Gastón Baquero
A ambos lados de la escalinata del Capitolio aparecen unos letreros escritos en rojo, que sirven para anunciar una exposición de fotos soviéticas. Es que en el interior, allá arriba, los servidores cubanos del Zar Rojo han conseguido imponer una vez más una exposición “cultural”. Es, hay que decirlo a tiempo, una repetición de lo ocurrido cuando el doctor Suárez Rivas1 entregó el Capitolio a los comunistas, soñando conseguir con esto el voto de ellos para continuar en la presidencia del Senado. Les dio el Capitolio, fue allí y les hizo un discurso retumbante. Los comunistas cogieron la escalinata, cogieron el discurso, se rieron solapadamente, y a la hora de votar, votaron por quien quisieron. Y aunque no sabemos si hay elecciones en puerta, podemos asegurar que algo estarán buscando los venerables y patrióticos padres de la patria cuando han vuelto a entregarle el Capitolio a Stalin, representado por sus agentes del “Instituto Cubanosoviético de Cultura”2.
¿Será que el doctor Miguel Suárez, o algún otro doctor, muy hábil político, aspira a conquistar la simpatía, la colaboración y la fidelidad de los comunistas accediendo a esta bochornosa entrega del Capitolio? Algo querrán cambiarles a los comunistas por este gesto. Pero de antemano puede asegurarse que así como ahora el doctor Suárez Rivas ha descubierto que los comunistas tienen ahogada a Cuba y que el presidente Grau les ha entregado, solo por concepto del diferencial, dos millones de pesos, otros Suárez Rivas recordarán en su momento que todo negocio con los comunistas es un negocio bueno para los comunistas, pero no para nadie más.
Porque solo a una innoble concepción que de la política tienen casi todos nuestros políticos, puede achacársele esta vejación y esta burla que a la República se hace. No hay que culpar a los comunistas, que para eso están, para conseguirle a Stalin día tras día un metro más de tierra en cada país del mundo. Hay que culpar a los congresistas, vigilantes obligados de la integridad nacional, que por la loca idea de conseguirse algunos votos de una gente que nunca vota sino por su conveniencia, acceden nada menos que a permitir que en el momento mismo en que todos los países se aprestan a tomar medidas ante la soberbia agresión interna, reptil, silenciosa, que la Unión Soviética perpetra a través de sus partidos comunistas y de sus agentes, sea Cuba quien se haga más estalinista que Stalin, y ofrezca nada menos que su Capitolio Nacional para que todo el crimen y el horror del mundo soviético se enmascaren de cultura y de progreso. No hay que culpar a los comunistas, que para eso están, para que exista un Instituto Cubanosoviético de Cultura, cuya función es mucho más peligrosa y nociva que aquella de los bunds germanos en tierras de América. Escondido tras el remoquete de intelectuales y artistas, haciendo comulgar con ruedas de molino a la pobre gente, el Instituto Cubanosoviético de Cultura, instrumento político de la sovietización de América, gana hoy esta batalla de audacia y de desprecio para la República colocando en las puertas del Capitolio sus cartelones rojos.
¿Qué objeto tiene esta exhibición? ¿Para qué colocan ahí esas pruebas de su esclavitud gozosa a la más sangrienta tiranía que recuerdan los tiempos? Lo hacen para demostrar una vez más, jactanciosamente, que son los amos de Cuba. Hace dos días, faltándole el respeto al vicepresidente de la República, urdieron una fantástica trama que tiene un significado político y tiene una compleja intención que hay que vigilar. Hoy, en la casa que preside el propio vicepresidente de la República, en la Casa de las Leyes, los mismos que ayer intentaron vejar a ese dignatario, los mismos que ayer acusaron a la Embajada norteamericana de preparar el asesinato del presidente de la República, salen y colocan sus cartelones de desafío, porque ellos están profundamente convencidos que de la parte adentro no hay sino políticos que a cambio de una promesa de votos entregan la libertad, la libertad de la República y el porvenir de la sociedad cubana.
Instrumento dócil de la sovietización es el Instituto Cubanosoviético de Cultura, red en la cual han caído algunos ingenuos pececillos, que ya sabrían por dónde rodaría su cabeza el día que las hordas de Stalin triunfaran en el mundo. Ahí se mezclan y confunden señores capitalistas, burgueses ingenuos, intelectuales, artistas que esperan, por la sumisión al Soviet, escapar de cualquier degollina, olvidando que Stalin, a estas horas, no ha dejado con cabeza, no digamos ya a los gratuitos colaboradores, a los esclavos, sino a los mismos hombres que hicieron la revolución con Lenin. Esta gente cree que hace el papel de intelectual y de progresista prestándose a las tortuosas marañas del Soviet en América. Una vez que los utilicen, ellos verán lo que el Soviet hace con ellos. Pero tampoco son estos tristes servidores del Zar de la Sangre los culpables, porque ellos están para eso, para cumplir las órdenes de la legación soviética, y para hacer el teatro de la “cultura soviética”. Culpables son, hay que repetirlo, los políticos que no ven más allá de la electorería, los políticos que solo creen en ellos y en sus actas, que se ríen de los comunistas, de Cuba, de todo lo que no sea el provecho personal, y por eso les da lo mismo entregarle el Capitolio al Soviet para que lo haga vitrina de su hipocresía, para que disfrace un poco más sus verdaderas intenciones y gane tiempo. Cuando por un elemental respeto a la persona del vicepresidente de la República debieron los senadores haber protestado de la infame calumnia bolchevique, y como mínima señal de condena debieron negarse a que el Capitolio sirviera una vez más de bandeja y escena a los agentes del crimen universal contra la libertad y contra la integridad humana, se callan y acceden y abandonan a su presidente, por miedo a perder algunos votos, por horror a que los comunistas les retiren su “apoyo”. Así se convierten en cómplices del monstruoso plan soviético, así se hacen ellos también agentes de la destrucción de la República. ¡Que vaya alguien a proponer en Rusia una exposición, en el Kremlin, de fotografías cubanas! Para los rusos, esto hay que reconocerlo, su patria es sagrada, su Kremlin es sagrado, su nación es sagrada. Para muchos congresistas cubanos, el Capitolio es un mercado donde pueden comprarse algunos votos, y nada más. Esa bandera está puesta por puro ritual. Lo mismo les daría cobijarse bajo la hoz y el martillo.
Por esto repetimos que no hay que esperar la salvación de la patria, ni por vía de los gobernantes, ni por vía de los legisladores, sino por vía de los ciudadanos, de los cubanos de veras, ajenos a los partidos políticos, subordinados tan solo a las necesidades ideales de la patria, y que sepan actuar de modo que una acción como esta no quede sin castigo, porque es traición a la patria. Y no habría de castigarse al comunista, que hasta elogios merece por ser tan sincero y tan franco en sus propósitos de sovietizar a Cuba, de poner a Moscú dentro del Capitolio. Habría de castigarse a los traidores, a los que dejan a la República indefensa, a los que la entregan en manos del comunismo cuando su obligación consistía en salvar a Cuba del comunismo. Siempre es más despreciable el que no cumple con su deber, que el que hace aquello que considera su deber. El comunista está encargado de eso, de destruir la nacionalidad, de reírse de la patria, de poner a Moscú por encima de Cuba. Ese es su repugnante deber; esa es su triste misión. No hay que reprocharle, como no hay que reprocharle al bacilo de Koch que produzca la tuberculosis. Hay que tratarlo, como se trata al bacilo de Koch. Pero los otros, los que olvidan su deber, los que traicionan su misión, los que son tan ciegos que no ven que están cavando su tumba con la tumba de la República, no merecen ni el exterminio.
Esos cartelones en la puerta del Capitolio son una vergüenza para el Congreso. Los ciudadanos que sentimos el horror de contemplar a nuestra patria en manos de gentes tales, no podemos hacer nada. Ese es el Congreso defensor de la nacionalidad que escogió nuestro pueblo con sus votos. Si los congresistas aceptaron la ridícula explicación de que esa exposición no era sino “un exponente de cultura”, si no supieron o no se atrevieron a ver que la penetración soviética busca gradualmente las formas que resulten más vejaminosas para abatir la conciencia de un país, debemos reconocer que ese Congreso casi casi se merece caer en las garras del estalinismo. Y esta afrenta a la dignidad nacional, esta ignorancia del estado actual de las relaciones internacionales, ha ocurrido bajo un Gobierno que llegó al poder con el lema de “No comunismo”. Y el Partido gubernamental, el Partido Auténtico tenía como lema el siguiente: “Cuba para los cubanos”.
Cuba para los rusos, el Capitolio para vitrina de la tenebrosa y ensangrentada y sangrienta Unión Soviética, el comunismo, son las tres divisas que agitan los políticos y el Congreso cubanos. Hay que guardar silencio. Callar y abrir los ojos; callar y vigilar. Todavía son los rusos quienes se ríen. Todavía es el partido comunista quien gobierna en Cuba. A los cubanos no nos queda sino callar y estar alerta. Si nuestro Gobierno nos entrega en manos del Soviet, si nuestro Congreso se entrega en manos de Moscú, tenemos nosotros, los ciudadanos, que aprender la lección, y tragar la medicina, y esperar el instante de hacer por nuestra patria lo que la patria reclama…
(Publicado en Diario de la Marina, 11 de enero de 1947)
1 José Suárez Rivas (1907-1970), ministro del Trabajo en Cuba en los períodos 1947-1950 y 1950-1958. Favoreció la creación de sindicatos y tuvo una amplia influencia en los movimientos obreros de la época. Se exilió en 1959 con la llegada al poder de Fidel Castro y murió en México en 1970.
2 Instituto de Intercambio Cultural Cubano-Soviético (IICCS). Surgió en 1943. A partir de 1945 tuvo una revista, Cuba y la URSS —dirigida en un principio por el periodista de origen canario Luis Gómez-Wangüemert y el artista de origen valenciano Domingo Ravenet, entre otros— y una biblioteca donde se difundía la propaganda del régimen soviético. El IICCS llegó a tener en su presidencia nada menos que a figuras como Fernando Ortiz (1945-1947) y Emilio Roig de Leuchsenring (1947-1949). A fines de la década del ’40, el instituto organizó frecuentes actividades culturales, incluyendo la compra de un lote de arte cubano por la VOKS, Sociedad de Relaciones Culturales de la URSS con Países Extranjeros). La exposición en el Salón de los Pasos Perdidos, en el Capitolio Nacional, fue la muestra de fotografías “Moscú, capital de la URSS”, patrocinada por la Legación Soviética. Entre 1947 y 1949 hubo otras similares en el Lyceum y el Law Tennis Club de La Habana. En 1952, el golpe de estado de Fulgencio Batista y su gobierno pusieron fin a las actividades del IICCS y su revista.