Ruinas del hotel Isla de Cuba en Monte esquina a Aponte (Fotografía de Juan Pablo Estrada).

En torno a los relictos del hotel Isla de Cuba, la entrega de esta bitácora será un ejercicio abierto de frustración y asombro, que contrapone el juicio improvisado versus la indigencia y ambigüedad documental colgada en espacios digitales. Ante la perplejidad que tal limitación despierta, también me di a la tarea —con resultados nada satisfactorios— de una búsqueda de primera mano en mi bibliografía analógica. Por la urgencia que la difusión del caso amerita, y desde el apabullante acompañamiento gráfico a estas líneas, acerquémonos pues, casi empíricamente, a las ruinas que vemos podrirse como un enorme cadáver atravesado en el corazón de La Habana. De frente a la incertidumbre que su inminente derrumbe suscita, he escuchado expresar muchas veces —casi un lugar común para quienes habitamos la isla—: “de este año no pasa”, “es un milagro que eso no haya matado a alguien todavía”.

El ascensor principal congelado entre los rieles estructurales que le dieron vida alguna vez.

Sugestiva resulta la colindancia argumental de este testimonio con las dos publicaciones anteriores de esta misma columna. Los tres inmuebles venidos al caso, fueron construidos en el perímetro urbano resultante del descongelamiento territorial de las murallas y sus áreas exteriores. Si bien las sedes de la Empresa Eléctrica —luego MediCuba— y del hotel Saratoga gozaron de mayor prestigio socioeconómico hasta tiempos relativamente recientes —lo que les ha conferido más atención mediática—, no es la suerte que ha corrido el hotel Isla de Cuba.

Recibidor y sala de estar, espectros de una época glamurosa.

El Saratoga, revitalizado a comienzos de este siglo como uno de los caballos de batalla de la hostelería habanera, estalló en un santiamén… Infarto masivo. Autopsia encubierta. Intriga. En cambio, nadie sabe a ciencia cierta cómo y cuándo murió el Isla de Cuba. Simplemente se ha desmigajado bajo las inclemencias equinocciales. Aunque el presente fototexto no pretende ser saga del anterior, una curiosidad los enlaza de manera ineludible: antes de cargar con el nombre de su prolongada defunción, el hotel Isla de Cuba fue hotel Saratoga.

Intimidad descubierta de pretéritos aseos en el segundo piso.

El perfil de un usuario de Facebook —Arq Julio Herrera, fundador de @1010estudio, y autor de 66 years after the dictatorship and communism (I), disponible en Amazon—, ofrece un breve dato sobre la fecha de nacimiento del inmueble que hoy ocupan las ruinas de Monte No. 45 (Máximo Gómez), entre Aponte y Cienfuegos. La ubica en 1888, diez años antes de finalizar la dominación española en la isla. Inversamente, es desbordante el cúmulo de información acerca al ámbito en que fue erigido. Se trata del Parque de la Fraternidad —antiguo Parque de Colón, y antes Campo de Marte—, un enclave álgido en la evolución física de la capital. Tan socorrida es la documentación al alcance de cualquier interesado, que me limitaré a puntualizar que, entre la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX, esos terrenos experimentaron un boom constructivo sin precedentes,

Escalera de hormigón que daba acceso a un entresuelo; a todas luces, un añadido del siglo XX.

En un contexto propicio para la aparición de obras civiles, es de suponer que el inmueble objeto de nuestra atención haya fungido como hotel Saratoga hasta finales de los años 20 o comienzos de los 30 del siglo XX, cuando se traslada para Prado y Dragones. En el sitio digital Cuba Memorias / Historia de una isla, con fecha 19/10/22, se da cuenta de que fueron los hermanos López los dueños del “Nuevo Hotel Isla de Cuba”, desconociendo el lector si esta nomenclatura es indistintamente aplicable al mismo inmueble, con o sin la palabra “Nuevo” que la precede. La datación específica del acontecimiento fundacional la brinda la página de Facebook Fotos de La Habana, marcándola en 1925 a manos de los mentados López. Sin embargo, de vuelta a Cuba Memorias, se apunta que “En 1912 el Hotel Café y Restaurante Isla de Cuba se promocionaba en la prensa” de la época. Continúa la referencia con un rosario de bondades ofrecidas por la instalación, tales como un “servicio esmerado, cocina selecta, baños espléndidos, precios módicos, alumbrado eléctrico, servicio telegráfico, cables y correos”, así como la ventaja de movilidad, ya que todos los tranvías paraban frente a él. Contaba con 45 confortables habitaciones y 26 empleados, admitiendo huéspedes por días y por meses, con arreglo a las normas europeas y estadounidenses, derivando en una atención políglota en español, inglés y francés. Mientras hacía scroll sobre la pantalla del dispositivo, la reseña de marras era acompañada con imágenes de dos edificaciones muy diferentes entre sí, generando un contrasentido que no se desentraña en el texto. ¿Ocupó el “Nuevo Hotel Isla de Cuba” una construcción diferente a la del “hotel Isla de Cuba” que ha llegado hasta nuestros días con la inscripción de su nombre en el friso de su primer nivel constructivo?

Escombros de los bloques de sillería, caídos durante los sucesivos desplomes.

El estilo historicista del Isla de Cuba que conocemos por sus restos, es de una singularidad arquitectónica que destaca en el actual espectro patrimonial habanero. Su eclecticismo, que combina elementos renacentistas, barrocos y neoclásicos, no son, sin embargo, tan significativos como el desenfado de su fachada, abierta al diálogo con el flujo tropical de nuestro clima. El primer cuerpo consta de dos niveles, entre planta baja y entresuelo, cubiertos por un portal de tres arcos. En el segundo, se distingue una amplia terraza techada para la contemplación del vasto espacio verde que, por suerte, lo ha acompañado desde sus orígenes. El último nivel se retira hasta la línea de fachada principal, develando un solárium que debió hacer las delicias de los huéspedes foráneos a su paso por La Habana.

6. La vegetación arbórea comienza a ganar terreno, emulando en altura con el ascensor.

Sus restos punzan por el abandono, el saqueo y la estática milagrosa que lo sostiene. Si eso no fuera suficiente, el uso vejatorio que de él han hecho los habitantes de esta ciudad, lo han travestido en escenario de cuanta bajeza escatológica seamos capaces de proyectar frente a situaciones límites de sombría esperanza, en esta isla al pairo sobre el mar de la distopía.

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