Enrique Villuendas (Archivo).

✍ Alenmichel Aguiló

En la fecha de su deceso, Cuba Constituyente presenta al delegado por la provincia de Santa Clara, coronel Enrique Villuendas de la Torre.

Había nacido Villuendas, sin embargo, en Guanabacoa, La Habana, no en Las Villas. Durante su servicio en la Guerra del ‘95, bajo el mando de José Miguel Gómez, había generado vínculos muy fuertes con su jefe y sus compañeros y así se trazó el derrotero de su carrera política. Si algún mérito hay que reconocerle a José Miguel Gómez es que sabía ganarse la lealtad de sus subordinados. El grupo de jóvenes oficiales que lo seguían, y del cual formaba parte destacada Villuendas, impresionaba por su influencia en la política provincial y nacional.

Podría escribirse un libro sobre la participación de Villuendas en la Guerra del ‘95. En esta ocasión, ya que conmemoramos su muerte, prescindiremos de su trayectoria anterior y posterior a la Constituyente en la que fue delegado. Eso lo dejaremos para el 27 de diciembre, cuando recordemos su nacimiento, que tuvo lugar en 1874. Ahora hablaremos sobre su muerte porque, en aquel momento de violencia política descarnada, causó una conmoción extraordinaria en el país. Cayó víctima de esa violencia y como preludio de conflictos mayores de los que también hablaremos.

Villuendas, con 25 años, fue el delegado más joven electo a la Convención. Aunque debo añadir que un tercio de estos no llegaba a los 40 y los mayores de 50 no pasaban de cinco o seis. Era parte de la lista electoral que presentó el Partido Republicano Federal de Las Villas. Su carrera política posterior se desarrolló en cercana colaboración con ese grupo que acabaría conformando, junto a otros, el Partido Liberal Nacional. En 1905 los liberales respaldaban la candidatura de José Miguel Gómez de cara a las elecciones presidenciales. Precisamente en este contexto aconteció la muerte del joven coronel.

Hace poco, el 20 de septiembre, recordamos a Juan Rius Rivera en el centenario de su fallecimiento. Hicimos entonces un breve resumen de las pugnas que tuvieron lugar con motivo de este proceso electoral de 1905. Recomiendo la lectura de esa entrada, disponible en la web de Memoria Cívica, como complemento necesario de esta. Intentaremos, no obstante, hacer un breve resumen de la situación política para situarnos en contexto.

En cuanto a los hechos relacionados con la muerte de Villuendas, me he valido de dos fuentes principales. Por un lado, el artículo escrito por Manuel Cuéllar Vizcaíno para el número del 21 de septiembre de 1952 en la revista Bohemia. Por el otro, las memorias del amigo personal y compañero de Villuendas, el también coronel Orestes Ferrara.

Cuéllar afirma haber entrevistado a vecinos de Cienfuegos para reconstruir una imagen más completa que la otorgada por la prensa de la época. Ferrara era parte del círculo íntimo de Villuendas y sus allegados. Contaba con testimonios de primera mano, pero es imposible garantizar la ausencia de sesgos. Ambas versiones coinciden en líneas generales, pero a veces se apartan en detalles importantes. Para entender mejor los acontecimientos veamos por partes a los personajes involucrados, los antecedentes, los hechos y sus derivaciones. Me extenderé en la figura del propio Villuendas y sus amigos, pero trataré de ser breve en los demás casos.

 

Los personajes

 

Por los liberales:

Enrique Villuendas. El joven protagonista era calificado de estrella en ascenso de la política nacional. Considerar su carrera en ascenso, sin embargo, puede sonar a condescendencia por motivos de la edad. Muchos políticos consumados envidiarían al joven que después de participar en la Constituyente fue elegido para ocupar un asiento en la Cámara de Representantes. El joven que exaltaba al público desde la tribuna en los mítines callejeros y en la propia Cámara con su ímpetu. El que recorría la isla de un lado a otro dando discursos contra la reelección del presidente. Temido por los enemigos, pero idolatrado por los amigos. Villuendas era un indispensable del Partido Liberal y un preferido de su líder que decía verlo como a un hijo.

Doy fe de que en la mayoría de los momentos divertidos de la Convención Constituyente, que los hubo, estuvo involucrado Villuendas. Su mente era rápida para la respuesta y el comentario mordaz, irónico, a veces cruel, siempre divertido y respetuoso con quien lo merecía. Tenía un sentido del humor y una simpatía deslumbrantes. Su presencia era solicitada continuamente por sus correligionarios para, aupados en su carisma, ganar popularidad y apoyo en sus campañas.

Un italiano cosmopolita, su amigo Ferrara, que se codeó al máximo nivel con personas brillantes de todo el planeta, no dudó en calificarlo como “el hombre de más genial inteligencia que he conocido. Su imaginación, su rápida intuición, su argumentar fácil y su exquisita espiritualidad eran sin par”.

Orestes Ferrara y Carlos Mendieta. Coroneles también, estaban entre ese grupo de jóvenes promesas del liberalismo. Mendieta era un año mayor que Villuendas. Ferrara era dos años más joven. Eran inseparables, impetuosos y muy efectivos en su actividad política. Cuando Aniceto Valdivia, famoso periodista, tituló “Los Tres Mosqueteros” a un artículo elogioso sobre ellos, el mote se popularizó y así comenzaron a llamarlos en las manifestaciones públicas. Ferrara había venido de Italia a vivir la aventura de la guerra. Era abogado como Villuendas. Mendieta, nacido en Las Villas, estudió medicina pero nunca la ejerció. Ferrara era famoso por su amplia cultura y su calidad de hombre de mundo. Sobre Mendieta decían hiperbólicamente que era el que más machete había dado en la guerra. Tenía, según cuenta Ferrara, una fuerza hercúlea capaz de doblar una barra de hierro con sus manos, pero lo que tenía de fuerte lo tenía de noble y bonachón.

Ambos tuvieron carreras notables en la política cubana. Mendieta estuvo disputándole a Gerardo Machado la candidatura presidencial por el Partido Liberal para las elecciones de noviembre de 1924. Ocupó provisionalmente la presidencia provisional de la República en 1934 tras la incertidumbre inicial que provocó la caída del Gobierno de los Cien Días. Ferrara hizo una brillante carrera como parlamentario y luego como diplomático. Presidió la Cámara de Representantes de Cuba durante varias legislaturas y fue embajador en los Estados Unidos durante el gobierno de Machado. A la caída de este faltó poco para que ocupara la presidencia interina del país, dada su condición de secretario de Estado, pero renunció para evitarlo. Fue delegado por el Partido Liberal a la Constituyente de 1940, en la que dejó brillantes momentos, hasta que un atentado en plena calle que puso en grave peligro su vida lo sacó de los debates. 

José Miguel Gómez. General mambí, era el jefe indiscutido del liberalismo villareño. Algunos de sus seguidores más jóvenes lo adoraban. Al parecer era la clase de jefe que sin perder la efectividad y la disciplina logra hacerse querer por sus subordinados. Su objetivo era llegar a la presidencia del país. Había sido uno de los principales apoyos de Estrada Palma desde el seno del Partido Republicano Conservador. El surgimiento del moderantismo en los círculos gubernamentales lo lanzó a la oposición donde se coaligó con otros sectores para formar el Partido Liberal. Dentro del liberalismo tenía una fuerte rivalidad con Alfredo Zayas y las tensiones entre ambos acabarían por fracturar al partido.

 

Por los moderados:

Tomás Estrada Palma. El presidente de la República tenía una trayectoria y un prestigio extraordinarios. Baste decir que había sido presidente de la República en Armas durante la Guerra de los Diez Años. En la del ‘95 había sustituido a José Martí, tras la muerte de este, como delegado del Partido Revolucionario Cubano. Se convirtió en el primer Presidente de la República de Cuba en 1902 y su administración estuvo marcada por la más severa austeridad y un tenso conservadurismo. Estrada despreciaba y temía a los elementos radicales, el “populacho” y la exaltación liberal. Consideraba que su influencia sería funesta para Cuba y que la independencia no valía la pena bajo la supremacía de ese elemento. Su convencimiento de que debía gobernar por un nuevo período desembocó en una crisis muy peligrosa que llevó a la segunda ocupación del país por los Estados Unidos.

José Antonio Frías. Senador por la provincia de Santa Clara / Las Villas. Uno de los líderes regionales del movimiento conservador que dio origen al Partido Moderado. Tenía un ascendente especial entre las filas moderadas de Cienfuegos y contaba con los recursos del gobierno para impulsar sus intereses. Según Ferrara, tenía a su servicio a la policía y a un grupo de delincuentes y asesinos pagados con dinero público. Claro que Ferrara nos habla desde la parcialidad liberal. Sus correligionarios no eran precisamente santos.

Miguel Ángel Illance. Comandante y jefe de la policía de Cienfuegos. Veterano de las guerras de independencia como todos los mencionados aquí. La lucha era esencialmente entre antiguos correligionarios. Illance estaba al servicio de los moderados del mismo modo que en otras ciudades y poblados había alcaldes y jefes de policía que favorecían a los liberales. El objetivo de Illance era garantizar para Frías que la ciudad se moderara. Desde su posición tenía la facilidad de hostigar al bando contrario al amparo del gobierno nacional y de su empleo en la fuerza pública. Según Ferrara, se trataba de un individuo “violento y atrabiliario”. Había servido como ayudante del general Bermúdez, que había sido juzgado por un consejo de guerra y fusilado por asesinato.

Estos son los personajes principales aunque algunos tuvieron una relación muy distante con los eventos inmediatos que condujeron a la muerte de Villuendas. Al analizar el hecho desde sus causas más remotas, no obstante, es necesario reconocer que cada uno de ellos tuvo un peso significativo en cómo se desarrollaron los acontecimientos. No fueron los únicos involucrados, pero sí los más notorios.

 

Los antecedentes

 

La muerte de Villuendas se produjo como resultado de un contexto general de violencia política que es necesario explicar brevemente. También sería útil referir algunos hechos particulares anteriores y recientes que prepararon la escena final en la que tendría lugar la tragedia.

El clima de violencia derivaba del creciente encono entre la minoría conservadora cercana al gobierno y la creciente mayoría liberal en la oposición. La ruptura entre José Miguel Gómez y Estrada Palma se produjo porque el grupo de republicanos conservadores que formarían el moderantismo ejercía cada vez una influencia mayor en el gobierno. El rechazo del presidente a los elementos radicales del liberalismo se hizo más vehemente luego de las turbulentas elecciones de medio término de 1904.

Sus allegados llegaron a la conclusión de que para detener a los liberales era imprescindible la reelección del presidente. A pesar de sus reticencias iniciales, acabaron por convencerlo. Lo consiguieron el mismo día en el que Estrada Palma acababa de dar una entrevista en la que aseguraba que no buscaría la reelección.  Eso sí, confesaba que la única condición era que José Miguel Gómez no podría ser presidente. El periodista, Manuel Márquez Sterling, tuvo que modificar el texto, listo para imprimir, a petición del presidente que había cambiado de parecer.

El Partido Moderado se consolidó y Estrada Palma, que hasta entonces no militaba en ningún partido, se unió a él. El moderantismo era minoritario, pero lamentablemente tenía a su disposición la maquinaria gubernativa. El presidente nombró un nuevo gabinete de leales, conocido por la historia como “Gabinete de Combate”. La tarea principal era asegurar una victoria electoral frente a una oposición que tenía apoyo mayoritario. Inevitablemente, el atropello de la ley jugaría un rol protagónico.

El momento clave tendría lugar el 23 de septiembre de 1905, porque ese día se elegirían los miembros de las mesas electorales en cada circunscripción. El control de las mesas podía garantizar la victoria, independientemente de la voluntad popular. Para controlar las mesas era invaluable el apoyo de las alcaldías municipales. A lo largo de todo el año el gobierno estuvo intentando neutralizar a los alcaldes liberales de cualquier modo. La campaña política de ambos partidos fue muy dura, con episodios de violencia recurrente. A veces ocurrían incidentes en los mítines, otras veces se hostigaba a los políticos cuando se dirigían o retiraban de un acto.

Los Tres Mosqueteros funcionaban como una unidad extraordinariamente enérgica y efectiva. Viajaban de pueblo en pueblo arengando a sus seguidores y coordinando la resistencia a los embates del gobierno. Uno de los incidentes que exasperó a los oficialistas y contribuyó a endurecer su trato a Villuendas y sus compañeros tuvo lugar en el poblado villareño de Vueltas. Para deshacerse del alcalde liberal, el gobierno había enviado una comisión de inspección al Ayuntamiento. El objetivo era encontrar un pretexto para suspender al alcalde y asumir el control del municipio.

El alcalde, antiguo mambí, prácticamente se había alzado en la manigua cercana donde mismo había resistido a los españoles. Villuendas, Mendieta y Ferrara llegaron al pueblo para tratar de evitar la inspección a toda costa. Arengaron al pueblo en un par de ocasiones. Se reunieron con la comisión que estaba protegida por numerosos efectivos de la Guardia Rural. Volvieron a arengar al pueblo de manera aún más violenta. Ferrara, por ejemplo, habló de expulsar de la provincia a los 500 guardias rurales si el pueblo quería, llamó “asqueroso reptil” al presidente y dijo que el secretario de Gobernación, Fernando Freyre de Andrade, tenía la cabeza muy grande pero “llena de fango”.

Al final, después de todo el esfuerzo, parecía que tendrían que ceder y admitir la visita o provocar un doloroso derramamiento de sangre. De cualquier modo aquello olía a derrota. Ferrara confiesa en sus memorias que en ese momento se le ocurrió una solución salomónica que de inmediato le comunicó a Villuendas: quemar el Ayuntamiento. A Mendieta le pareció una barbaridad, pero aceptó colaborar. Villuendas no sólo puso manos a la obra de inmediato sino que preguntó por qué no se les había ocurrido antes. Con ayuda del jefe de la policía prendieron fuego al edificio en la noche y evitaron la inspección. Para disimular, cuando ya el daño estaba hecho, colaboraron en la extinción del fuego. 

El hecho hizo rabiar a los moderados. Ferrara fue detenido, pero no pudo probársele nada. La situación, no obstante, estaba al borde de la catástrofe. Los ánimos estaban caldeados. La elección de las mesas se aproximaba y en la ciudad de Cienfuegos se esperaban conflictos serios. Era necesario visitar la ciudad para coordinar a los liberales durante la elección. José Miguel Gómez determinó que fuera Villuendas porque Ferrara había tenido enfrentamientos peligrosos en visitas anteriores. Así fue como marchó solo para encontrarse con sus correligionarios cienfuegueros. Estaba preparada la escena para el desenlace final.

 

Los hechos

 

Villuendas llegó a Cienfuegos y se hospedó en el pequeño hotel “La Suiza”. Se le unieron varios elementos locales, entre ellos José Fernández, conocido como Chichi, que ocupó otra habitación. Este era otro joven veterano de las tropas de José Miguel Gómez, pero tenía un carácter todavía más impetuoso y temerario que los Tres Mosqueteros. Se había enrolado en el Ejército Libertador siendo un niño de 14 años y luego había sido policía. En ese momento apenas pasaba los veinte. Entre Chichi y el jefe de la policía, Illance, existía gran animosidad desde antes. También la había entre Villuendas y el jefe de policía por ofensas que el primero había proferido en la prensa contra el último.

La prensa de entonces, citada por Cuéllar en su artículo de Bohemia, hizo referencia a la visita de Villuendas en línea con su filiación partidista. La Discusión, que apoyaba al gobierno, denunciaba presuntos atentados que se planeaban contra el senador Frías. Mencionaba, además, que la policía había incautado una bomba que iba a ser utilizada con ese propósito. Por su parte La Lucha, que respaldaba a la oposición, denunciaba un asesinato frustrado de Villuendas. Al parecer un incidente ocurrido durante un juicio correccional había provocado la entrada al tribunal de la policía con Illance al frente. Villuendas se encontraba defendiendo a Chichi Fernández que había sido acusado, falsamente según La Lucha, por injuriar a un policía. Hubo desalojo del local y armas desenfundadas apuntando a los liberales.

En todo caso, independiente de cómo se dieran los hechos previos, el ambiente en la ciudad no podía estar más tenso. En la víspera de las elecciones acabó por estallar. Ese día Villuendas se encontraba reunido con un grupo de liberales de prestigio en su habitación del hotel. De improviso llegó el jefe Illance declarando su propósito de hacer un registro en busca de armas y explosivos. El gobierno mantenía la tesis de que se planificaba un atentado o alzamiento.

Villuendas pidió a sus acompañantes que salieran de la habitación, pero recordando al policía que por ser miembro del Congreso gozaba de inmunidad. Illance procedió a hacer el registro solo. En el pasillo quedó otro policía. En ese momento entró Chichi Fernández que, buscando evitar el arresto, sacó su revólver y disparó al jefe de policía. Illance cayó muerto en el acto. El policía del pasillo intentó apuntar a Chichi, pero Villuendas lo interceptó y comenzó a forcejear con él. Un tercer policía llego y disparó matando al joven coronel por la espalda.

Chichi, herido, saltó por una ventana y corrió por los techos hasta que no pudo evitar su captura. Otros liberales intercambiaron disparos con la policía. La ciudad entró en un estado de caos. Hubo varios heridos y muertos. Los moderados, por el momento, se habían salido con la suya, pero a un precio terrible. A los pocos días el Congreso de la República envió una comisión para reclamar el cadáver. Era parte de ella Florencio Villuendas, hermano de Enrique, también miembro de la Cámara de Representantes. La conmoción causada por la muerte del joven político se sentiría en todo el país. Las repercusiones no se harían esperar y se sentirían con fuerza a lo largo de todo un año. 

 

Desenlace

 

El efecto inmediato que provocó la muerte de Villuendas fue que, como protesta, los liberales se retrajeran en la elección. Especialmente José Miguel Gómez retiró su candidatura a la presidencia, aduciendo que el gobierno hacía imposible que la elección fuera justa. La muerte de Enrique, que según sus declaraciones era como un hijo para él, había sido la gota dolorosa que había colmado el vaso.

Los moderados coparon las mesas y ganaron sin oposición casi todos los puestos en disputa en las elecciones generales celebradas en diciembre. El fraude fue gigantesco. La crispación de los liberales, y su retraimiento, eran un indicador seguro de que se avecinaban tiempos aún más convulsos. La sublevación era inevitable. Según Ferrara, se conspiraba abiertamente mientras el gobierno no sabía muy bien cómo reaccionar.

En el verano del año siguiente comenzaron por fin los arrestos. Muchos jefes liberales, incluido José Miguel Gómez, fueron a dar a prisión. La exasperación con el gobierno, sin embargo, era tal y estaba tan extendida que de todas formas el alzamiento se produjo. Entre agosto y septiembre de 1906 las fuerzas liberales hicieron colapsar a la administración de Estrada Palma. El presidente, desesperado, intentó buscar el apoyo de los Estados Unidos invocando la Enmienda Platt. Roosevelt, sin embargo, se resistía a intervenir. Representaba un fracaso para su administración que el proyecto cubano no pudiera funcionar por sí solo. Finalmente tuvo que enviar una misión con el objeto de mediar entre los contrincantes.

La actitud del gobierno moderado fue lamentable. El ejecutivo renunció y el legislativo nunca alcanzó el quorum necesario para que sus decisiones fueran legales. El país quedaba sin gobierno legítimo y Roosevelt tuvo que admitir su fracaso y nombrar un gobierno interventor.

La muerte de Villuendas había sido el preludio a esa pequeña muerte de la República recién fundada. La primera, pero no la última que tendría lugar en el curso de los años venideros.       

 

Fuentes consultadas:

Ferrara y Marino, Orestes. Una mirada sobre tres siglos. Memorias. Plaza Mayor S.A., Madrid, [1975].

Márquez Sterling, Manuel. Proceso histórico de la Enmienda Platt. Imprenta El Siglo XX, La Habana, 1941.

Rodríguez, Rolando. República de corcho. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2010.

1 comentario en «Enrique Villuendas, la muerte que conmovió a la República»

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