Ilustración de José Luis de Cárdenas.

‘Aguja de marear’ era el nombre con el que los navegantes de antaño denominaban a lo que hoy conocemos como ‘brújula’, un artilugio en cuyo interior una piedra imán empujaba siempre al norte de la rosa náutica a una pequeña aguja, permitiendo la orientación segura aun en los más inhóspitos mares. Para mí, que crecí entre novelas de mar y experimentos de física, el concepto, la idea y las palabras mismas me resultaban poco menos que mágicas. Pasados los treinta, sigue fascinándome esa terminología marina, y quizás por eso escribo de vez en cuando estas bitácoras de un naufragio que no es mío solamente, pero que insisto en padecer de proa a popa, contra viento y marea.

No soy el único, tampoco, en soportar esa maldita circunstancia que nos rodea como un cáncer. Ni seré el primero que se atreva a la sisifiana tarea de levantar, como quería Virgilio, la nación en peso. Enfermo de isla, busco respuestas en las costas ignoradas de la historia, en los galeones hundidos de nuestro pensamiento, en los avisos escritos en la arena del pasado, que algún día borró la infeliz coyuntura.

En ese oteo de profundis me he vuelto a encontrar con las palabras de mi infancia: Aguja de marear, sección que a mediados de los 50 del siglo pasado comenzó a aparecer en la página 4 del Diario de la Marina. Para los menos enterados: se trataba de la página más importante de uno de los periódicos más importantes —y el más longevo— de Cuba. La primera, entre tantas cosas curiosas de esta sección, es que era una columna colectiva, donde varios periodistas se turnaban para escribir, en espacio reducidísimo —menos de 500 palabras— un artículo breve y sesudo sobre los variopintos temas de la actualidad en curso. Lo segundo —o tercero si contamos la brevedad inusual— es esas enigmáticas firmas que se limitaban a unas iniciales; entre las más frecuentes: G. B., J. M., F. I., R. S. S… No es difícil desentrañar aquí a algunos de los columnistas estrellas del Diario: Gastón Baquero, Jorge Mañach, Francisco Ichaso, Rafael Suárez Solís…

Si estos señores llevaban arduas columnas en el mismo periódico —“Panorama”, de Baquero; “Glosas” y luego “Relieves”, de Mañach; “Acotaciones”, de Ichaso; “De las artes y las letras”, de Suárez Solís—, ¿para qué el tour de force de escribir un artículo que debía ser, además de conciso, orientador, para un público que, triste es reconocerlo, tal vez para la época ya estaba demasiado desorientado? Pues precisamente por esto. En un país donde campeaba la dictadura, donde la violencia era el lugar común de las luchas políticas, mientras otros intelectuales se quejaban de no poder “dormir a pierna suelta”, el portulano de G. B. nos guiaba, nada menos que un 24 de febrero, hacia el espabilamiento de la conciencia. Oigámosle:

Necesitamos todavía muchos toques de diana, muchos llamados al despertar, muchas incitaciones a la vigilia —extraídas de aquella música singular que fueron el ímpetu idealista, la voluntad poética, el desafío moral o las realidades insoportables—. Nada interrumpe ahora el dormir, porque se ha dejado de soñar.[1]

Incluso cuando se hablaba en la sección de temas del espíritu, como el arte y la cultura, un crítico como R. S. S. aprovechaba para dejar la advertencia severa, para poner el dedo en la llaga de la situación:

(…) lo abstracto en la pintura es algo así como la primera visión del futuro después de la guerra termonuclear. Y peor si no fuera eso lo mejor. Sino que lo peor fuese lo que prevé Aldous Huxley en su novela Mono y esencia para después de la guerra atómica. Un mundo de mandriles por toda humanidad.[2]

Lo que querían estos intelectuales cívicos no era distinto de lo que algunos aspiramos hoy, en una humanidad cada día más mandrilesca, y en una isla adormilada. Escribir, hablar, pensar para el mejoramiento de los otros, que a fin de cuentas somos nosotros mismos, todos, la sociedad, la nación, el país, es conservar la piedra imán de eso que todavía, a pesar de los pesares, llamamos Cuba. Como ellos en su tiempo, somos muchos los que insistimos en mover la aguja hacia los nortes posibles de la democracia, la libertad, el progreso. Pero antes que la brújula, lo que viene faltándonos a todos, para saldar este naufragio, es que estemos dispuestos, verdaderamente dispuestos, a navegar.

  1. “¿Qué se ha hecho de la diana?”, en Aguja de marear, Diario de la Marina, 24 de febrero de 1956.

  2. “Un rumor universal”, en Aguja de marear, Diario de la Marina, 28 de febrero de 1956.

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