Ni con unos ni con otros: con la República[1]
Un periodista es un hombre cívico. Esta verdad, como sacada de las interminables arcas de Perogrullo, no requeriría más exégesis si no fuera porque a la humanidad, de vez en cuando, se le ocurre echar mano del periodismo, ese hijo desvergonzado de la expresión libre, para afincar, casi siempre a expensas de una atrofiada opinión pública, los deseos tiránicos de algún que otro mequetrefe.
Pero también el periodista es, o debería ser, un maestro de esa sociedad de la que su profesión lo ha convertido en testigo apasionado y veraz, imparcial y al mismo tiempo activo. El punto álgido de esta misión, develada a los periodistas de todas las épocas en las sucesivas noches de escritura febril, es la responsabilidad con un entorno que, mientras más deteriorado en sus fundamentos y valores democráticos, más exige de la imprescindible acción social de los comunicadores.
Desde luego, he invocado la palabra democracia, pues sería muy difícil hablar del papel cívico allí donde esta se ausenta, allí donde la sociedad civil se encuentra amordazada por la ideología y el terror. Sin embargo, la historia del periodismo en Cuba tiene, incluso en la colonia y a pesar de las plagas dictatoriales que minaron la república y las seis décadas de castrismo, capítulos de altura que bastarían para salvarnos de la desazón que nos condena hoy al silencio o al exilio.
Es cierto que en Cuba existe además la posibilidad de la cárcel, donde un activista que escribía versos, Pedro Luis Boitel, fue abandonado a su suerte hasta morir de inanición en una huelga de hambre como protesta a las injusticias de Castro. Es cierto que aquí, después del ’59 y con la instrucción soviética, el activismo de la verdad es usualmente castigado con el asesinato de la reputación y otras estratagemas gansteriles.
Aun así, valdría la pena conocer a fondo las obras de aquellos que desafiaron, con mayor o menor riesgo, las inclemencias del poder político. Urge imitar, por muy poco que se pueda, la labor porfiada de esos desvencijados profetas, cuyo grito ha quedado exánime ante la sordera de un pueblo que se corta el oído. Entre estos últimos, por razones que intentaré explicar, yo propongo para el examen de conciencia que todos nos debemos, y que ojalá sea práctico, el nombre de Sergio Carbó Morera, un clásico nuestro al que la censura atemporal del régimen castrista ha pasado la cuenta momentánea, pero una presencia fija en la apenas estudiada palestra republicana.
Periodista precoz
Quizás con menor fama, la estirpe de los Carbó es de esas que tienen a la dignidad y al servicio público como mejor abolengo, pues el padre de Sergio, don Luis Carbó Carmenate, fue un consumado periodista que dirigió el diario La Tribuna, desde donde combatió al colonialismo español hasta ganarse el exilio forzoso en los Estados Unidos. El hijo varón de Sergio, Ulises, acompañaría al padre en sus empresas periodísticas en las décadas del ‘40 y ‘50 en Cuba y llevaría a cabo su propia telemaquiada al regresar del exilio como expedicionario en la fallida invasión a Bahía de Cochinos, en 1961. La madre de Sergio, doña Alelí, fue una maestra de clase media. Sergio nació en La Habana el 29 de julio de 1892.
Fiel a su herencia vocacional, el joven Carbó Morera pensó primero dedicarse al magisterio, ejerciendo como maestro de la instrucción primaria en 1914, pero muy pronto abandonó esta profesión para consagrarse ese mismo año al periodismo, escribiendo artículos y editoriales para El Fígaro y La Discusión. Al año siguiente se estrenaría como reportero en el diario La Prensa, asumiendo más tarde su dirección, con tan sólo 23 años. También en 1915 se convirtió en articulista del periódico El Día, del que sería su director en 1919. Así lo agasajaba una Bohemia de entonces: “Es que el señor Carbó, por su jovialidad, por su nobleza y por su talento se ha conquistado toda la simpatía y afecto de cuantos trabajan en el periodismo habanero”. El Día, publicación vinculada al Partido Conservador y al gobierno del presidente Mario García Menocal, le granjearía una notable influencia en la vida pública, lo que lo impulsó a presentarse como candidato a la Cámara en 1926. No resultó electo.
Cabe señalar que, para la época, el director de un medio no era precisamente el manager que conocemos en la actualidad, sino, como de hecho era nombrado, su “director político”, una afirmación expedita de la relevancia que tenía la prensa en el statu quo de la sociedad. Con esta óptica hay que mirar la nueva etapa que en la vida de Carbó comienza en 1921, con la fundación de su primer periódico, La Libertad, para hacer frente desde la oposición al gobierno de Alfredo Zayas. A las pocas semanas, el rotativo fue clausurado por orden gubernamental.
De La Semana a la Rusia roja
En 1925, con la llegada de Gerardo Machado a la presidencia, Carbó aprovecha para fundar La Semana, órgano que se transformaría en aguijón molesto para el dictador. El semanario satírico, heredero de La Política Cómica, dio aliento en sus páginas a lo mejor de la caricatura cubana de su tiempo; verbigracia, el popular Bobo de Eduardo Abela. Más de cien mil suscriptores, verdadero récord para el periodismo nacional, esperaban ansiosos la salida cada miércoles de su ejemplar de la revista, que poco a poco fue acentuando sus críticas al régimen de Machado.
Para 1927, Carbó se encontraba de viaje en Moscú y, a la par que contaba en La Semana sus experiencias en el recién proclamado estado soviético, reflexionaba sobre algunas medidas del régimen comunista. Objetivo y sincero, Carbó comparó el mundo occidental con lo que vio en el país de los soviets, sometiendo a examen tanto a entusiastas como pesimistas sobre las cuestiones más debatidas por sus contemporáneos. Democracia, justicia social, libertad, distribución de la propiedad, lucha armada, oposición política, economía, matrimonio, sexo, el problema del aborto, etc., no escaparon a la mirada atenta del periodista investigador. Sin embargo, sus amigos conservadores en La Habana no acogieron con beneplácito este testimonio desinteresado, en el que el periodista cubano vaticinó, con pasmosa precisión y casi una década de adelanto, un segundo conflicto bélico de magnitud global. En 1928, la Revista de Avance reuniría las crónicas bajo un título que conquistó una fama inmediata en el mundo hispanoamericano, expectante por saber los pormenores de Un viaje a la Rusia roja. Así lo reseñó en esta última revista el escritor Francisco Ichaso:
Lo que escasea de Rusia no son teorías, mejor o peor intencionadas, sino informaciones verídicas: periodismo de altura. Tampoco el dato estadístico. El dato estadístico es arma de dos filos. Con largas galeras estadísticas unos han demostrado el éxito y otros el fracaso del régimen soviético. Este libro de Carbó es un reportaje tridimensional. Periodismo de excepción en el trópico. Alguien podrá pensar que el empleo de estos términos, reportaje, periodismo, implica deprecio de la obra, alusión a ese ‘poco más o menos’ tan peculiar de la llamada ‘literatura periodística’. Carbó, no. Carbó sabe hasta qué punto un reportaje sensitivo informa las letras actuales en todo el mundo.[2]
Si bien Ichaso celebra el valor literario de la obra, es notorio que Carbó no tiene una entrada, siquiera una mención, en ninguno de los dos tomos del Diccionario de la Literatura Cubana, publicado por el Instituto de Literatura y Lingüística de Cuba en 1980. Explicable si seguimos el razonamiento del historiador Rafael Rojas sobre los “años soviéticos” en la isla[3], en los que el régimen cubano decidió borrar de la historia patria todo lo que amenazara sus buenas relaciones con la URSS. En el diferendo redactado por García y Mironchuk, al hablar del libro de Carbó estos reconocen que “dichos escritos alcanzaron una notable difusión”, “aunque la mayoría de lo expresado no rebasaba los marcos de la fugaz e intrascendente visión de quien luego sería un tránsfuga de la revolución socialista”[4]. De esta manera, el panfleto ideológico relegaba al olvido un testimonio cuyo valor histórico, documental y sociológico todavía hoy rebosa de interés. En cambio, en su época el libro recibió un justo y unánime reconocimiento en la prensa de no pocas latitudes, como prueban quienes recibieron con los mayores honores a Carbó, cuando, perseguido por Machado, se vio obligado a un exilio trashumante en España y otros países entre 1927 y 1932.
Periodismo político
En una sociedad republicana, la correspondencia entre periodismo y política debería ser tal que pudiéramos calificarla con esa palabra tan socorrida en matemáticas para definir las relaciones funcionales: biunívoca. Que en la república de Cuba nacida el 20 de mayo de 1902, se hayan codeado, con relevancia política, líderes de la opinión pública como Manuel Márquez Sterling, Fernando Ortiz, Sergio Carbó, Jorge Mañach, Guy Pérez Cisneros, Gastón Baquero y otros, prueba que al menos en uno de los dos sentidos funcionaba esta ecuación conciliatoria. A partir de la década del ’30, para Carbó se convirtió casi en un estilo encarar al dictador de turno. En 1931 lo hizo con una expedición armada que partió desde Nueva York hacia el poblado de Gibara, al norte de Holguín, con pretensiones de iniciar una revolución contra Machado. La tentativa fracasó, pero le ganó a Carbó el prestigio del periodista más allá del panfleto, comprometido hasta los hechos con sus palabras encendidas.
En 1932, desde el Heraldo de Madrid, en España, continuó su antimachadismo con una columna que tituló “La tragedia cubana”. Junto a Octavio Seigle, el exiliado expuso los excesos de la tiranía en seis formidables artículos: “El Pistolero del Azúcar”, “Contra el pensamiento y contra el proletariado”, “Dios en el cielo y Machado en la tierra”, “No son más que españoles”, “Juventud, Heroísmo, Libertad” y “¿Qué quiere la revolución?”. Oigámosle en esta arenga desde el diario más sedicioso de la España de comienzos de siglo:
Ejerciendo [Machado] su absolutismo subalterno con el hierro alevoso y con la calderilla corruptora —¿habéis oído hablar alguna vez del Congreso cubano?— se encumbró en la riquísima satrapía. Abolidos todos los derechos humanos y democráticos, Cuba se ha convertido en ‘Machadonia’, según la expresión de nuestro Fernando Ortiz. Aquello es una vorágine dantesca, de persecución, de ilegitimidad y de muerte, españoles, como vosotros no podéis imaginar.[5]
Carbó regresará a Cuba en 1933 para asestar el golpe de gracia al machadato. La Semana, en pausa desde hacía dos años, apareció como su director para promover la acción cívica final contra la dictadura. En la portada del 26 de agosto de 1933, una estudiante y un obrero se daban la mano bajo la protección de una marianne republicana para lanzar la pregunta del momento: “¿A qué se espera para empezar la revolución?”.
Opuesto al gobierno de tránsito de Carlos Manuel de Céspedes y a la intervención del embajador norteamericano Benjamin Sumner Welles en la crisis política cubana, Carbó se vio enrolado en la llamada “sublevación de sargentos y soldados” que fulminó los restos del machadismo para instaurar el gobierno revolucionario de la Pentarquía. Esta estuvo integrada por Carbó, Ramón Grau San Martín, Guillermo Portela, Porfirio Franca y José Miguel Irisarri y perduró por apenas una semana, desde el 4 hasta el 10 de septiembre de aquel año. A cargo de la Secretaría de Gobernación, Guerra y Marina, Carbó nombró coronel al futuro dictador Fulgencio Batista[6], sambenito que colgaría del cuello del periodista en años posteriores, cuando el militar comenzara a mostrar su garra autoritaria.
Durante aquella semana, la casa de Carbó fue el escenario en el que se dirimió el destino de Cuba. A través de este, los pentarcas entraron en contacto con miembros del Directorio Estudiantil Universitario y entre todos darían paso al gobierno de Grau San Martín. El último intento de Carbó por participar activamente en política fue la creación del Partido Nacional Revolucionario, desprendido del “autenticismo” de los seguidores de Grau. Tras el fracaso de la agrupación y la torpeza de las administraciones gubernamentales, algunas fuentes biográficas señalan que se retiró de la vida pública y marchó a la provincia de Oriente para dedicarse a negocios agrícolas.
Prensa Libre
En los años sucesivos al mencionado retiro, el pensamiento de Carbó da un nuevo vuelco. Si antes había sido conservador, y luego revolucionario, ahora su filiación estaría más próxima a las tendencias liberales, sin tomar partido por ninguno de los bandos políticos en pugna. En 1937 dejó a un lado la prensa plana para fundar Aéreoradiario Nacional, popular entre los radioyentes por dar voz a las inquietudes de la población. Mientras tanto, su opinión era constantemente consultada en los diarios y revistas de la época, como una fuente de probada autoridad. En la Escuela Profesional de Periodismo Manuel Márquez Sterling, llegó a impartir la asignatura Ética del periodismo.
Pero sin dudas lo más notable de este periodo de su vida fue la creación del diario Prensa Libre, cuya circulación comenzó el 4 de abril de 1941. En el frontón de la primera página, la frase que mejor define la biografía del propio Carbó: “Ni con unos ni con otros: con la República”. Cuba había aprobado una Constitución de avanzada y Batista se impuso en las elecciones contra Grau, en tanto el mundo se sumía en la catástrofe de la guerra predicha años atrás por el periodista cubano. Apegado al estilo sobrio, pero amonestador de la opinión en Prensa Libre, Carbó recalcó el carácter relajado de sus conciudadanos ante la gravedad de los problemas sociales, en un texto que llegó a ganar el prestigioso premio Justo de Lara de 1944 y que reseñaba la navidad como un brindis desolador y vulgar “A la salud de Cristo”:
Ah, la Humanidad siempre fue licenciosa y alegre, pero había más espiritualidad, más elegancia en los recuerdos, en las ceremonias, en los símbolos inmortales y en las creencias. No es que seamos más malos; pero sí somos más vulgares. Por el camino que vamos llegaremos al colmo de convertir en baile hasta los entierros, y en ‘arrollar’ hasta con ocasión del óbito de nuestros héroes…
He aquí esta Nochebuena: noche de sangre en los campos de batalla donde cientos de miles de hombres caen en el abismo de la muerte, para que nosotros podamos seguir bailando y seguir comiendo lechón en años venideros… Noche terrible, en que la palabra de Cristo es consuelo de moribundos y esperanza de pueblos esclavos, porque la doctrina publicada por el Galileo, de igualdad y de respeto a la personalidad humana, de tolerancia y de cooperación, vivifica el dogma de la Democracia…[7]
El éxito del periódico, que superó las cien mil tiradas diarias, y su posición de crítica y equilibrio entre las principales tendencias políticas del momento, le acarrearon a su director una posición sólida en la opinión pública. Su influencia alcanzó, como si de una signoria griega se tratara, el destino de varias obras públicas.
En 1946 vemos nada menos que a Emilio Roig de Leuchsenring, historiador de La Habana y secretario de la Junta Nacional de Arqueología y Etnología, dirigiéndose en una misiva al Sr. Sergio Carbó para pedirle “su valiosísima cooperación personal y la del periódico bajo su muy acertada dirección”, con objeto de impedir la demolición emprendida por el Ministerio de Obras Públicas de la Iglesia de Paula y el edificio de la Hacienda. Unos años más tarde, su hijo Ulises tuvo a cargo la construcción de la carretera que interconectaba a La Habana con Rancho Boyeros, con aprobación de los gobiernos de Carlos Prío Socarrás y Batista en su segundo mandato. Para 1957, Carbó comenzó a erigir un moderno edificio de seis plantas en la Plaza de la República —hoy Plaza de la Revolución— para trasladar allí la sede de Prensa Libre[8].
La debacle del rotativo, que resistió y combatió a la dictadura batistiana, sobrevino en 1959. El apoyo de Prensa Libre y Sergio Carbó al proceso revolucionario no bastó para Fidel Castro, quien desde su llegada al poder cimentó las bases de un régimen totalitario en el que no sería admitida la crítica.
Una serie de trabajos[9] firmados por Carbó ese año enjuiciaban las leyes de Confiscación de Bienes y de Reforma Agraria, paladines de la propaganda castrista. La censura y más tarde la expropiación llegaron en mayo de 1960, tras una campaña de difamación llevada a cabo por medios panfletarios autodenominados oficiales, como Revolución y Ocupación. Carbó marchó a los Estados Unidos junto a su hijo y su yerno, el periodista y subdirector de Prensa Libre, Humberto Medrano. En el exilio, Carbó tuvo un espacio de media hora en la estación Radio Swan. Murió en la ciudad de Miami en 1971, sin volver a ver jamás la Cuba a la que dedicó más de medio siglo de pensamiento y acción.
Epílogo
En Sergio Carbó, el hombre de acción se combinó, rara avis, con el hombre de pensamiento. Con toda certeza, nunca le interesó pagar esa deuda que, según Francisco Ichaso, había contraído con el público: “la de escribir la obra de ficción que hay derecho a esperar de él”. Seducido por la realidad y la verdad, su personalidad literaria era más bien una consecuencia, casi un remanente, del fascinante mundo de un aventurero intelectual, cuya vida merecería una biografía a lo Stefan Zweig. Conservador, revolucionario, liberal, esa capacidad suya para cambiar de perspectiva en un estado de cosas en constante cambio, le permitió ver más allá de la pasión ideológica y la ficción literaria.
Así lo hizo en el Viaje, en el que el itinerario de costumbre, preparado por la VOKS soviética para cautivar a sus visitantes, no pudo moldear su avidez. Hay un doble sentido en esa búsqueda desprejuiciada de la verdad: se descifra el enigma del estado anómalo, mientras el hombre de Occidente se mira en el espejo del otro. El otro es, muchas veces, nuestro futuro deformado, nuestro presente desatendido, el pasado en tinieblas que nos quema la mirada.
Algunas décadas más tarde, y hasta hoy, Cuba se transformará en una Rusia roja, mientras Rusia continúa siendo inalterablemente soberbia, autoritaria y geófaga. La lección de Carbó es magistral: hay que entrar en el mundo de manera incisiva, abisal, para extraerle su savia necesaria. Hay que permanecer, en los hechos, fieles al hecho supremo de la República libre. Esa correspondencia biunívoca con la realidad cifró en todo instante su entendimiento y le ganó para siempre un lugar en nuestra historia.
[1] Este artículo fue escrito para la compilación Valores humanistas para Cuba democrática. Pensamiento de políticos, artistas e intelectuales cubanos del siglo XIX y XX, Cultura Democrática, Buenos Aires, 2024. Es además el prólogo del libro Con la República. Artículos, editoriales y otros escritos, que contiene una muestra de la obra periodística de Carbó, seleccionada por Mario Ramírez para Ediciones Memoria, 2024.
[2] “Un viaje a la Rusia roja, por Sergio Carbó”, Revista de Avance, La Habana, 15 de enero de 1929, p. 58.
[3] En “Cuba: los años soviéticos”, Punto de Vista, Buenos Aires, diciembre de 2007, Nº 89, diciembre, pp. 16-17.
[4] Ángel García y Piotr Mironchuk: Esbozo histórico de las relaciones entre Cuba URSS, Academia de Ciencias de Cuba, Instituto de Ciencias Sociales, La Habana, 1976.
[5] “El Pistolero del Azúcar”, en Heraldo de Madrid, 13 de julio de 1932.
[6] A propósito, vale la pena recordar la siguiente reflexión de Eduardo Chibás:
En vista de esas renuncias, y de que el Ejército no podía continuar acéfalo indefinidamente, Sergio Carbó hizo lo único que se podía hacer bajo esas circunstancias: convencer al sargento Batista, con mucho trabajo, para que aceptara el grado de Coronel. Grau se encontró con ese hecho consumado. Entre tanto, toda la oficialidad se había declarado en huelga y refugiado en el Hotel Nacional donde se hospedaba el Embajador Welles. El Presidente Grau, no obstante, dirigió varios llamamientos a los oficiales no maculados por el Machadato para que se incorporaran a sus puestos. Por otra parte Batista se declaraba dispuesto a renunciar la Jefatura y seguir de sargento si ello era necesario para solucionar el problema, pero los oficiales, intransigentes, pedían a gritos nada menos que el fusilamiento del sargento rebelde, Jefe militar de una revolución triunfante. A fines de septiembre, agotada la paciencia del Gobierno, éste declaró desertores a los oficiales y nombró una nueva oficialidad: la que tenemos hoy.
¿Qué otra cosa se podía hacer frente a la absurda tozudez de los ex-oficiales, convencidos de que el Ejército americano vendría a fusilar a Batista y a reponerlos a ellos en sus puestos? (“Los gobiernos de Cuba: Grau San Martín”, Bohemia, 5 de junio de 1938, p. 102).
[7] En Prensa Libre, La Habana, 27 de diciembre de 1944.
[8] En 1965, cuatro años después de desaparecido Prensa Libre, la sede fue ocupada por el periódico Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba.
[9] Específicamente en: “Dar trabajo es lo primero” (1ro de marzo), “Con motivo de las confiscaciones” (4 de marzo), “Trabajemos bajo techo” (8 de abril), “Con todos y para todos” (9 de abril), “Tierra” (22 de mayo) y “Observaciones a la Ley” (22 de mayo).