Agente de seguridad en el área acordonada. En segundo plano se aprecian los últimos tres niveles añadidos durante la restauración de 2005, apenas dañados por el estallido.

Este pasaje testimonial tiene un aura diferente, sin dudas dramático en todo lo que a él concierne: se trata del registro inmediato de una ruina instantánea. El 6 de mayo de 2022, sobre las 11:00 a.m., un potente estallido provocó el desplome parcial del hotel Saratoga, localizado en una de las zonas más concurridas de La Habana tradicional. Lo peculiar de este reportaje retrospectivo, estriba en que se trata de la documentación in situ de las primeras horas posteriores al siniestro.

Autoridades y transeúntes en el perímetro de seguridad del siniestro, apenas horas después de la explosión.

 

En 1879, estimulado por los beneficios que implicaba construir en los espacios circundantes de extramuros, el comerciante santanderino Gregorio Palacios compra un solar de la manzana No. 1, en lo que la ulterior urbanización de las cuadrículas localizaría en el ángulo del Paseo del Prado y la calle Dragones. Luego de no pocos contratiempos, Don Gregorio consigue construir un inmueble multifuncional que serviría como almacenes, viviendas y casa de huéspedes. El edificio, de un sobrio estilo neoclásico, contaba con tres niveles, confluyendo en una esquina curva que lo tipificó durante mucho tiempo en el espectro arquitectónico habanero. 

Bomberos y rescatistas en el lugar del desastre.

 

Un salto en el tiempo nos remite a 1911, cuando es conocido como hotel Alcázar, hasta que, en 1933, el ya existente hotel Saratoga, emplazado en el edificio que hoy ocupan las ruinas de su análogo, el Isla de Cuba, en la calle Monte, frente a la escuadra sur del Parque de la Fraternidad, traslada su administración y hostelería para Dragones y Prado. No figuran muchos documentos en los que se explicite la razón por la que la instalación fue llamada del mismo modo que el condado neoyorquino de Saratoga, que en lengua aborigen significaba “la región montañosa del río tranquilo”.

Como en muchas otras ocasiones desde su emplazamiento, La Noble Habana parece contemplar, incólume, otro acontecimiento: los despojos de su secular vecino, el Saratoga.

 

En el despegue de su auge era frecuentado por Antonio Guiteras, Secretario de Gobernación del Gobierno de los 100 Días, así como por otras figuras públicas de los años 30. En 1935, las guías turísticas lo reseñaban como uno de los hospedajes más socorridos y cosmopolitas de la capital, en gran medida por lo jerárquico de su ámbito, en ángulo directo con el Capitolio, y apenas separado por una senda vehicular de la monumental Fuente de la India, también conocida como La Noble Habana, en las vecindades del Parque de la Fraternidad —emporio de la jardinería tropical—, hoy convertido en urinario y matorral urbano.

En primer plano: rescatista sobre un camión cisterna. Detrás se aprecian los faltantes de un inmueble contiguo, igualmente afectado.

 

Sin lugar a dudas, uno de los grandes atractivos con los que contó el Saratoga fue su espacio de socialización Aires Libres, dispuesto entre el cuerpo del edificio, por su fachada a Prado, y el contén de la acera que lindaba con esta vía. El mismo estaba protegido de la intemperie por una marquesina de hierro y vidrio que colgaba por esa cara de la construcción, así como por una cortina de laureles que protegía su relativa intimidad, sembrada en el borde exterior que daba a la calle. De las muchas agrupaciones que hacían las delicias de huéspedes y concurrentes, fue allí que la célebre orquesta Anacaona alcanzó su popularidad. A lo largo del tiempo, en lo que otras instalaciones hoteleras desplazaban las preferencias por el Saratoga, a finales de los años 60 la edificación fue convertida en apartamentos multifamiliares. En lo adelante corrió igual suerte que el resto del fondo habitacional de la ciudad, por lo que ya en la década del 90 fue declarado inhabitable, inequívoca antesala para su demolición. Pero un golpe de suerte tocó a sus estropeadas puertas, al devolverle la función por la que fue mejor conocido.

Un bombero se acerca a las ruinas, cuando fue descartada la posibilidad de réplicas explosivas.

 

Durante su remozamiento y ampliación le fueron incorporados tres niveles adicionales, permaneciendo sólo las fachadas de su estructura inicial, ancladas con pernos metálicos a la armazón de concreto del nuevo proyecto —a esto debe la edificación la sobrevivencia de los elementos que quedaron en pie tras la explosión, ya que la onda expansiva, como un mortífero estornudo, escapó por las cubiertas más vulnerables, derribando exclusivamente la fábrica original del siglo XIX—. Renacido, el hotel contó con los ingredientes más sofisticados para este tipo de instalaciones, lo que le adjudicó la categoría Cinco estrellas. En sus 15 años de operaciones, alojó a celebridades del espectáculo como Madonna, Beyoncé, Jay Z y Jimmy Page, entre otros, así como a dignatarios y funcionarios de alto nivel. En los meses de confinamiento por el COVID 19, el establecimiento fue cerrado por razones obvias. Cuando se disponía a reabrir sus puertas, acaeció el trágico accidente, al producirse un escape durante el llenado de los depósitos de gas en sus instalaciones. Hasta la fecha no existe otra versión o actualización de ese dictamen pericial por parte de las instancias oficiales, únicas autorizadas para decretar resultados concluyentes.

La ciudadanía observa consternada la calamitosa escena.

 

Según BBC Mundo, el saldo de vidas humanas fue de al menos 32 muertos y más de 70 heridos, aunque otras fuentes lo estiman entre 30 y 47 víctimas mortales. Esta lamentable calamidad, que se suma a los cuantiosos desastres mal gestionados en poco más de un lustro, a causa de la desidia y negligencias administrativas, ha dejado una lamentable herida, imposible de pasar por alto en el mismo foco de la capital. Las autoridades han desestimado algunas propuestas de la ciudadanía para erigir allí un memorial a las víctimas del desastre, empeñadas compulsivamente en restituirle sus funciones hospederas. Sirva este reportaje gráfico, en el que priman la estupefacción y la consternación, como recordatorio de aquella aciaga jornada.

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