencia de la isla, que no se hará esperar, no obteniendo otros resultados que el renacimiento de la riqueza pública, y la efectividad del progreso general”. (Tomado de RODRÍGUEZ OCHOA).
En un artículo publicado en 1887 en el periódico La República, de Nueva York, expresaría:
“El hombre libre empieza por reconocer y respetar la libertad de todos los hombres (…) El hombre libre, propiamente dicho, es un ser perfecto, hasta donde la perfección humana pueda alcanzar. Por eso el esclavo cambia por completo su manera de vida cuando asciende a la condición de libre (…) Juan Francisco Manzano y Ambrosio Echemendía, hacen de las cadenas del esclavo un pedestal que los levanta a muchos metros sobre el nivel de Moré o Balmaceda”. (Tomado de RODRÍGUEZ OCHOA).
Su optimismo iluminista lo llevaba a ver en la instrucción un factor fundamental en la consolidación de esa libertad y superación. Él mismo, su propia vida, era toda la evidencia que necesitaba. En El Pueblo había dicho que:
“Un hombre instruido no puede ser un siervo que se subyuga; un hombre ilustrado es un hombre libre. Solo esto queremos. Nada se logrará si no se destruye la más terrible de las servidumbres; la servidumbre de la ignorancia”. (Tomado de RODRÍGUEZ OCHOA).
En Nueva York diría en 1887:
“La libertad es accesible a todos los hombres. El que no nace en esa condición puede escalar a ella. La humanidad va siempre tras lo difícil. Le embriaga la lucha; desdeña lo suave; vuelve la espalda al llano y sube la escabrosa montaña, porque el progreso es una ascensión interminable”. (Tomado de RODRÍGUEZ OCHOA).
El regreso a Cuba y el avance del negro
Era la fe de una generación. La compartían los emigrados separatistas y los autonomistas de la isla. Al último de estos grupos fue a unirse Morúa en 1890. En ese momento, la emigración parecía un bregar sin rumbo. Cansado de la vida lejos de su patria, regresó con su esposa y comenzó a trabajar en la redacción de La Tribuna en La Habana. En 1891 publicó Sofía, su primera novela. Escribió mucha crítica literaria y contribuyó a divulgar la obra de Walter Scott, Tolstoi, Dostoievski, Ibsen y otros.
Dentro del autonomismo, esperaba encontrar el espacio necesario para ayudar en el “avance de la raza negra”, como se decía en la época. Su objetivo era luchar por la integración social de la nación cubana, de modo que la “raza” se transformara en un accidente irrelevante. Él mismo, uniendo fuerzas con los autonomistas, era el ejemplo vivo de sus esperanzas. Su modo de acción, sin embargo, era rigurosamente individual. Esto lo llevaría a polemizar en cuanto a métodos con otro matancero. Un futuro colega de la Constituyente que, como él, luchaba por los derechos de los negros: Juan Gualberto Gómez.
Morúa era un evolucionista. Juan Gualberto un revolucionario que deseaba unir las Sociedades de Color en un Directorio Central. Para Morúa:
“(…) la acción no ha de ser por colectividades parciales, no; que ha de ser por individuales iniciativas como se obtendrá la elevación personal que tanto y con tanto fundamento se reclama. Los negros reunidos (…) jamás alcanzarán de los gobiernos otra cosa que beneficio para los negros (…) Todo hay que obtenerlo como miembros de la sociedad cubana, y no como iniciativa de tal o cual raza”. (Tomado de RODRÍGUEZ OCHOA).
Aceptaba las ideas de supremacía cultural europea tan en boga en su época. Su proyecto era uno de asimilación y fusión, no de emancipación conquistada. Aceptar el proyecto autonómico era natural en él. Tan natural como era, según su criterio, el lento progreso de una nación tutelada a una independiente, de una raza tutelada a una emancipada.
El segundo regreso
Los acontecimientos, sin embargo, traicionaron sus proyecciones. El autonomismo resultó un callejón sin salida. La emigración había comenzado a moverse poco después de su partida de los Estados Unidos. En 1895 comenzaba la tercera guerra. Después de trabajar durante un tiempo como lector de tabaquería en La Habana, Morúa marchó a Tampa a finales de 1896. Gran parte del autonomismo lo había hecho, desmoralizado y horrorizado por las políticas del Capitán General Valeriano Weyler.
En Tampa trabajó en la revista Cuba y América de Raimundo Cabrera, amigo personal y uno de los fundadores del Partido Autonomista. Reanudó desde ahí sus contactos con la emigración independentista. Y en mayo de 1898 regresó a Cuba en calidad de independentista en una expedición que desembarcó por Banes. La encabezó el General José Lacret Morlot y en ella también regresaron, entre otros, Manuel Sanguily y Joaquín Castillo Duany. Los tres, junto a Morúa que fungió como jefe de despacho de la expedición, serían delegados a la Constituyente de 1901.
Un vez en Cuba, se trasladó al territorio de Las Villas. Ahí creó estrechos vínculos con el grupo que encabezaban José Miguel Gómez, José Braulio Alemán y José de Jesús Monteagudo. Todos ellos serían electos delegados a la Constituyente. Morúa sería también delegado por la provincia de Santa Clara como miembro del Partido Republicano Federal de Las Villas.
Hecho consumado
El tránsito del autonomismo al independentismo para Morúa, como para muchos otros, no tuvo solución de continuidad aparente. En mayo de 1898, con los Estados Unidos metidos en la guerra, la separación de España era un hecho consumado. Quedaba, por supuesto, la interrogante que representaban para el futuro de Cuba los Estados Unidos. ¿Se retirarían de la isla dejando instalada una República independiente o establecerían algún tipo de tutela para “enseñar” a su pueblo las “virtudes” de la vida republicana? En cualquier caso, ¿cuál podría ser la postura de Morúa al respecto?
De eso hablaremos el 28 de abril cuando conmemoremos el fallecimiento de Martín. También volveremos sobre su polémica con Juan Gualberto Gómez y su resistencia a admitir sociedades y corporaciones “selectivas de la población de color”. Esta resistencia tendría un resonancia trágica en la historia cubana y desencadenaría eventos terribles poco después de su muerte.
Fuentes:
Abad Fis, Sucel. “Martín Morúa Delgado, su pensamiento político (1878-1910)”. https://revistas.up.ac.pa/index.php/rev_pma_ciencias_sociales/article/download/2877/2556/6129
Departamento de la Guerra, Oficina del Director del Censo de Cuba. Informe sobre el Censo de Cuba, 1899. Imprenta del Gobierno, Washington, 1900.
- Oficina del Censo de los Estados Unidos. Censo de la República de Cuba bajo la administración provicional de los Estados Unidos 1907. [The Capital City Press], Washington, 1908.
Rodríguez Ochoa, Yoel. “Martín Morúa Delgado y la integración nacional en Cuba”. https://estudioshistoricos.org/18/eh1815.pdf