Fotografía de Juan Pablo Estrada.

¿Cómo los cristianos deben aproximarse al escenario político moderno?

No bajo la idea de que todo gobierno es del diablo y, al ser poderes terrenales, niegan la defensa de lo Bueno, lo Bello o lo Verdadero. Esa es una visión pesimista, que sólo considera la naturaleza caída del Hombre, y niega la capacidad de Dios para intervenir en la Historia y los corazones. Cambiarla podría tributar a la instauración, defensa o restauración de valores en la sociedad.

¿Significa esto último que un gobernante sea perfecto o deje de ser sometido a escrutinio? No.

La Biblia explica que Dios usa este poder “para mantener la ley y el orden en el mundo”[1], aunque el mismo libro acepta que la autoridad de Satanás está sobre todos ellos. En torno a esta aparente contradicción se cruzaron las ideas de dos teólogos, Greg Boyd y Wayne Grudem, en sendos libros publicados por la editorial Zondervan en 2005 y 2010, respectivamente.

Boyd escribió, temiendo la natural fuerza coercitiva del Estado: “el Reino que Dios avanza con amor en las personas, sometiéndose unos a otros, al servicio de otros, a un costo para ellos mismos”, pues “someterse a otros tiene el poder de hacer lo que las leyes, las balas y las bombas nunca pueden hacer, es decir, provocar la transformación en el corazón de un enemigo”. Y añadió que cuando eso ocurre, el comportamiento se transforma también, pero sin amenazas del poder estatal. Sin tal coacción, también se entronizan la ley y el orden, y se establece el gobierno de Dios. Y preguntaba al lector si confiaba más en el poder de la espada o en el del amor del Calvario[2].

Boyd abogaba por una dejadez del mundo y sus cosas, y una preeminencia del cambio ciudadano mediante la prédica evangelística y la conversión sincera. ¿La revolución almática?

Grudem, sin embargo, afirmó que su colega tomaba erróneamente una de las formas en que Dios restringe el mal en el mundo como la única válida para el creyente, “descuidando así el valioso papel del gobierno civil”[3]. Ambos medios eran buenos y debían emplearse por los cristianos.

La idea neotestamentaria de dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios presentaba dos niveles: el gobierno humano y el divino, entre los que el hombre se moverá en su vida terrenal.

Jesús no pidió a quienes lo escuchaban mientras miraba el denario, que evadieran la participación en uno u otro escenario. No dijo a sus interpeladores que negaran los tributos a Roma, o que menguaran en la búsqueda de Dios. Sólo describió algo factual: el ser humano habita un espacio social concreto a la vez que camina hacia lo eterno.

El pastor metodista Carlos Macías López, desde el contexto totalitario cubano en el siglo XXI, desaprobó el enfoque exclusivo en un área y la dejadez de otra. Lo hizo a modo de credo invertido:

No creo en ese Dios, creado a imagen y semejanza de la religión denominacionalista, que está ajeno a la liberación del ser humano en cualquier ámbito, y a la vez desconectado del hambre, la miseria, el sufrimiento, el analfabetismo, la tortura, los genocidios, el abuso de poder, la censura, preocupado exclusivamente de la asistencia a los cultos, la pureza doctrinal, la majestuosidad de los templos, la calidad de los instrumentos de música, las danzas, o de cualquier otra vanidad semejante.

No creo en ese Cristo que está de espaldas a cualquier tipo de dominación o control establecido en nombre de la religión o de la política por parte de los que ostentan el poder; sólo preocupado por la redención espiritual de las personas, pero a la vez desconectado de la realidad social de aquellos a quienes vino a salvar.

No creo en esa iglesia cuyo enfoque sea exclusivamente en luchar sólo contra el pecado y las fuerzas del mal, cerrando sus oídos a la miseria y la explotación de la nación, y que ante el dolor del pueblo a quien se supone debe servir, prefiere únicamente orar, ayunar o vigilar, mientras sobrevive feliz encerrada cómodamente en sus predios, en vez de solidarizarse y salir a abrazar a su prójimo, sin acepciones de ninguna índole.

No creo en esa revelación que priva al creyente del sentido de la historia, cuyo enfoque es puramente futurista, en detrimento de una realidad cruda y despiadada, dentro del marco de concepciones teológicas exclusivamente espiritualistas o sobrenaturalistas.

No creo en esa tergiversada enseñanza bíblica que ha sido convenientemente reducida a un mensaje de resignación separatista y aislacionista, de “aguanta”, “soporta en silencio”, “no cuestiones”, “no critiques”, “no juzgues”, “no intentes cambiar nada”, “no te inmiscuyas en la política”, “déjale eso a otros”, etc.

No creo en esos discípulos que cual ascetas o monjes tibetanos, vean tan malo al mundo, que lleguen al extremo de abandonarlo, retirándose durante toda la vida para cultivar una sincera pero egoísta espiritualidad farisaica, mientras meditan entre los muros protectores de un templo, olvidando su función de ser servidores comprometidos, que sean capaces igualmente de cambiar la sociedad con el poder del Espíritu Santo.

No creo en esos líderes cristianos que, enajenados en sus propios conceptos, renuncian a transformar las miserias sociales de su tiempo, ignorando que el fin espiritual del ser humano está inseparablemente relacionado con la transformación de la sociedad, al procurar que la política no se divorcie alegremente de los valores morales y de la felicidad del ser humano que fue creado a imagen de Dios[4].

Para Grudem, la solución para la participación cristiana en un gobierno es la “influencia cristiana significativa en el gobierno civil”, o sea, según los “estándares morales y los propósitos de Dios para el gobierno como se revela en La Biblia”[5], protegiendo la libertad religiosa de todos.

Pero, ¿qué es “influencia significativa”? Una influencia atractiva, amable, reflexiva, amorosa y persuasiva, adecuada para cada circunstancia, que proteja el derecho del otro a disentir, pero también intransigente acerca de la veracidad y la bondad moral de las enseñanzas bíblicas[6].

Esa función profética implica que hombres de fe hablen verdades difíciles al poder, el pueblo y los creyentes. El pastor de la LEC Carlos López Valdés, lo refirió en este dictamen exhortativo[7]:

La iglesia en Cuba es discriminada, oprimida, coaccionada, dejada a un lado como si careciera de virtudes y decoro. Se ha perseguido a sus pastores, se les ha encarcelado, se les ha prohibido reunirse, se han demolido templos, se han quemado Biblias, se han confiscado propiedades que hoy aún no se devuelven.

La iglesia ha sido calumniada en televisión, se le ha negado el derecho a réplica, como a un prisionero al que se le impone una mordaza. No se tiene en cuenta para legislar asuntos espirituales y de moral que han demostrado estar contra la Biblia y el consenso mayoritario del pueblo. Se ha prohibido a sus representantes viajar al exterior arbitrariamente para asistir a eventos internacionales.

Se nos impide dar directamente ayuda material al pueblo aun en los peores momentos de crisis. No podemos tener imprentas, ni espacios radiofónicos para tan siquiera orar por el pueblo, porque con las Iglesias cerradas por la pandemia, es imposible hacerlo personalmente. En fin, no tenemos derecho a tener derechos[8].

La iglesia en Cuba es la única fuerza capaz de unirse y permanecer unida en tiempos difíciles. Es la única fuerza que Dios apoyaría en su caminar y en sus reclamos de justicia, paz y prosperidad.

Lo que la iglesia puede hacer y hace hoy no ha sido regalo ni prebenda del Estado, sino una conquista en medio del dolor y la marginación. Miles de cristianos hemos sufrido junto a este pueblo, somos parte del pueblo oprimido y vejado todos los días por la incompetencia y la maldad de hombres que están sobre la ley y viven como ricos. A lo largo de la historia, la iglesia ha permanecido y permanecerá. La verdadera sólo dobla sus rodillas ante Jesucristo.

Si quiero ver a mi Cuba amando a Dios, tendré que levantarme contra las obras del diablo, las obras de impiedad, tendré que denunciar y oponerme a cada injusticia, abuso, arbitrariedad, y no permanecer callado. Cuba necesita una iglesia que camine a su lado.

Se escucha el clamor de una nación. Se escucha la súplica de madres sin leche para sus niños, de hombres que se sienten sin dignidad porque tiene que mentir, robar, fingir para seguir manteniendo a su familia. Se escucha el lamento de madres que temen porque sus hijos se están lanzando al mar o emigrando riesgosamente. Se escucha el grito de espanto de las que no quieren ver a sus hijos arrastrados a golpes e ir presos por pensar diferente.

Cuba es hoy un país donde crece odio en vez de amor, descontento en vez de felicidad, donde cada día se huele más cerca la cárcel y la muerte, Cuba es hoy un estado de terror.

El mensaje pastoral habitualmente está acompañado de referencias bíblicas, que funcionan como pilares teológicos. López Valdés soportó el suyo en versos que llaman a reprender y no participar en obras de las tinieblas[9], que recuerdan que el que escarnece al pobre, se alegra de la calamidad o afrenta a Dios, no quedará sin castigo[10], y afirman que no será oído el que desoye al pobre[11].

Como pastor estoy de parte de Dios, de Su Palabra, de Su Iglesia, estoy de parte de los agobiados, de parte de los pobres y de los que sufren, y nunca estaré de parte de los abusadores, ni de los injustos. Nunca.

Mi oración y mi accionar será por la libertad, por la prosperidad, por la paz de mi nación. Mi vida debo a Dios y es ineludible amar al prójimo como a mí mismo[12].

La mayor parte de la comunidad evangélica está interesada en el fin del totalitarismo. Y ese interés contiene tres consensos informales (que no unánimes), que he atestiguado en sermones públicos, reuniones directivas, conversaciones privadas y en el susurro diligente de los intercesores.

El primer consenso de cambio entre las iglesias evangélicas pasa por una revolución “almática” no violenta y, como consecuencia de ello, por una cultural y política. Un cambio social que empiece en el interior del individuo, uno de la conciencia a la acción, conde cada converso sea un adorador menos del PCC, alguien que cuando el Estado le ordene defender la Revolución apaleando a su vecino, rechace la violencia —como ocurrió durante las manifestaciones del 11J—.

El teólogo John MacArthur considera dos vías para el cambio sociopolítico: cambiar las leyes para cambiar a los hombres, o cambiar a los hombres y así cambiar las leyes[13]. La lógica de la segunda vía indica que, mientras más ciudadanos acepten el evangelio, el cambio interno generará un alejamiento de la doctrina socialista. De una centrada en el Estado, a una que pone a Dios al centro, de una que ve al Hombre como estadística, a una que lo ve como hechura, poesía divina.

No hay aquí la expectativa del Dios activo y la iglesia pasiva, sino la del poder de una conversión genuina, y la Palabra como elemento que redarguye. El arma es predicar y evangelizar.

Si el primer consenso mira al interior del individuo, el segundo mira al rol mediador de la comunidad de fe en un futuro tránsito a la democracia en la isla.

El historiador Fernando López de Rego afirma que “tanto el régimen como la disidencia han querido siempre instrumentalizar a la Iglesia”, cuya actitud tradicional ha sido que no está para poner y quitar gobiernos, sino para predicar el Evangelio. Aunque se refería a la católica, lo que dice también aplica a la evangélica. La Iglesia cubana visualiza como aportación a la patria “mediar para una transición”, por lo que sus líderes buscan “ser aceptados por las dos partes”[14].

En un ambiente caldeado por décadas de totalitarismo, la comunidad de fe busca servir sanando históricas heridas, evitando la violencia, reconstruyendo física y espiritualmente la República.

El pastor Alberto I. González, entonces alumno del Seminario Bautista de La Habana, fue internado en una UMAP en 1965, donde sufrió trabajos forzados, torturas y vejaciones, junto a miles de hombres, fueron cerradas tras denuncias internacionales y de organizaciones cristianas. En los años 1990, Alberto escribió Dios no entra en mi oficina, memorias que denunciaban esos hechos sin odio ni venganza. Su testimonio plantea una pregunta crucial: ¿estamos preparados para la justicia y la reconciliación? El liderazgo evangélico parece estarlo.

Un tercer consenso es que, aun cuando un régimen de izquierda trucida la libertad dada por Dios a los hombres, la voz de la Iglesia no debe atarse a partidos políticos, sino a la Palabra de Dios; no a la ideología, sino al ejemplo de Jesús. ¿Significa esto perder la memoria histórica? No.

Yilber Durand Domínguez, pastor de una iglesia no registrada, señaló en 2019 que los líderes religiosos no tienen “un enfoque político” en su labor. Justo por ello, “tenemos problemas con las autoridades cuando las personas conocen la palabra de Dios, porque crea un efecto liberador”. Y cuando alguien se libera de un sistema como el socialista, le llueven campañas de odio[15].

Durand Domínguez lo supo después de una represión estatal, que hizo correr su propia sangre.

En 2010 su denominación, Concilio de Iglesias Cristo Misioneras, le confió una iglesia de no más de 25 personas en una comunidad camagüeyana próxima a la Sierra de Cubitas. Y a las dos semanas de iniciar el pastorado burócratas locales, uno del Ministerio de Justicia (MINJUS), lo hicieron firmar una Acta para que dejara la casa-templo con su bebé y su esposa, embarazada.

Al día siguiente los despertó una turba que gritaba alrededor de la casa. Insultos, groserías, amenazas. Les llamaban desde “traidores a la Revolución” hasta “mercenarios”[16]. Apedrearon la modesta vivienda. Una roca atravesó la ventana y pegó al pastor con fuerza cerca del párpado. Sangró abundantemente. Se desató el pánico, y llantos de su esposa y el bebé[17]

Después del ataque, la sociedad y sus instituciones, todas, apuntaron a la familia. Durante el embarazo, su esposa no tuvo atención médica. El Estado, que monopoliza los servicios de salud, prohibió que el único consultorio local la atendiera. Durand Domínguez recuerda el odio de la gente: desde quienes les vendían alimentos racionados, hasta el conductor de la única carreta de transporte. Varios feligreses de la congregación, por miedo a represalias, abandonaron al pastor.

Cuando la familia huyó de la comunidad a la ciudad de Nuevitas, allá los siguió el hostigamiento.

A finales del 2011, funcionarias locales del Instituto de Planificación Física y el MINJUS abordaron al hombre que rentaba su vivienda a Durand Domínguez. Querían que lo echara a la calle. Él cree que una noticia en la prensa extranjera sobre el posible desalojo disuadió a las autoridades.

Pasaron meses de relativa calma, hasta que en mayo de 2012 al pastor reabrió su casa para orar con otros creyentes. Tras una campaña evangelística veinte más se sumaron a la congregación.

Días después, mientras visitaban a los nuevos convertidos, un escalofrío lo sorprendió. La policía política se les había adelantado y en cada casa advirtieron que, de continuar reuniéndose con el matrimonio pastoral, habría encarcelamientos o posibles despidos de sus empleos[18].

En 2014 el pastor pasó a ser parte de la Red Apostólica Internacional Fuego y Dinámica, liderada por el Apóstol Bernardo de Quesada, clave en la Reforma o Movimiento Apostólico de los 2000.

Varias iglesias de esa red independiente también estaban bajo ataque. En la madrugada del 8 de enero de 2016 policías irrumpieron en la vivienda de De Quesada, lo detuvieron violentamente y lo condujeron a una unidad militar de la ciudad de Camagüey. El templo, un ranchón en el patio de la casa que recibía a unos 600 cristianos, fue demolido por maquinaria pesada[19].

Durand Domínguez viajó hasta allá para solidarizarse con sus hermanos.

Al volver a su casa, halló un escenario turbador: sus hijos de cinco y seis años estaban en la calle, descalzos, solos. La policía violentó su hogar y detuvo a su esposa (liberada horas después)[20].

Por la persecución, De Quesada sugirió al pastor que pausara su labor ministerial.

El descanso fortaleció a la familia y, tres años después, en 2017, reabrió la iglesia, trabajando de forma casi secreta en grupos celulares y distintos sitios de la ciudad. Otra vez las catacumbas. 

  1. Romanos 13.

  2. Wyne Grudem: “Política según La Biblia”, Zondervan, 2010, pp. 21 y 25.

  3. Ídem. p. 26.

  4. Macías López, C (2016): “Credo a la invers”a. Somos+ Blog. https://n9.cl/5pjzy

  5. Wyne Grudem “Política según La Biblia-wayne-grudem”, Ídem. p. 38.

  6. Ídem.

  7. “Cuba es un estado de terror”: protestantes continúan alzando su voz (2021). La Hora de Cuba. https://n9.cl/ca04y

  8. En clara referencia a la frase del opositor Oswaldo Payá: “Los cubanos tienen derecho a tener derechos”.

  9. Efesios 5: 11.

  10. Proverbios 17: 5.

  11. Proverbios 21: 13.

  12. “Cuba es un estado de terror”: protestantes continúan alzando su voz (2021). Ídem.

  13. Jon MacArthur defies the Government (2023), The Babylon Bee Podcast. https://n9.cl/krcxvo

  14. Altarriba, G (2021): Fidel, el más allá y la instrumentalización que el régimen y la disidencia hicieron de la Iglesia, El Debate. https://n9.cl/pldkt

  15. En la línea del fuego frente a la LdRC: “el odio de toda la gente estaba presente” (2019). CSW. https://n9.cl/aie20

  16. Ídem.

  17. Para los actos de repudio el castrismo usa entidades vasallas como la Federación de Mujeres Cubanas o los Comité de Defensa de la Revolución, la Unión de Jóvenes Comunistas. El Instituto Nacional de Deporte y Recreación puede convocar a atletas de disciplinas de combate para atacar a disidentes. La turba resultante es llamada Brigada de Respuesta Rápida, y simula una reacción ciudadana en defensa de la Revolución. 

  18. El Estado es el mayor y, a veces, único empleador autorizado para una serie de actividades profesionales, bajo el totalitarismo, de modo que una vez apestado por el sistema es difícil volver a trabajar en el país.

  19. Demuelen dos iglesias evangélicas en Cuba (2016), CBN News. https://n9.cl/w46xuz

  20. En la línea del fuego frente a la LdRC: “El odio de toda la gente estaba presente”. Ídem.

1 comentario en «Evangélicos cubanos y lucha no violenta: tres consensos»

  1. He sido pastor por casi 20 años en Cuba como parte de las Asambleas de Dios en la ciudad de Nuevitas, Camagüey. Desde el inicio de nuestro ministerio en esa ciudad en 2010 sufrimos hostigamiento al Ranchón donde dábamos los cultos durante el servicio, lanzaban excremento, tomates, huevos podridos, piedras. Las amenazas de la Directora de Justicia quien se presentó en el lugar así como el presidente del CDR y el Vigilante. Continuamos nuestra labor a pesar de todo y contra todo, el hostigamiento continuó y no cesó todos esos años. En una de mis visitas al exterior del país funcionarios del PCC (la que atendía asuntos religiosos), visitaron a mi esposa para amenzarla de que sí seguíamos ayudando a las personas (repartíamos ayudas sociales a la comunidad), iban a investigar ese financiamiento que probablemente venía de «la mafia de Miami», y que era mejor que yo no regresara al país pues podía ir a prisión. Más reciente en 2021 finalmente fui amenazado por la policía directamente y convocado a finalizar el culto bajo órdenes a las que me negué (tengo evidencias fotograficas de la patrulla frente a la iglesia durante un Culto de domingo). El caso es que terminé al día siguiente en la oficina de la Directora de Justicia obligándome a firmar un acta donde básicamente me hacían «responsable» de que sí pasaba algo en los cultos ilegales yo iría a prisión… Nunca he hecho pública esta persecución ni mi testimonio al respecto (que puedo ubicar incluso desde que estaba en una Escuela en Camagüey donde fui expulsado por predicar el evangelio, sobre el año 2006-2007).
    Sí, puedo asegurar que todos los pastores que conozco queremos la libertad de Cuba y la caída definitiva de la dictadura cubana.

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