✍ Mario Ramírez

Fotografía de Luis Carlos Hernández

Supongo que no soy el único que se lo ha preguntado. Sobre todo después de veinte horas de apagón, con la piel mantecosa de sudor y el cerebro navegando en el cráneo como un vegetal encurtido. ¿Es que nos convertimos, lentamente, como la cucaracha de Kafka, en una república norcoreana? ¿Vamos desde la construcción del nonplusultra comunismo a la adopción de una ideología juche que termine por —digámoslo en cubano— jodernos la existencia? No es que no la tuviéramos jodida, pero los extremos de nuestro nacional aguante nos recuerdan que siempre podemos estar peor.

En ese estar peor radica la clave del poder juche-cubiche. Si la iniciativa privada consigue algo de bienestar, aunque sea para unos pocos, hay que ponerle trabas, coaccionarla, cortarle los brotes antes de la floración inicua. En Pyongyang, ciudad jardín, se sabe. Los maoístas de la China tecnológica lo sospechan. El castrismo, sin ser juche, lo practicó hasta los ’90 y ahora una de sus facciones lucha por un retorno a aquel feliz atraso, donde, para unos poquísimos, estar peor es la forma más fácil de mantener el poder. Ábrele un orificio al batiscafo y que se hunda.

No somos juches porque ejercemos con efectividad la dependencia. Nuestro sur es el norte. Nuestro paralelo 38 una franja de mar que nos separa de La Florida; una escisión que es sólo política, mientras abrimos el jamo para atrapar los peces verdes o escapar a cualquier precio. ¿Intentaremos alguna vez la cerrazón absoluta, la autosostenibilidad insostenible, el songun y el songbun? ¿Después de un Comandante en Jefe eterno, nos dará por fabricar la bomba H o el misil balístico internacional, al costo de una hambruna fulminante?

En este bombardeo de apagones, gobierno mediocre, emigración en estampida y economía anquilosada, los cubanos de la isla resistimos con una pasividad extraordinaria. Por suerte sólo se nos pide de momento resistir, sería desmedido que a nuestros líderes supremos se les ocurriera exigirnos la felicidad de los rostros sonrientes de Kim Il-sung y Kim Jong-il. En la calle, en cambio, una invasión de carteles te repite el mantra: “Necesitas ser feliz”. Ignoro la intención original de este mensaje, o si son más los que, como yo, le hacemos una lectura contestataria. De mi parte, hermano, te invito a que te atrevas a ser, aquí, ahora, para buscar entonces la felicidad real, posible, antes de que sea demasiado tarde. ¿Qué necesitas?

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