
Varela es una figura permanente de la política de los cubanos, como fundador en la palabra de la idea nacional; pero su palabra política resulta asombrosamente escasa, sobre todo si lo comparamos con el número de páginas suyas dedicadas a la filosofía y la religión. Varela se define en su juventud como un alma americana, como un amante de la libertad. Defiende la idea democrática de los liberales españoles en sus dos períodos revolucionarios (1812 y 1820). Lanza y divulga la idea de la independencia nacional. Al mismo tiempo, es un sacerdote católico. Lo principal para él es la defensa y la realización personal de la fe. Esta dualidad, como veremos, es una riqueza; pero ha contribuido a los peores malentendidos. Por un lado, los conservadores españoles, encabezados por Meléndez y Pelayo, lo celebran como hombre de Dios pero lo consideran equivocado en política. La Iglesia de la República, llena de sacerdotes españoles, sigue ese criterio, y esconde una carencia de entusiasmo, quién lo diría, por la fama de santidad de este hombre nuestro. Ninguno de esos sospechadores ha adquirido fama de santidad, ni ninguna otra. Es sólo en la década del cuarenta cuando un obispo cubano se atreve a rescatar a Varela en su integridad: monseñor Martínez Dalmau. Por otro lado, los varelianos no cristianos, ateos o marxistas, ven al sacerdote libertario como algo normal, sabido y útil: Varela estaba equivocado o era un disidente en religión, pero al día en política y en cultura. Estas dos posibilidades de exégesis siguen y seguirán vivas, pero dejan sin explicación el curioso fenómeno de un santo que es casi un demonio, y de un equivocado que resulta un genio. Reconozco que entender a Varela como una unidad de alma, pensamiento y acción es difícil. Se necesita humildad, además de ilustración. Pero ya que estamos distantes de poseer sus cualidades morales e intelectuales, podríamos esforzarnos un poco en dirección a ese conocimiento elemental e indispensable. Porque Cuba espera, y la Iglesia también.
El breve discurso del santo cubano en la Asociación Benéfica de Nueva York en 1838, que Memoria Cívica acaba de publicar, es una ayuda de primer orden en esa tarea. Pero hay que plantearse, si vamos a trabajar con el rigor intelectual del padre Varela, hasta qué punto podemos confiar en el texto del discurso. Porque fue recogido por una persona que lo versiona al inglés, pues es casi seguro que hablara en español para los españoles. Desde luego, el artículo no está firmado por Varela; ni tampoco por el periodista. Y The Morning Star no era un diario católico. Tampoco hay que creer que todos o la mayoría de los españoles de la Asociación fueran católicos devotos. Aunque en las Cortes de Cádiz había sacerdotes liberales, la Iglesia respaldaba al déspota Fernando, y por lo tanto los demócratas españoles estaban necesariamente enfrentados a ese doble despotismo, incluso hasta la ceguera no religiosa sino política. Varela apuntó que el anticlericalismo de los políticos liberales, impopular en un país católico, había sido causa fundamental de su fracaso político. Ahora bien, el periodista en cuestión está claro que es un católico devoto, y un testigo de la santidad del sacerdote. No firma para ocultarse, era lo común en la época. Varela en cambio siempre sostuvo que firmaba todo lo que publicaba, lo que debemos reconocer como una prueba de su exigencia con la palabra propia, por la cual respondía ante Dios. Es imposible que no se enterara de la publicación de su discurso en ese diario de su Nueva York. De haber estado en desacuerdo con una sola línea o concepto, podemos estar seguro de que lo habría señalado en ese diario o en cualquier otra publicación a su alcance. Debemos pues confiar en que el discurso es auténtico. Y quien ha leído la prosa de Varela, incluso en inglés, reconoce en él su ardiente oralidad cubana.
Un discurso publicado es más que una publicación, más que un texto. De manera que la interpretación de lo que ahora enfrentamos como un texto oratorio tiene que partir de la circunstancia en que el discurso fue pronunciado. Ya sabemos: los españoles emigrados se reúnen en una asociación benéfica, probablemente porque a la mayoría les va mal en Estados Unidos. Algunos eran empresarios, pero ni eso garantiza tampoco la prosperidad. Aparentemente, la Asociación carece de orientación política, o no se hace transparente por el título. Hasta donde he podido averiguar esa Asociación Benéfica tardó treinta años en consolidarse y su función era ayudar a los miles de emigrados de España, especialmente asturianos y gallegos, con comida, alojamiento, atención médica y orientación laboral. Fue el núcleo de la Little Spain, barrio neoyorquino de la calle 14 entre Séptima y Octava avenidas, por donde pasarían muy luego Lorca, Buñuel y Dalí. Todavía hoy existe La nacional, centro cultural y restaurante en esa calle. Varela, fundador de tantas maravillas perdurables, está también pues en la cuna de esta España de Nueva York. Y tal vez por esa proyección solidaria Varela asistió a aquella reunión, en donde le sorprende el Himno de Riego, porque al menos en ese momento se trataba de emigrados políticos, no económicos. Y es vitoreado por los presentes. Con toda lógica política y trascendental, el santo está reunido bajo la inspiración de la Libertad y de la Caridad.
Esta brillante improvisación oral de Varela merece un estudio línea a línea, como el de los escoliastas del Renacimiento.
—Había resuelto guardar silencio en esta ocasión (I had resolved to keep silence on this occasion).
He aquí al sacerdote que evita hacerse pasar por político. Va a la reunión sabiendo que su contenido último va más allá de la beneficencia, pero el exdiputado a las Cortes democráticas quiere apoyar de forma silenciosa a los liberales, sus compañeros y amigos. Desde el punto de vista político, podía hablar sin ningún riesgo. Incluso con el beneficio de la popularidad, si es que eso existe. Habló cuando era riesgoso y ahora quiere callar. Debe. Porque siendo un sacerdote está limitado en su expresión pública. Además, Varela nunca es un deslenguado, uno de esos tipos que habla sin parar lo primero que le viene a la mente y abusa del pueblo con su carisma. Este hombre de fe sabe que la verdad reside en Dios y Dios la realiza entre los hombres. Conoce su función profética, que ha recibido en el bautismo. Pero ejerce siempre una modestia de expresión, porque sabe que la verdad no depende de él, y se abre paso con él o sin él. Supo decir y supo callar, y lo que no dijo podemos ahora entenderlo claramente.
—…pero una banda militar interpretando el himno de la Libertad Española, ha despertado en mí las emociones más terribles, que no puedo reprimir, y que apenas puedo comunicar (but a military band striking up the hymn of Spanish Liberty, has awakened in my bosom the most terrible emotions, which I cannot repress, and I can with difficulty utter).
La banda y el himno declaran el trasfondo político de la reunión. Varela se siente transportado a las Cortes de Cádiz de 1823, a ese segundo intento de la democracia española, promovido por el militar Rafael del Riego. El arrebato de emoción obliga a Varela a hablar. Y con cuánta precisión y elegancia. Lejos de trabarle el lenguaje, el arrebato lo impulsa a un nivel de síntesis verbal contundente.
—Las palabras no pueden fluir apropiadamente cuando las ideas se presentan en desorden, y espero de vuestra benevolencia que excusen las faltas de mi expresión por la tremenda agitación de mi espíritu. (Words cannot flow in proper order when ideas present themselves without any, and I expect from your goodness that you will excuse the faults of my language on account of the tremendous agitation of my spirit).
Bueno, Padre, muchos esforzados escritores quisiéramos tener por un día esa excelencia de lenguaje, incluso más acá de la improvisación oral. Una mente intensísima y una emoción santa originan un lenguaje magistral.
—Tuve el honor de ser compañero de Riego; luchamos juntos en las Cortes Españolas; juntos enfrentamos el peligro; él pereció; yo encontré asilo en esta tierra de libertad. (I had the honor of being the companion of Riego; in the Spanish Cortes we struggled together; together we met danger; he perished; I have found an asylum on this soil of liberty).
Varela recuerda al mártir Riego, vilmente asesinado: incluso los herederos del déspota se distanciarán de ese abuso. Varela mismo es legalmente perdonado, pero jamás aceptó el perdón, puesto que no había delito ni por su parte ni por la de ninguno de los diputados electos según la ley. Tampoco por parte del general Riego. Al asilarse en los Estados Unidos, Varela se comporta como uno de esos españoles irreductibles y como un alma americana que ama la libertad. Nunca hizo ninguna concesión al respecto.
—¡Cuántas ideas se agolpan en mi memoria! ¡Cuántos sentimientos encontrados de tristeza y de alegría mueven mi alma recordando aquellas escenas memorables, oyendo ese himno de gloria, que hace quince años hicieron arder mi pecho, y especialmente ahora cuando ese himno de hombres libres es cantado en tierra extranjera por una Sociedad Española acompañada de aplausos. (What a number of ideas crowd upon my memory! What contending feelings of sadness and of joy move my soul upon recalling those memorable scenes, upon hearing that hymn of glory, which fourteen years ago caused my bosom to heave, and more especially now, when that hymn of freemen is sung in a foreign land by a Spanish Society accompanied by the beating of hands).
La evocación de esos días de Cádiz es contradictoria, alegría y tristeza por igual, pero Varela se siente impulsado por la existencia en los Estados Unidos de la libertad política por la que se había luchado mínimamente en Cádiz. Varela entiende que los hombres libres estadounidenses apoyan a los liberales españoles: a Spanish Society accompanied by the beating of hands. También aclamarían a los patriotas cubanos en los treinta años de guerra por la libertad, aunque los políticos y gobernantes se condujeran muy de otra manera.
—Sí, amigos míos, vosotros habéis despertado en mi pecho un fuego humeante ahí, pero nunca extinguido. Mis deseos son los vuestros, y quiera el Cielo que nunca España vuelva a tener un Fernando, y que pueda engendrar muchos Riegos. (Yes, my friends, you have aroused in my bosom a fire smouldering there, but never extinguished. My wishes are your whishes, and may it please heaven that Spain may never again have a Ferdinand, and that it may produce many Riegos).
Verdaderamente España jamás dejó de tener déspotas, aunque sólo Franco igualó y superó al mediocrísimo Fernando. Pero al menos Franco no tuvo la doblez canalla del Borbón. Tampoco hubo un solo hombre con la entereza y la lucidez de Riego, que era un líder demasiado joven como para alcanzar la talla del estadista que España necesitaba. El fracaso de los dos intentos de república estuvo en buena medida determinado por la carencia de un liderazgo a la altura del problema nacional español. Aquí encontramos al sacerdote cubano orando públicamente por la libertad de los españoles, con españoles presentes. Varela es irreductiblemente cubano, y también español y yanqui. Martí será su continuador en esas bondades. Ningún conflicto étnico o cultural está en la raíz de la República Cubana.
—No me anima un espíritu de venganza. No hablo desde el resentimiento; no me dejo llevar por las emociones del momento, ni por ninguna imaginación exaltada; es, amigos míos, el fruto de muchos años de estudios y meditación profunda, que me han confirmado aún más en mi fe en los principios de la Religión y la Libertad. (I am not animated by a spirit of revenge. I do not speak from resentment; this is not elicited by my present emotions, nor by any overwrought imagination; it is, my friends, the fruit of many years of study and profound meditation, all of which confirm me more in my belief on the principles of Religion and Liberty.
Confesada la necesaria e iluminadora emoción, hecha la oración, Varela va a lo suyo: la defensa de la reflexión y de la verdad. El sacerdote afirma que su opción por la libertad parte de su fe religiosa, cultivada y aterrizada durante años con rigurosa mente. Obsérvese que el estudio y la reflexión no corrigen su fe original, sino que la confirma. Varela cree naturalmente en los principios de la Religión y de la Libertad política, pues de esa libertad se trata esencialmente. Ha vivido el despotismo, y sabe que es un mal. Ama la Libertad que se opone a ese mal. Es un planteamiento fundamental, y aún hoy, desafiante para un sacerdote católico.
Lo sabe, y por eso continúa:
—Desafortunadamente, muchos de mis hermanos clérigos creen que estos dos principios son incompatibles, y se entregan a una serie de ilusiones (Unfortunately, many of my brother clergymen believe these two incompatible, and they give themselves up to a set of delusions).
Para Varela, el clérigo que sostiene la incompatibilidad entre Religión y Libertad se condena a esperar un progreso de la religión por la vía del despotismo, lo que por supuesto traiciona el más elemental mensaje cristiano. La alianza del Trono y el Altar, de moda entonces, fue rechazada por Varela: es siempre el Trono sobre el Altar. Los excesos de la Revolución Francesa habían conducido a muchos católicos a poner sus esperanzas en una suerte de teocracia contemporánea, perfectamente imposible. Sus resultados más notables fueron luego Hitler y Franco. Nombres que están de regreso ahora mismo en cualquier parte.
—…pero ustedes, caballeros, son justos, y concederán que España cuenta con un gran número de eclesiásticos virtuosos, en cuyo pecho están grabados los principios de la libertad, porque allí también están grabados los principios de todo bien, y en ellos confío y de ellos espero el triunfo y la gloria de la Iglesia. (…but, gentlemen, you are just, and you will grant that Spain has a large number of virtuous ecclesiastics in whose bosom is engraved the principles of freedom, because there is engraved there the principle of all good, and on them I trust, and from them I expect the triumph and glory of the Church).
He aquí una declaración importante. La Religión y la Libertad son compatibles porque la Religión defiende todo bien, y la Libertad política es un bien. Varela entiende que todo bien viene de Dios y que tiene asilo en la naturaleza profunda del humano, y especialmente en el sacerdote católico.
Y entonces adviene, como corolario, esta recomendación final:
—Permítanme, caballeros, para concluir ofrecerles este pensamiento: La difusión del Conocimiento y la Caridad, para la destrucción del Fanatismo y la gloria de la Religión. (Gentlemen, allow me to offer in conclusion this sentiment: The diffusion of Knowledge and of Charity, for the destruction of Fanaticism and the glory of Religion).
He aquí la consigna política de un sacerdote católico. ¿Improvisación? Poco probable, si tenemos en cuenta su sentido de la responsabilidad y esos años de meditación que declara y que verifica la historia. De hecho, lo que propone es lo que ha estado haciendo durante sus ya casi cincuenta años: difundiendo el conocimiento y practicando la caridad más exigente. Hablando fuera del templo, para personas civiles, aunque seguramente todos bautizados, Varela propone, primero, el Conocimiento, y a su lado la Caridad. El hecho de que mencione primero el Conocimiento equivale a reconocer el ámbito de la inteligencia humana individual y colectiva, que buscará siempre la verdad, el sentido, el orden de la vida y de la sociedad. Y en donde también sopla el Espíritu en la historia: por ejemplo, erigiendo la ciencia, la tecnología y las libertades políticas como bienes personales y comunes. Varela entiende que esa búsqueda humana y civil es válida y de origen divino, y por lo tanto indispensable, aunque se haga fuera de la Iglesia y al margen de la confesión religiosa. Pero Varela habla para bautizados que quieren hacer beneficencia a los suyos, y por eso menciona la Caridad. El Conocimiento debe ir acompañado civilmente de la Caridad, porque la Caridad es la que descifra y salva ese Conocimiento. Él mismo es un príncipe de la Caridad, y su presencia y su alegato ahí en ese medio civil y político es caridad real y resultado real. Varela practica lo que predica. Buscó y divulgó el Conocimiento desde la Caridad y para la Caridad, y su eficacia en nuestra historia, que está lejos de estar no ya agotada sino de haber sido entendida, nos autoriza a pensar si puede haber Caridad al margen del Conocimiento o contra él. Su fórmula atañe a los laicos, pero también a los profetas de la Iglesia Católica. Sin conocimiento hay mala dirección espiritual por parte de la Iglesia. Hay fracaso del cristianismo.
Este Conocimiento derivado y penetrado por la Caridad va más allá de una consigna filosófica o teológica y de una estrategia cultural cristiana. Su difusión es además política concreta: hay que destruir el Fanatismo. Y su destrucción es necesaria para la gloria de la Religión. Interesante, Varela dice Religión y no Iglesia. Tal vez porque está en un país de mayoría protestante. Varela defiende la ortodoxia católica, porque es un guerrero de Dios. Funda un templo que dura hasta hoy, crea una comunidad, pero nunca está encerrado en el templo. Está en la calle, actúa.
Como es sabido, Varela no escribió, o no terminó o publicó, el tercer tomo de las Cartas a Elpidio, que había anunciado que estaría dedicado al estudio del Fanatismo. Como la página desaparecida del Diario de Campaña de Martí, esta ausencia marca dolorosamente el pensamiento cubano. Varela no quiso enfrentar el fanatismo con el que sus propios discípulos habaneros habían recibido el segundo volumen, en el que encontraban datos sobre la intolerancia religiosa violenta en los Estados Unidos, que fueron considerados inconvenientes en la Cuba anticolonial. En algunos textos, sin embargo, Varela define y razona sobre el Fanatismo, y urge estudiar esos conceptos. Aquí lo encontramos identificándolo en su expresión política: Fernando VII y la Santa Alianza (diabólica decía él) de las potencias europeas que lo apoyaban: Francia, Austria, Rusia. Varela rechaza la alianza del Altar con ningún trono, por muy religioso que se proclame, y propone y practica la difusión del Conocimiento penetrado por la Caridad: he ahí la fórmula para hacer glorioso y verdadero al Cristianismo en el mundo. Y desde luego, esa difusión sólo puede hacerse desde la realidad de las libertades civiles en cada país.
Ahora que el Fanatismo devora las escasas energías morales y espirituales de la civilización planetaria, y que el fascismo tecnocrático acecha en cada esquina con un Conocimiento pervertido por la ausencia de Caridad y la sobreabundancia de la soberbia y del odio, esta consigna del padre Varela debiera ser tomada en serio por cualquier humano, creyente o no, que se respete.