✍🏻 Gastón Baquero
La fecha del 10 de octubre es quizá la más importante de la historia de Cuba después de la catástrofe geológica que separó de la Florida una porción de tierra que quedaría suelta en el mar.
La separación geológica, creadora de la isla, fue vista en todo su significado histórico por el poeta Ramón Vélez Herrera. Desde los tiempos de este aparece siempre un cubano que se pregunta por el destino de la isla, que es el propio suyo. Las respuestas a esa interrogante constituyen lo que podemos llamar filosofía de la historia de la isla, pensada por los cubanos mismos.
No es fácil resumir el cuerpo de ese pensamiento. Pero cabe señalar, como en todo proceso histórico, la presencia de una interpretación optimista, que ve en la condición de isla muy próxima, casi pegada al Continente, y en las condiciones naturales de dicha isla, una especie de oferta de felicidad tácitamente presentada a los cubanos por la Providencia. Hubo y hay también la interpretación pesimista o fatalista, que ve en la condición de isla tan cercana a un continente, y en las condiciones beneficiosas dadas por la naturaleza, la fuente perpetua de males y desdichas sin límites.
Esto, como punto de partida. Hay que agregar ahora el hecho de que ese continente tan cercano, dividido o divisible en Norte, Centro y Sur, representa un imán, un hecho inmodificable de atracción y de repulsión, de amor y odio, entre la pequeña Isla y el gigantesco cuerpo continental.
Nuestros aborígenes pudieron vivir sin sentir ni presentir la fuerza imantadora. A un paso de importantes civilizaciones, no se enteraron de su existencia. El aislamiento de la Isla solo se rompía por la presencia, más o menos efímera, de unos vecinos, los otros antillanos, que tampoco valían gran cosa en el marco de la civilización, de la cultura superior. ¿Por qué no hubo nunca, al parecer, contacto entre la Isla y el Continente? El Norte no existía para ellos. Nuestros indios, cuando miraban hacia afuera, miraban hacia el Este, que era como mirar únicamente hacia sí mismos.
Llegan los españoles, cuando lo hicieron para quedarse (las fundaciones de Velázquez); y lo hacen por el Este, con un pie puesto en Haití y el otro en Cuba. Velázquez halla los focos de población en siete lugares, que acaso equivaldrían para él a las Siete Ciudades que encandilaban la imaginación de los aventureros y de los exploradores. Significativamente, esas fundaciones —salvo la de Puerto Príncipe— están junto a la costa Sur. En esa costa se fundaría originalmente La Habana. Unos pocos años después, sería trasladado el villorrio al Norte, estableciéndose así, de modo misterioso, el destino dual de la Isla: prefieren sus hijos el Sur, pero la conveniencia obliga ya a mirar hacia el Norte.
Cuando los indios vuelven a navegar fuera de Cuba, ya bajo los españoles, viajan hacia el lado Norte del Continente, en 1519. Con Hernán Cortés fueron a la conquista de México cientos de indios cubanos, amigos del simpático Alcalde de Santiago de Cuba. Demetrio Ramos habla de más de 1400 indios en la primera gran aventura española en Tierra Firme. ¡Adiós a los cortos viajes al Este! De Santiago primero, y de La Habana después, saldrán las expediciones y los conquistadores: Hernando de Soto, Menéndez de Avilés, Ponce de León. No enfilan hacia los territorios de Cortés, sino hacia la Florida. Aquí se libran ya los primeros combates entre españoles y franceses, con los cubanos peleando junto a España, como dos siglos después pelearían contra los ingleses por la independencia de las Trece Colonias.
El indio “puro” cedió el paso al cubano, un tipo humano formado por el amasijo de tres sangres: la que restaba de indios, la aportada por “los que llegaron para quedarse”, y la de los que “fueron llevados a la Isla por la fuerza”, como clasificaba Elías Entralgo los factores o ingredientes étnicos de lo cubano. Cuando este cuaja o cristaliza, mira siempre hacia el Norte, pero siente la nostalgia del Este, y la del Sur. Los indios fueron a México, y los mestizos, blancos, mulatos y negros cubanos fueron a pelear por la independencia de Norteamérica. Los negros cubanos fueron siglo y medio antes los primeros de su raza en tocar territorio norteamericano, antes que los blancos del Mayflower.
La Posición Norte del destino cubano quedó fijada para siempre. ¿Para siempre? Sí, pero a regañadientes. El hombre del 10 de octubre, Céspedes el bayamés, quiere sacar a Cuba de la Posición Norte, además de sacarla de las manos de España. Céspedes mira hacia el Sur. Toma la bandera de Chile para no tomar la traída por Narciso López, hombre entregado en cuerpo y alma a la Posición Norte. López es, como Miranda, un hechizado por el imán.
A poco es vencido Céspedes por la fuerza del realismo, por el peso de la realidad, y cede ante los proponentes de la bandera nacida en el Norte. Y al sentir el cubano que él no es dueño de sus destinos, que está cogido en la trampa de la geografía, engendra un resentimiento amargo e intenso. No querría el cubano ser atraído por el imán, dominado por el destino de las islas muy próximas a un Continente, que es ser Colonia, ser colonizado, ser asimilado.
Contra ese destino, contra ese fatum, pelea desde el siglo XVIII la conciencia cubana. Es una pelea agónica, un Sísifo que no dimite jamás de su esperanza. De la esperanza que le dicta su conciencia, su historia ideal. A despecho de la realidad y de las realidades, el cubano persiste en regresar a su destino-raíz: mirar hacia el Este, hacia el Sur, librarse del imán, vivir completamente libre.
Justamente por lo que tiene de imposible ese ensueño es por lo que tenemos los cubanos de hoy, como lo tuvieron los cubanos de ayer y lo tendrán los cubanos de mañana, el deber de no darnos por vencido.
(Publicado originalmente en El Nuevo Herald, 10 octubre 1990)
Gracias por tan desconocida historia.