Es posible que tengamos de Quesada la imagen de un hombre de edad madura en el momento de la Constituyente. Quizá porque lo relacionamos con José Martí, de quien fue colaborador cercano desde muchos años atrás. Quizá porque era el representante diplomático de la República en Armas en los Estados Unidos, posición que asociamos con la gravedad de un hombre mayor. Al pisar el Teatro Martí para participar en los debates de la Convención, sin embargo, Quesada estaba a punto de cumplir apenas 33 años. En esas lides, una edad temprana, sin lugar a dudas.
El delegado de los equívocos
Quesada es el delegado de las incomprensiones y los equívocos. En ese sentido tuvo muy mala suerte. Para algunos era el discípulo predilecto de Martí y, por lo tanto, el continuador fiel de sus ideas. Para otros era simplemente un “criptoanexionista”, casi un traidor, que trabajó para ponerle la isla en bandeja a los Estados Unidos. En realidad no era ni lo uno ni lo otro. Es cierto que su estilo oratorio degradaba con facilidad hacia una demagogia —en el mal y el buen sentido— un tanto ampuloso.
Es cierto que por la propia naturaleza secreta de muchos de sus trabajos llegaba a esquivar los cuestionamientos directos con retórica grandilocuente. Es cierto que acudía con demasiada frecuencia a la arenga patriotera con gran irritación de sus compañeros de Convención. Especialmente los veteranos jóvenes de la manigua en la que Quesada no había estado, como Villuendas, se tomaban el trabajo de ponerlo en su sitio. No actuaba el joven diplomático, sin embargo, de mala fe. Servía a Cuba ante todo. Podía equivocarse, pero poner su lealtad en entredicho me parece un despropósito.
La estirpe
Uno de los equívocos más comunes que he escuchado sobre él consiste en atribuirle un lazo de filiación con Manuel de Quesada y Loynaz. El general en jefe camagüeyano de la Guerra Grande no era el padre de Gonzalo aunque procedieran del mismo terruño. Para mayor imprecisión, un senador de los Estados Unidos llegó a confundir a Gonzalo con Manuel mientras se discutía la aprobación de la Resolución Conjunta. John H. Gear, senador por Iowa, preguntó si el Quesada que se encontraba presente era el mismo que había crucificado 650 prisioneros años atrás. Se refería a un incidente inventado por la propagada española para empañar el prestigio de los insurgentes en la Guerra Grande. El senador Morgan le respondió que el Quesada presente, encargado de negocios del Gobierno cubano, era un hombre joven incapaz de tales atropellos.
Sin duda, tanto Manuel como Gonzalo procedían de las diversas ramas de los Torres-Quesada principeños. La persistente endogamia entre las élites locales del interior de la isla garantizaba la existencia de lazos de parentesco entre casi todas las familias importantes. Algunos apellidos se repetían sin cesar. Los Varona, los Betancourt, los Loynaz, los Luaces, los Miranda, los Aróstegui, los Cisneros, los del Castillo y algunos otros eran muy comunes. La prueba está en los propios padres de Gonzalo. Gregorio de Quesada y de Varona y María Isabel Aróstegui y de Quesada pertenecían a esa estirpe patriarcal casi extinta tras la Guerra Grande.
Un cubano en Nueva York
Ahora bien, otro equívoco común es pesar que Gonzalo nació en Camagüey y no fue así. Procedía de una familia camagüeyana que podía rastrear sus antepasados hasta los fundadores de la villa, pero nació en La Habana. No sólo eso, nació el 15 de diciembre de 1868, a unas semanas del alzamiento de Carlos Manuel de Céspedes. Peor aún, poco más de cinco semanas atrás se habían alzado también los camagüeyanos en Las Clavellinas. Mientras la madre se recuperaba del parto, llegarían noticias de que gran parte de la familia ampliada de ambos progenitores se unía a la lucha. Viajar al interior de la isla se hizo virtualmente imposible. En esas condiciones, el matrimonio de los Quesada y Aróstegui decidió emigrar a los Estados Unidos.
El padre tenía 43 años y la madre 39 al momento de nacer Gonzalo, que era el menor de cinco hermanos. La decisión de emigrar no parece haber afectado el vínculo emocional con Cuba de la familia. Esto pudiera colegirse por el rumbo en el que transcurrió su vida adulta, aunque es difícil de probar de otro modo. Debemos tener en cuenta que el joven Gonzalo nunca regresó a la tierra de sus padres tras la Paz del Zanjón. Permaneció en los Estados Unidos y se graduó en 1888 de Bachiller en Ciencias por el College of the City of New York. Se titularía de abogado por la Universidad de Nueva York en 1891. Pero en ese período ocurriría un evento que cambió su vida para siempre: conoció a José Martí.
El Apóstol Martí
Ambos coincidieron el 10 de octubre de 1889 en el Hardman Hall donde pronunciaron discursos conmemorando la fecha. Martí tenía entonces 36 años mientras que Gonzalo estaba por cumplir 21. El vínculo entre ambos se fue estrechando a lo largo del año siguiente durante la Primera Conferencia Panamericana de Washington. Quesada se había situado como Iio del plenipotenciario argentino a la Conferencia. El intercambio epistolar con Martí, interesado en los temas tratados allí, fue intenso. En 1891 ya Quesada era uno de los colaboradores más cercanos del futuro líder del independentismo cubano.
La creación del Partido Revolucionario Cubano fue una empresa en la que el joven Gonzalo se involucró plenamente. Al ser constituida la directiva del Partido, Martí le ofreció el único cargo no electivo disponible: Secretario de la Delegación. También formó parte de la redacción del periódico Patria que vio la luz en marzo de 1892, pocas semanas antes de constituirse el Partido. La actividad conspirativa era extenuante, Quesada se convirtió en una ayuda invaluable y permanente.
Prefacio de la guerra
Por fin se acercaba el momento de reiniciar la guerra. El Partido había preparado varias expediciones que llevarían hombres, recursos y los jefes principales del exilio a la isla. Una delación ante las autoridades estadounidenses provocó el fracaso de la invasión. Las armas fueron confiscadas y Martí tuvo que mantener un perfil bajo para poder salir del país sin que las autoridades lo detuvieran. Por eso, mientras Martí se preparaba para reunirse con Gómez, Quesada sería el encargado de hacer llegar a Juan Gualberto Gómez la orden de alzamiento.
Con ese propósito marchó a Tampa llevando la orden y varias cartas de recomendación firmadas por el Delegado Martí. Para hacer llegar el documento a Juan Gualberto, se decidió enrollarlo en un tabaco. Un episodio legendario de la historia de Cuba. El alzamiento se produjo en 24 de febrero de 1895. No fue como se había planeado, en occidente fracasó, no llegaron de inmediato los jefes y las armas. La máquina de la guerra, sin embargo, había echado a andar.
La guerra en la distancia
Para Quesada era imperativo marchar a Cuba. El joven había crecido en los Estados Unidos, pero a sus 20 años pronunciaba discursos patrióticos sobre la independencia de la isla. ¿Cómo iba a pensar de otro modo? Máximo Gómez primero y luego Martí le negaron el permiso y lo convencieron de seguir desempeñando sus funciones en los Estados Unidos. Ciertamente, en esos años organizativos había desarrollado una red de contactos difícil de replicar para otro en breve tiempo. La experiencia y los vínculos adquiridos constituían una activo de la Revolución que se desperdiciaría en la manigua.
Continuó desempeñando sus funciones, prácticamente sustituyendo a Martí en sus labores mientras este viajaba a Cuba. El Delegado no regresaría. El 19 de mayo de 1895 cayó en combate. El Partido quedó sin Delegado hasta que en el propio Hardman Hall los clubes revolucionarios eligieron a Tomás Estrada Palma como sus sustituto. Durante ese tiempo, Gonzalo continuó ejerciendo sus responsabilidades. Estrada Palma lo confirmó en su cargo, que siguió ejerciendo como antes.
Encargado de Negocios
En septiembre de 1895 es proclamada la Constitución de Jimaguayú y se elige el Consejo de Gobierno de la República en Armas. En enero de 1897 es designado Encargado de Negocios de la República en Armas ante el Gobierno de los Estados Unidos. Se convierte así en el representante diplomático de la isla ante el país vecino.
La designación de Quesada era una decisión nada difícil. A lo largo de los años el Secretario de la Delegación del Partido había sido uno de los contactos principales con la política estadounidense. Porque no solo en la opinión pública buscaban influir los revolucionarios cubanos, también en los políticos. La Delegación no sólo divulgaba las atrocidades de Valeriano Weyler para buscar simpatías, realizaba incluso labores de espionaje. Así fue como pudo interceptar una comunicación secreta de un diplomático español en la que hablaba en términos deplorables del Presidente estadounidense. Filtrarlo a la prensa causó un escándalo que se multiplicó cuando a los pocos días explotó el acorazado Maine en La Habana.
La opinión pública estaba ganada, era necesario convencer también a la mayor cantidad de políticos posible. Quesada era un asiduo del Congreso estadounidense. Varios senadores le profesaban su amistad al joven cubano. El gobierno de McKinley no reconocía al de Cuba así que mantenía al diplomático cubano lejos del ejecutivo. Debe notarse, sin embargo, que John Milton Hay, el Secretario de Estado, era miembro de la misma fraternidad universitaria que Quesada. También era 30 años mayor, había sido secretario personal de Lincoln, pero las fraternidades estudiantiles tienen un impacto en las redes de contactos. Los nombres de Hay y Quesada entrarían en la historia de Cuba en relación con un famoso tratado que veremos en otro momento.
En todo caso, en aquel momento con el legislativo la labor era más fructífera. La conjunción entre intereses económicos, presiones por parte de la opinión pública y vínculos creados por la labor lobbista de los cubanos fue determinante. Al estallar el Maine era cuestión de tiempo que, sin importar las causas del siniestro, Estados Unidos entrara en la guerra. La incidencia de Quesada y otros cubanos era notoria. Existían rumores de que habían repartido cuatrocientos millones de dólares en bonos de la futura República para influenciar al Congreso. Una comisión fue creada para investigar el punto y llegó a la conclusión de que la cifra era de cien mil y en gastos legítimos.
Hacia la separación
La entrada de los Estados Unidos en la guerra precipitó los acontecimientos. En agosto de 1898 España firmaba el armisticio en el que se consignaba la separación de la isla de su imperio. Para Quesada esto no significó el fin de sus trabajos. Permaneció en los Estados Unidos aún cuando fue elegido a la Asamblea de Representantes de la Revolución Cubana por el Sexto Cuerpo. Prácticamente no pudo participar en los trabajos de la Asamblea. Es interesante apreciar que el Sexto Cuerpo operaba en la provincia de Pinar del Río. La misma provincia por la que fue electo para la Convención Constituyente de 1900.
En los Estados Unidos, Quesada ahora tenía la atención de las autoridades estadounidenses. El ejecutivo estaba interesado en utilizarlo como canal para negociar con la dirigencia mambisa. El primer objetivo del Gobierno Militar era obtener el licenciamiento del Ejército Libertador. Daba nervios tener a varias decenas de miles de hombres armados y curtidos en la guerra desperdigados por todo el país. Los mambises estaban dispuestos. No tenía caso permanecer en la manigua pasando hambre e incomodidades cuando lo que apremiaba era volver a disfrutar de la vida civil. El problema estaba en enviar a miles de hombres a sus casas con las manos vacías. El licenciamiento del Ejército implicaba una mínima compensación económica inicial a los veteranos. Al menos para garantizar una red de seguridad al volver a sus hogares probablemente destruidos.
Destitución
Hemos hablado en otro momento del conflicto de Máximo Gómez con la Asamblea en relación con el licenciamiento. Quesada jugó su papel en ese asunto. La Asamblea quería negociar un empréstito que tácitamente reconociera al gobierno cubano que representaba. Gómez simplemente quería fondos para el licenciamiento y, quien sabe, quizá de paso evitar el éxito de los muchos adversarios que tenía en la Asamblea. Es necesario entender que los conflictos entre Gómez y los miembros que menos lo apreciaban de la Asamblea no surgieron ahí. Vinieron gestándose a lo largo de la guerra. El viejo general había terminado los últimos meses de campaña en un retraimiento amargado. Al intervenir los estadounidenses el Consejo de Gobierno casi no le había dado participación en las operaciones que se desarrollaron en un teatro distante del que estaba.
En enero de 1899, cuando el Gobierno Militar tomaba posesión de la isla, Gómez aún se encontraba en su retiro de Remedios. El 30 de enero desembarcó en la Habana un grupo de enviados del gobierno de McKinley. Los acompañaba Gonzalo de Quesada. El objetivo era negociar con Gómez la aceptación del dinero para el licenciamiento que la Asamblea no quería aceptar. La gestión de Quesada y sus compañeros estadounidenses fue un éxito. Al poco tiempo Gómez entraba triunfalmente a La Habana.
La Asamblea intentó afirmar su autoridad. Los intentos de presionar a Gómez para que desistiera del licenciamiento en los términos acordados por su cuenta no fructificaron. En una sesión fatídica, la Asamblea destituyó a Gómez del cargo de General en Jefe. De paso destituyó a Quesada del suyo como Encargado de Negocios de la República en Armas frente a los Estados Unidos. Finalmente, el rechazo de la opinión pública, deslumbrada por el historial heroico del viejo general, llevó a la Asamblea a disolverse.
Quesada dejó de ser el representante del gobierno de Cuba ante los Estados Unidos. Había sido destituido, pero de todas maneras el gobierno tampoco existía. No quiso decir aquello que cambiara de labores. Poco después el Gobierno Militar lo nombró su representante ante el gobierno de los Estados Unidos. Recodemos que había sido nombrado un gobernador civil cubano en cada provincia y un gabinete cubano para asesorar al Gobernador Militar. El nuevo cargo de Quesada entraba en esta estructura.
Sus trabajos en este período son los que más polémica causan entre los historiadores. Algunos lo acusan de ser secretamente anexionista. Otros hablan de su excelso patriotismo. No faltan los que aducen que se mostraba anexionista frente a los estadounidenses interesados en la anexión e independentista frente a los cubanos. Lo cierto es que como buen diplomático debía saber ocultar muy bien sus intenciones y jugar las cartas de conveniencia en el momento adecuado.
Para Quesada los Estados Unidos eran necesariamente su segunda patria. Toda su vida había transcurrido ahí. Lo difícil de explicar es que hubiera dedicado tantas energías a Cuba alguien que en realidad no tenía mucho que ganar con ello. Las calles de su infancia eran las de Nueva York. Su carácter y su intelecto se habían formado en la academia norteamericana. Es difícil imaginar que concibiera a los Estados Unidos como una amenaza existencial para Cuba teniendo en cuenta sus circunstancias personales. Evidentemente comprendía el imperativo de la independencia tanto como las tendencias que el país del norte eran enemigos de ella. También sabía los hilos que era necesario mover para obtener el resultado adecuado. Había dedicado los últimos diez años de su vida a aquello. Conocía la forma de evitar que las tendencias desfavorables predominaran o al menos cómo intentarlo.
Algunos han especulado con que Cuba necesitaba un breve período de independencia para convencerse de que su lugar era dentro de la Unión Americana. Es difícil de saber, pero pareciera aquel un momento demasiado prematuro como para aspirar a algo así. ¿Acaso se había demostrado que era imposible establecer en la isla un gobierno independiente y ordenado para una sociedad pacífica y próspera? Eso sí, la tutela de los vecinos del norte tenía para él un valor indiscutible. La Enmienda Platt contó con su voto sin mucha dificultad. Pero de eso estaremos hablando en otro momento. Su confianza en el proyecto cubano no era incondicional ni a toda prueba.
La Exposición Universal
En 1900 se desarrolló en París una exposición universal a la que asistieron representaciones de la mayoría de los países del mundo. Cuba todavía no era una República independiente, pero gracias a la insistencia de Quesada se organizó su participación. Un grupo de delegados encabezados por él llevaron una muestra de los productos y riquezas del país. Orestes Ferrara y Manuel Márquez Sterling participaron como miembros de la delegación cubana.
Ferrara recordaría en sus memorias el episodio con algo de sorna:
Nuestra Delegación en la Exposición no tenía oficina, o por lo menos yo nunca fui invitado a visitarla. Era nuestro representante superior, el conocido patriota Gonzalo de Quesada, el Secretario de la Comisión otro caballero, Albertini, también de gran presencia y de buenos modales. Pero la vanidad de ambos los ponía frente a frente al extremo que el uno ocultaba al otro sus invitaciones a los actos oficiales y ambos impedían, casi materialmente, que nosotros fuésemos invitados a cualquier recepción. (FERRARA. p. 132)
El recuento de Márquez Sterling para la prensa de la época resultó ser más amable:
Un pabellón en que los oriflamas de colores vivos y una alegoría del trabajo que expresa la nueva vida de un pueblo heroico nos indica que estamos en Cuba, y Cuba jamás ha sido representada en alguna exposición como esta vez. Su sección relativamente amplia, menos de lo que nos fuera preciso, acudiendo con ejemplares más o menos ricos de todas las industrias y de todas las artes al concurso de las naciones, fue para los que le visitaron un asombro. Aquel país arrasado por la guerra, en el que, según creían los franceses, divisase aún el resplandor de la tea, realizaba sin duda algo extraordinario. Allí estaba Cuba, con su bandera redentora, enseñando los tesoros de su riqueza, los productos de su laboriosidad y su constancia, a un mundo que ignoraba, acaso por indiferencia, que en este país hay un gran pueblo que ama la paz y el trabajo.
Esto es sin duda de gran importancia, y esto es sin duda lo que debemos los cubanos a la gestión de Gonzalo de Quesada. ¿Por qué no declarar esta verdad que es evidente? Quesada dedicó al éxito de Cuba en París, todas sus energías y todas sus influencias. Atinado en el desenvolvimiento de su plan, fuimos uno de los países de la América Española en que la representación fue completa y la recompensa grande. (MÁRQUEZ STERLING. p. 108)
Fuentes consultadas:
Ferrara y Marino, Orestes. Una mirada sobre tres siglos. Memorias. Plaza Mayor S.A., Madrid, [1975].
Márquez Sterling, Manuel. Tristes y Alegres. Imprenta El Fígaro. La Habana, 1901.
_____________________. Proceso histórico de la Enmienda Platt. Imprenta El Siglo XX, La Habana, 1941.
Rodríguez, Rolando. Cuba, las máscaras y las sombras. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2007.