
“Desde que se quemó El Encanto, La Habana parece una ciudad de provincia. Pensar que antes la llamaban la París del Caribe, al menos así le decían los turistas y las putas. Ahora más bien parece una Tegucigalpa del Caribe”. ¿Qué quedará 57 años después de producida Memorias del subdesarrollo, y 64 desde el momento que relata el guion? El pasado 14 de agosto, un derrumbe parcial en la esquina de San Rafael y Galiano le arrancó la vida a Yoelkis Pérez, custodio y albañil de oficio. El occiso tenía 36 años, dejando huérfanas a dos hijas. Según fuentes de Martí Noticias, en un artículo de Yaima Pardo publicado dos días después del desastre, las afectaciones ocurrieron en el techo del Café Boulevard, ubicado en la concurrida esquina del municipio Centro Habana, y consecuentemente en el nivel superior, una cuartería con severas afectaciones estructurales.

La avalancha de escombros también sepultó a otras personas, rescatadas por los bomberos minutos después. El incidente conllevó a la inmediata evacuación de los restantes vecinos. La obvia discapacidad oficial para respaldar habitacionalmente las necesidades de moradores que ocupan inmuebles en precario equilibrio constructivo —incluso ya ni en albergues temporales—, lleva a la clausura sin más de sus frágiles viviendas, aun cuando no tienen otra alternativa que permanecer, arriesgándolo todo, e insistir en reclamaciones que se pulverizan ante la indiferencia de las autoridades. En un desolador panorama físico-territorial, los desplomes se han naturalizado en prácticamente toda la capital —por no mencionar otras ciudades del país—, con epicentro en zonas donde el deterioro de más de medio siglo las ha llevado a la ruina.

Un somero balance aparecido recientemente en América Noticias, recuerda el derrumbe progresivo que se produjo el pasado mes de septiembre en Belascoaín No. 105, en el que todavía permanecen en riesgo sus moradores a falta de un lugar donde evacuarse. Días después, durante un implacable apagón, otra caída afectó a 14 personas en San Lázaro entre Oquendo y Márquez González. El día 28, también de septiembre, el independiente 14 y medio daba cuenta del desprendimiento de un balcón en la propia San Lázaro, entre Hospital y Espada, precipitándose sobre una mujer de cerca de 40 años, quien sobrevivió milagrosamente. El recuento sería extenso, mientras la gente se ve cada vez más apremiada a residir en estos inmuebles caracterizados por sus deplorables condiciones.

El edificio de Galiano y San Rafael llevaba mucho tiempo a la espera de una demolición controlada, pero su engañoso “buen” aspecto hizo que viejos vecinos y ocupantes improvisados lo continuaran habitando “ilegalmente”. Para colmos de descontrol y anarquía administrativa, la planta baja de la esquina era alquilada al estado por el establecimiento gastronómico antes mencionado. Volviendo a Martí Noticias, detalla que, a lo largo de los años, “el local del Café Boulevard pasó por varias administraciones: primero estatal, luego bajo la empresa Palmares, y finalmente fue arrendado a cuentapropistas”.

La edificación de dos plantas, con poco más de un siglo bajo sus molduras y balcones, sobrevivió 64 años a su vecina El Encanto, una tienda por departamentos que existió en la acera contigua de San Rafael. Pero no era cualquier tienda. Sus raíces fundacionales se remontaban al siglo XIX, gozando a lo largo del tiempo de un novedoso modelo de negocios y prácticas comerciales. Durante el primer tercio del pasado siglo su glamour la hizo muy concurrida, cuando sus almacenes quedaron confortablemente instalados en Galiano entre San Rafael y San Miguel. Pero ninguno de estos santos custodios la pudo salvar de lo que vino después.

El 14 de octubre de 1960 es intervenida como parte del proceso de nacionalización y expropiación. Apenas medio año después, fue saboteada con bombas incendiarias que provocaron un siniestro de grandes proporciones y su inevitable colapso. En el lugar se hizo un parque-memorial —abriendo una era de cuadrantes verdes por omisión constructiva— llamado Fe del Valle, como homenaje póstumo a la señora que fatídicamente custodiaba la instalación comercial esa noche. Hasta la actualidad, y a semejante ritmo, Tegucigalpa no será otra cosa que un paradigma urbanístico inalcanzable. Tampoco es ingenioso —ni toponímicamente correcto— que haya dos Port-au-Prince en el Caribe.

