✍ Waldo Fernández Cuenca
Sergio Carbó y Morera ocupa un lugar cimero en el periodismo cubano del siglo XX. Quien se acerque a su vida no puede dejar de sentir una profunda admiración por una de las figuras más olvidadas de la historia intelectual de Cuba. En Carbó se combinan, como pocos, varias de las características de todo periodista brillante, una honradez a toda prueba, valentía sin límites y una gran pluma.
Hijo de otro gran periodista, Luis Carbó Carmenatti, este habanero nació el 29 de julio de 1892 y cursó sus primeros estudios en el colegio “La Gran Antilla”, donde obtuvo el grado de bachiller. Opta por estudiar Derecho, pero abandona la carrera debido al temprano fallecimiento de su madre Alelí Morera de Carbó. Su vida, apenas siendo un adolescente, toma un nuevo rumbo, debe ganarse la vida y para ello ejerce la docencia y trabaja en varios centrales azucareros hasta que decide dedicarse a su gran pasión: el periodismo. Comienza de colaborador en El Fígaro, pasa luego a La Prensa como réporter y después se va para El Día donde hace de entrevistador y editorialista. Comienza entonces a ganar prestigio y reconocimiento a nivel nacional.
En 1914, el gobierno de Mario García Menocal lo nombra cónsul en Hong Kong, cargo que le permite hacer un largo recorrido por Japón, Indonesia y las Islas Filipinas, pero al año regresa al país y se reincorpora a la redacción de El Día. La punzante y mordaz pluma de Carbó lo obligan a enfrentarse en el campo de honor en varias ocasiones, algunos de esos duelos le dejaron visibles marcas en su cuerpo. Durante el gobierno de Alfredo Zayas funda su primer periódico de oposición, La Libertad, pero apenas dura unas semanas. Trabaja entonces en el diario El Heraldo, de Aldo Baroni, también de oposición, que le procura nuevos líos, pero al poco tiempo el periódico cierra y Carbó debe buscar otros derroteros.
En 1925 con unos pocos pesos Carbó crea La Semana, una revista llamada a convertirse en el mayor dolor de cabeza de Gerardo Machado, el nuevo dictador de la isla. Un gran amigo de Carbó y acaso su más ferviente admirador, Carlos Peraza, expresó que esa publicación fue “el crisol de alma cubana, todos los programas democráticos y nacionalistas del momento están expresados en ‘Las Majaderías del Director’”[1], nombre dado por Carbó a sus cáusticos editoriales. La Semana alcanzó récord de tiradas en su época con más de 90 mil ejemplares diarios y le reportó a Carbó suficiente dinero como para viajar a París y Moscú. De su estancia en la Rusia de los bolcheviques en 1927 escribiría Un viaje a la Rusia roja, un libro de crónicas donde con una clarividencia asombrosa profetiza la Segunda Guerra Mundial:
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“Por eso, la humanidad antes que termine la mitad de este siglo, padecerá una espeluznante carnicería sin cuartel, más cruel y más feroz que todas las brutales degollinas de que fueron testigos los siglos pretéritos; una vez más, y una vez que valdrá por todas en espanto y en confusión, los hombres se exterminarán en masa por no comprenderse y por no tolerarse.”[2]
Se desconoce en qué se basó Carbó para hacer esta afirmación, pero su visión fue asombrosa. De regreso en Cuba se enfrenta con una situación anómala. Machado ha decidido cambiar la Constitución y prorrogar su estancia en el poder, es la época del crack bancario en los Estados Unidos y la brusca caída de los precios del azúcar, se desata una profunda crisis económica y política, fermento para una revolución. La Semana, en vez de recogerse y adherirse al machadato, se convierte en un paladín de protesta contra el régimen. Por eso sufre de secuestros, amenazas y repetidas clausuras. Carbó llega a ser cercado por la policía y debe huir a los Estados Unidos. En Miami entra en contacto con otros exiliados cubanos y organizan una expedición armada compuesta por 53 hombres, que luego de muchos contratiempos, desembarca por Gibara en agosto de 1931. Toman la ciudad por unos días, pero la contraofensiva del ejército los obliga a replegarse y deben huir.
Logra escapar al extranjero y recorre varios países de América hasta que desembarca en España. En Madrid, junto a su amigo Octavio Seigle, busca apoyo del gobierno republicano de Azaña para una nueva expedición armada y publica una serie de artículos en el Heraldo de Madrid contra la dictadura machadista. El gobierno español le promete 10 mil rifles y transporte para una expedición armada, pero todo se vuelve agua de borrajas y parte para Miami. En esa época Carbó colabora con las hojas clandestinas del movimiento ABC y cuenta su íntimo Carlos Peraza que Martínez Saénz le ofrece compartir la dirección de esa organización, pero Carbó se separa de los abecedarios porque no acepta la mediación de Sumner Welles.
Machado cae el 12 de agosto de 1933 y Carbó regresa a Cuba. El débil gobierno postmachadista de Carlos Manuel de Céspedes dura apenas unos días, la asonada militar del 4 de septiembre lo barre y Carbó se ve envuelto en esos trajines, forma junto a otras cuatro personas la llamada Pentarquía, donde asume la Secretaría de Gobernación, Guerra y Marina. Sería en esos días en los que Carbó asciende a coronel a Fulgencio Batista, un sargento-taquígrafo que supo granjearse autoridad entre las tropas, dentro de la convulsa situación política del momento. La República era un caos y solo los militares tenían la capacidad para controlar el país. Tiempo después Carbó declararía “que era preciso tomar esa medida, para mantener la autoridad del Gobierno y conjurar otro cuartelazo”. A los pocos días la Pentarquía se desintegra y asume la presidencia Ramón Grau San Martín, por un período de apenas tres meses.
Si hubiera sido ese su propósito, el periodista podía asumir la primera magistratura, pero no le interesaba. Trata de organizar un partido político con la colaboración de Batista y Antonio Guiteras, pero fracasa. Con la caída de Grau el 4 de enero de 1934, se opone a la designación de Carlos Mendieta como nuevo presidente y así se lo hace saber a Batista, convertido ya en el “hombre fuerte de Cuba”. Su periódico La Semana reapareció el 26 de agosto de 1933 y continuó su línea independiente, al no aceptar en ningún momento botellas del nuevo gobierno. Quien revise ejemplares del semanario en esa fecha, podrá encontrar varias aclaraciones de su director ante la reiterada demanda de puestos u otros favores a su persona, la respuesta de Carbó siempre fue diáfana: “no damos ni aceptamos prebendas de ningún tipo”.
A poco menos de un mes de iniciado el Gobierno de Mendieta, lo visita el Dr. Cosme de la Torriente para ofrecerle un puesto en una Embajada, pero rechaza la oferta, ya los suyos no gobiernan y el periodista desconoce la hipocresía. Carlos Peraza anota una de las grandes virtudes de su amigo: “no transa en la adversidad, siempre dice lo que siente sin adular a partidos ni a multitudes”[3]. Llega la histórica huelga de marzo de 1935 y Carbó, fiel a su estirpe, fustiga duramente a Batista, por lo cual La Semana es sacrificada. Pierde las máquinas de su empresa y los tribunales nunca atendieron su reclamación por daños y perjuicios establecida contra el régimen machadista. Se marcha a Oriente a sembrar café, pero no consigue prosperar y retorna a La Habana. Para 1937 crea un periódico radial que lleva por nombre Radiario Nacional, donde se recogían quejas e inquietudes del pueblo y el cual logró gran popularidad.
Pero sería con la fundación de Prensa Libre en 1941, un ágil y sintético periódico vespertino, que Sergio Carbó alcanzaría la cúspide de su carrera profesional. El diario llegaría a ocupar un destacadísimo lugar en la prensa cubana con su lema: “Ni con unos ni con otros: con la República”. A Prensa Libre debe acudirse como ejemplo de periodismo responsable y crítico, elogioso de las buenas acciones e implacable con las malas.
En 1944 el director de Prensa Libre sería congratulado con el premio periodístico “Justo de Lara”, el más prestigioso del momento, por su artículo “A la salud de Cristo”. Carbó se encuentra además entre los periodistas fundadores de la Escuela Profesional de Periodismo “Manuel Márquez Sterling”, donde impartió la asignatura de “Ética del Periodismo”. De sus lecciones deseo extraer una, tan bien expuesta por otro grande del periodismo insular, el matancero Octavio de la Suarée, en su libro Moralética del Periodismo. Al referirse a la alta misión de la prensa en una sociedad moderna, De la Suareé expone un vibrante panfleto de Carbó en 1946, digno de ser recordado hoy:
“Ya resulta chocante la frecuencia con que algunos funcionarios, y otros que sin ser funcionarios son amigos y valedores de los gobernantes, desmienten categóricamente a los periodistas que se concretaron a recoger y publicar sus declaraciones. Y la prensa, por su parte, ha tenido que adoptar una actitud de legítima defensa para evitar que la desacrediten, puesto que su tarea es tan digna y aún más importante que la de los funcionarios, ya que a su cargo está la información y la orientación de la opinión pública, sustancia fundamental del sistema democrático.
“Dicen algunos voceros del gobierno, injuriando a la cultura vernácula, que ciertos periódicos publican cosas falsas para vender más ejemplares. Eso constituye una torpe vulgaridad que no reza con las publicaciones responsables, y por lo tanto respetuosas de la verdad. Se venden más ejemplares cuando más se respeta la verdad. Los periodistas nos equivocamos a veces, como se equivoca todo el mundo: pero muchísimo más se equivocan los que gobiernan, poseídos de una fiebre de garrulería que raya en los límites de lo patológico. Creer que se tiene razón exclusivamente porque se ocupa un cargo retribuido por el Estado es una pretensión pueril, peligrosa, porque conduce al totalitarismo.”[4]
Leer la columna editorial de Carbó en Prensa Libre muestra las ventajas del sistema democrático para el libre ejercicio de la opinión, pues ese vespertino nunca aceptó subvenciones de ningún gobernante y fue una de las pocas publicaciones de oposición al régimen de facto que implantó Batista en 1952. Prueba de ello ocurre cuando el nuevo dueño de la silla presidencial llama al Subdirector y al Jefe de Información de Prensa Libre a formar parte de su equipo de gobierno y al aceptar esos puestos Luis Ortega y Miguel de Marcos tuvieron que abandonar sus responsabilidades en el rotativo de Carbó, el editorial donde se da la noticia es bien explícito: “Pero como las cuentas deben ser claras y el chocolate espeso debemos hacer patente, para evitar confusiones y contrarrestar comentarios malintencionados, que Prensa Libre no ha pedido, ni tendrá, ni aceptará puestos de ninguna clase en el actual gobierno de facto, como no los aceptó ni los tuvo en otros gobiernos constitucionales”[5].
Prensa Libre logró aumentar vertiginosamente en la década de 1950 su poderío económico y ya para 1957 mandaría a construir un edificio de seis plantas cerca de la Plaza Cívica, con los más modernos equipos de la industria tipográfica[6]. Aunque se suma al fervor revolucionario de 1959, la irrenunciable línea anticomunista del diario choca con el nuevo gobierno y en mayo de 1960 Carbó abandona el país y se marcha a los Estados Unidos. Su periódico desaparece definitivamente en 1961 y uno de los más grandes periodistas cubanos fallece en 1971 en el exilio.
De su personalidad y su vida quedan muchos testimonios de elogio: “Carbó ha sido imbécilmente honrado (…) En momentos en que el dinero y la influencia llegan hasta su puerta, su diestra limpia no quiere darle la vuelta al cerrojo, y escapa del dinero y la influencia por la puerta del fondo: como los fundadores de nuestras libertades. (…) Cuba ha sido para Sergio Carbó una madrastra dura y cruel: pero Carbó le ha sonreído siempre. (…) Temperamento optimista, varón nacido para la pugna y el combate, hoy como ayer tonifica su espíritu con la alegría de la libertad y la esperanza. Y se da el caso de que, mientras casi todos los que le acompañaron en la lucha son hoy valores liquidados, él vuelve a marchar cuesta arriba, hacia la cima de una gloria legítima, con el gesto altanero y la mirada serena del hombre que se sabe así mismo superior”[7]. Ese fue Sergio Carbó, orgullo de Cuba.
(Publicado originalmente en Palabra Nueva)
[1] Defectos y Virtudes de Hombres Grandes de América, Carlos G. Peraza, La Habana, Cultural S.A, 1942 p. 33.
[2] Carbó, Sergio, Un viaje a la Rusia roja, Ediciones Avance, 1928, p. 19.
[3] Ob. cit., p. 33.
[4] De la Suareé, Octavio, Moráletica del Periodismo, Cultural S.A. p. 159.
[5] “Prensa Libre y sus consejeros”, Sergio Carbó, Prensa Libre, 22 de abril de 1952, p. 1.
[6] En la actualidad en ese inmueble radica el periódico oficialista Granma.
[7] Ob. cit., p. 33.