No hablo del alumbrón, palabra tristemente cubana que la RAE debiera incluir en sus diccionarios. En Cuba la luz es más que la corriente eléctrica que nos roba el estado con su ineficiencia: un país tropical donde la luz desciende en cascadas, aun en esta época del año en que el invierno se acerca. Se pudiera pensar que la naturaleza quiere salvarnos de la sombra y nosotros insistimos en el despeñadero. Lo lunar por lo solar, la melancolía por la carcajada del ser. Léase un chiste de Fray Candil —que bien puesto llevaba el seudónimo— o, sin ir muy lejos, una comedia televisiva de algunas décadas atrás. Como el chiste del cubano se basa en la burla o el choteo, poco luminosos y más bien oscuros, no hay sonrisa en el presente —donde suele cumplirse el objeto de la burla—, ni auténtica alegría. Si nos ponemos a definir las cosas, tendríamos que inventar para lo nuestro otra palabra: comitragedia.
Ya este encuentro de los contrarios evoca el adagio: donde hay mucha luz hay mucha sombra: un país barroco a lo Velázquez, con personajes que han quedado estáticos en medio de un acto tan sencillo como freír un huevo. Pero en Cuba ni siquiera hay huevos. El apagón de la alegría nos ha dejado en el nivel más básico del relajo, donde resuena un reguetón mediocre en medio de la ciudad apagada y el ladrón decide asesinar a la víctima porque esta, linterna en mano, lo ha identificado. Es trágico, y es sucio. Ni toda el agua de los días que ha faltado, ni el océano Atlántico inundando la isla entera, serían suficiente baño para sacarnos esta suciedad acumulada de la que —¡vaya consuelo!— nos seguimos riendo.
Como esto no es un sermón, aunque se le parece, paso a citarles las palabras que me han servido para capear el temporal perpetuo que es vivir en Cuba:
Cuando al peso de la cruz
El hombre morir resuelve,
Sale a hacer bien, lo hace, y vuelve
Como de un baño de luz.
Martí, que quería morir de cara al sol, lo tenía muy claro. El peso de la isla no es la queja piñeriana, sino el sacrificio por el que son todas las cosas, desde la palma que arrasa el huracán, hasta la construcción de un país donde sea realmente posible la vida en sociedad, con libertades y derechos. La vida, que a través del sacrificio desemboca en la muerte, es grave. Usted puede aferrarse a la cruz como una tabla de salvación, o juntar los trocitos de madera como un medio de escape hacia una tormenta distinta. Pero también —lo aconsejo— puede escoger cargar el peso de la vida desposeyéndose de sí, saliendo hacia la luz donde es necesario hacer el bien. Inténtelo al menos una vez, que once millones de intentos serían suficiente baño.