Fotografía de Juan Pablo Estrada.

Para Félix Varela la ideología, esto es, la creación y discusión de ideas filosóficas, era un asunto moral. Era para él evidente, como para cualquiera que considere el asunto con un mínimo de atención, que el humano puede pensar lo que le parezca, y fantasear, y equivocarse, y mentir. Varela se definía como un alma americana —entendiendo por tal la de los habitantes de Alaska a la Patagonia—, un alma que ama la libertad. Para Varela, como para todo cristiano, el humano es libre por la gracia de Dios. Si es imagen y semejanza de Dios, tiene que ser libre. Pero fijémonos, es semejanza, no igualdad. La libertad del humano difiere de la libertad de Dios. Olvidándonos de la omnipotencia, que ya es demasiado, resulta que Dios es constitutivamente Verdad, de manera que no puede usar falsamente la libertad. Y también es constitutivamente el Bien, así que no puede usar la libertad para el mal. Este no poder, ¿limita y niega su omnipotencia? No, porque se trata de poderlo todo en la Verdad y el Bien. Al mismo tiempo, el Creador ejerce su omnipotencia al crear y permitir la otredad, lo que no es Él, incluyendo el Universo, los ángeles y el humano. Estos tres entes gozan de grados de libertad distintos, y es inútil ocuparnos de ese asunto aquí. Lo que nos interesa ahora es que la libertad de la mente humana es la máxima libertad en el universo, pero esa mente no es constitutivamente verdadera ni buena. Tampoco es de por sí falsa o maligna. Y ahí reside su inmenso valor universal y trascendente. Se nos da la libertad de optar por la Verdad y el Bien. Para un ser que no es absolutamente bueno y verdadero, significa la posibilidad del error y el mal. Pero cuando usamos de esa libertad estamos usando un don del Creador en su raíz. Es un privilegio enorme que debiera ser respetado. Si además nos esforzamos por llegar al juicio verdadero y bueno, entonces estamos acercándonos a la igualdad posible con Dios.

Urge una Teología de la Libertad. Varela puede ayudarnos.

El sacerdote cubano aceptaba el llamado Espíritu de los Tiempos. Para los varelianos ateos, significa que el cura se apartaba de la ortodoxia de su iglesia y se convertía en una especie de traidor útil al espíritu de la época. Por ejemplo, estaba contra la escolástica y a favor de la ciencia. El error de este tipo de juicio es creer que la ortodoxia católica radica en unos conceptos o prácticas inamovibles y dictados de una sola vez para todos los tiempos actuales y futuros. Basta ver la Biblia para darse cuenta de que el Espíritu de los Tiempos es estrictamente católico. Dios se revela poco a poco en la Historia: Melquisedec, Abraham, Moisés, Isaías, Juan el Bautista, Cristo, los Apóstoles. Es verdad, para muchos católicos con los Apóstoles queda clausurada la Revelación. Lo que pasa es que en esta lista hay un problema: Cristo aparece como un profeta igual. Pero el Hijo de Dios es otra cosa. Es perfecto Dios y perfecto Hombre. Los que van delante de él en la historia lo preparan; los que van después intentan seguir su impulso. Pero ni los que lo anuncian ni los que lo siguen poseen la misma autoridad ni el mismo poder. Ninguno, ni el apóstol que da la vida por Él, es hombre perfecto y Dios perfecto. La Historia continúa y el Espíritu Santo que nos deja Cristo sigue soplando donde quiere. El mecanismo lógico y verbal de los escolásticos quedaba agotado como un ejercicio muy limitado, si no confuso, y ya inservible, del lenguaje teológico y filosófico. La ciencia nos pone por delante las verdades de la Creación, no siempre agradables, en las que se manifiesta el Creador. Hay que atender al Espíritu que ha engendrado a la ciencia, porque la ciencia del mundo es también revelación del Espíritu en la verdad y para el bien.

En la Historia está el mal, sí, en abundancia, y el error inevitable de la incapacidad humana, pero también es espacio de creación y acción del Espíritu. Y en época de Varela dictaba ya la realidad y la conveniencia de la libertad individual y política. Varela, un alma americana y cubana, ve la realidad de la colonia y la libertad que busca el mundo, y entiende que la libertad es buena. Y más sana que la supuesta corrección de la esclavitud política y religiosa de los monarcas, los militares supuestamente nobles y los siervos de la gleba. Por eso se niega a regresar a Cuba cuando ya lo han perdonado —vaya descaro— del supuesto delito de desobedecer al monarca —que ni eso ocurrió—, y por el cual el monarca lo condenara a muerte. Se queda en los Estados Unidos, vive la dificultad de la libertad política, incluso para los católicos, y la enfrenta y la critica, pero esa libertad en vez de corromperlo le facilita el heroísmo de la santidad. Varela hubiese sido santo en dondequiera, pero en los Estados Unidos de la época pudo ejercer la palabra profética no sólo en las homilías diarias y los documentos oficiales de la Iglesia local, donde fue líder, sino en la práctica del periodismo. Más de trescientos artículos escritos en inglés y la creación y promoción de la primera intelectualidad católica neoyorquina, toda una ofensiva de responsabilidad y pensamiento que aún ignoramos bestialmente, fueron el resultado de ejercer la libertad de Dios para Cristo.

Cierto, esa audacia no está al alcance de todos los cristianos, ni siquiera de los obispos católicos. Obsérvese que la cuota de canonizados en la masa de los obispos es muy baja. Thomas Merton recordaba que en la severísima Orden Trapense sólo un monje había sido declarado santo en los siglos, y a ese lo habían botado del monasterio. Un cura le decía a Santa Teresa de Ávila que esas visiones que ella confesaba eran tentaciones del demonio. Por su amor a la libertad política, Varela es excluido de su propia iglesia local, y se le impide ser obispo de Nueva York. En la República sus restos son repatriados por los intelectuales, mientras los obispos españoles de aquí seguían sospechando de él. En ningún momento, desde luego, Varela identifica la libertad política con la libertad de Cristo. Él mismo no intentó ser líder político ni incitó a la Iglesia neoyorquina a participar en la política de entonces. Más acá de la política, padeció los abusos de la libertad de expresión por parte de la mayoría protestante, que sacaba un libelo tras otro contra los católicos y se dedicaba a maltratar la Biblia con ediciones torpes. Un erudito como él sabía que el cristianismo nunca había gozado de ninguna paz idílica durante dieciocho siglos, ni siquiera dentro de la Iglesia misma. Para él está claro que hay un vínculo entre la libertad que nos da Dios y la libertad históricamente posible de los ciudadanos. Esta última puede, debe y tiene que ser usada para defender la libertad divina. Es lo que hizo apasionadamente desde el púlpito, en los foros de debate público con los protestantes, y con el ejercicio del periodismo.

Aunque el periodismo en inglés de Varela está todavía no ya por estudiar, o leer, sino por enterarnos de que existe, creo poder afirmar, porque se ha sabido siempre, que su momento más alto fue El expositor católico y revista literaria, que luego perdió lo de revista en el título sin perder nada dentro, una publicación que el santo creó y dirigió durante los años 1841 a 1843 en Nueva York. El very reverend Varela contó con la colaboración decisiva del reverend Charles Pise, un sacerdote, historiador y escritor norteamericano muy parecido a Varela sobre todo en la dimensión social. Pise ha sido el único capellán católico del Senado de los Estados Unidos, y fue muy cercano a los políticos en el poder, sin que por eso se le pueda señalar la más mínima sombra en su conducta. La revista no dejó de incluir manifestaciones del patriotismo estadounidense, pero nunca intervino en la lucha política. No era la orientación de la Iglesia Católica ni para nada la vocación de Varela. Varela es el primer defensor exitoso de la libertad política en Cuba, puesto que las conspiraciones anteriores a él no alcanzaron ni visibilidad ni continuidad. Él engendró el magisterio independentista y democrático cubano: sus discípulos reformistas prepararon el camino para la insurrección: de Luz a Céspedes y Agramonte, y de ellos a Martí. Nuestro primer y exitoso político fue un sacerdote, un hombre al que no le interesaba la política, pero lejos de despreciarla, la vivía y la orientaba. Varela vive en los Estados Unidos anteriores a la Guerra de Secesión, cuando los estados del Norte viven un auge particular de la democracia liberal, y son admirados y envidiados por los amantes de la libertad en todo el planeta. Varela defiende las libertades para su patria oprimida, y hace uso de la libertad estadounidense para defender la causa de Cristo en muchas direcciones locales y universales. El Expositor… fue una revista donde se podía leer lo último que se publicaba en Europa sobre teología, filosofía e historia; poemas religiosos en inglés y en latín; un curso de sánscrito; y las partituras perfectamente ejecutables de unos himnos de alabanza, entre otras maravillas. Cuando Varela discrepa de un autor, señala la diferencia. Su polémica con los protestantes jamás rozó el odio. Usaba la ironía, casi la burla, pero siempre desde un fondo de respeto y caridad. La revista cerró, como otras publicaciones creadas por el santo, por falta de fondos. Pero en sus páginas crecieron los jóvenes de la naciente intelectualidad católica neoyorquina. Haber hecho, desde la pobreza y el antagonismo, un uso tan responsable, exquisito y victorioso de la libertad del ciudadano católico, no fue sólo consecuencia e integridad, sino la prueba de que la libertad política, para todos los hombres y especialmente para el católico, es sagrada, es indispensable.

Varela es un ejemplo de la coincidencia de la ortodoxia católica más estricta, tanto en la palabra como en la vida, y el respeto por la libertad como señal del Espíritu en la Historia. Entendió que el Espíritu habla y trabaja fundamentalmente a través de la Iglesia, pero también actúa con su propia libertad en la Historia. Creer que la Iglesia tiene el monopolio del Espíritu, que el Espíritu Santo habla y rige sólo a través de los obispos y su archivo de verdades derivadas históricamente de aquellos fundamentos, y que la libertad política o la actividad científica son de por sí enemigas de la fe, o por lo menos realidades ajenas y peligrosas, sabemos hoy que es blasfemia.

El Espíritu sopla donde quiere, y una brisita marina, frente al Seminario San Carlos, refrescó oportunamente la sublime inteligencia del joven habanero, para todos los tiempos.

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