Fotografía tomada de Shutterstock.

Era 1950 y se cumplía el cincuentenario de un acontecimiento cardinal para la pedagogía cubana. En época de la intervención norteamericana, un numeroso grupo de maestros cubanos había viajado a la prestigiosa universidad de Harvard para recibir un curso de capacitación. Las autoridades de la isla, medio siglo después y en recordación de aquella invitación que marcó el camino de la escuela pública cubana, decidieron reciprocar aquella invitación y acogieron a 50 profesores norteamericanos, uno por cada estado de la Unión. La iniciativa vino primeramente de la pluma de un periodista de El Mundo, Ernesto Ardura, y las autoridades cubanas decidieron llevar a vías de hecho la cordial invitación, tan poco recordada hoy.

Los profesores estadounidenses empezaron a notar la calidez de los cubanos incluso antes de su arribo a La Habana, pues desde que se reunieron en Miami para su viaje recibieron la atención del Superintendente de la Primera y Segunda Enseñanza, Manuel Angulo, y del intelectual Leví Marrero. Cuando por fin tocaron puerto habanero en la madrugada del 18 de diciembre de 1950, el Ministro de Educación Aureliano Sánchez Arango subió a la embarcación y les dio la bienvenida. Esa noche una banda musical amenizó la llegada y se tiraron fuegos artificiales como si la capital cubana estuviera de fiesta.

Una de las docentes puso sobre el papel sus primeros recuerdos al pisar tierra cubana:

La primera impresión que tuvimos de esta isla semi-tropical fue la que nos dieron el cielo azul, las casas de colores brillantes y con lindas ventanas de hierro forjado, los parques llenos de palmas reales y con hermosos monumentos erigidos a ilustres patriotas, la vista del mar azul con sus olas coronadas de espuma, las voces musicales del español, que nos eran extrañas.[1]

Los docentes estadounidenses fueron alojados en locaciones de escuelas públicas un poco alejadas del centro de la ciudad y entre los acontecimientos que captaron su atención fue ver cómo en casi todas las casas cubanas, por las Pascuas y la cercanía de las Navidades, las familias tenían su arbolito, elegantemente adornado. Otro de los maestros recuerda cómo los cubanos se preparaban para la cena tradicional de Nochebuena donde “flotaba en el aire un delicioso aroma de lechón asado. Había hombres —recuerda el visitante norteño— que cargaban en tarteras, sobre la cabeza, al lechón exquisitamente asado y con una manzana en la boca, hasta la carnicería”[2].

En su primer día de estancia en Cuba los profesores fueron recibidos en el ya desparecido Instituto de Idiomas Modernos de la Universidad de la Habana por el doctor Jorge Mañach, quien les ofreció una disertación acerca de José Martí. Luego almorzaron en el lugar de recreo Río Cristal. En la tarde compartieron con el Ministro de Educación y en la noche disfrutaron de un concierto de la Orquesta Filarmónica de La Habana y el ballet de Alicia Alonso, que interpretó la clásica pieza El lago de los cisnes.

La visita tenía como objetivo fundamental que los estadounidenses conocieran el desarrollo alcanzado por la isla en materia cultural y educacional, de esa manera vieron cantar a voces de tanto prestigio como Esther Borja, asistieron a exposiciones de pintores y escultores del patio en el Lyceum de El Vedado y a una función de danza folklórica en el Teatro Nacional.

Los docentes recibieron una serie de conferencias sobre la historia y cultura cubana impartida por los más prestigiosos intelectuales de la Cuba de aquella época, como el ya citado Jorge Mañach, el polígrafo Fernando Ortiz y Luis A. Baralt. Visitaron varias escuelas cubanas, entre ellas la reconocida Escuela Normal para Maestros.

Uno de los visitantes recordó así el recibimiento en las escuelas cubanas:

“Los niños nos recibían con flores, souvenirs y salutaciones y los maestros se mostraban muy cordiales. Uno de los eventos más espectaculares fue el desfile de alrededor de seis mil alumnos con sus maestros, cada grupo llevando su banda uniformada y las hermosas banderas de seda de su escuela y de su patria. Este desfile tuvo lugar en los terrenos de la Escuela Normal para Maestros ( ) Una de las paredes del edificio estaba cubierta totalmente por una enorme bandera cubana que servía de fondo para el desfile.[3]

Visitaron además la ciudad de Cárdenas y allí pudieron ver a la orilla de la playa el monumento que recuerda la expedición de Narciso López en 1851, el hombre que trajo la actual bandera cubana. En su recorrido por el Museo de la Ciudad apreciaron una bandera del estado norteamericano de Kentucky, donada por la Kentucky Historical Society en recordación al nativo William Logan Critteden, quien murió en una de las fracasadas expediciones del venezolano Narciso López.

Recorrieron también uno de los mayores centrales azucareros del país en aquel momento, el Hershey, y pudieron apreciar el desarrollo alcanzado por Cuba en su principal reglón exportable: el azúcar, además de llegar al poblado de Santa Cruz del Norte en las afueras de La Habana y almorzar y visitar los jardines de la Cervecería Modelo.

De vuelta en la capital cubana hicieron el recorrido tradicional por la parte más antigua de la ciudad y para ello les sirvió de guía el historiador Fernando Portuondo. Como colofón de la visita que se extendió hasta el nuevo año, se les ofreció a los profesores estadounidenses un banquete de despedida en el antiguo Club Mulgoba y a cada maestro el Ministro de Educación Aureliano Sánchez Arango les obsequió una bandera cubana de seda, un disco fonográfico con las notas del Himno Nacional, una reproducción de la fotografía de los maestros cubanos que estuvieron en Harvard hacía medio siglo y un retrato autografiado del Ministro de Educación.

De esa manera terminaba la histórica visita del nutrido grupo de profesores norteamericanos a Cuba el 2 de enero de 1951, quienes quedaron prendados de la belleza de la isla. Si un aspecto vale la pena resaltar a más de medio siglo de aquella visita es el marcado carácter nacionalista con que los anfitriones organizaron las actividades y la cordialidad que primó en todo momento.

La Marina de Guerra cubana despidió con vítores a la fragata que llevó a los docentes de regreso y parecía que la amistad entre ambos pueblos y gobiernos era imperecedera, pero la historia nos tenía reservada muchas sorpresas apenas una década después, con las nefastas consecuencias que llegan hasta la actualidad. Hoy cuando tanto se anhela que caigan barreras y muros entre ambos países, justo es recordar esta visita entre dos pueblos destinados por su cercanía e historia común —de manera casi inevitable— a vivir en paz.

(Publicado originalmente en Palabra Nueva)

 

  1. Austin Lilly, “El Gobierno cubano agasaja a maestros norteamericanos”, Boletín Dos Pueblos, mayo 1951-febrero 1952, p. 10.

  2. Robert Smith, Visita a Cuba, Boletín Dos Pueblos, mayo 1951-febrero 1952, p. 15.

  3. Austin Lilly, Ibídem, p. 12.

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