Ilustración de José Luis de Cárdenas

El lugar puede ser La Habana, Cuba, o Atenas, Grecia, no importa. Sólo que si se escoge lo segundo deberá añadirse a. C., esto es, antes de Cristo; mientras que si se elige a la isla del Caribe, se debe agregar “en una eterna noche de apagón, pleno siglo XXI, durante los preparativos para la segunda venida de Cristo, en la que a los cubanos les ha sido asignada la nueva crucifixión del Mesías”. (Entremés para ser representado en el Patio de las Comedias, en el Teatro de Velasco, Holguín)

Sócrates: (Encendiendo la linterna del celular). Mira, Glaucón, ahora estamos aquí, en la ciudad estado del futuro.

Glaucón: ¿Pero esta era la república ideal de la que tanto hablabas?

Sócrates: Bueno, no podemos ponernos exigentes, recuerda que somos filósofos.

Glaucón: …condenados al ostracismo.

Sócrates: Algo es mejor que nada. Lo de la cicuta fue una distracción.

Glaucón: Y las ostras del hotel donde nos hospedamos estaban muy buenas.

Sócrates: Oh, sí. No sé de qué se quejan los ciudadanos. ¿Tú viste esa turba que pasó hace poco entonando una extraña música de calderos?

Glaucón: Seguro eran poetas.

Sócrates: ¡Imposible! Me he informado bien. En esta tierra se ha seguido mi consejo y los poetas han sido expulsados, ¡esa tralla!

Glaucón: Pero oye, Sócrates, tú me dijiste que los poetas eran cantores de la tiranía, y aquí los que cantan…

Sócrates: Sí, son de la loma. Mejor dicho, bajaron un día de la sierra y hundieron el llano.

Glaucón: ¿Los poetas?

Sócrates: No seas tonto. Mira, vayamos al grano. Te he traído aquí para mostrarte algo.

Glaucón: No me digas, ya lo puedo adivinar.

Sócrates: ¿Qué adivinas?

Glaucón: Estamos en la famosa caverna, ¿verdad?

Sócrates: Bueno, no exactamente. Aquello era un mito, una alegoría sobre la Verdad y el Bien. Esto…

Glaucón: Esto es otra cosa.

Sócrates: O la misma cosa, que no es igual.

Glaucón: ¿Eh?

Sócrates: Te explico. Si en el mito las sombras eran una metáfora de las percepciones y el mundo sensorial, aquí la sombra tiene la densidad y la gravedad de lo real. Una realidad oscura como este apagón, pero que es más oscura mientras más se ahonda en el alma de la ciudad estado.

Glaucón: Ya veo. Tú dices ciudad estado por aquello de que Grecia es Atenas y lo demás es área verde.

Sócrates: O lo otro, pero déjame seguir. Aquí los habitantes de la caverna —me cuido de no llamarlos “ciudadanos”, porque se asustan— no sólo se han acostumbrado a la oscuridad, sino que la luz les parece una ficción, un invento de los seres que habitan la Superficie.

Glaucón: ¿Los poetas?

Sócrates: No necesariamente. No hace falta ser un iluminado para percibir que la luz es buena. Eso sí, hay que ser bueno y creer en el Bien para predicar a los otros la verdad de la luz.

Glaucón: ¿Y nadie lo ha intentado?

Sócrates: Por supuesto. Incluso hubo quien previó la oscuridad, aunque los cavernosos estaban ocupados en la construcción de la caverna y no hicieron caso. El ruido de la chusma entonando consignas con el fácil eco de la cueva terminó por ahogar toda reflexión.

Glaucón: ¿Entonces nadie reflexiona, nadie alza la voz?

Sócrates: De vez en cuando alguien lo hace, pero va a parar a una caverna más profunda, hasta que su llama se extingue en el soplido unánime del rebaño.

Glaucón: ¿Y si el rebaño se libera?

Sócrates: Primero tendría que liberarse de su propia sombra proyectada en el muro. Qué extraño, siento que he hablado de esto antes. El muro es la verdadera tiranía, el apagón no es sino el resultado de muchos apagones individuales, los que cada uno de los ciudadanos obsequiamos al sistema para la edificación de la Sombra.

Glaucón: ¿Cómo es eso, Sócrates? ¿Cómo puedo ser yo un apagón?

Sócrates: Lo eres, en el instante en el que rechazas el imperio de la luz.

Glaucón: Ah, claro, imperialismo, tenía que ser…

Sócrates: Pero también cuando callas o permaneces sordo ante el aviso de aquel que conoce la luz y mira hacia adentro para compartirla contigo.

Glaucón: He escuchado decir que son unos traidores.

Sócrates: O cuando te marchas con tu ceguera a otra caverna y te llevas la oscuridad a cuestas.

Glaucón: ¿Exilio?

Sócrates: Ya ves, los primeros pasos hacia la luz tienen el precio de la irradiación personal, la que el sistema se empeña en obstaculizar. Sin embargo, tú mismo, habitante de la caverna, tú propia sombra que te impide entender o ver lo que está más adelante, es el principal obstáculo. 

Glaucón: Voy entendiendo…

Sócrates: Exacto, al ir se comprende, al comprender se va… hacia el futuro. En la caverna todo es presente detenido en el pasado, continuidad de la noche que no da paso al nuevo día.

Glaucón: Como un agujero negro.

Sócrates: O como una prehistoria sin historia.

Glaucón: O una termoeléctrica sin electricidad.

Sócrates: O una república sin res pública.

Glaucón: Una fuerza sin palanca.

Sócrates: El motor del Central perpetuamente inmóvil.

Glaucón: La caña de azúcar sin azúcar.

Sócrates: El Partido sin el Todo.

Glaucón: El presidente sin elecciones.

Sócrates: El poder que no es popular.

Glaucón: El rey-filósofo creador de mitos.

Sócrates: Mitómano que se apaga.

Glaucón: Bocina que se enciende.

Sócrates: Música de calderos.

Glaucón: El rebaño, las sombras.

Sócrates: La voz de los poetas.

Glaucón: La libertad, el grito.

Sócrates: El sistema y su metástasis.

Glaucón: La catarsis real.

Sócrates: El agua, la corriente.

Glaucón: La democracia, los derechos.

Sócrates: Los hospitales, las escuelas.

Glaucón: El huracán de la patria.

Sócrates: ¡Oh!, ¿has dicho patria?

Glaucón: Sí, ¿qué tiene?

Sócrates: Entonces aquí termina todo.

Glaucón: ¿Termina?

Sócrates: Comienza.

Glaucón: ¿Qué es lo que comienza?

Sócrates: (Alzando la cabeza) Ahora lo veo, mira hacía allí, sobre el vitral desvencijado, la nueva República surge como un sol entre la sierra, por encima del Turquino, y ante esa sola luz autóctona nuestras sombras se repliegan, el mediodía de lo que somos se levanta y la eternidad de la noche concluye. Ahora nuestros profetas hablan en sus lenguas de fuego y todo lo que es hoy tristeza y pobreza, trasluce como el cobre de la montaña, como la alegría suprema del pueblo que ha salido por fin de la caverna.

Los personajes desaparecen. La escena se ilumina y se escucha una música de fiesta.

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