Acceso y gradas del principal espacio escénico de la Escuela de Arte Dramático.

No es necesario estar bajo los efectos de un delirante psicotrópico para proponerse convertir un extenso campo de golf en escuelas de arte. Esto le sucedió a Fidel Castro y Ernesto Guevara en 1961, durante una fortuita visita al Country Club de Cubanacán, ubicado en el oeste habanero. Conociendo a los protagonistas y circunstancias de la iniciativa, en ello iba algo de golpe político a la burguesía cubana, propiciando el destronamiento clasista que en aquel entonces se pretendía “para el bien de todos”. Ese mismo año, con un chasquido de dedos, comenzó la construcción de los hoy célebres monumentos.

Los dados que soportaban el tabloncillo en el salón de Acrobacia, son ahora fantasmas de otros tiempos.

 

Sería descarado no mencionar que este breve sumario del desastre, le debe mucho a una investigación insoslayable en la comprensión del tema. Para colmo de bochornos, dicha pesquisa no es cubana, sino estadounidense. Me refiero a Unfinished spaces, un largometraje documental producido y dirigido por Alysa Nahmias y Benjamin Murray en 2011. Por su enjundiosa prospección y factura audiovisual, su sola existencia merecería un capítulo independiente, por lo que se los recomiendo de primera mano. De otra parte, también he utilizado otras fuentes de información, mismas que, de modo eventual, apuntalan argumentalmente el documental.

En los talleres de Actuación han comenzado a medrar las plantas.

 

Para materializar la epifanía revolucionaria que les comento inicialmente, Castro le encomienda a la arquitecta Selma Díaz la dirección del proceso, quien a su vez convoca a su correligionario Ricardo Porro para el diseño y ejecución de las escuelas en tiempo récord. Ciertamente, el plazo trazado era muy apretado para lo asumido, así que Porro extendió la cadena a otros dos colegas suyos: Vittorio Garatti y Roberto Gottardi, ambos italianos. Entre los tres colegiaron la distribución individual de cada realización, correspondiendo al anfitrión las instalaciones de artes plásticas y danza contemporánea; Garatti las de música y danza clásica; y Gottardi la de arte teatral. En nuestro contexto se trató de una experiencia inédita, resumiendo las aspiraciones sociales y culturales que la naciente revolución ensayaba traer a colación.

Foso del escenario principal en poder de la manigua.

 

La orientación de Castro fue precisa en cuanto a la ciclópea envergadura de estos centros de estudio, reclamando para ellos la mayor grandilocuencia posible. Pero entre la intención y la realidad interfirieron limitaciones materiales, de ahí que se emplearan recursos constructivos que abarataran costos, como el masivo empleo de ladrillos, y cubiertas de bóveda catalana para techar grandes áreas. Estos parámetros cohesionaron técnica y formalmente los cinco proyectos, aun cuando, como feudos académicos, se encontraran distantes dentro del exuberante perímetro del Country Club. Conocedor del “terreno” que pisaba, Porro aceleró al máximo sus objetivos, alertando a sus colegas sobre la amenaza de paralización de las obras por razones “presupuestarias”. En realidad, este turbio subterfugio oficialista también encubría trapisondas que a la sazón apuntaban a esa probabilidad, que se manifestó súbitamente en 1965, dejando las edificaciones en diversos estadios de ejecución, excepto las del arquitecto cubano.

Restos de pencas de palma adocenados en los pasillos de circulación.

 

La Escuela de Arte Dramático, actual Facultad de Artes Escénicas de la Universidad de las Artes (ISA) —bautizada por varias generaciones de estudiantes y profesores como Elsinor—, constituye uno de los ejemplos más sobresalientes de obra de autor en el ámbito de la arquitectura facturada en Cuba durante la segunda mitad del siglo XX. De plectro renacentista, sus talleres y corredores a desnivel evocan los laberínticos escenarios de las primeras obras modernas del teatro europeo. Los estudiosos, con toda razón, también identifican analogías con los patrones constructivos de las fortalezas cubanas de molde medieval, ejecutadas entre los siglos XVI y XVII en La Habana y Santiago de Cuba por el arquitecto militar de ascendencia italiana Juan Bautista Antonelli.

Tragaluz sin protección de uno de los espacios docentes.

 

Al momento de suspender las obras, esta apenas mediaba su potencial espacial y paisajístico, quedando inacabada hasta el presente. A pesar de ello, las áreas terminadas fueron explotadas inicialmente para los fines que fueron concebidas, hasta que la sistemática desatención institucional fue clausurando al mínimo sus dependencias. Un llamado de esperanza tocó a las puertas de los ya ancianos arquitectos en la primera década de este siglo, porque, más de cuarenta años después, se anunció la presumible reanudación de las obras por parte del Gobierno cubano; oportunidad que Gottardi no desestimó, con la presentación de un plan de recuperación y adecuación del inmueble en 2007. Los pocos recintos funcionales de la escuela fueron desalojados para dar lugar a la renovación, desmantelándola de cualquier vestigio docente.

Las magistrales curvas de las cubiertas sobrecogen por sus soluciones arquitectónicas.

 

Pero en 2009 ese canto de sirena dejaría en ascuas a los involucrados, con la interrupción oficial de cualquier acción constructiva “no productiva”. Completamente abandonado, el edificio fue vandalizado y empleadas sus ruinas para cualquier despropósito.

Roberto Gottardi, nacido en Venecia en 1927, estudió Arquitectura en su ciudad natal, y se desempeñaba como profesor en la Universidad Central de Venezuela al momento de ser invitado en 1960 por Porro para trabajar en Cuba. Tras la suspensión de las obras a mediados de esa década, el mismo Porro se exilió en Francia, pero sus colegas italianos permanecieron en Cuba, desconociendo el riguroso viacrucis que les aguardaba. El arquitecto veneciano asumió desde entonces pequeñas encomiendas dirigidas por el MICONS, para luego impartir clases en la Facultad de Arquitectura de la CUJAE. En 2012, el presidente italiano Giorgio Napolitano le confirió, junto a Porro y Garatti, el Premio Vittorio De Sica por su consagración profesional. En 2016, le fue tardíamente otorgado en Cuba el Premio Nacional de Arquitectura. Murió en La Habana el 21 de agosto de 2017, no sólo sin ver concluida su Escuela de Arte Dramático, sino contemplándola en peores condiciones que cuando la abandonó el último albañil en 1965.

Fotos de Juan Pablo Estrada.

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