Rafael Almanza
¿Cuál fue la estrategia del mayimbato ante el fin del socialismo? La primera reacción fue negarse a creer que iba a tener un fin. Durante el golpe de estado de agosto de 1991, Granma dejó claro que la Unión Soviética tenía armas nucleares y que con eso se arreglaba la cuestión. El Jefe había querido adelantarse a los acontecimientos, y en una oportuna visita a la URSS levantó los ánimos de los que estaban presentes en la sala, para que fueran responsables y combativos contra la traición y el imperialismo. Ellos habían reaccionado con entusiasmo ante esas palabras y todo volvería a la normalidad. Siendo el Máximo un mantenido por la Unión Soviética, jamás entendió que la Unión Soviética vivía de sí misma y quería vivir bien de sí misma. La Nomenclatura sospechaba, en el momento de la glásnost, que había que enterarse de cuán difícil era ya esa tareíta. El momento clave llegó cuando Gorbachov designó primer ministro a Rizhkov, y este señor solicitó a todos los departamentos del Partido, por separado, una descripción de los problemas de su área. Rizhkov se quedó espantado con la lectura de los más de cien informes. El país estaba mucho más destruido de lo que habían supuesto o imaginado. La Nomenclatura hizo pues lo único que podía hacer: mirar la realidad y tratar de enfrentarla. La solución que se impuso a la larga fue la de ingresar al capitalismo salvaje, con Yeltsin. La variante socialdemócrata de Gorbachov fue desechada por ambigua, insuficiente, lenta. Cumpliendo al pie de la letra la profecía de Rebelión en la Granja, los comunistas abandonaban las cuatro patas y se ponían de pie. No creo que el Máximo leyera jamás a Orwell.
El hecho de que el golpe de 1991 durara menos de tres días dejó claro que el regreso al fracaso sin fin era imposible para todos, para la Nomenclatura, para el pueblo, para los militares y para los espías de la KGB. Pero no para el Máximo. Téngase en cuenta, desde luego, que después del golpe hubo mucha turbulencia política: de los comunistas que se negaban al cambio y de los estrenados socialdemócratas negados a la terapia de choque de Yeltsin. Con estos últimos, que eran funcionarios electos al parlamento ruso, Yeltsin intentó más o menos negociar, pero no se entendieron. Es así que en 1993 Yeltsin le entra a cañonazos a su propio parlamento rebelde. Lo que no hicieron contra él dos años antes, lo hizo él contra sus antiguos compañeros. Más de quinientos muertos y mil heridos, que convierte a Yeltsin en una versión muy aumentada del Napoleón del 18 de Brumario. Asombrosamente, tanto los políticos como el pueblo apoyaron a este criminal, unos por el riesgo del retroceso y otros por el gusto de siempre de ese pueblo por un tipo que demuestre ser zar, sea el que sea y para lo que sea. Yeltsin siguió creando a los nuevos ladrones millonarios y ellos le pagaron las elecciones, y sobrevivió en su fortaleza medieval, alcohólico y cardíaco, por toda la década. Por otro lado, Chechenia intentaba la independencia y se abría una guerra espantosa. Rusia caía en una depresión brutal en todos los órdenes. El capitalismo bien vale una ruina.
La mayor parte de estas noticias eran, sí, transmitidas por los medios del Máximo. Debían ser para nosotros las evidencias de lo que le pasaba a un país cuando no escuchaba las profecías del Único; cuando se abandonaban la maravilla del socialismo, los héroes de la guerra y el vuelo de Gagarin, de los que tanto habíamos oído hablar durante años y años, hasta amarlos como ejemplos de sabiduría y moral invencibles. Todo eso debía interpretarse sin palabras, porque mientras Yeltsin lo dejaba sin un rublo y hundía a Cuba en una catástrofe que todavía dura, nunca hizo uno de esos juicios con los que acostumbraba a descalificar moralmente a sus enemigos. Al presidente de Colombia le había dicho mentecato, pero jamás a un ruso, a un distinguido presidente capitalista Yeltsin. La humillación de la retirada de los misiles en 1962 se la había tragado completa. La invasión de Afganistán no fue protestada, a pesar de que presidía a los No Alineados que la rechazaron junto al mundo entero. Dejó de ir a sus queridas Olimpiadas para evitarse problemas con el papi. Cuando Putin le cerró la base de espionaje de Lourdes en La Habana tuvo un arrebato puntual y nada más. Sin embargo, en 2024 presenciamos la victoria de ese silencio de largo alcance: otra vez somos soviéticos, o por lo menos millonarios rusos. Esta victoria declara que el Máximo jamás estuvo aliado con socialistas o socialismos, con marxismos ni ideologías, sino con un Imperio, un Goliat que él sabía que iba a durar y con el que siempre se podría contar para sobrevivir. En algún momento habló del desmerengamiento del socialismo. Vamos, qué precisión. El lindo merengue socialista ocultaba por debajo una masa de gente rica, abusadora e imperialista, igual a la del Máximo y su tropa.
Con esta claridad de objetivos, el análisis, la interpretación, la explicación del desastre soviético fue obviada por el Único. Desmerengamiento, puñalada trasera, labor de la CIA con la KGB, cualquier frase lo dejaba todo claro. La palabra traición no la recuerdo, aunque era la que correspondía. Téngase en cuenta que el Partido Comunista de Rusia sigue existiendo y es la segunda fuerza del parlamento putiniano. Y el dirigente de ese partido ha declarado una y otra vez que las catorce repúblicas secesionistas son propiedad de Rusia y que su destino manifiesto es recuperarlas. Los comunistas rusos dejan claro que son más imperialistas que Putin, por la sencilla razón de que son comunistas rusos. Y los del tercer partido, el Liberal Democrático, conocido más bien como los neofascistas, aseguran que los soldados rusos lavarán sus botas en el Índico. Se trata del destino manifiesto de Rusia que se hereda de la pretensión paneslavista y ortodoxa: entraron en la Primera Guerra Mundial, decían, para volver a poner la cruz en Santa Sofía de Estambul. La Media Luna sigue ahí. Todos los pueblos de la antigua Yugoslavia también son eslavos y por lo tanto forman parte del llamado mundo ruso; y Moldavia, Georgia y Armenia si se descuidan. Ese mundo no resulta ser tan global, pues Kazajistán y los otros pueblos asiáticos del Imperio parecen interesarles menos. Yeltsin ni siquiera los convocó para acabar con la Unión. Sin embargo, hemos visto al anciano patriarca de Moscú visitando la Antártida. Es delirante la ambición imperial de los dirigentes de ese glorioso pueblo, que erige en un impresentable Goliat a un país que no es más rico que Brasil o México, pero que practica el chantaje nuclear, como si no recordaran el año 1962. Políticos de tantos países intentan moderar al imperialismo ruso, recordarles que no estamos en 1914, que acabarán repitiendo el ciclo. Pero no es el caso del mayimbato. Ellos recuerdan sus juveniles y musicales noches en Moscú, los conocen. Están encantados de volver a tener aunque sea a medias un Goliat. Y mirando a China, creen que sí, que después de Putin los comunistas regresarán al poder, y el capitalismo sin democracia se hará más nítido, más fuerte y más generoso. El Goliat regresaría con mejores posibilidades para mantener al mayimbato.
Por otro lado, cualquier intento de explicación del desastre del socialismo era cabalmente peligrosa. En 1987, cuando el desastre apenas comenzaba, intenté entreabrir una puerta al asunto en un evento del Centro de Estudios Martianos. Una profesora universitaria le protestó al director del Centro por permitirme hablar de la perestroika en público, según dijo, cuando el Único aún no se había pronunciado sobre el asunto. Y de inmediato se pronunció en contra. Hablé y los académicos me atacaron en pelotón cerrado, rodilla y tierra y bayoneta lista. Algunos habitan hoy en Tierra Florida… La ley del silencio siguió rigiendo en forma implacable, y me asombra que de tantos académicos conscientes y a sueldo como posee el gobierno, ninguno haya intentado algún librito para refutar o explicar el desmerengamiento. Jamás les dieron esa orden. En realidad no se puede abordar el tema, ni siquiera en la revista Temas, desde criterios marxistas. La profecía del marxista Milovan Djilas, por no hablar del socialista Orwell, se cumplía al pie de la letra. La Nueva Clase, la Nomenclatura se transformaba en burguesía, y en el caso de Rusia, en burguesía imperialista.
Por otro lado, los procesos que llevaban al desastre del socialismo mundial se daban en Cuba con virulencia. Yo bajaba de la calle Infanta a la Rampa cuando vi una enorme y gruesa cola en el cine Yara, como jamás había visto. Más bien una Marcha del Pueblo Combatiente, pero inmóvil. Llegué a casa de mi familia, en J y 21, y pregunté qué pasaba. Silencio, como si yo estuviera insultando a la señora de la casa, mi amiga. Al fin mi primo, nada comunista, me dijo: es una película contrarrevolucionaria, y los miembros del Partido están citados para que acudan, a fin de reaccionar contra los que se rían. El Yara estaba tomado militarmente, hasta el punto de que le negaron la entrada a un alto dirigente del ICAIC, que supongo que luego la vio y se rio. Yo era el único que se reía en el cine Guerrero en Camagüey, y los militantes me miraban con enojo. La persona que dirigió el operativo disfruta ahora del exilio. Alicia en el pueblo de Maravillas, comedia honesta y brillante, era el testimonio contundente de que aquí habíamos llegado a las mismas conclusiones acerca de los prodigios del socialismo. La exhibición de ese filme en semejantes condiciones dejó claro a los cineastas, a los académicos a la violeta mayímbica y a cualquiera que intentara equivocarse, que aquí hasta la risa chapliniana estaba prohibida, y que había un pueblo entero listo y sobre todo citado para partirles la cara.
Cuando al fin se consumó el desplome, sin embargo, algunas mentes quedaron desafiadas. Es lo que vemos en otro filme, Páginas del diario de Mauricio, de Manuel Pérez. Mediocre, interminable, a ratos indignante por su cinismo, este filme es la otra cara de las Maravillas: un profesor de marxismo desconcertado por los acontecimientos. Se volvieron locos, le dice su amigo el mayimbito. Yo no puedo renovar tu fe como haces tú, le dice el profesor, ¿qué le digo a mis alumnos? Pues nada, y el profesor, que manifiesta todo el tiempo un asco admirable por la vida popular, sus miserias y sus gentes, renuncia a sus alumnos y se dedica a sobrevivir con elegancia en tareas de diplomático. Retrato, por cierto, de un intelectual al que conozco. La última escena nos dice bien claro que ellos son personas en sí y de por sí superiores, y por eso se merecen tener lo que otros no tienen, y por eso Cuba les pertenecerá siempre, pase lo que pase. Este descarado filme apenas se ha visto en el país. Ni cuando le dieron un premio. Es, realmente, peligroso. Exhibe por única vez en el cine del ICAIC la vida del mayimbe, y afirma la voluntad de poder que los mueve.
Los dirigentes soviéticos estaban lejos de disimular su bienestar. Merton decía que Jrushov parecía un burgués, con su elegante sombrerito. Brezhnev resultó más primitivo, intentando pasar por soldado heroico con sus medallas, pero su hija alardeaba de no conocer el famoso metro de Moscú, por viajar a la escuela en limosina. En 1975 fui instruido por aquella viceministra de Educación de la República Socialista Soviética de Bielorrusia, moviendo sus manos de forma tal que pudiéramos admirar sus joyas. La elegancia del traje de Gorbachov, su buen tono europeo, causaron admiración. Pero el mayimbato oculta sus privilegios. Cuando le conté a un amigo por el año noventa que el gobierno acababa de gastar más de veinte mil dólares en un perro procedente de la Casa Real danesa, con destino al Coto de Caza de Najasa, me dijo que yo escuchaba a la contrarrevolución. Era el comentario en la empresa que yo trabajaba y que atendía al Coto. El amigo negaba la existencia del Coto, lugar paradisíaco para mayimbes y sus extranjeros. Los antílopes del Coto, los corceles árabes, las mansiones del Consejo de Estado, los yates y las pesquerías, esas casas de lujo que vemos en los suburbios con las puertas y las ventanas siempre cerradas, ¿pertenecen al pueblo? Un ruso es monárquico, el príncipe Sigfrido resulta un campesino en la versión del Lago del Ballet cubano, pero a uno del Balshoi las maneras aristocráticas le salen con naturalidad. Y desde luego, hay una diferencia entre el nivel de riqueza de Rusia y el de Cuba. Pero es un hecho que el burócrata nacional, por muy peinado que esté, demuestra sensibilidad con el pueblo, y le oculta cómo vive y sobre todo cómo disfruta. El filme de Pérez nos deja ver algo además acerca de cómo se maneja y cómo piensa el burócrata de clase inferior, y de los sufrimientos de alguno. Pero lo esencial de cualquiera de ellos es esa conciencia de una superioridad que jamás podrá ser discutida.
De manera que el ocultamiento de las causas del desastre por parte del Máximo y sus soldados más cercanos, es tiempo ganado por un tiempo, y tiempo perdido. El mayimbato está ahí, con su variedad y sus detestables misterios. Socialismo y mayimbato son inseparables. Usted puede meter en la cárcel a todos los opositores, pero no puede ni siquiera perseguir a un número demasiado grande de mayimbes. Ellos son la armadura del poder. De ahí que las repetidas consignas de lucha contra la burocracia y la corrupción suenen ridículas. La caída de mayimbitos es puntual e inevitable y ellos asumen ese destino por los atractivos y los beneficios del poder, que aman en forma irresistible. Como dijo Goering cuando se rindió: durante doce años fui todo. El mayimbato es una nomenclatura de tipo militar, diferente de la soviética que era política y de managers de la producción. Aquí no se hace política y esos managers son los reyes del fracaso. Por esa razón, pertenecer al mayimbato, mientras duren los guerrilleros, conlleva un riesgo elevado de parar en cualquier momento, y por cualquier razón, en el basurero de Maravillas. Pero aun con estas salvedades, el socialismo necesita de esa tropa para controlar y manejar el país. Los managers lo saben, y se hacen de una vista tan obesa como ellos mismos con el fracaso del socialismo, que conocen mejor que nadie. Están situados. Si logran mantener el sitio, seguirán ahí. Los de más alto rango se creen perpetuos. Pero los de menor rango pueden esperar a que dejen de serlo, y entonces será la gran oportunidad. Será imposible cambiar a todos los managers, incluso a los del Ministerio del Interior, de un golpe. Dicho de otra manera: se puede ocultar el fracaso a cualquiera que no sea mayimbe, y esos mayimbes estarán situados para nuevas bendiciones de poder, o es lo que creen, cuando por alguna razón, método o vía, el fracaso termine.
Gran texto, como siempre… 👏🏻👏🏻👏🏻