La segunda administración de Donald Trump abrió como un relámpago. Uno grande, que está sacudiendo al establishment político norteamericano al transparentar el uso de fondos de USAID, revertir la política de frontera abierta de la administración Biden, y nombrar un gabinete que promete desde hacer a América saludable de nuevo o enfocar la maquinaria de defensa en la letalidad, hasta desarticular ideas discriminatorias como la DEI.

Los pasos han sido tantos y a tal velocidad, que es perceptible una desorientación entre los grandes medios de comunicación. No han logrado hallar un foco común para disparar.

Pero, más allá de la política interna, siendo Estados Unidos la potencia global, ¿qué perspectivas hay para el continente americano a partir del cambio en la Casa Blanca?

Desde Miami, el politólogo Julio M. Shiling se ha dedicado por años a monitorear el tema. Conferencista, autor de catorce libros y comentarista en medios, dirige las webs Patria de Martí y The CubanAmerican Voice. Tiene una Maestría en Ciencias Políticas de la Universidad Internacional de la Florida, y es miembro de The American Political Science Association, el PEN Club de Escritores Cubanos y la Academia de Historia de Cuba, ambos en el exilio.

Caribe

—En el caso de Venezuela, el régimen ha reaccionado en un tono muy comedido, sin las grandilocuentes bravuconadas que con otras administraciones anteriores, ¿a qué se debe?

La reacción que hemos visto del régimen de Maduro en Venezuela, se atribuye a la realidad de que el socialismo continental, como muchos otros regímenes liberticidas, tienen temor al nuevo gobierno de Estados Unidos. Por eso está ejerciendo una reserva muy grande, una prudencia calculada, si se quiere.

—¿Crees que la recepción de criminales a deportar como los del Tren de Aragua pueda hacerse realidad?

Sí, por supuesto. El régimen de Maduro, el castrocomunismo, ninguno va a poder o querer tomar una postura de enfrentamiento a ningún costo. No tienen los recursos ni el apoyo de una potencia extranjera que en este momento esté dispuesta a enfrentarse a los Estados Unidos. Tendrán que ceder en ese sentido.

—Al régimen de Daniel Ortega, en Nicaragua, otro aliado clave de Castro y Maduro, ¿qué crees que le espera?

En el nuevo gobierno de Donald Trump, la dirección de la política exterior está diseñada, en gran parte, por Marco Rubio —quien ya era un asesor en cuanto a América Latina de Trump desde el 2016—.

Él tiene un entendimiento de que Nicaragua, como también Venezuela y Bolivia (y podemos incluir allí a Gustavo Petro, en Colombia, y Luis Ignacio Lula da Silva, en Brasil) son neocolonias de Cuba comunista. Vemos en estas naciones conductas en línea con los dictámenes de La Habana.

Nada en cuanto a las relaciones que estos regímenes y gobiernos aliados del comunismo cubano, van a tomar un curso que se salga del guion que La Habana ya tiene preparado, como reacción a esta segunda administración de Trump que, sin duda, tiene un enfoque muy diferente al gobierno previo.

El caso del sandinocomunismo, algo que algunos llaman también el orteguismo, es un caso que nos ofrece lecciones en cuanto a lo que no se debe hacer. En Nicaragua, tras la derrota electoral del Frente Sandinista de Liberación Nacional, ningunos de los gobiernos democráticos subsiguientes llevó a cabo un proceso de justicia transicional. Eso fue un grave error. Como la evidencia empírica nos demuestra, en regímenes dictatoriales de esta estirpe, cuando el proceso de democratización carece de mecanismos justicieros que investiguen el pasado, responsabilice a los criminales y tome medidas prudentes de lustración, el despotismo vuelve al poder posteriormente, en una forma variada pero esencialmente liberticida de igual manera.

—Como adelantabas, hemos visto a la administración Trump poner en manos de varios cubanoamericanos la política exterior estadounidense hacia Iberoamérica. De los embajadores ante Argentina, Panamá, República Dominicana y España, hasta llegar a Mauricio Claver-Carone como Encargado de Asuntos Latinoamericanos, y Marco Rubio como secretario de Estado. ¿Por qué ocurre esto?

Muy cierto. Y la explicación es sencilla. El presidente Trump tiene una afinidad especial con los cubanos. Primero, una mayoría de cubanos, como grupo minoritario étnico de los Estados Unidos, apoyó a Donald Trump en su reelección.

Y esto va desde muchos años, incluso antes del anuncio que él hizo formalmente para entrar en la política como candidato presidencial. Tenía esa relación, si recordamos, desde un acto en el Museo de la Brigada 2506, en Miami, donde de parte de Trump hubo un pronunciamiento muy contundente a favor de la causa por la libertad cubana.

Siempre ha habido un lugar especial, me atrevo a decir, del presidente hacia los cubanos y, creo, que una reciprocidad extraordinaria del apoyo de los cubanos y cubanoamericanos hacia él y al movimiento Make America Great Again en general.

Otra cosa que también debe ser un factor en la cantidad de nombramientos diplomáticos está en los logros de los cubanos y cubanoamericanos en Estados Unidos en todas las esferas sociales.

Es algo que también una persona que aprecia tanto la cuestión de la meritocracia como Trump le ha ganado respeto, y está reaccionando acorde a eso.

—La apertura de la frontera sur estadounidense durante la administración Biden posibilitó la entrada al país de millones de individuos. Las identidades de muchos no han sido verificadas. Entre ellos, ingresaron al país represores y voceros del régimen castrista. ¿Crees que haya una solución para deportar a esa masa de individuos que tanto daño hicieron en Cuba?

La inmigración en masa es un instrumento de guerra usado largamente por el castrismo. Ese siempre ha sido el caso por varias razones.

Primero, porque violenta la ley y le da una voz al régimen castrista frente a los Estados Unidos.

Segundo, más recientemente, La Habana lo ve como un traslado de su fuerza laboral a los Estados Unidos, con vistas a los recursos que van a recibir en términos de remesas y, como ellos controlan la entrada de cubanos a la isla, pues es una forma de domesticar, de establecer una inmigración leal que no va a sumarse a manifestaciones públicas de oposición —aunque en el fondo critique y no simpatice con el comunismo cubano—, porque quiere poder volver a entrar al país.

Esto que explico es la expectativa, no quiere decir que necesariamente se dé, pero este es el propósito subversivo: impactar en la política de los Estados Unidos lanzando una masa de personas en la frontera sur.

Sobre si se pueden deportar a tantas personas, Estados Unidos tiene varios precedentes. En 1954, en un año, el gobierno de Dwight Eisenhower deportó a más de un millón de personas.

Y esa clase de proceder es un compromiso del nuevo gobierno, porque el hecho de que millones hayan entrado de todas partes del mundo a los Estados Unidos, de una manera descontrolada, ha tenido un impacto. Ya todos sabemos los niveles de crimen, el factor inflacionario, particularmente en la vivienda, el hecho de que se haya favorecido con recursos públicos, de modo desproporcional, a inmigrantes ilegales, versus ciudadanos de este país, como los damnificados por el huracán Helene, en Carolina del Norte.

El pulso popular norteamericano está a favor de deportar a quienes entran de forma ilegal, especialmente a quienes luego cometieron crímenes.

Puede que haya resistencia de parte del castrismo o sus neocolonias en el Caribe.

De otro lado, no creo que vaya a ser fácil encontrar y deportar 10 o 15 millones de personas. Al menos ahora la entrada por la frontera sur prácticamente se detuvo.

En una primera fase, van a deportarse a aquellos que han cometido otros crímenes, pero estas acciones van a continuar, porque es una manera de reforzar el Estado de derecho.

Vamos a ver también, en cuanto al caso de personas que llegan a Estados Unidos afirmando que sufren persecución política, y esto les da el privilegio de recibir entrada y asilo bajo ese argumento, pues que se les condicione a no regresar al país del que dicen estar huyendo, por un tiempo de diez años.

Marco Rubio se ha referido a este tema hace un tiempo, y es posible que se ponga sobre la mesa próximamente.

—Sobre el tema de las sanciones tanto a Venezuela, como a Cuba y a Nicaragua, ¿cuál te parece que será el rumbo que tomará la administración?

De hecho, ya eso se está gestando.

No hace mucho el secretario de Estado, Marco Rubio, se reunió con su contraparte en Argentina para establecer alianzas en el enfrentamiento al socialismo continental.

De ser electo, por ejemplo, Jair Bolsonaro, como presidente en Brasil, será otro aliado que se sumará. Se rumora que, de postularse, ganaría nuevamente la presidencia.

Vamos a ver que, de hecho, otro de los frentes que Estados Unidos va a enfocarse es buscar vías para resolver el problema del narcotráfico, que influye en alguna medida en el tema de los éxodos masivos. Y la esencia de ambas cosas tiene nombre y apellido: en gran medida el papel del socialismo continental.

De modo de que la solución es producir cambio de regímenes. Y vamos a ver una política mucho más agresiva, buscando ese fin; para enfrentar que Cuba comunista es la cabeza de ese mal en todo el continente. De eso no cabe duda.

Suramérica

—Un actor clave en Suramérica, por su estratégica e histórica relación con los Estados Unidos, es Colombia. Sin embargo, ahora bajo un gobierno izquierdista, hemos visto tensiones, ¿cómo avizoras que se conduzcan las relaciones entre ambos estados?

Primero, tenemos que entender que desde los años 1990 el socialismo continental se viene reformando y perfeccionando por una movida subversiva de La Habana. Con la caída del comunismo soviético, pasó a establecer el modelo dictatorial del Foro de Sao Pablo.

El caso particular de Gustavo Petro, ahora presidente de Colombia fue instrumental en obedecer y acatar las instrucciones castristas de abandonar la lucha armada para incorporarse a la metodología adoptada en el Foro de Sao Pablo: entrar en la vida pública, intentar de ganar elecciones para, una vez exitosos, perpetuarse en el poder desnaturalizando el sistema democrático.

Esa ha sido la vía que la mayoría de los izquierdistas ha intentado. En algunos lugares no lo han logrado al nivel de perfeccionamiento que en Venezuela, en Nicaragua o en Bolivia. El modelo dictatorial del Foro de Sao Pablo urge de, por ejemplo, coaptar a las fuerzas armadas y producir cambios constitucionales clave para permanecer en el poder.

Eso no pasó en Ecuador, por ejemplo, por eso Correa se fue, eso no pasó en Brasil (en gran parte porque Bolsonaro era parte de la inteligencia de las Fuerzas Armadas y entendía perfectamente bien este proyecto que engendró Fidel Castro), y en Colombia Petro está teniendo dificultad llegar a ese lugar que el socialismo continental anhela, por la sencilla razón de que las Fuerzas Armadas en Colombia están resistiendo, y las instituciones están fortalecidas.

La reacción inicial de Petro, de querer enfrentarse a Trump al decir que no iba a aceptar la deportación de personas que habían cometido crímenes en los Estados Unidos, no duró mucho. Enseguida la oposición colombiana insistió en que Petro iba a arruinar una relación larga y muy importante con Washington.

Durante la administración Trump, en gran medida se van a fortalecer alianzas, el socialismo continental ya esta recibiendo instrucciones desde La Habana, y en esto podemos incluir a México también.

La relación con Petro no se va a fortalecer, y quizá veamos un acercamiento de la administración Trump con la oposición. De otro lado, no creo que Colombia vaya a caer en el modelo dictatorial del Foro de Sao Paulo.

—El caso de Argentina es completamente distinto. El propio presidente Javier Milei considera a Estados Unidos un amigo y aliado en su intención por reedificar la economía nacional…

Javier Milei entiende bien la naturaleza del enemigo y tiene un compromiso moral e ideológico con la causa de la libertad. Esto lo diferencia de muchos políticos demócratas latinoamericanos, que han demostrado apego en un sentido simbólico, con pronunciamientos públicos, pero sin pasar de ahí. La praxis ha sido muy tibia.

En cambio, vemos a Milei en lugares como el Foro de Davos, donde a los representantes del globalismo —que es el socialismo de tipo fabiano y es la gran amenaza del mundo democrático occidental—, les criticó en sus caras la campaña de subversión y el gran daño que esas corrientes de pensamiento le estaban haciendo a la libertad y al mundo libre.

Precisamente, Trump tiene muchas cosas en común con Milei, hasta en su estilo. Y podemos añadir también la figura de Elon Musk, que tiene una afinidad con el presidente argentino.

O sea, Milei va a recibir una solidaridad extraordinaria de los Estados Unidos bajo esta administración para, precisamente, enfrentar el socialismo continental y establecer un modelo sano y uno de libertad para América Latina.

—El doctor Carlos Sánchez Barzaín ha llamado, entre otros, al boliviano como uno de los gobiernos paradictatoriales de la región. ¿Cómo ha reaccionado el Palacio Quemado ante la toma de posesión de Trump?

Tal vez el gran fallo de Bolivia fue cuando desperdició hace un par de años ya el ejercicio del derecho a la rebelión. Era el momento de, realmente, llevar a Bolivia hacia una plena democracia con libertad, encarcelando a Evo Morales e ilegalizando su partido, el Movimiento al Socialismo —que más que un partido político parece una maquinaria de guerra, un instrumento de subversión y no debería de ser permitido participar en elecciones—.

Tomando en cuenta los elementos que Bolivia, bajo el socialismo, le ofrece al narcotráfico (desde producción hasta distribución), es razón suficiente para que Washington no mire con buenos ojos lo que está ocurriendo allí. No puede separarse a Bolivia de la ecuación de amenazas para los Estados Unidos, porque la droga que está entrando al país representa un riesgo de seguridad nacional.

Y aunque estamos tratando todos estos países por separado, la realidad es que forman un frente común, en el que Cuba es su cuartel general, jugando hoy el papel que jugó la Unión Soviética antes de los años 1990. La diferencia es que la Unión Soviética mandaba y financiaba las operaciones, pero en el caso de Cuba, ella manda y ordena, pero vive a costa del petróleo venezolano, del narcotráfico, el neoesclavismo de la mano de obra de sus propios ciudadanos, y las remesas de los cubanos que está exportando.

—Ecuador, inmerso en elecciones presidenciales, se debate entre una continuidad oficialista y el regreso al correísmo. Un gobierno de esta segunda corriente, ¿modelaría una política exterior hostil a los Estados Unidos? ¿Se aliaría a los gobiernos de Xiomara Castro, en Honduras, o Claudia Sheinbaum, en México?

Ecuador es uno de los casos exitosos que logró escapar del neo-colonialismo castrista, simplemente porque las fuerzas armadas no sólo que no fueron cooptadas, sino que a Rafael Correa directamente la advirtieron que si seguía en su curso liberticida ejercerían el derecho de rebelión y lo iban a sacar del poder. A Correa pues no le quedó otra que ser mucho más pragmático en su modelo de gobernanza.

Sin lugar a duda, vemos cómo el movimiento socialista subversivo en América Latina, repito, dirigido desde Cuba, no descansa y podrá aceptar una derrota, pero la derrota la ven simplemente como una exigencia para esperar un tiempo y volver otra vez a la ofensiva.

Ecuador acaba de tener unas elecciones. Va a ir de nuevo a una segunda vuelta, y vemos el gran problema de estos elementos que se mueven y continúan su activismo para regresar al poder.

Es por eso que los Estados Unidos está buscando establecer alianzas con países como Argentina y con movimientos democráticos en la región para ofrecer una alternativa. Es muy estimulante ver que la primera región que visitó Estados Unidos, representado por Marco Rubio como Secretario de Estado, fue América Latina. Esto es muy importante, nos deja ver que hay un enfoque que da mucha más prioridad a América Latina que tal vez en otros momentos, máxime ahora con un panorama tan diverso políticamente.

Tenemos, por ejemplo, en El Salvador un gobierno que, pese a las imperfecciones que podría tener, está mucho más en línea ideológicamente con la defensa de la libertad y el querer combatir corrientes delictivas que responden a intereses globalistas y socialistas.

En México, con el partido Morena —engendrado por la inteligencia castrista—, el panorama es desolador. Ahora está a la cabeza del país Claudia Sheinbaum, que es una marxista convencida. Brigadas médicas castristas están trabajando en México en instituciones como las fuerzas armadas (porque tienen que ser cooptadas). El papel de las milicias autónomas de los carteles de droga mexicanos, tiene similitudes a grupos como Hezbollá, en Medio Oriente.

Pero cuando Trump declara a los carteles de droga como organizaciones terroristas, no se trata de un simbolismo, sino que le da la licencia para actuar en cualquier lugar (incluyendo territorio mexicano) a militares de los Estados Unidos, soberanamente, en defensa de la seguridad nacional.

Por la frontera sur de Estados Unidos entra el 90 por ciento de la droga al país. La muerte por sobredosis es la mayor causa de muerte de hombres norteamericanos entre los 18 y los 49 años de edad. Entonces, repito, es un problema de seguridad nacional.

La relación con Trump, amén de dar una impresión de que hay un apoyo tácito (porque el presidente Sheinbaum se comprometa a mandar 10 mil soldados mexicanos a la frontera) no quiere decir que Washington no entienda la naturaleza contraria a la libertad del gobierno de Morena. No me parece que Estados Unidos se está creyendo la farsa de que estos gobiernos que aun operan de forma democrática es porque aman la libertad, sino porque no han logrado establecer los modelos dictatoriales que tienen por paradigma (como el cubano).

—¿Se acabó la alianza del Socialismo del Siglo XXI en Suramérica?

Por supuesto que no. Simplemente va tomando otros matices, pero todo sigue en el mismo curso de intentar llegar al poder.

Ha habido una mutación y la metodología definitivamente cambió de llegar al poder por la vía democrática y después de naturalizar el sistema y quedarse en el poder. Todas las medidas que estamos viendo de los Estados Unidos están desfinanciando a muchos grupos que estaban promoviendo a través de América Latina corrientes como de Ideología de Género, de teoría crítica queer, y otras herramientas subversivas para promover el socialismo cultural. Y se le está golpeando a estos grupos donde les duele.

Es increíble que en América Latina se haya financiado por otros gobiernos de los Estados Unidos todo esto, que en ninguna manera promueve los intereses de la libertad, de la democracia, o de los valores norteamericanos. Nadie lo cree, mucho menos los contribuyentes estadounidenses.

De modo de que esto refleja un despertar, un despertar en los norteamericanos, gracias al movimiento MAGA. Movimiento que se está enfrentando a los preceptos globalistas de la Unión Europea, que se está enfrentando al terrorismo islámico, el totalitarismo chino, el modelo post-soviético ruso conocido como putinismo…

Es muy saludable y estamos viendo manifestaciones, en diferentes maneras, incluso en los propios Estados Unidos, desmantelando el estado administrativo y revirtiendo los avances del marxismo cultural en instituciones estadounidenses.

—Lula, uno de los principales promotores de esa corriente neomarxista, parece haber optado por una política exterior de bajo perfil en cuanto a sus críticas a Trump. ¿Por qué?

¿Por qué estamos viendo esto? Es muy sencillo. El interés de Fidel Castro cuando engendró el modelo dictatorial del Foro de Sao Pablo era darle una apariencia de cierta moderación.

O sea, cuando ya se dieron cuenta de que iba a ser muy difícil coaptar las fuerzas armadas brasileñas, pues han utilizado a Brasil como mediador. Lo vimos tanto con Lula, como bajo el otro gobierno de izquierda previo, el de Dilma Rousseff.

Pero ese papel de mediador es para beneficiar en todas sus recomendaciones al castrocomunismo, o sea que esto no ocurre al azar.

En lo interno, fíjate en la persecución contra el ex presidente Bolsonaro y las campañas de censura que se han estado llevando a cabo en Brasil bajo Lula y un grado menor, pero con la misma intención bajo Rousseff. Obedecen a un guion que tiene espejo en los Estados Unidos, cuando se ejerció contra Trump por la maquinaria demócrata y se llevaron a cabo campañas de censura casi exactas a lo que estamos viendo en Brasil.

Esto no es casualidad, es el guion nacido de pensadores de la Escuela de Frankfurt, de Herbert Marcuse, en lo que se llama tolerancia represiva, o sea, un efecto que llamaba a no tolerar ninguna posición que pudiera contrariar, y si había que suspender derechos civiles a las personas, pues bueno, se suspendían. Básicamente era una argumentación de censura, pero bajo el pretexto de que se está promoviendo un espacio de libertad al reprimir. Y esto lo hemos disfrazado en, bajo los nombres de “lenguaje de odio”, “crimen de odio”, bajo la “desinformación”.

Todos estos son mantras que usa la izquierda radical para censurar. Si esto ha ocurrido y así ha funcionado en Brasil, bajo Lula, podríamos preguntarnos por qué hay cierto pudor en cuanto a las críticas a Trump. Sólo se trata de una movida estratégica, a solicitud de La Habana, para hacer avanzar intereses mayores.

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