En el último lustro el activismo animalista ha jugado un papel destacado en el despertar de una conciencia cívica en Cuba. Marchas como las del Día del Perro, campañas de vacunación o esterilización gratuitas y la presión ejercida para lograr que se aprobara (y ahora por que se haga cumplir) una Ley de Protección Animal, se encuentran entre las acciones más significativas llevadas a cabo por el movimiento en los últimos años. Movimiento que ha logrado involucrar directa o indirectamente, formalmente o de modo circunstancial, a muchísimas personas de todas las generaciones.
Llama la atención, por ejemplo, cómo en el contexto de la grave crisis migratoria actual, cada vez son más los que se responsabilizan por el destino de sus mascotas y realizan complejas tramitaciones para llevarlas consigo. Otro rol importante de la ciudadanía en este sentido ha sido la constante divulgación en torno al problema del bienestar animal, sobre todo a través de las redes sociales, ya sea mediante la denuncia de sucesos de abuso o crueldad, los llamados al rescate y la adopción responsable o la circulación de contenidos informativos.
Pero esto no es un fenómeno tan nuevo ni aislado en nuestra historia como pareciera. Los antecedentes del movimiento animalista cubano se remontan al menos a los años 20 del siglo pasado, cuando Jeannette Ryder, una norteamericana asentada en Cuba, crea el Bando de Piedad de La Habana.
La culta, adinerada y patriótica familia de los hermanos Loynaz, en especial la poetisa Dulce María (figura canónica de las letras cubanas), su hermana Flor y la madre, María de las Mercedes Muñoz Sañudo, también formaron parte de esta tradición cubana de amor y protección hacia los animales.
El presente artículo trata sobre ellas… y los perros, aunque tiene más de curaduría que de escritura, pues la intención ha sido reunir, ordenar, mostrar algunos fragmentos dispersos que atestiguan esa vocación menos conocida de aquellas célebres mujeres.
Los perros de las hermanas

A juzgar por fotos, poemas y testimonios, no cabe duda de que a las hermanas Loynaz les gustaban los perros. En el caso de Flor, famosa por su moderna excentricidad, la simpatía y compasión por los animales no discriminaba entre especies. Según cuentan, era vegetariana, y cuidaba hasta de las hormigas, pero es posible que los perros ocuparan para ella un lugar especial. Por distintas fuentes se conoce que un buen número de ellos encontraba cobijo en su quinta de la Santa Bárbara (hoy sede de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano). Una de ellas es la actriz Mirtha Ibarra, que en “Flor Loynaz y Los sobrevivientes” narra sus impresiones sobre la menor de los Loynaz durante el rodaje en dicha mansión del filme Los sobrevivientes, de Tomás Gutiérrez Alea, esposo de Ibarra:
La casa daba la impresión de estar inhabitada desde hacía largos años. Comenzamos a gritar: “Por favor, ¿podrían atendernos un momento? ¿Quién vive aquí?”. La respuesta fue una jauría de perros ladrando a capela. Al pasar un señor en bicicleta le preguntamos si sabía quién vivía en esa mansión. El hombre nos contestó: “Una anciana loca con una treintena de perros”. Más tarde averiguamos que se trataba de Flor Loynaz del Castillo, hermana de la famosa escritora Dulce María Loynaz.
Otro fragmento del mismo texto resulta aún más llamativo. Dice así:
En otro de nuestros frecuentes encuentros me invitó a que visitara con ella la capilla. Era hermosa y en sus paredes colgaban los retratos de sus perros fallecidos. Comenzó a hacerme la historia de cada uno de ellos. De pronto se detuvo en la foto de uno y me comentó que había sufrido mucho con su pérdida, pues lo adoraba a tal punto que mandó a hacer un cofre de plata en Italia para guardas sus cenizas. Me mostró el hermoso cofre y me dijo: “Decidí no poner las cenizas en el cofre, por si entraba algún ladrón, que se llevara el cofre, pero nunca las cenizas de mi perro, que están a buen recaudo”.[1]
Ahora bien, la propia Flor, que era poeta, como su hermana, aunque nunca se interesó por darse a conocer como tal, dejó prueba de su afición en lo que se conserva de su poesía. Su poema dedicado a Trenino (que llevaba ese nombre porque era “largo como un tren”), es uno de los más dulces y tiernos dedicados a un perro que se pueda encontrar:
Trenino, hijo mío, mi perro:
quisiera tener tu corazón
tanto como quisiera tu cerebro;
un corazón humilde y un cerebro sencillo
que llevar dentro del cuerpo.Y un cuerpo como el cuerpo tuyo: fuerte,
ágil, rudo a la vez ¡eso yo quiero!
Odio el hablar, que es privilegio triste,
prefiero tu ladrido: es más sincero
y más noble y más claro que la inútil palabra
con que hablo y con que pienso.La burra de Balaam quedó asombrada
al hablar —y aunque fue sin entenderlo—
con la palabra le brotó una lágrima
que hocico abajo le rodó hasta el suelo.Trenino, mi perro, mi hijo:
tú eres el mundo todo entero
puesto que eres inocente y fuerte
como el mundo en que creo.
Como el mundo que Adán no hubo manchado
con el pecado y con el sufrimiento.Para ti —Dios lo sabe— son inútiles
el Infierno y el Cielo.
Por eso cuando mueras es posible
que te tome en sus manos un momento
y quede pensativo… ¡Sin saber
cuál es tu sitio en todo el Universo!
Y aunque menos célebre que el anterior, en 1976 escribió:
A mi perro Teodulfo
(que sólo vivió un año)
Cuando pongo en algo un poco de amor
se me pierde…
Amor que es ya como la luna
empalidecida en el cielo de la aurora.
Luna mellada…
Agonía…
¡Amor todavía!
Dulce María, por su parte, tuvo a Puchita, perrita predilecta que aparece con ella en varias fotos y de quien se dice que incluso la acompañó en algunos viajes.
- Dulce María Loynaz y Puchita
- Dulce María Loynaz y Puchita junto al padre de la poetisa, Enrique Loynaz del Castillo, veterano de la guerra independentista, en 1952.
- Ídem.
- De izquierda a derecha: Gabriela Mistral, su secretaria y amiga Gilda Péndola y Dulce María Loynaz sosteniendo a Puchita. Al reverso Dulce María escribió : «Tres sonrisas tristes, pero la de Puchita vale un mundo». 1953. Tomada de: https://www.bibliotecanacionaldigital.gob.cl
- Gabriela Mistral sosteniendo a Puchita. 1953. Íbidem.
Puchita fue rescatada por la poetisa y vivió muchos años disfrutando del cariño de Dulce María y de su esposo, e incluso del de otras personalidades literarias como la Premio Nobel chilena Gabriela Mistral. En Fe de vida, Dulce María la describe y recuerda una anécdota que ilustra su buena fortuna, su privilegio:
Se había encariñado mucho [se refiere a su esposo Pablo Álvarez de Caña] con una perrita mía, recogida de la calle poco antes de nuestro matrimonio, la cual llevé a la casa cuando nos casamos, único ser tierno y gracioso que allí teníamos y tuvimos hasta la partida de él, pues vivió muchos años.
Fue la célebre Puchita, animalito casi humano, con todos los defectos y las virtudes propios, no de su especie, sino de la nuestra. Gabriela Mistral, retratada con ella muchas veces, la llamaba Angelito Peludo.
(…)
Carecía de raza definida, pero eso no le impedía ser lo que era: viva, inteligente y graciosa en extremo, si bien ofrecía un aspecto algo raro a primera vista.
Menuda como era, y delgadita, la llevábamos con nosotros a casi todos los lugares a donde íbamos, y una vez que en automóvil atravesábamos con nuestra “niña” una calle de mucho tránsito, a una señal del semáforo, este hubo de detenerse, y al reparar en ella, dos muchachones que estaban en la esquina, sin ánimo de mortificación, espontáneamente, exclamaron a la par en alta voz:
—¡Qué perro tan feo!
Furioso, Pablo les lanzó una palabrota, y no contento con eso, pretendía descender del vehículo para liarse a golpes con los dos ofensores de su criatura.[2]
- Puchita aparece en una postal navideña enviada por los esposos Loynaz y Álvarez de Cañas en 1948.
- Puchita retratada con sus dueños (en brazos de Dulce María) en una postal de año nuevo enviada por estos. 1954. Tomada de: https://www.bibliotecanacionaldigital.gob.cl
Al igual que su hermana Flor, también Dulce María tuvo, en los años solitarios de su vejez, la compañía de los perros de procedencia dudosa que recalaban en su mansión: “Una y otra vez me recibió, dándome acceso a las salas y habitaciones umbrosas, precedida y escoltada por sus perros, entre los cuales ni uno solo podía justificar linaje legítimo”, escribió el fallecido historiador de La Habana Eusebio Leal Spengler.
- Dulce María Loynaz en su casa de 19 y E, Vedado, acompañada de sus perros.
Todo indica que ambas hermanas, tanto Dulce como Flor, terminaban siempre acogiendo a los perros (y gatos) que arribaban a los jardines y portales de sus respectivas mansiones, ya fuera como azaroso resultado de su trashumancia, ya porque alguien los introducía a través de las verjas; costumbre que al parecer se remontaba a sus años de juventud en la mansión familiar de Calzada, pues en sus “Recuerdos sobre las hermanas Dulce María y Flor Loynaz”, Miguel Ángel García Alzugaray afirma que “la madre tuvo que crear un asilo para animales, porque Flor llevaba a casa a cuanto perro se encontraba en el camino —sin importar cuantos tuviera ya— y lo siguió haciendo hasta el final de sus días”.
Pero antes de pasar a la madre, y al asilo fundado y sostenido por ella, recordemos que ya en el primer libro de Dulce María Loynaz, Versos (1920-1938), aparece un poema como Cancioncita del perro Sonie:
Sonie desnudo, tierno, mío;
florido de inocencia:Sonie negro; retazo, miniatura
de la noche… (Pero de alguna
noche, lunada, almibarada
de azúcares celestes…)Sonie, tienes guardada
mi risa entre tus patas, entre tupelo… Y alguna vez me das mi risa.
Me la das y me río
con esa risa mía que tú tienes,
Sonie dulcísimo,
Sonie para ir pasando
la vida…Y para que la vida sea,
o al menos se parezca a un juego tuyo…
Y para que yo juegue contigo y con la vida…Sonie, lamiste las estrellas
—el azúcar celeste…—
y se te quedó la lengua azul…Ahora estás frente a mí con tu alma virgen,
Sonie, alegría pura,
frescura íntegra…
sin saber del Amor ni de la Muerte.
La madre y el asilo de La Misericordia

El asilo de La Misericordia fue fundado por la madre de las Loynaz en 1944 con ayuda del médico veterinario, doctor Omar del Pino, quien entrevistado para la revista Carteles en 1951, cuenta cómo conoció a María de las Mercedes Muñoz Sañudo, un día que esta requirió de sus servicios a causa de un perro enfermo. Poco después la señora lo invitaría a su casa, donde el doctor afirma haber visto alojados un centenar de perros de lo más diversos, para comunicarle su deseo de crear un asilo para perros y gatos desamparados.
Unas semanas más tarde Del Pino le presentó un proyecto a disposición del cual puso la señora “un cuarto de manzana de los terrenos de su propiedad enclavados en la carretera de Rancho Boyeros”. Luego de acondicionar el solar, contrataron a cuatro empleados con experiencia en el cuidado de estas mascotas y “los canes que ella cobijaba en su finca fueron trasladados al sitio”, concluye el médico veterinario.
El asilo contaba con un patronato del cual formaban parte el propio doctor Omar del Pino (director del centro), Octavio Doreste Machado, y los hijos de la fundadora, Enrique Loynaz y Dulce María. En cuanto a sus gastos, que “entre empleados, acondicionamiento y manutención de los animalitos”, representaban unos mil pesos mensuales, salían directamente “del peculio particular de nuestra benefactora”.
El Patronato sigue las indicaciones de la señora Muñoz Sañudo —continúa el entrevistado—, que es el eje principal de la obra. Con decirle que ella ha donado, por una sola vez, la cantidad de $100,000, que están depositados en el Royal Bank of Canada, los cuales dan una renta de 1,000 pesos mensuales, que es precisamente el dinero que se gasta en el mantenimiento del asilo La Misericordia. Esos 100 mil pesos estarán siempre a disposición de la fundación para perros y gatos, lo que garantiza el mantenimiento vitalicio de cientos de esos animalitos.
Según esta fuente, durante los siete años desde su fundación La Misericordia ya había dado asilo a más de 400 perros, ya fuera perdidos, vagabundos, abandonados, o recogidos de las calles por el Ministerio de Salubridad.

Pero la entrevista respondía a un motivo en particular:
En 1951 el área que ocupaba La Misericordia iba a ser expropiada por el Estado, como parte de los terrenos donde se construiría la Plaza Cívica José Martí, lo que había dado lugar a rumores, alarmas y quejas sobre supuestos negocios relacionados con el asilo y la intención de sacrificar a las mascotas allí reunidas.
¡Niego rotundamente, como miembro responsable del patronato del asilo La Misericordia, que este vaya a desaparecer! —fue la respuesta del director—. Al contrario: será trasladado para el kilómetro 18 de la carretera de Arroyo Arenas, donde está siendo dotado magníficamente, con todos los adelantos modernos, a un costo inicial de 33,000 pesos. Y ello, hay que decirlo, se debe en parte a la ayuda desinteresada de la Primera Dama de la República, señora Mary Tarrero de Prío Socarras, quien, tan pronto conoció el caso, se interesó por coadyuvar a la obra piadosa de la señora Mercedes Muñoz Sañudo.
Al parecer la Primera Dama se había interesado en el asunto y ofrecido a “construir un nuevo asilo, dotado de todos los adelantos en la materia, siempre y cuando el Patronato adquiriera un nuevo terreno”.
El médico nos dice que la madre de los Loynaz aceptó la proposición y donó 15 mil pesos para la compra de una caballería de tierra en el lugar que antes mencionaba, kilómetro 18 de la carretera de Arroyo Arenas. Acto seguido se comienza a trabajar en los planos de la obra, según Del Pino valorada en 18 mil pesos, que junto a los 15 mil del terreno sumaban la referida cantidad de 33 mil pesos. Mientras tanto, los perros y gatos serían trasladados a una propiedad cercana de la señora Muñoz.
Por último, en la entrevista se habla de las condiciones del asilo, las cuales serían las siguientes:
Allí podrán albergarse 300 perros. Además, tendrá botiquín, casa de encargado, gateras (departamentos especiales para felinos) y un balneario para darles a los perros los baños sulfurosos, ferruginosos, garrapaticidas y de aseo. Habrá también un cementerio con 480 tumbas. Las familias pudientes que así lo deseen podrán dejar con toda confianza su perro en La Misericordia, cuando vayan de viaje al extranjero. Se les cobrará un precio mínimo. Esa recaudación servirá para ir aumentando las comodidades a los perros pobres.
Y concluye refiriéndose a la alimentación:
En primer lugar tenemos el conocido Mat-Meal, que es a base de cereales, proteínas, hidrocarburos y vitaminas. La preparación está debidamente aprobada por el Buró Industrial Animal de los Estados Unidos y la estamos usando por vez primera en Cuba. También le facilitamos pulpa de hígado macerada, huesos en polvo y leche condensada y evaporada. Todos esos alimentos son importados y nada nos cuestan, porque la primera dama de la República, dando una nueva muestra de su buen corazón, ha conseguido de su esposo la exención de pagos aduanales para los mismos…

El 21 de septiembre de 1952, la revista Bohemia publicaba un reportaje, también a cargo de Antonio Reyes Gavilán, a propósito de la celebración de la “Semana del perro”, que nuevamente traía a colación el ya recién construido asilo canino en terrenos del reparto habanero de Cantarrana.
En palabras del periodista, La Misericordia entraba por fin en esta nueva fase, contando con todos los adelantos previstos y “pudiendo competir con las mejores clínicas caninas del mundo”.
La Misericordia cuenta con magníficas y espaciosas perreras —describe—, cuarto de curas, almacén, clínica y hasta un cementerio particular. Todas las perreras han sido construidas de concreto, con puertas metálicas y pisos especiales. Hay un crematorio donde se incinera toda la basura y los desperdicios del asilo, contando los departamentos con eficiente servicio de agua corriente.

Sobre la vida de los perros en el asilo se explica que machos y hembras son separados por departamentos para evitar la procreación. Que existe además un área especial para las perras en celo y los animales enfermos. Y que en caso de no poseer certificado antirrábico, los nuevos inquilinos son vacunados al ingresar. Que el asilo, además de acoger, ofrece mascotas en adopción, siendo necesario para ello cumplimentar una boleta de compromiso con los requisitos solicitados por la dirección del mismo.
El reportaje comenta también cómo los perros callejeros son prioridad en La Misericordia. Estos, “que antiguamente se recogían por el departamento de profilaxis de la rabia, del ministerio de Salubridad —para guardarlos por 45 horas y pasado ese tiempo, sacrificarlos—” ahora son llevados al asilo para su cuidado. Y cita a la benefactora del asilo, quien afirma que lo mismo el animal que procede de la calle que el perro que llega con “recomendaciones” son tratados por igual.
La misión del asilo y la visión de su benefactora quedan resumidos en un fragmento que resuena en la actualidad de este país que se encuentra cada vez más lejos de cualquier forma de sabiduría y aspiración:
La Misericordia tiene un solo fin: dar albergue y comida al perro desamparado. Estiman a muy buen juicio sus dirigentes que de esa manera se educan los sentimientos humanitarios del pueblo cubano, que tanto necesita saber de estas cosas. Cumplir y ayudar a cumplir una ley de profilaxis social, es la divisa impuesta por la señora Mercedes Muñoz Sañudo, quien, en su deseo de que a “sus perros” nada les falte, ha depositado la cantidad de $100.000.00 en un banco de esta capital, para que, aún después de su muerte, el Asilo Canino La Misericordia siga trabajando como hasta ahora, sin tener que pedir ayuda a ningún gobierno…

Finalmente, el artículo concluye citando un cartel aclaratorio que podía leerse en la entrada del refugio:
Aquí damos albergue y comida al perro absolutamente desamparado. Agradecemos cualquier perro de esta índole que se nos traiga, pero más aún agradecemos no extraer un perro ni del más humilde de los hogares para asilarlo en este local. El cariño del hogar es medicina y alimento que nosotros no podemos darle…
Al parecer no existen certezas sobre la suerte que corrió La Misericordia tras la revolución de 1959. Se dice que tras la muerte de su madre Mercedes, Dulce María quedó al frente de la institución. Hasta su cierre en el año 1960.
Fuentes:
“Dulce María Loynaz y El día del perro”. http://dulcemarialoynaz.blogspot.com/2018/07/dulce-maria-loynaz-y-el-dia-del-perro.html
García Alzugaray, Miguel Ángel. “Recuerdos sobre las hermanas Dulce María y Flor Loynaz”. https://memorias-de-mi-pluma.webnode.es/recuerdos-sobre-las-hermanas/
Ibarra, Mirtha. “Flor Loynaz y los sobrevivientes”. https://www.revistacinecubano.icaic.cu/flor-loynaz-y-los-sobrevivientes/
Leal Spengler, Eusebio. “El favor del destino”. http://www.opushabana.cu/pdf/revistas_completas/opushabana_no.01.pdf
Loynaz, Dulce María. Fe de vida. Letras cubanas, 2000.
Reyes Gavilán, Antonio. “Hay misericordia para los perros de La Misericordia”. https://repositoriodigital.ohc.cu/s/mapamujeres/media/69159
Reyes Gavilán, Antonio. “La Misericordia: Único asilo para perros que existe en el mundo, basado en el quinto mandamiento de Dios”. Bohemia, 21 de septiembre de 1952.
Biblioteca Nacional Digital de Chile. https://www.bibliotecanacionaldigital.gob.cl/bnd/623/w3-article-587970.html
Página oficial del Centro Dulce María Loynaz en Facebook. https://www.facebook.com/CentroLoynaz/?locale=es_LA
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También Miguel Ángel García Alzugaray, al narrar una visita de su esposa y su hija a la residencia de Flor Loynaz, cuenta que: “En sus amplios portales, dormitaban una docena de perros callejeros recogidos por Flor que al detectar la llegada de su dueña, se lanzaron sobre ella ladrando y saltando locos de alegría”. ↑
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Loynaz, Dulce María. Fe de vida. Letras cubanas, 2000. ↑